La política supone una práctica elevada de la virtud humana. A partir de un análisis constructivo y emotivo, podemos concluir sobre el buen o mal desempeño de un político. No es bueno el que logra permanecer en el poder por zorro, timador y autoritario. Tampoco por carismático o simpático. La simpatía en todo caso, debe corresponder en empatía, solidaridad y elegancia.
De tiranos y farsantes está llena la botella. También de estadistas y nobles. Pero existe una tercera clase de políticos: los hueros, los anodinos, diría papá. Aquellos que validan la importancia de los sentimientos y las emociones en la política. De cómo la falta de tacto y olfato para hacer las cosas con tino, solemnidad y gala, alejan al buen político, de lo que Adam Smith definen “una percepción favorable de interesarse por el estar del otro ”.
Siento, luego existo
¿No es Adam Smith quien nos habla que las personas persiguen su interés personal, que no esperamos la bondad del carnicero que su carne nos alimente sino su interés de venderla? Gran parte de la política económica smithniana parece haber quedado en su visión del individuo egoísta denominado “maximizador de utilidad ”. Algo parecido sucede con la política. El político-carnicero a quien perciben como utilitario, por no demostrar interés por compartir un trozo de pan, sino prepararlo para venderlo.
Los sentimientos -nuestra carga moral y emocional- se elevan por el individuo que, siendo político o burócrata, “por más egoísta que quiera suponerse, evidencia algunos elementos en su naturaleza, que lo hacen interesarse en la suerte de los otros de tal modo que la felicidad de fuente es necesaria, aunque de ello no se obtiene nada, a no ser el placer de presenciarla ”[ Adam Smith, en 1753] .
La distinción del hombre bueno es sentir lástima o compasión ante la miseria ajena. Una exquisita sensibilidad cuya virtud o carencia en política, produce grandes victorias o fragosos desprendimientos de la acción voluntaria.
La política entonces no es importante, al decir de Descartes, “pienso, luego existo ”. Una falacia -según Antonio Damasio- porque no se puede pensar antes de ser . “La mente no es el piloto del barco. Es el barco mismo ”Y ese barco -agregaría- no es solo quilla, vela y timón. No es sólo circunstancia. También es madera hecha pasión, sangre y sentimientos.
Hacia finales del siglo XX Antonio Damasio propuso un cambio esencial. “Si la integración entre la emoción y la cognición se produce de manera acertada, entonces los sentimientos se encaminan y nos llevan a puerto seguro». No es la lógica o el saber lo que nos lleva en buena dirección. La intuición y las emociones son el viento de popa que impulsa las velas. Cuántas expediciones hubiesen fracasado, amén de la pericia del capitán, si no hubiesen contado con su capacidad de levantar emociones. Siento, luego existo.
En «La teoría de los sentimientos morales» Smith analiza en profundidad el fenómeno humano de la simpatía. De cómo el protagonista de cualquier pasión, de su modo natural de interesarse por el estar del otro , encuentra la aceptación necesaria para ser obedecido y preferido. Es el maximizador de la bondad, que sabe cuándo y cómo deslizar sus críticas serenas, hacer sentir que le interesas, sembrando una inferencia positiva en la acción social y colectiva, que es predilección.
Los sueños que se apoderan de nuestra realidad
Smith demuestra la evolución de su pensamiento utilitario después de 17 años. Del interés del hombre de socializar y alcanzar [con simpatía] el interés social, a las “la riqueza de las naciones», donde concibe un individuo más bien egoísta, que persigue su interés propio. En ese afán de perseguir ese interés propio, una mano invisible [el mercado] ordena la economía y permite que tanto interés propio como público converjan en una misma acción. En la política esa mano invisible es el pueblo, sus sentimientos, quienes abrazarán racional y emotivamente una alternativa, no por el precio sino por el valor de producir utilidad colectiva.
Cuando un canciller que ha pertenecido a un mismo gobierno desdice, calificándolo de «deformado, poseedor de una casta que se ha burocratizado [sic], cuya estructura maneja fondos para uso personal… por lo cual que es asquerosa y nauseabunda… y vegeta«, no consigue una reflexión seria y menos lograr lo pretendido, relanzar la unidad. Lo que hace es fraccionar más, contrariar la cultura y sentimientos de una gran mayoría. Que piensa que el que le pega a la familia se arruina . Y sin mano invisible que le compense, apelando a la unidad divide. Suma restando, y en vez de compartir un trozo de pan , es enmendado como el egoísta que desea maximizar su utilidad.
Momentos de revisar las líneas de Smith, Damasio, Lipman, Haberman y Moderno. También la prosa de Benedetti: “Me gusta la gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad. Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño… La gente que es justa con su gente y consigo misma… Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme… La gente que tiene tacto ”.
El sepulturero entierra nuestros sueños, aunque no sea su voluntad. Y así le ve la gente, esa mano invisible que siente como aquel que no tiene interés por el estar del otro, sino por el propio. Pero no pasa nada. El pueblo mece la cuna y hace que el interés propio y el público converjan en una misma acción, para alcanzar los sueños de la vida: la libertad, la democracia, la república. Ideales insepultos.