Cristina Larroy García [Universidad Complutense de Madrid] y Elena Huguet Cuadrado [Universidad Europea]
El suicidio es un problema cada vez más frecuente en nuestra sociedad. En España, se quitan la vida diez personas al día, una cada dos horas y media. En el mundo, y según datos de la Organización Mundial de la salud (OMS), más de 700 000 personas fallecen al año por suicidio, aunque el número de intentos infructuosos es, evidentemente, mucho mayor.
Con motivo del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, analizamos la situación actual, los mitos asociados a esta conducta, el impacto de la pandemia de covid-19 y los retos que se presentan para los profesionales de la Psicología.
El estudio ESE-MeD sobre epidemiología psiquiátrica, que valora las ideas y conductas suicidas en población general, señala que un 4,4 % de los españoles piensa en suicidarse al menos una vez en su vida y que un 1,5 % lo intentará.
Los datos oficiales que proporciona la OECD y el Instituto Nacional de Estadística sobre las muertes en 2019 (último año registrado) indican que la situación en España, en comparación con otros países de la OCDE, no es de las peores. La tasa de suicidios consumados (7,7 por cada 100 000 habitantes) es significativamente menor que la de otros países europeos, como Hungría (25,9), Bélgica (15,9) o Francia (12,9) y similar a la de otros países mediterráneos como Italia (6,1) y Grecia (5,1).
Sin embargo, el suicidio sigue siendo en España la primera causa externa de mortalidad, muy por encima de los accidentes de tráfico. Y con tendencia al alza. Así, en 2019 hubo 3 671 suicidios consumados, un incremento del 3,73 % con respecto a los datos de 2018.
La covid-19, un agravante más
Debido a la crisis de la covid-19 y el aumento de acontecimientos estresantes que inciden en la salud mental (fallecimientos inesperados, problemas económicos, pérdidas de trabajo, aislamiento prolongado…), los expertos pronostican que en los próximos años las tasas se incrementarán. En algunos centros este incremento ya se percibe.
Por ejemplo, en PsiCall (servicio de atención psicológica para estudiantes de la Universidad Complutense de Madrid), se pasó de atender a un 3 % de pacientes con ideación suicida (2019) al 6 % (2020) y al 10 % (enero-julio de 2021), siendo, además, la ideación más grave e intensa en los dos últimos años: hubo que activar 33 y 44 planes antisuicidio (en 2020 y 2021, respectivamente, ninguno en 2019).
La interacción de problemas circunstanciales puede desembocar en una situación fatal, sin importar la gravedad del problema que lo ha “detonado”
Tradicionalmente, se piensa que las personas que se suicidan (o las que piensan en ello) son diferentes al resto, que solo comenten suicidio las personas con problemas graves y que los demás jamás pensaremos nada parecido. Sin embargo, es un mito completamente falso (según reflejan los datos de ESE-MeD comentados antes).
El suicidio es un fenómeno complejo, multicausal y multidimensional en el que la interacción de problemas que parecen circunstanciales puede llegar a desembocar en una situación fatal, independientemente de la gravedad del problema que lo ha “detonado”.
Para explicar por qué aparece la conducta suicida, imaginemos que nos encontramos ante un puzzle formado por muchas piezas, unas más grandes y otras más pequeñas. Estas piezas serían los factores de riesgo que, unidos, explicarían en su conjunto la aparición de la conducta suicida (pero nunca aisladamente). Estas piezas son muy diferentes y dependen de las vivencias y el contexto biográfico de cada persona, por lo que la valoración individualizada es esencial para entender qué es lo que está pasando.
Sin embargo, la comunidad académica coincide en que la presencia de sintomatología depresiva aguda o trastornos afectivos, altos niveles de impulsividad y agitación, padecer enfermedades crónicas, sentir desesperanza, tener problemas de consumo de alcohol o haber cometido intentos suicidas previamente son, entre otros, los factores personales clínicos más comunes relacionados con la conducta suicida.
Aunque no se pueden establecer relaciones causales, ser sensibles a estos factores nos ayuda a poder ver más allá y, en ciertos casos, detectarlos a tiempo para prevenir intentos suicidas.
Los mitos del suicidio
Hay que abordar también otros mitos acerca del suicidio: la idea de que la persona que se quiere suicidar no lo dice y va a pasar completamente inadvertido; así como la de que quien lo comunica no tiene intención de suicidarse. Ambos son falsos: 9 de cada 10 personas que se quitan la vida han comunicado a su entorno sus intenciones, dando señales claras de que necesitan ayuda.
Es ahí donde los psicólogos y psiquiatras podemos intervenir. En el caso de los familiares y amigos, estos cumplirán una función también indispensable: apoyar a la persona, permitir que se desahogue y ayudarle, en la medida de lo posible, a que busque ayuda profesional o acceda a los recursos adecuados.
Ser sensibles a las necesidades de estas personas (y de sus allegados); ser capaces de identificar los factores y momentos de riesgo para poder ayudarles en sus crisis suicidas; prevenir que estas aparezcan; acompañar y prestar ayuda a quienes se quedan (familiares, allegados, amigos del suicida) son, según nuestro criterio, los mayores retos que tenemos en la actualidad, los que hacen necesario un Plan Nacional de Prevención del Suicidio.
Este artículo ha sido publicado con la colaboración de la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI) de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Cristina Larroy García, catedrática del Departamento de Psicología Clínica y directora de la Clínica Universitaria de Psicología y del servicio PsiCall, Universidad Complutense de Madrid y Elena Huguet Cuadrado, profesora de Psicología en la Universidad Europea de Madrid, Universidad Europea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.