Sebastián Edwards, economista chileno radicado en EE UU
[Mucho antes de las elecciones en las que George Boric resultó presidente electo de Chile, exactamente en noviembre de 2020, el economista Edwards publicó un articulo sobre el erróneo camino que habían tomado los chilenos con su salto a la misma izquierda de Salvador Allende, la que mantuvo a Fidel Castro varios meses en Cuba dirigiendo «la revolución pacífica» que despertó a los terribles momios que bombardearon el Palacio de la Moneda y acabó con la vida del presidente libremente elegido. Todavía no se ha aclarado si fue un suicidio o un asesinato a manos de su guardaespaldas cubano, pero no hay dudas de que Chile ha reabierto las puertas de su propio infierno y le costará mucho sufrimiento volverlas a cerrar]
RH
Cuando los historiadores del futuro analicen lo ocurrido en Chile en los años finales de la segunda década de este siglo, se preguntarán perplejos cómo fue posible que el país más exitoso de la historia de América Latina decidiera, por una abrumadora mayoría, destruir la institucionalidad que le permitió convertirse en referente regional.
Especularán que el sistema había fallado, pues no lograba satisfacer las demandas de la ciudadanía. Formularán todo tipo de teorías acerca de fuerzas sociales misteriosas que nadie anticipó. La verdad, sin embargo, es que el suicidio de Chile era previsible y algunos veníamos advirtiendo hace más de una década que ocurriría.
Hace muchos años que, mediante un discurso público flagelante, Chile viene cultivando un estado depresivo. Se negó sistemáticamente a reconocer el progreso conseguido mientras se encargaba de demonizar el mercado, los empresarios, el lucro y todos los principios que nos sacaron de la mediocridad que históricamente nos caracterizó.
Este discurso sumió a los chilenos en tal depresión que los llevó a odiar lo que habían construido. En otras palabras, la raíz del problema chileno fue psicológica. En su best seller 12 Rules for Life, Jordan Peterson sugiere una regla de salud mental que Chile claramente no aplicó: «Compárate con el lugar en el que te encontrabas antes y no con el lugar en que están los demás».
La pobreza extrema se redujo del 34,5% a 2,5% en 2014
En el caso de Chile, la evidencia de superación es irrefutable. La inflación crónica, que había alcanzado más del 500% en 1973, cayó por debajo del 10% en la década de los noventa y por debajo del 5% en la primera década del siglo XXI. Entre 1975 y 2015, el ingreso per cápita en Chile se cuadruplicó hasta alcanzar los 23.000 dólares, el más alto de América Latina. Y lo mejor: desde principios de la década de los ochenta hasta 2014 la pobreza se redujo del 45% al 8%.
Los indicadores muestran que este “milagro económico” benefició a la mayor parte de la población. Por ejemplo, en 1982 solo el 27% de los chilenos tenía un televisor. En 2014, el 97% lo tenía. Lo mismo ocurre con los refrigeradores (del 49% al 96%), lavadoras (del 35% al 93%), los automóviles (del 18% al 48%), y otros artículos.
Todavía más importante: la esperanza de vida aumentó de 69 a 79 años en el mismo período y el hacinamiento en las viviendas se redujo del 56% al 17%. La clase media, según la definición del Banco Mundial, aumentó de un 23,7% en 1990 a un 64,3% en 2015 y la pobreza extrema se redujo del 34,5% a 2,5%.
En promedio, el acceso a la educación superior se multiplicó por cinco y benefició principalmente al quintil más bajo, que vio su acceso a la educación superior multiplicado por ocho. Esto es coherente con el crecimiento de los ingresos en los diferentes grupos socioeconómicos. Si bien entre 1990 y 2015 los ingresos del 10% más rico crecieron un 30%, los ingresos del 10% más pobre experimentaron un aumento del 145%.
La mayor movilidad social entre los miembros de la OCDE
A su vez, el índice de Gini cayó de 52,1 en 1990 a 47,6 en 2015. Si se mide la desigualdad de ingresos dentro de las diferentes generaciones, la reducción es aún mayor. Otros indicadores de desigualdad también muestran una reducción de la brecha entre los ricos y el resto de la población. El índice de Palma, que mide la desigualdad de ingresos del 10% más rico en relación con el 40% más pobre, se redujo de 3,58 a 2,78 en el mismo período. Mientras, la relación entre los ingresos de los quintiles más bajos y los más altos disminuyó de 14,8 a 10,8.
Un informe de la OCDE de 2017 mostró que Chile tenía mayor movilidad social que todos los demás países de la OCDE. También ocupaba la posición más alta entre las naciones latinoamericanas en el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas. Nada de eso importó.
Nos comparaba con Suecia, no con el hueco donde estuvimos
Una élite política e intelectual populista, progresista y conservadora socialcristiana convenció a la ciudadanía de que el problema del país era la desigualdad y el “neoliberalismo”. Comparaba a Chile con Suecia y Noruega, sin reparar en los niveles de productividad, baja corrupción, eficiencia estatal, ingreso per cápita o libertad económica de esos países.
Se instaló la idea de los “derechos sociales”. La población lo abrazó esperando que el Estado mágicamente le proveyera los recursos que le faltaban para vivir mejor. El referéndum, que dio a la nueva Constitución un respaldo aplastante, es nada más que el último paso en el giro de Chile, movido por la depresión y falta de fe en sí mismo, hacia un Estado omnipotente. Un Estado cada vez más corrupto e ineficiente que las élites de siempre han capturado en su propio beneficio, mientras le dicen a la masa de que todo lo que hacen es “por justicia social.”
Mientras tanto, los capitales se van del país, la inversión se seca, el gasto fiscal –y la deuda– explotan y la inestabilidad política se agudiza. Nada de esto, como es obvio, se resolverá con una nueva constitución sino por el contrario: se agudizará. Pero la suerte está echada. El suicidio de Chile parece asemejarse cada vez más al que cometió hace casi un siglo la vecina Argentina. Un suicidio de manos de una ideología tan ponzoñosa y resistente que parece admitir resurrección