Con la publicación del salario de Messi, ha vuelto un debate muy recurrido sobre la justicia salarial. Escuchamos opiniones sobre si una persona puede ganar tanto dinero mientras otros ganan tan poco. Para enfocar la discusión primero vamos a reflexionar sobre cuáles son las reglas que rigen los salarios, y sobre todo si en el siglo XXI tienen sentido los salarios como los conocemos ahora.
Los salarios que las empresas pagan a sus empleados dependen de una variedad factores:
- Son el resultado de la ley de oferta y demanda para una posición concreta y bien definida. Tu salario no refleja tu valía como persona ni como profesional. Si los salarios fueran reflejo de la valía del trabajo, los médicos, personal sanitario o profesiones como los bomberos que salvan vidas, serían los mejores pagados. Y no es así.
- Existen casos excepcionales, menos del 5%, en los que el salario se fija por el valor real que aporta una persona concreta a la empresa. Suelen ser profesionales relacionados con las ventas o personas con mucha relevancia mediática o influencia dentro de un mercado.
- Las empresas conocen los salarios medios de los puestos en el mercado y deciden en qué percentil se quieren posicionar. Así, empresas como Mckinsey deciden pagar mejor a sus consultores que las big four, por poner un ejemplo.
- Existen otros factores como el tipo de industria, el país, el puesto, el tamaño de la empresa y la historia de adquisiciones de la empresa que pueden condicionar las bandas salariales de cada persona en concreto.
A raíz de los que han opinado a favor o en contra del “salario de Messi”, sería muy interesante preguntarse si los salarios —tal como están concebidos— tienen sentido en las realidades del siglo XXI.
La palabra salario, de latín «salarium», significa pago de sal o en sal. En la antigua Roma la paga era con sal. Era una sustancia valiosa por su uso en la conservación de los alimentos, en especial carnes y pescados. Después existieron otras formas de pagar un salario. Sin embargo, el término salario se siguió usando, lo que cambió fue el elemento con el que se pagaba.
La sociedad la griega, por ejemplo, pagaba con una cantidad de trigo y otro tanto de cebada, mientras que en Mesopotamia se usaba aceite o granos de la temporada.
En la actualidad el salario es la cantidad de dinero que un trabajador recibe de forma periódica de su empleador por un tiempo de trabajo, que hace referencia al número de horas que trabaja en una jornada laboral o día. En el caso de España, la legislación fija que no podrá superar las 40 horas semanales ni las 8 horas diarias.
Los organismos internacionales, los derechos económicos y una variedad de leyes tratan de regularlos para que sean lo más justos posible.
Si analizamos cómo eran las empresas y la sociedad en los dos últimos siglos, quizás tendría sentido regular la forma en que las empresas pagan a sus trabajadores. Entre la forma de trabajar y el tipo de trabajo podía establecerse una correlación entre las horas trabajadas y el trabajo realizado. Tantas horas, tantos zapatos o tantos panes.
En el siglo XXI todo cambia muy deprisa. La forma en que trabajan las empresas y el tipo de trabajo que se realiza hacen que el concepto del salario fijo, o el fijo con un variable pequeño, carezca de sentido.
El salario fijo y el horario fijo, sin lugar a duda, son los dos elementos que más puedan limitar a las personas en una organización. La mayoría de los trabajadores van al trabajo a justificar sus horas fijas de trabajo y su salario fijo. Si realmente se les pagara por los resultados, dejarían de perder el tiempo en tareas que no aportan valor y se concentrarían solo en lo realmente productivo.
Si las personas tuvieran un salario totalmente variable, ligado a objetivos muy concretos, los empleados ganarían muchísimo más dinero. Y harían ganar más dinero a las empresas.
Siempre comento el caso de Thermomix. Una empresa en la que toda su fuerza de ventas está basada en autónomos cuyo salario es 100% retribuido en función de las ventas realizadas. En 2020 lograron vender 178 millones de euros. Lo que supone una venta cada tres minutos y medio de un aparato de cocina, que no es precisamente barato.
Es la diferencia que existe entre “pagar por vender” y “pagar por ir a vender”. Si pagas por ir a vender, la gente va un número de horas al día a vender y no todo su tiempo lo dedica a la venta pura. Si pagas solo por vender, el trabajador dedicará su tiempo a vender y trabajará el número de horas que él considere justo para lograr sus objetivos personales.
Solo en los trabajos con una correlación directa entre horas trabajadas y resultados, tendría sentido pagar por horas fijas: conductores, personal de seguridad, etc.
Si lo piensas un poco, te quitas los patrones del siglo XX y piensas libremente, te darás cuenta que el único salario que tiene sentido es el ligado a objetivos concretos y por tanto variable.
Además, de esta forma las personas serían capaces de “intraemprender” en las organizaciones desarrollando sus ideas y llegando a un acuerdo de repartición de las ganancias a cambio del uso de sus activos. Las empresas crecerían con recursos internos que de otra forma se escaparían a montar sus propias empresas. O bien se irían a la competencia a cambio de un salario fijo un 20% mayor.
El salario fijo está muerto, al igual que el empleo como lo hemos conocido. Comienza la era del trabajo.
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