El ser humano es una criatura enigmática; frágil, finita, efímera. Controlados: idiotas sensibles, bárbaros indiferentes o máquinas para reproducirse. Los que rompen, las minorías calificadas de mejor condición humana, pocas veces se atreven. Solo individualmente lo hacen, porque siempre razonan más de lo que sienten.
El mundo desaparecerá no porque haya demasiados humanos; sino porque hay demasiados inhumanos… Lo que ocurre una sola vez, probablemente no ocurra nunca más, pero lo que ocurre dos veces, probablemente ocurra una tercera vez.
Proverbios judíos
El poder en el principio fue un asunto de Dios o de los dioses. Después, solo de emperadores y reyes investidos de la divinidad de aquel. Finalmente, el problema del poder se ha convertido en registros de disputas encendidas con nobles y perversos fines, que han dado y seguirán dando rienda suelta a todas las miserias humanas, que motivan a continuar innovando horrores cuando alguno de los nuevos héroes intente de nuevo imitar a Dios.
Solo ellos y Dios
Como lo hicieron Alejandro Magno, Julio César, Napoleón Bonaparte y Adolf Hitler, otro nuevo monstruo comienza a dibujar su figura en el horizonte y más temprano que tarde, cuando vea la oportunidad o se sienta acorralado, se atreverá a provocar una catástrofe de dimensiones impredecibles para todos los seres humanos amantes de la paz perpetua.
El buen desempeño del poder en la vida real, entendido al estilo confuciano como competencia entre caballeros para servir y ayudar al prójimo, poniendo el hombro al servicio del adversario si este se hace acreedor de la victoria, parece misión imposible en el nuevo reino de la comunidad tecnológica, tan individual, tan egoísta y tan monetizado, donde el otro no representa nada si no dice cuánto vale en el mercado.
Más lejos se siente la fraternidad entre las naciones, pendientes todas de acumular fuerzas, municiones, tanques, aviones, artillería, modernos equipos electrónicos, nuevas versiones de drones, para defender posiciones o reclamar viejas deudas de la geopolítica por encima de tareas de desarrollo humano, de cuidado de la tierra, de preservación del ambiente y de fomento de la cultura del humanismo creativo y solidario, para bien de mejores condiciones de vida, de respeto a la dignidad ciudadana y de estímulo al crecimiento espiritual.
Entre el conflicto social y la contingencia nace el tirano
Desde que tenemos noción de historia y de colectivo, la conducta que más desaprueba el sentido común y la sensatez es que un solo individuo quiera toda la representación, todas las decisiones y todo el poder para siempre y hasta que la muerte lo separe de la vida terrena. Sin embargo, esas experiencias las han llevado adelante seres humanos que se creyeron elegidos para ejecutar una gran misión en la tierra, con consecuencias catastróficas para la vida y el bienestar de los habitantes de buena parte del planeta.
Sus enfermizos rasgos personales y la situación particular en la que se apropian del poder están marcados por la contingencia y la conflictividad social en un periodo histórico altamente convulsionado, donde la habilidad política y la astucia personal en el manejo de lo social, les facilita el ascenso.
En condiciones especiales saben convertir la realidad en un escenario propicio para emplear todas sus dotes histriónicas, oratorias y de persuasión de las masas, que los hacen ídolos y logran transformar las sociedades de donde emergen en un espejo de todos sus vicios, carencias afectivas, frustraciones, caprichos y perversiones.
Las razones que explican la conducta de esos supuestos “héroes” –para algunos y, para otros, verdaderos ‘‘desquiciados”, se estudian desde infinitos ángulos y especialidades y parecen saturar los auditorios de todo el mundo. Sin duda, el pasar del tiempo disminuye glorificaciones y otras razones rescatan omisiones, a las que las nuevas generaciones agregan novedosas versiones.
Esa es la tarea de los observadores inquietos. Ningún hecho histórico está lo suficientemente investigado ni ha sido tampoco agotado en su tratamiento. El tiempo va desnudando a los personajes con otras ópticas. Siempre hay nuevos instrumentos para ver y aparecen novedosas evidencias.
Tres perfiles y una constante
Para mis comentarios, tomaré dos tiempos y dos culturas. Por Francia, Napoleón Bonaparte (1769-1821); por Alemania, Adolf Hitler (1889-1945). Un tercero, en ciernes, Vladimir Putin (1952), con rasgos personales e iniciativas políticas similares a los dos anteriores, pero adaptado a los cambios tecnológicos y a la coyuntura histórica actual.
En el caso de Putin, un análisis apretado de su personalidad, luego de un seguimiento a declaraciones y actitudes en 24 años ejerciendo el poder –desde que Yeltsin lo nombró primer ministro–, dan un perfil del posible comportamiento a futuro, con todos los peligros que representa para la paz mundial.
El poder, cuando no se tiene cultura para ejercerlo, puede transformarse en una terrible enfermedad que afecta toda la estructura psíquica de quien lo detenta. El poder despierta emociones y sentimientos que sin una apropiada formación, la auto interpelación constante y el autocontrol personal y el contrapeso de instituciones creadas con tales fines, pueden llevar a los rincones más oscuros del alma y a desatar monstruos que activan violentamente el hedonismo más perverso.
Se llega a tener la convicción de que todas las decisiones forman parte de mandatos del altísimo soberano, el líder encarna la satisfacción que provoca a los que habla, cuando gana una batalla civil o militar o ejecuta a un adversario o a un amigo que supuestamente, o en realidad, lo ha traicionado.
Yo tapé la sima anárquica, y puse orden en el caos. Limpié la revolución, ennoblecí a los pueblos y reafirmé a los reyes… ¿Sobre qué se me podía atacar que un historiador no pueda defender?
Napoleón Bonaparte
El arte de la oratoria para tiranizar
En el caso de los más célebres tiranos, todos sus argumentos sonarán impecablemente encajados en un discurso emocional que le robará el corazón a cualquier auditorio. Han hecho el inventario con los ingredientes que demanda el mensaje, estudiado el contexto en el que dirán lo que sus seguidores –especialmente el gran público– quiere escuchar, de manera articulada y hermosamente. No puede haber ruido en el discurso para que pueda ser digerido y asimilado íntegramente; debe ser infalible sin dejar dudas, solo tiene cabida el aplauso atronador. Además, son unos maestros de la retórica, del buen y oportuno uso del lenguaje.
Hitler, en este arte, fue un maestro: Sé perfectamente que se gana a menos gente a través de la palabra escrita que de la palabra oral. Cada uno de los grandes momentos de este mundo, debe su grandeza a grandes oradores y no a grandes escritores.
El rasgo fundamental de los tiranos, la característica esencial que los define y los identifica lo constituye un profundo, descarado y enfermizo desprecio por la vida humana. Consideran el ser humano como el animal de menor valor. La vida no cuenta. Vida y muerte en la balanza que mide el peso del alma al inicio y al final, valen lo mismo.
Todo lo opuesto a un humano sensible es un tirano, de cualquier signo ideológico, de cualquier religión, de cualquier cultura, de cualquier raza.
Alejandro Dumas cuenta en su biografía de Bonaparte que recién ascendido a general, cortejando a una distinguida señorita mientras paseaba por el desfiladero de Tande, se le ocurrió agradarla con un simulacro bélico, en tiempo real, para lo cual ordenó un ataque de avanzada a doce de sus hombres. Después confesaría, arrepentido –asunto que no creyó nadie–, que le habían dolido esa docena de hombres más que los 300.000 franceses que perdió en el frente ruso.
Nace un futuro emperador
Napoleón Bonaparte vino al mundo –dice Alejandro Dumas-, en Ajaccio, provincia de Córcega, bajo dominio francés, el 15 de agosto de 1769. Hijo de Carlos Bonaparte y Leticia Ramolino. Sus padres le dieron el apellido Bonaparte, y el cielo el de Napoleón. Fueron ocho hermanos. El recién llegado sería el segundo miembro de la familia.
El primogénito fue José, después rey de España (1808-1813) por designio de su hermano, que desde niño exhibía su carácter de hierro, cuando lo sometía por la fuerza y no contento con eso, lo acusaba para aparecer como víctima y lograr que su madre lo complementara con una buena paliza que el menor celebraba agradecido.
Alguien ha dicho que la lógica de la historia es aleatoria o azarosa, especialmente para los aventureros. Tiene más que ver con el destino o el azar, como guste llamársele, que con lo que nos pasa con o sin nuestro consentimiento.
Un teniente revolucionario que llega a ser cónsul
Napoleón Bonaparte, cuando estalló la revolución, se hizo republicano, no por principios sino por oportunismo. Pensó que solo la República podía proporcionarle medios para hacer fortuna y satisfacer su ambición desmedida:
Si yo hubiese sido Mariscal de Campo, hubiese abrazado el partido de la corte; pero siendo un simple teniente, he debido echarme en brazos de la revolución.
Después de sucesivas hazañas militares, incluyendo la acción en defensa del Directorio en 1795, que detuvo y derrotó a la insurrección de partidarios de la monarquía que buscaban su restauración, comienza su ascenso cuando es nombrado general de división en premio a la lealtad al Directorio y a Jean Paul Barras (1755-1829), el hombre fuerte en ese momento.
El gusto por la guerra es la máxima forma de aventura, que pone a prueba el valor y la inteligencia del hombre, forzándolo hasta sus límites, obligándolo a idear estrategias y a desarrollar poderosos sistemas de armas capaces de darle la victoria sobre los enemigos.
Napoleón Bonaparte
No hay ascenso más venturoso que el de un aventurero. Su ambición de poder lo transforma en una verdadera gacela para escalar la cima. La prisa y los intereses repartidos en pedazos de la coyuntura le facilitan el camino a la gloria. Barras se muestra interesado en elevar a Napoleón y, a principios de 1796, le propuso el matrimonio con Josefina de la Pagerie, viuda del vizconde de Beauharnais.
El 21 de marzo 1796 es nombrado general en jefe del Ejército en Italia, que tenía su sede en Niza. Allí había conocido tiempo atrás al joven Robespierre, ejecutado en 1794, antes representante del pueblo en aquel ejército, quien hizo todo lo que estuvo a su alcance para que el prometedor militar se hiciera su aliado. En sus buenos cálculos, Bonaparte consideraba que todavía no había llegado el tiempo de tomar partido.
El momento de asaltar el poder
Su regreso de la campaña por Egipto, en 1799, viene precedido de su fama como gran estratega militar, de sus hazañas y victorias logradas en el campo de batalla, por supuesto exageradas, por la publicidad de los seguidores y aduladores, que eran muchos.
Encuentra un pueblo temeroso en un momento en que domina el terror de los jacobinos, crecen los enfrentamientos y especialmente la inestabilidad. El Directorio está debilitado y Bonaparte ve la oportunidad de hacerse del poder.
El pueblo francés demanda orden y pone en Napoleón la esperanza de que lo devuelva. El 9 de junio se produce el golpe de Estado que sustituye al Directorio y se da el llamado 18 Brumario, que pone fin a la Revolución Francesa y se designa un triunvirato: Sieyès, Roger Ducos y Napoleón Bonaparte, que designa como primer cónsul al último.
Napoleón Bonaparte, emperador de Francia
El 2 de diciembre de 1804, en la Catedral de Notre Dame, Napoleón Bonaparte, en una ceremonia sin precedentes en la historia, se hace coronar emperador de Francia por el papa Pío VII. La elevación a emperador lo aprueban más de cinco millones de franceses en un referéndum constitucional ese mismo año. Hasta ahí dónde puede contagiarse la ciega obediencia a un mortal.
Tres hombres, tres nombres, tres individuos quedaban cuerdos en la Francia de aquellos días frente a una masa enloquecida de fervor a un nuevo dios. En nombre de las letras, esa república que no tiene césares ni napoleones, dejarían estampadas sus firmas contra el nuevo absolutismo napoleónico ‘‘descendiente directo de Dios’’: Jean François Ducis (1733-1816), Nepomuceno Lemercier (1771-1840) y François-Rene de Chateaubriand (1768-1848).
Adolf Hitler y la nueva Alemania
El camino de Hitler será mucho más expedito que el de Napoleón Bonaparte. Se hizo del poder en tres grandes saltos de garrocha en una Alemania abrumada de situaciones límites en lo económico, político y social, recién derrotada y humillada, pero con muchos deseos de venganza.
Alemania encontrará su vengador, pero también su enterrador temporal. Adolfo Hitler nació en Braunau am Inn, una pequeña aldea cerca de Linz en la provincia de Alta Austria (1889-1945). Su padre, un trabajador de aduana de nombre Alois Hitler (1837-1903). La madre, Klara Polzl (1860-1907), la tercera esposa de Alois.
Su infancia estuvo marcada por el autoritarismo y el maltrato paterno. El padre solía propinarle tremendas palizas, que recibía con el más puro estoicismo, sin ninguna expresión de dolor y el más absoluto silencio, para demostrarle que no podía hacerle daño. En su pasantía por el ejército, donde alcanzó el rango de cabo, demostró la más inquebrantable obediencia. Su lema, compartido con sus camaradas de armas de entonces, era “respetar al superior y no contradecir a nadie, simplemente obedecer a ciegas. Esa concepción de la obediencia absoluta haría que fuera evaluado como un soldado correcto.
El resentimiento deja una herida abierta
Al final de la Primera Guerra Mundial, después de convalecer en un hospital por una ceguera momentánea, Hitler es uno de los alemanes que siente humillación por la firma del Tratado de Versalles, que prácticamente puso a Alemania de rodillas y obligada a pagar casi todos los costos económicos de la guerra.
Tan pronto ingresó al Partido Socialista Alemán, alcanzó gran relevancia como líder y organizador por su carisma, sus dotes de orador y de agitador inclinado a la violencia. Nunca le gustaron las mediaciones ni los bajos tonos, menos las conciliaciones. Siempre consideró el adversario como un enemigo al que había que eliminar.
Pronto logré comprender lo que era el temor físico para con el individuo y con las masas… ¡Al que no tiene fuerza, el derecho no le sirve de nada! Toda la naturaleza es una formidable pugna entre la fuerza y la debilidad, una eterna victoria del fuerte sobre el débil… Cuando se inicia una guerra, lo importante no es tener razón, sino la victoria… En las contiendas ganar es lo importante, los detalles vendrán después.
Adolf Hitler
Un intento temerario para tomar el poder
Entre el 8 y 9 de noviembre de 1923, Adolf Hitler, líder indiscutible del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP), dirige un grupo de la coalición en un intento de hacerse del poder mediante un golpe de Estado, conocido en la historia como el Putsch de la Cervecería.
Hitler y sus partidarios pretendían tomar el control del gobierno estatal de Múnich, marchar sobre Berlín, derrocar el gobierno Federal y establecer un gobierno que supervisara la construcción del Gran Reich Alemán unificado, en el cual la ciudadanía se fundaría en la raza.
El golpe fracasó y Hitler fue detenido y condenado a cinco años de prisión. Apenas pagó ocho meses, tiempo que aprovechó fructíferamente para su causa. Escribió su ideario político: Mein Kampf (Mi lucha), en el cual afirmaba que la afeminada ética judeocristiana debilitaba a Europa: Alemania necesita un hombre de hierro para rehabilitarse y construir un gran imperio.
Un cabo vengador se hace canciller
La situación económica y social del mundo capitalista se hace crítica debido al gran crack del año 1929. Europa vive convulsionada políticamente, y Alemania se ve sacudida por la devastación económica que provocan los compromisos que dejaron las pérdidas de la guerra y la gran depresión.
Millones de alemanes pierden su empleo. El hambre, la pobreza y la indigencia crean una ola de indignación que azuzada en una campaña racista, antisemita y anticomunista hacen el partido nazi acumule fuerzas para la toma del poder.
Nada prospera en el Parlamento, el país está políticamente paralizado y fragmentado. El manejo propagandístico y la manipulación convierten a los nazis en la fuerza mayoritaria. El pueblo alemán ve en Hitler al salvador.
El 30 de enero de 1933, el presidente alemán Paul von Hindenburg designa canciller a Adolf Hitler. Lo demás es historia: Hitler escribirá, a partir de 1939, la página más sangrienta de la historia de la humanidad, cuando inicia la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Polonia.
Los seres humanos producto de la mezcla de razas son despreciables… Conmigo se va la última esperanza del mundo, las democracias occidentales son decadencia; el comunismo con gobiernos autoritarios, a la larga acabará conquistando el mundo.
Adolf Hitler
Putin, de jefe de la policía política a primer ministro
Lo más difícil de combatirde la moderna dictadura, ayer comunista, que aparece con la caída del muro de Berlín en 1989, es que nace en un momento histórico en que comienza la mundialización del uso de las nuevas tecnologías y le sirve de soporte para que, mediante la sobreinformación y la manipulación, se vista con ropaje democrático, pero siga actuando más holgadamente como dictadura.
Nada ni nadie detendrá a Rusia en el camino hacia el fortalecimiento de la democracia y la garantía de los derechos humanos y las libertades. La elección democrática que hizo el pueblo ruso a principios de los noventa es definitiva.
Vladimir Putin
El actual jefe de gobierno ruso fue un agente de inteligencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Conocedor, por su oficio en la KGB, de la psiquis humana, especialmente su parte oscura.
Un agente de la KGB soviética es mucho más peligroso que un militar de cualquier rango con instinto autoritario depredador. Aquellos, los viejos tiranos, mandaban a matar. Putin sabe cómo hacerlo, lo hacía antes directamente, y para corroborarlo, lo probó con Aleksei Navalny, cuya muerte de seguro monitoreó, al igual que la explosión del avión donde iba el jefe del grupo Wagner.
Es un hombre de mil máscaras. Nunca dirá hacia dónde va realmente, como lo gritaban Bonaparte y Adolf Hitler a sus soldados. Él cambió el traje negro de la dictadura de Lenin, por el jabot y el chaleco de Thomas Jefferson. Sabe que la dictadura del proletariado probó ser muy costosa para lo inútil que era. Sabe que el mundo occidental detesta las dictaduras y las nuevas tecnologías tienen la contracara, si son bien utilizadas, ponen a los tiranos en evidencia.
La historia demuestra que todas las dictaduras, todas las formas autoritarias de gobierno son transitorias. Solo los sistemas democráticos no lo son. Cualesquiera que sean las deficiencias, la humanidad no ha inventado nada superior.
Vladimir Putin (da la impresión de estar leyendo un discurso de Winston Churchill)
Aquellos dos monstruos, Napoleón y Hitler, disfrutaban la mortandad de los campos de batalla, este el silencio y la delación en los calabozos y las catacumbas donde a fuerza de martirio arrancan confesiones verdaderas o imaginarias, para criminalizar y eliminar al propietario de toda opinión o idea que estorbe, que moleste o le robe la concentración del público a su egolatría.
Su formación para prevenir o persuadir mediante mecanismo de coerción y fuerza –imperceptibles a la opinión pública– se combina con las nuevas tecnologías al actuar de forma cómoda y subliminal, tergiversando la realidad en su beneficio, mediante el manejo propagandístico y la sabia utilización de los Fake News, en la era de la posverdad.
Hasta hoy no se conoce al real Vladimir Putin
No se sabe la verdad sobre la vida privada de Vladimir Putin y su desarrollo. Todo lo que leemos en los diferentes ensayos respecto a su carrera de agente de contrainteligencia en el exterior resulta baladí o aparentemente insustancial.
Sería un contrasentido que fuera una página abierta al mundo la vida profesional, y menos aún la privada, de un agente secreto en uno de los periodos de más sostenida tensión internacional entre dos grandes potencias. Tenemos nociones, presumimos de cómo fue de oscura y tenebrosa la vida de ese régimen totalitario y cómo se proyectó a sus satélites en el tiempo que duró el dominio soviético, pero sabemos muy poco de la verdad.
Una larga pasantía en el poder
Nació en Leningrado el 7 de octubre de 1952, abogado, político y agente de inteligencia exterior durante 16 años. Ha gobernado desde 1999, cuando Boris Yeltsin renunció a la presidencia y fue nombrado primer ministro. Dos veces presidente electo entre 2000 y 2008 en periodos de cuatro años.
Por limitaciones constitucionales, Putin estaba condicionado a dos periodos, por lo que se le designó primer ministro bajo la presidencia -entre 2008 y 2012-, de Dimitri Medvedev. Regresó por elección a la presidencia en 2012 y ahora en periodo de seis años fue elegido nuevamente en 2018 y vuelto a elegir en 2024, en un nuevo estilo de democracia conocida como la “democracia” putinista. Todo tirano coloca su sello personal al tiempo que le toca usurpar el poder y practicar sus patéticas desmesuras.
En febrero de 2022 ordenó una operación militar a gran escala contra Ucrania que le ganó la condena y el aislamiento de la comunidad internacional. El 17 de mayo de 2023, la Corte Penal Internacional ordenó la detención de Vladimir Putin. Lo acusa de crímenes de guerra y de lesa humanidad.
Tres tiranos y un mismo perfil psiquiátrico
Bonaparte e Hitler provienen de la misma institución totalizante: el ejército –se bañan, duermen, comen y estudian en el mismo sitio–, y el tercero, del principal soporte de aquel: la contrainteligencia. No todo militar está condicionado a repetir los mismos defectos y desviaciones de los dos primeros. Sus dos antípodas, quienes los derrotaron, fueron nobles caballeros de armadura, el duque de Wellington, a quien se le oyó decir cuando se paseaba por Waterloo después de haber vencido a Napoleón: No hay nada más triste que la derrota, que la victoria. El otro, el que sometió a Hitler, el general Dwight Eisenhower, dijo: La suprema calidad del liderazgo es la integridad.
Los dos primeros han sido analizados hasta la saciedad por las ciencias que estudian el comportamiento humano. Centenares de investigaciones han realizado expertos de múltiples disciplinas y sí, pueden extraerse conductas y rasgos de la personalidad similares entre los dos primeros.
A pesar del hermetismo que reina, por ahora, sobre la vida privada y las actuaciones del último, existen sólidas señales que sugieren el mismo patrón de conducta e impulsos en la actuación política, que lo incluyen con características psicológicas identificadas por las ciencias como personalidad psicopática, que se identifica con los siguientes patrones:
- Narcisismo: el psicópata es un ser que exhibe una excesiva complacencia en la consideración de sus propios atributos personales, de sus creaciones, productos u obras.
- Egolatría: el psicópata se siente el centro del mundo. Piensa siempre en sí mismo. Cree que su opinión y sus intereses están por encima de los demás.
- Necesidad de poder y control: el psicópata necesita controlar hasta el último detalle. También a cada uno de sus colaboradores y personas con las que se relaciona.
- Manipulación: el psicópata habitualmente miente. Requiere simular, actuar, desdoblarse, encantar, seducir para gobernar.
- Ausencia total de remordimiento: no posee ni muestra el más mínimo signo de remordimiento.
- Es impulsivo: una menor actuación de la corteza frontal unida al incremento de los niveles de testosterona explica esta característica. No suele hacer planificación ni elaboración de proyectos a largo plazo. Presenta déficit de autocontrol que lo hace volátil de carácter y puede depender de tranquilizantes.
- Tiene un estilo de vida parasitaria: en muchos casos se aprovecha de los otros para avanzar y desarrollar su propia vida o satisfacer sus necesidades fundamentales. Es profundamente irresponsable.
- Es promiscuo sexualmente: el psicópata gusta establecer muchas relaciones íntimas y de corta duración. La mayoría de sus relaciones interpersonales están marcadas por la búsqueda del sexo.
- Conducta antisocial delictiva: en el psicópata, la conducta antisocial coincide con la presencia de un comportamiento criminal, aunque no todos son delincuentes. Existen unos, muy bien integrados a la vida social muy difíciles de identificar.
Epílogo
América Latina, en su singular historia, ha producido caricaturas de estos tipos siniestros de liderazgos: Fidel Castro y Hugo Chávez Frías. El primero y sus herederos dejan a su pueblo, después de más de 65 años de revolución, un legado verdaderamente deplorables. El más vistoso: una nueva monarquía mendicante.
Dios, que todo lo puede, y los ciudadanos de bien a quienes protege han abierto el camino a la reconciliación y a la paz en Venezuela. El valor, la constancia, la paciencia y la convicción democrática de una vanguardia inteligente y gallarda nos ha devuelto el grato perfume de la libertad, envuelto en el talante imponente de una mujer bonita con el nombre virginal de nuestra amantísima María.