Por Cambio16
n la guerra de todos contra todos en la que Siria lleva sumergida hace más de cuatro años es imposible elaborar un listado que incluya a todos los actores armados. Las estimaciones más ajustadas hablan de hasta 7.000 grupos armados que cubren todo el espectro imaginable, desde nacionalistas a yihadistas, pasando por fuerzas armadas, paramilitares, mercenarios, grupos criminales y terroristas, tanto seculares como religiosos, locales o internacionales.
Aun así, cabe concluir que ninguno de ellos tiene hoy capacidad para imponerse militarmente a sus enemigos, en un conflicto que se desarrolla simultáneamente en tres niveles: el que enfrenta a un régimen genocida con sus muy variados opositores locales –denominados con excesiva alegría “rebeldes moderados-; el que, por interposición, dirimen los candidatos al liderazgo regional- con Irán y Arabia Saudí en cabeza, pero sin olvidar a Turquía y otros Estados del Golfo-, y el que, en un nivel superior, enfrenta a Washington con Moscú –conectando inevitablemente a Ucrania con Siria–.
Y todos ellos actúan tanto de manera directa, con sus propias entidades armadas, como a través de actores que creen, equivocadamente, que controlan el terreno. Así, Bashar Al Asad cuenta no solo con la mayor parte de las fuerzas armadas y de seguridad –que le permiten dominar tanto Damasco como la zona costera mediterránea donde se concentra la minoría alauí, desmintiendo la hipótesis de un colapso interno tantas veces anunciado-, sino también con las temibles shabiha (matones civiles a sueldo).
Junto a ellos se alinean varios miles de combatientes del grupo chií libanés Hezbolá, probablemente la fuerza más operativa en apoyo a Damasco, y la elitista Fuerza Al Qods –brazo internacional de los pasdarán iraníes-; todos ellos interesados en sostener a un régimen vital para sus aspiraciones. Recientemente Rusia ha elevado su apuesta militar –con suministro de armas y despliegue de baterías de misiles, helicópteros y cazas, además de asesores, pilotos y unidades de operaciones especiales- para reforzar a su aliado tradicional en Oriente Próximo, mientras pergeña un arreglo diplomático que garantice espacio a Al Asad en el futuro inmediato de Siria.
Frente a todos ellos se encuentra una amalgama de opositores políticos – con la Coalición Nacional de Fuerzas Opositoras y Revolucionarias Sirias, cono referencia principal- y grupos armados- con el Ejército Libre de Siria como entidad más conocida-, que nunca han logrado establecer una relación político-militar operativa, atrapados en una dinámica de creciente debilitamiento y fragmentación.
Un factor que ayuda a entender en buena medida esta situación es la diversidad de intereses que mueven a los apoyos externos de estos grupos; con Washington apoyando a quienes parecen más dispuestos a centrar su esfuerzo en la derrota de Daesh (el conocido como Estado Islámico) y con Riad, Ankara y Doha más interesados en capacitar a quienes tienen como objetivo prioritario la caída de Al Asad (aunque eso tampoco signifique apoyar a los mismos grupos rebeldes).
Por su parte, los yihadistas –con Daesh y Jabat al Nusra (filial de Al Qaeda) en lugar destacado- han encontrado también hueco en un escenario en el que, en ocasiones chocan frontalmente, mientras en otras colaboran en pos de un objetivo puntual común. Aunque suelen combatir en solitario, también se muestran dispuestos a integrarse en alianzas coyunturales, incluso con grupos no yihadistas, como el Frente Islámico o la que lidera Ahrar el Sham (financiado por Riad).
Y todavía hay que sumar al listado a las Unidades de Protección Popular sirias (YPG), muy activas en las provincias limítrofes con Turquía y con una renovada imagen de actor eficaz en el combate terrestre contra Daesh (con Kobani como ejemplo), aunque en otros casos parecen demasiado cercanas al régimen. Un puzle, en resumen, que sólo augura más violencia.
*Jesús A. Núñez Villaverde es Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).