El 10 de noviembre, seis días antes de que se celebre la Conferencia Episcopal Católica de Estados Unidos, la Santa Sede publicará el informe sobre la investigación relacionada con el ascenso al poder del ex cardenal Theodore E. McCarrick. Elaborado por la Secretaría de Estado por mandato del papa, incluirá todo el conocimiento institucional y el proceso de toma de decisiones de 1930 a 2017 relacionados con McCarrick.
El ex purpurado fue expulsado de la Iglesia en febrero de 2019. No cabían dudas de la certeza de las acusaciones: abusó de niños en toda su carrera de más de sesenta años como clérigo y que también de seminaristas. Pocos escándalos han sacudido a la Iglesia Católica como los abusos sexuales de McCarrick.
Por mucho tiempo fue uno de los obispos más importantes y populares de Estados Unidos. Después de las acusaciones de sus víctimas en los medios de comunicación, su expulsión y enjuiciamiento solo quedó una pregunta sin contestar: ¿Cómo pudo ascender en la jerarquía eclesiástica si tantos otros conocían de sus abusos y mala conducta?
En 2019, el cardenal Sean P. O’Malley le expuso al secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, que los sacerdotes y el pueblo estadounidense estaban ansiosos de saber cómo McCarrick pudo llegar a obispo y cardenal. “¿Qué se conocía de sus aberraciones y desde cuándo”.
El silencio, el perdón y el olvido es su primera barrera de defensa
Su historia es asombrosa, pero no debería resultar extraña. Dentro de la Iglesia ha prevalecido por demasiado tiempo el encubrimiento, que es una forma de complicidad, de guardar silencio para no perjudicar la institución. Y son el silencio, el perdón y el olvido. Las vías a la que más recurren los depredadores para eludir la rendición de cuentas, el castigo, por sus delitos. El secreto y el silencio son la primera línea de defensa del perpetrador. Si el secreto falla, el pederasta ataca la credibilidad de la víctima. Si no puede callarla, intenta que nadie escuche. Si no, es hora de olvidar el pasado y seguir adelante, de echarle tierra al asunto.
Bien relacionado con los poderosos, McCarrick fue un exitoso recaudador de fondos para la Iglesia. Supo ganarse el respeto de líderes políticos y religiosos, y muy a menudo desempeñó un papel diplomático no oficial para el Vaticano. Comenzó su carrera de abusador infantil a principios de la década de los años setenta, cuando era sacerdote en Nueva York. Los católicos menos ortodoxos lo veían como un moderado en los asuntos eclesiástico y un firme partidario de la doctrina social católica. Un ejecutor de la encíclica de León XIII, Rerun novarum. Un moderado progresista y un progresista conservador.
Al perder el miedo a McCarrick se caen las defensas
El silencio, el secreto y el encubrimiento funcionaron hasta 2017. Ese año, una víctima se presentó por primera vez a solicitar asistencia del Programa de Compensación y Reconciliación de la arquidiócesis de Nueva York. La arquidiócesis lo informó al Vaticano y el papa le ordenó a Thimothy Dolan que investigara. Sin mucha burocracia ni papeleo McCarrick fue excluido de la actividad pública. No podía oficiar misas y ningún otro ministerio público. Luego fue obligado a dimitir del Colegio Cardenalicio y en febrero de 2019 fue destituido del estado clerical. Degradado.
Por años circularon rumores sobre que McCarrick dormía con seminaristas de la Inmaculada Concepción en la Universidad de Seton Hall, en Nueva Jersey. Entonces era obispo en Metuchen (1981-86) y arzobispo en Newark (1986-2000). Hubo la intención de varios periodistas de sacar a la luz la verdad, pero ninguno de los involucrados se atrevió. McCarrick era muy poderoso.
En 1994, una mujer le expresó al nuncio papal en Washington, Agostino Cacciavillan, su preocupación por la conducta del arzobispo de Newark, Theodore McCarrick. En el año 2000, antes de que lo designaran cardenal, el reverendo Boniface Ramsey, profesor del seminario, le escribió al nuncio Gabriel Montalvo Higuera las quejas que había escuchado de los seminaristas. La carta fue enviada a Leonardi Sandri, ahora cardenal. No pasó nada.
A partir de 2005, la Arquidiócesis de Newark y las diócesis de Metuchen y Trenton llegaron a acuerdos financieros con ex seminaristas que acusaban a McCarrick de abuso sexual. Una manera de comprar el silencio de las víctimas. McCarrick se retiró al cumplir 75 años de edad, pero siguió recogiendo dinero y presionando a los seminaristas para que durmieran en su cama en la casa de playa que tenía en Nueva Jersey.
Un mensaje del Vaticano a última hora sirve de campana salvadora
En 2018, la Conferencia Episcopal de Estados Unidos se preparaba a votar una serie de medidas relacionadas con el escándalo sexual del excardenal MacCarrick. Un código de conducta para los obispos y la creación de una comisión dirigida por laicos para recibir quejas sobre pederastia, pero llegó un mensaje del Vaticano. Bloqueó la votación “para tener tiempo de consultar sobre el ministerio y la disciplina de los obispos”. La medida sorprendió a los sobrevivientes de abusos y al resto de los católicos que exigían medidas contra la pederastia y su encubrimiento.
La carta la escribió y firmó el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. Además de algunos tecnicismos, alegaba que se pospusiera la votación hasta después de la cumbre mundial sobre la prevención del abuso sexual por parte de clérigos. Legalmente, no necesitaban la aprobación del Vaticano.
En la cumbre el papa no planteó nada radical ni distinto o contrario a las medidas que iban a aprobar los obispos estadounidenses. Salvo la sugerencia de aumentar a 16 años la edad mínima para contraer matrimonio, en los 21 puntos de reflexión que presentó, Francisco dejó a los obispos absoluta libertad para elaborar un vademécum que guíe los pasos que se deben seguir desde el momento que aparece una denuncia de abuso y se informa a las autoridades civiles y eclesiásticas. El sumo pontífice insistió en los protocolos para encarar lo casos, no para esconderlos o encubrirlo, e instó a dictaminar que los obispos y sacerdotes culpables de abuso sexual de menores abandonen el ministerio público.
Una plaga que se extiende con la conspiración del silencio
Lo más escandaloso ocurrió antes del encuentro. Los cardenales Raymond Burke y Walter Brandmüller, que con otros dos purpurados ya fallecidos habían pedido con humildad al papa y a la Congregación para la Doctrina de la Fe que disiparan las dudas y clarificaran algunos puntos de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, y que no recibieron respuesta luego de haber transcurrido más de dos años, publicaron una carta abierta a los participantes en la cumbre antiabusos. Fue demoledor. “La plaga homosexual se ha extendido dentro de la Iglesia, promovida por redes organizadas y protegida por un clima de complicidad y una conspiración de silencio. Se desea ignorar este hecho y nos preguntamos si los obispos convocados al encuentro también guardarán silencio”, clamaron Burke y Brandmüller, como modernos savonarolas.
Sonaron todas las alarmas y la respuesta tardó 48 horas
En agosto de 2018 la Corte Suprema de Pensilvania encendió todas las alarmas. Publicó un informe de 1.300 páginas en el que señalaba que unos 300 sacerdotes católicos eran responsables del abuso sexual de más de 1.000 menores de edad en 6 diócesis de ese estado. Las víctimas fueron en su mayoría varones, aunque también hubo menores, adolescentes y preadolescentes de sexo femenino. “Algunos fueron manipulados con alcohol o pornografía, algunos fueron violados oralmente, algunas vaginalmente, algunos analmente y a algunos les hicieron masturbar a sus agresores o fueron manoseados por ellos», indica.
El fiscal general del estado, Josh Shapiro, declaró que el reporte detallaba un encubrimiento sistemático por altos cargos de la Iglesia en Pensilvania y en el Vaticano durante casi 70 años de abusos que aborda la investigación. «Los sacerdotes estaban violando niños y niñas y los hombres de Dios que eran responsables de ellos no solo no hicieron nada. Lo escondieron todo por décadas», afirmó.
Los informes se llenaban con palabras que ocultaban el delito
Uno de los señalados por encubrimiento fue el arzobispo de Washington DC, el cardenal Donald Wuerl Se defendió diciendo que había actuado con diligencia, había mostrado preocupación por los sobrevivientes y que trató de evitar futuros actos de abuso. A las 48 horas, de conocerse los relatos escalofriantes de cientos de niños abusados por sacerdotes depredadores, la Santa Sede condenó lo hechos criminales y moralmente reprobables; y de manera inequívoca, el abuso sexual de menores.
Shapiro manifestó que los funcionarios de la Iglesia en sus informes a sus superiores describían de manera rutinaria y deliberada las denuncias de abusos como juegos bruscos, peleas y conductas inapropiadas. “Y en verdad eran abuso sexual infantil, incluida la violación”, subrayó.
En el comunicado, que emitió dos días después de que saliera a la luz pública el informe de la Corte Suprema de Pensilvania, el Vaticano decía sentir «vergüenza y dolor». Admitía que la Iglesia debía “aprender duras lecciones de su pasado y debería haber asunción de responsabilidad tanto por parte de los abusadores como por parte quienes los permitieron».
Wikipedia no está al día con la información eclesiástica
El cardenal Donald Wuerl no fue juzgado por su obvio encubrimiento. El 12 de octubre de 2018 el papa Francisco le aceptó la renuncia. Todavía Wikipedia lo mantiene en su página como un cardenal y arzobispo emérito de Washington DC. Se celebra su carta pastoral El desafío del racismo hoy, que emitió en noviembre de 2017, pero pocos le reprochan su encubrimiento en su diócesis a los depredadores sexuales, especialmente a su predecesor Theodore E. McCarrick. El arzobispo Carlo Maria Vigano, exembajador del Vaticano en Estados Unidos, dijo que Wuerl era muy conscientes de los continuos abusos cometidos por McCarrick, a quien Francisco le quitó la birreta.
En diciembre de 2019, el Washington Post publicó que el destituido Theodore McCarrick envió cheques por más de 600.000 dólares desde 2001 a más de 100 clérigos en Roma, a burócratas del Vaticano, a asesores papales y a Juan Pablo II y Benedicto XVI, a funcionarios que estaban directamente relacionados en la evaluación de los reclamos de mala conducta contra el purpurado de Washington.
Obsequios por miles de dólares que no despertaban sospechas
El «Fondo Especial del Arzobispo» le permitía recaudar dinero de donantes católicos adinerados y gastarlo como quisiera, con poca supervisión. McCarrick, que fue un legendario recaudador de fondos para la Iglesia, envió de 2001 a 2005 a Juan Pablo II un total de 90.000 dólares. Benedicto XVI recibió 291.000 dólares, la mayor parte un solo cheque por $ 250,000 un mes después de ser designado como sucesor de Juan Pablo II. Oficialmente se ha dicho que ese dinero fue encausado por ambos pontífices para obras de caridad. El vocero del cardenal Leonardo Sandri, quien recibió 6.500 dólares, manifestó que esos “regalos” no influyeron en las decisiones del prelado.
La respuesta llegó seis años después como un acuse de recibo
En sus 50 años de carrera, McCarrick fue una de las figuras más relevantes de la Iglesia Católica estadounidense. Pero dentro de la Iglesia su conducta alarmaba tanto a sus compañeros de hábito que se atrevieron a denunciarlo a sus superiores. Uno fue el reverendo Boniface Ramsey, que fue profesor en el Seminario de la Inmaculada Concepción en la arquidiócesis de Newark, la cual dirigió McCarrick por más de una década, y llamó al nuncio apostólico Gabriel Montalvo para sonar la alarma cuando se anunció que McCarrick sería el arzobispo de Washington. Le dijo que rutinariamente McCarrick llevaba a estudiantes del seminario a su casa de playa en Nueva Jersey y los presionaba para que durmieran con él en su cama. Ramsey no estaba al tanto de contactos sexuales, pero consideraba una conducta inapropiada.
Montalvo le dijo que lo pusiera por escrito para enviarlo al Vaticano. La respuesta llegó seis años después y la firmaba el cardenal Leonard Sandri, el que recibió 6.500 dólares de McCarrick. Simplemente le agradecía la información enviada. En esos días tanto Sandri, como Montalvo y el secretario de Estado, el cardenal Angelo Sodano, recibían cheques de McCarrick.
El obispo emérito Paul Bootkoski llamó y le escribió al nuncio Montalvo para enterarlo de que dos ex seminaristas acusaban a McCarrick de conducta sexual inapropiada. Lo funcionarios de la Diócesis de Metuchen consideraron la reclamación tan significativa que habían pagado en secreto un acuerdo de 80.000 dólares a uno y otros 100.000 dólares al segundo seminarista.
MCarrick dejó su puesto de arzobispo con la reputación intacta y muchas vidas destruidas
En 2006, al cumplir 75 años de edad, McCarrick dejó el puesto de arzobispo de la capital estadounidense con una reputación intacta, pero siguió actuando en los asuntos eclesiástico y se le permitió seguir manejando el fondo especial. A finales de año el arzobispo Carlo María Viganò envió un memorándum a Sandri y al cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, en el cual exigía que McCarrick fue sancionado. Nunca le respondieron. El predador tenía medios financieros para influir en las decisiones y garantizar el silencio, el encubrimiento. Mientras Viganò enviaba cartas que nadie respondía, McCarrick enviaba cheques que eran bien correspondidos. La ausencia de medidas era total.
En los años que la Iglesia preparaba el informe que se conocerá en pocos días llegaron otros cientos de acusaciones sobre actos inadecuados del excardenal. El Vaticano en 2018 cuando anunció la elaboración del reporte declaró “que ya no se puede tolerar ni el abuso sexual ni su encubrimiento”.
La encíclica de Francisco invita a redescubrir al prójimo
El 4 de octubre pasado, Francisco apuntó su posición política ante un mundo en plena pandemia de la COVID-19. Arremetió contra el neoliberalismo, la globalización despiadada, la tiranía de la propiedad privada, el populismo, el nacionalismo y el poder de los gigantes digitales. En la encíclica Fratelli Tutti, propone un nuevo orden mundial con los pobres en el centro, al tiempo que invita a creyentes y no creyente a redescubrir al prójimo. El propio Jorge Mario Bergoglio indica que su carta sobre la fraternidad y la amistad social “es el mensaje de Jesús animándonos a reconocernos todos como hermanos y hermanas y así vivir en la casa común que el Padre nos ha confiado”.
En 8 capítulos y 287 puntos, Francisco interpela a quien lo lee con 41 preguntas y detalla un programa de vida en el que intenta alumbrar el camino concreto a recorrer para quienes quieren construir un mundo más justo y fraterno desde lo cotidiano, la política y las instituciones. Ese mundo más justo y fraterno significa una Iglesia libre de predadores sexuales y de encubrimientos, de referencias humillantes a las víctimas y de castigos apropiados. Un robusto no al silencio.
Como el apóstol Pedro, ver para creer
Con Francisco en el papado ha habido menos miedo de hacer la denuncia y llevar a los tribunales a los responsables de abusos sexuales y a sus encubridores. Hay confianza en la tolerancia cero. Pero se resiente la credibilidad, aflora la desconfianza, cuando dentro de la jerarquía se promociona a encubridores de casos de pederastia o a acusados de perpetrarla.
Se quejan del cardenal australiano George Pell, que fue enjuiciado y apresado por el abuso sexual de 5 niños y quedó absuelto después de que la Secretaría de Estado transfiriera a una cuenta en Australia la cantidad de 700.000 dólares. También señalan al cardenal chileno chileno Francisco Javier Cardenal Errázuriz Ossa, acusado de haber encubierto al expárroco pederasta Fernando Karadima. Y extraña que el arzobispo español Francisco Javier Martínez no haya sido apartado de su cargo a pesar de que se ha negado en repetidas ocasiones a colaborar con la Justicia de España en la investigación de 10 sacerdotes y 2 seglares acusados de abusos sexuales a menores.
Gerard O’Connell, vaticanista de la publicación jesuita America Magazine, considera que poco se puede sostener la acusación de que Francisco ha hecho poco o nada contra la pederastia en el clero. “Se pretende ignorar casi por completo importantes iniciativas eclesiásticas y legales, que ha tomado para reforzar la política de ‘tolerancia cero’ para erradicar el abuso sexual», apuntó. Pero sigue el silencio imponiéndose.
Una mafiosa cultura del silencio impera en Latinoamérica
El encubrimiento. En América Latina, por ejemplo, existe una cultura del silencio mafiosa que hace que hasta las familias de las víctimas callen por miedo a ir contra la autoridad moral que representa la Iglesia. Tampoco los medios de comunicación se prestan a publicar informaciones que afecten negativamente a la Iglesia o a sus miembros. Hay pederastia pero no se denuncia, y se denuncia ningún medio la publica. La Iglesia, Sancho.
Este martes se conocerá finalmente el informe sobre los obispos y funcionarios que encubrieron a McCarrick y se sabrá cuán desacertada fue la carta de once páginas del exarzobispo italiano Carlo Maria Viganò en la que acusaba a Francisco de encubrir abusos sexuales dentro de la Iglesia. Además, Viganò ha declarado a la prensa que en 2013 le habló personalmente a Francisco sobre la conducta impropia del cardenal McCarrick, a quien BenedictoXVI había prohibido oficiar misas en público, vivir en un seminario y viajar para dictar conferencias. “El 23 de junio de 2013 el papa supo que McCarrick era un depredador en serie”, subrayó.
Un cardenal defiende a Francisco y deja un manto de recelos
Fue entonces cuando el nombre del cardenal canadiense Marc Ouellet adquirió gran relevancia. Salió a la palestra pública para calificar de monstruosidad que Viganò acusara a Francisco de complicidad en encubrir abusos sexuales. Ouellet dijo que era increíble desde cualquier punto de vista que se acusara al papa «haber encubierto con conocimiento total a este supuesto depredador sexual y ser, por tanto, cómplice en la corrupción que se está extendiendo por la Iglesia».
En marzo de 2013 el cardenal Ouellet participaba en el cónclave del Colegio Cardenalicio para elegir a un nuevo obispo de Roma, cargo que lleva aparejados el de papa (sumo pontífice y pastor supremo de la Iglesia católica) y el de jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano. Ouellet era papable. Tenía los estudios y la experiencia, pero le faltaba la voluntad. Una vez se le salió que ser papa era una pesadilla. Algo que era extraño oírle a un cardenal bien leído, inteligente, que habla correctamente seis lenguas.
Su feligresía que esperaba la fumata blanca se preguntaba si el admirado purpurado tendría el brío para ser el líder de 1.200 millones de católicos. Además, aunque era muy cálido y congenial en privado, lo consideraban demasiado introvertido, tanto como una copia al carbón de Joseph Aloisius Ratzinger. Además, como los dos papas anteriores, no podía ocultar que estaba fuertemente influenciado por el teólogo suizo Hans Urs von Balthazar a quien no se le puede encasillar fácilmente como un conservador. Es algo más. Su obra teológica rechaza la modernidad, defiende enérgicamente la autoridad de la iglesia, el celibato de los sacerdotes y rechaza la ordenación de mujeres.
Una ortodoxia que se le dificulta explica
Ouellet rechaza tajantemente, y sin poder explicarlo muy bien, el secularismo, los matrimonios homosexuales y el aborto, incluso en caso de violación. Como arzobispo de Quebec fue sordo a las opiniones seculares de una nación desarrollada y decía que los quebenses habían perdidos sus ataduras espirituales. Se declaró contrario a la dictadura del relativismo.
Su punto de vista sobre como lidiar con las acusaciones de abuso sexual contra los clérigos también recibió cuestionamientos de la feligresía. No es ajeno a la materia. Su hermano Paul fue sentenciado en 2009 por el asalto sexual de dos menores. En 2012, en un peregrinaje en Irlanda, se reunió con víctimas de clérigos depredadores sexuales de menores y les pidió que perdonaran a los victimarios en favor de la Iglesia. No sorprendió que su nombre apareciera en la lista de los 12 cardenales que la Red de Sobrevivientes Abusados por Sacerdotes consideraba que no debían ser papables. Tampoco convenció la manera como manejó la salida del cardenal de Escocia Keith O’Brien, quien renunció luego de confesar su inapropiada conducta sexual. Dejó muchas dudas en el aire.
En diciembre de 2009, Paul Ouellet, de 63 años de edad, sorprendió a su hermano Marc, el arzobispo de Quebec, y a todos los creyentes y no creyentes de Canadá y sus vecindades. Publicó un aviso en un periódico para explicar que se declaró culpable de los cargos de agresión sexual para poner fin a la terrible experiencia. “Mi único error fue sucumbir a los avances de dos jóvenes de 13 y 15 años”, admitía en el texto. Paul Puellet, que es un artista multidisciplinario, dice que los dos muchachos lo amaban y que él los amaba, y menciona unas cartas que probarían la naturaleza de la relación.
En Canadá permanece vive una larga historia de silencio encubridor
Siendo el primado de la Iglesia de Canadá, el cardenal Marc Ouellet acusó a los medios de comunicación de tener motivos ocultos en sus intentos de vincular al papa con casos de abuso sexual, que la posición de la Iglesia era tolerancia cero a las agresiones sexuales de los clérigos. Pero en Chinatown, France Bédard, de 62 años de edad y fundadora de l’Association des victimes de prêtres, que asegura que fue violada y embarazada por un sacerdote de Quebec hace 45 años, dijo que Ouellet estaba «jugando con las palabras» y no tenía intención de expulsar a los sacerdotes pedófilos de las filas de la Iglesia.
En 2010 el New York Times publicó que el cardenal Joseph Ratzinger no expulsó de la Iglesia a un sacerdote que abusó sexualmente de hasta 200 niños sordos bajo su cuidado en una escuela con sede en Wisconsin entre 1950 y 1975, a pesar de que lo alertaron del caso varios obispos de Estados Unidos. Inmediatamente Ouellet declaró: “El abuso sexual cometido por sacerdotes es un drama atroz que afecta a todos los católicos. Yo mismo estoy profundamente perturbado por la confirmación de cada caso”.
Dos años sin dar un paso, cuatro años de silencio cómplice
En 2020 y días antes de que se conozca el informe sobre McCarrick, Ouellet vuelve a la palestra. La Fundación Arcadia, una organización sin fines de lucro comprometida en la defensa de los derechos humanos, con sede en Washington DC, lo acusa de encubrimiento y de obstruir la lucha contra la pederastia sacerdotal y solicita su destitución inmediata por el bien de la Iglesia católica y la tranquilidad del papa Francisco
Robert Carmona-Borjas, vicepresidente ejecutivo de Arcadia, presentó hace cuatro años en una asamblea eclesiástica regional y hace dos años al cardenal Ouellet una denuncia de dos delitos de pederastia cometidos por sacerdotes venezolanos en Colombia, sustentada en más de 130 folios de información, solo ha tenido como respuesta el acuse de recibo del documento que le firmó Ouellet.
Carmona-Borjas denunció el deplorable y burdo encubrimiento por parte de obispos y cardenales latinoamericanos, incluidos dirigentes de la Asamblea del Secretariado Episcopal de América Central y Panamá y los secretarios generales de la Conferencia Episcopal de América Latina y el Caribe) que escucharon su denuncia personalmente. “Ouellet ha tenido en sus manos desde hace dos años no solo la denuncia, sino la evidencia irrefutable que la respalda y no ha dado ni un solo paso para enfrentar esos hechos con la debida fuerza. No ha hecho absolutamente nada y su inacción y silencio es un síntoma de encubrimiento”, declaró.
Insistió en que las víctimas de abuso sexual no pretenden la vía judicial para que se haga justicia, sino que el sistema funcione, que sea la propia Iglesia la que lo haga y no un juego mediático que perjudique la imagen institucional de la Santa Sede. “La esencia de la denuncia es que el sistema funciones y evitar que hechos similares se repitan en el futuro”, recalcó.