Robert Danisch, University of Waterloo
La universidad de investigación moderna fue diseñada para producir conocimiento y transmitirlo a los estudiantes. Las universidades norteamericanas durante los últimos 100 años han sido excepcionalmente buenas en esa tarea. Pero esto no es todo lo que las universidades pueden o deben hacer.
La pandemia de COVID-19 ha facilitado aún más que se reduzca la enseñanza a la difusión del conocimiento y que se oculten otras formas de educación igualmente importantes que ayudan a los estudiantes a ser mejores ciudadanos, pensadores, escritores y colaboradores.
Estas otras formas de educación son la piedra angular del florecimiento humano y la participación democrática. Este es el problema.
Sabiduría práctica
Los antiguos griegos se basaron en una distinción entre «saber qué es eso” (isteme) y «saber cómo hacer eso» (techne). Y esta es la diferencia entre un cuerpo abstracto de conocimientos teóricos sobre un área de interés y la sabiduría práctica necesaria para realizar una tarea específica.
En música, por ejemplo, podríamos llamar a esto la diferencia entre saber qué significa el tono, qué notas son u otros aspectos de la teoría musical que ayudan a explicar cómo tocar, y saber tocar realmente bien un instrumento como el piano.
Para el filósofo estadounidense John Dewey, esto equivale a la diferencia entre una educación que se centra en la información y una educación que se centra en los hábitos de pensamiento y deliberación.
En Cómo pensamos y Democracia y educación (How We Think and Democracy and Education), Dewey priorizó la enseñanza de cómo resolver problemas sobre la acumulación de conocimientos. Sabía que la mejora de las habilidades de pensamiento produciría mejores resultados para los estudiantes y para la vida pública que la acumulación de conocimientos desincronizados.
Dewey creía que adquirir hábitos de saber hacer –como el pensamiento crítico, la resolución de problemas y la lectura atenta– requería interacción e imitación.
Las prácticas de leer, hablar y pensar estaban entrelazadas para Dewey. Todas requerían práctica y reflexión. La práctica de estas habilidades relacionadas mejoraría la toma de decisiones, como individuos y como comunidades.
El tipo de imitación que tenía en mente —personas imitándose entre sí— es imposible que ocurra en un entorno remoto.
Dewey también pensaba que la curiosidad, junto con el reconocimiento y la confrontación de problemas reales, encamina a las personas a una mejor forma de pensar. Estos serían modelados por maestros a través del compromiso y la interacción con los estudiantes.
How We Think también sostiene que enseñar a los estudiantes los hábitos de usar el lenguaje con fines de persuasión es una parte central de la educación. Esto acercó el trabajo de Dewey a las concepciones clásicas de la retórica, o la enseñanza de cómo hablar y escribir con eficacia (incluido el énfasis en la imitación como elemento central para dominar la tecnología de la comunicación). Estos compromisos se plasmaron necesariamente en la práctica en vivo en el aula.
A pensar no se enseña online
La universidad de investigación moderna, desde finales del siglo XIX, ha tendido a priorizar el “saber eso” sobre el “saber hacer” en una amplia gama de disciplinas diferentes.
El trabajo sobre la práctica reflexiva de Donald Schon, profesor de planificación y estudios urbanos en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, fue un intento de corregir este énfasis excesivo en la acumulación de saberes, de información, y aplicar el enfoque de Dewey a los planes de estudio contemporáneos. Pero el énfasis en «saber-eso» persiste todavía y se ha potenciado con la teleeducación.
El aprendizaje online se adapta bien a los tipos de educación que se centran en el conocimiento teórico abstracto y no en el «saber hacer», en el pensamiento críticos. Y este es exactamente el problema con esas formas de aprendizaje, y por qué debemos resistirnos a dejarnos seducir por ellas.
Algunos investigadores sostienen que la idoneidad del aprendizaje en línea se demuestra por el hecho de que una cohorte de estudiantes puede obtener las mismas calificaciones en un entorno en línea que en un entorno presencial. Ese simple resultado se utiliza para justificar la suposición de que no hay diferencias significativas en el rendimiento académico entre los dos entornos. ¿Y en el aprendizaje?
Pero mi análisis de cómo aprende la gente, basado en estudios retóricos y el énfasis de Dewey en las formas incorporadas y prácticas de educación democrática, y también en mi propia experiencia al administrar un programa de seminarios de primer año en una facultad de artes, apunta al hecho de que es mucho más difícil enseñar (y evaluar) las habilidades de “saber hacer” que serán cruciales para el éxito futuro de los estudiantes.
Estos incluyen resultados de aprendizaje como saber analizar datos, colaboración con compañeros, autorreflexión y lectura y escritura.
Ahogados en saberes especializados y desconectados
Los cuerpos de conocimiento especializados están en todas partes ahora, no solo en las salas de conferencias o dentro de los muros cubiertos de hiedra de las instituciones de élite. Si desea conocimientos sobre programación avanzada de Python o micología, puede encontrarlos en línea a través de una variedad de medios diferentes de forma gratuita. Por eso los gurús de Silicon Valley pueden cuestionar el valor de un título de una universidad cara.
La amenaza para la universidad es la siguiente: un “saber-eso” ilimitado está disponible para cualquier estudiante debido a los mismos medios que han facilitado la transición a la enseñanza remota. Pero no ocurre lo mismo con la experiencia vivida necesaria para desarrollar hábitos y prácticas de “saber hacer”.
A medida que nos ahogamos en cantidades cada vez mayores de conocimiento disponible, nuestras formas de sabiduría de “saber cómo” sufren, se debilitan. Esto es cierto para los estudiantes de escuela primaria que necesitan la escuela para aprender a navegar las relaciones sociales y para los estudiantes universitarios que intentan aprender a usar el método científico o realizar una lectura crítica y atenta de un poema.
Lecturas cuidadosas y cercanas
Enseñar a un alumno a leer atentamente un texto, por ejemplo, es responsabilidad de la universidad. Pero esto parece poco probable en entornos de aprendizaje remoto. El enfoque de Dewey en la importancia de la interacción entre el alumno y el maestro, el modelado e imitación de hábitos de pensamiento y la necesidad de la resolución creativa y colaborativa de problemas en el aula se vuelven más difíciles en un entorno remoto.
Un joven aislado de 18 años, que mira fijamente una computadora, puede aprender lo que se supone que significa un texto, pero le resultará mucho más difícil aprender a realizar una interpretación cuidadosa.
También es una de las muchas habilidades de “saber hacer” que parecen tan ausentes en nuestra cultura pública. La lectura atenta es similar a la escucha atenta, que es un requisito de colaboración y un precursor de la autorreflexión.
You’re Not Listening, de la periodista Kate Murphy, muestra cuán compleja puede ser la tarea de leer a conciencia a otra persona y cuán importantes son escuchar y leer para el éxito en todos los campos.
Qué debemos preguntar
En lugar de preguntar cómo las universidades podrían beneficiarse de cambiar cursos y planes de estudio al modelo en línea de forma permanente, deberíamos preguntarnos cómo los estudiantes podrían ser perjudicados por las pocas oportunidades para enfocarse en «saber cómo» y compromisos cada vez mayores con «saber-eso».
La pandemia ha demostrado que necesitamos habilidades de “saber hacer” más finas, perfeccionadas y bien practicadas. Habilidades como hacer preguntas reflexivas, encontrar nueva evidencia, probar hipótesis, colaborar con otras personas, evaluar críticamente datos o evidencia, realizar análisis de material de origen y diseñar nuevos métodos de evaluación.
Estas formas de lucha y cuestionamiento se pierden en gran medida en línea. Se reemplazan fácilmente con el procesamiento de información de memoria. Debemos preocuparnos por los resultados asociados con el cambio al modelo no presencial, online.
Robert Danisch, Professor, Department of Communication Arts, University of Waterloo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Lea también en Cambio16.com: