Por Efe
04/12/2015
Mariano Rajoy se ha pasado cuatro años con el traje de presidente del Gobierno puesto en todo momento: ha mantenido una actitud de estadista muy ocupado con la crisis, se ha prodigado poco en los medios y mucho menos en la calle. Pero ahora toca hacer campaña, y hay que recordar lo que supone ser candidato. O aprenderlo, porque el Rajoy de esta carrera electoral es el más cercano y campechano que se recuerda en los últimos años, y su campaña se parece muy poco, o nada, a las que ha hecho como candidato a la Presidencia del Gobierno.
La última vez que hizo algo similar fue cuando recorrió su tierra natal, Galicia, en las elecciones autonómicas de 2009, en una campaña de apoyo o paralela a la de Alberto Núñez Feijóo, y en la que Rajoy se dedicó, acompañado de los dirigentes conocidos como los de «la boina» -él era de los del «birrete»-, a recorrer pueblos de la región en actos pequeños. Feijóo obtuvo entonces la mayoría absoluta, y el liderazgo de Rajoy, que había sufrido lo indecible tras la derrota electoral de 2008 y el no menos duro congreso del partido, se vio reforzado.
Ahora el escenario es bien distinto, Rajoy es presidente del Gobierno y su partido ha cerrado filas en torno al líder apoyando su gestión de estos cuatro años y subrayando que sin él España habría quebrado. Pero la caída de votos que le auguran las encuestas y lo más importante, la pérdida de una mayoría suficiente para gobernar, hace imprescindible que el presidente vuelva a ser, más que nunca, el candidato de la calle. El candidato del pueblo. Y es que de pueblos va a ir el asunto y Rajoy seguirá, como en precampaña, haciendo mítines pequeños y en zonas rurales.
Aficionado al «cara a cara»
Dicen sus colaboradores que al presidente le encanta el «tú a tú», el «cara a cara» y el diálogo con los ciudadanos, aunque los hay que creen que, al margen de los gustos de Rajoy, este tipo de campaña tiene mucho que ver con el cálculo electoral y la apuesta del PP por asegurarse el voto rural. No hay duda de que la imagen vende. En pocos meses hemos pasado del Rajoy del ‘plasma’, el presidente que se resistía a comparecer para explicar los casos de corrupción o los problemas internos de su partido, al candidato que se sube al banco de un parque, juega al dominó con los jubilados, besa, saluda y se hace ‘selfies’ por doquier.
El presidente del Gobierno tiene además que dar la batalla a contrincantes más jóvenes que él que quieren representar la «nueva política» frente a «los de siempre». Por eso el aspirante a seguir en La Moncloa ha vencido esa «cierta tendencia» que el otro día, en el programa de Bertín Osborne, confesaba tener y que le reprocha «todo el mundo»: la de «no ir a ningún sitio». Ahora, por el contrario, está en todas partes, ya sea en la plaza de un pueblo, comentando el fútbol en la radio o degustando productos gallegos en una cocina televisiva.
Pero hay un sitio donde Rajoy, finalmente, no va a estar: en los debates a cuatro con los otros tres candidatos principales: Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias. Él se escuda en que tiene una responsabilidad que le ocupa mucho tiempo, o en que ya va a hacer el debate «de siempre», con el líder de la oposición -que actualmente es Sánchez-, mientras sus detractores le acusan de no atreverse a un combate con sus adversarios noveles. Ahora bien, la edad no es para el PP un hándicap sino un valor, el de la experiencia de su candidato, y por eso Rajoy repite hasta la saciedad todos los cargos que ha tenido en la administración y advierte de que el Gobierno no está para aprender; al Gobierno «se llega aprendido, bregado y habiendo visto muchas cosas», dijo ayer en Melilla.
Cuestión de imagen
Esta campaña, en cualquier caso, no es solo la del candidato Rajoy. Al fin y al cabo él sigue siendo el presidente del Gobierno. Y en estas últimas semanas antes de la cita con las urnas el Rajoy presidente tiene entre manos asuntos nada banales ante los que está dando una imagen de hombre de Estado, buscador de pactos y defensor del orden constitucional. El primero de esos asuntos es el desafío soberanista catalán, y la reacción del Gobierno. El segundo, los atentados de París y la consecuente apertura del pacto contra el terrorismo yihadista, firmado a priori por ‘populares’ y socialistas, y al que ahora se han sumado buena parte del resto de partidos, unido a la promesa de Rajoy de hablar con todos -incluidos los emergentes- cualquier movimiento del Gobierno en esta lucha.
Hay una imagen que vale más que mil palabras; Béjar (Salamanca), 9 de noviembre: Rajoy llegó vestido de candidato, se bajó del coche con traje pero sin corbata, y paseó por el pueblo dando besos, apretones de manos y haciéndose fotos con unos y otros.
Cuando llegó al ayuntamiento, se puso la corbata y firmó solemnemente la petición al Consejo de Estado del informe preceptivo para recurrir ante el TC la resolución aprobada esa misma mañana en el Parlamento catalán para iniciar el proceso de «desconexión» de Cataluña de España. Luego, otra vez fuera corbata y al mitin. Esa es la imagen que Rajoy quiere clavar en la retina de los españoles antes del 20 de diciembre: la de un líder cercano pero serio, abierto pero cuidador del orden. Mayor que otros sí, pero con una hoja de servicios, como dice él, que poder presentar. El próximo 20 de diciembre sabrá la nota que los españoles le ponen.