Por María Jesús Hernández / Ilustración: Edmon de Haro
De 57 a 8 escaños. Ese ha sido el descalabro sufrido por el Partido Liberal Demócrata en Reino Unido tras cinco años de coalición junto a los conservadores de David Cameron. No son un caso aislado. Ni dos años llevan los socialdemócratas alemanes en el gobierno que lidera Angela Merkel y ya pierden cuatro puntos en las encuestas de intención de voto -se quedan en un 23,5%-. Ambas formaciones, socios en minoría pero imprescindibles en los ejecutivos de ambos países, sufren las consecuencias de un mandato en coalición.
Los liberales británicos han reconocido un voto de castigo por contribuir a las medidas de austeridad, los recortes en partidas sociales y subidas como la de las tarifas universitarias (penalización que no ha padecido el primer ministro). Los alemanes ven cómo la canciller repite la historia y se apropia de nuevo del electorado de su socio -ya devoró al Partido Liberal Democrático y anteriormente, al mismo SPD-, a la vez que saborea los éxitos de las propuestas socialdemócratas: el salario mínimo interprofesional, la cuota de mujeres en grandes empresas o la posibilidad de jubilarse a los 63 años. Sin una buena política de gestión, comunicación y reivindicación, el hermano pequeño de la coalición tiene muchas posibilidades de salir perdiendo.
A punto de cumplir 40 años de democracia, España desconoce lo que implica un gobierno de coalición a nivel estatal. El marco constitucional y las reglas del juego favorecen un bipartidismo tan marcado que “impide que se forme un ejecutivo de este tipo. Las distancias con los grandes partidos son tan grandes que no existen incentivos que lleven a los pequeños a optar por esta fórmula”, explica el responsable de investigación del Observatorio de los Gobiernos de Coalición, José Reniu.
El planteamiento es sencillo: “La formación con menos representación pone sobre la mesa en qué condición va a obtener mayores réditos. Por un lado, puede entrar en el gobierno donde podría asumir errores que no le corresponden y llegar a ver cómo se apropian de sus aciertos; y por otro, puede optar por hacer oposición, lugar desde el que su mensaje tendrá mayor visibilidad”, argumenta. La elección parece evidente. Tampoco los grandes han necesitado hasta el momento coaliciones, prefieren tener el control de todo y centrarse “en acuerdos puntuales”.
Pero las cosas cambian. Las horas bajas que atraviesa el bipartidismo y la aparición en escena de Podemos hicieron que el año pasado muchos, entre ellos Felipe González, pusieran encima de la mesa el debate sobre una gran coalición a la alemana entre PP y PSOE. Cierto es que la irrupción de Ciudadanos ha dejado a un lado esta opción -una utopía en el escenario tradicional-, pero surgen otras en torno a este partido.
El catedrático de Ciencias Políticas de la UNED Andrés de Blas explica que “hasta ahora, la alternativa eran los nacionalistas CiU o PNV y un pacto de estas características les plantearía problemas de cara a su electorado”. Es el partido de Albert Rivera el que está en el punto de mira, “pero no lo veo pactando con el PP. Corre el peligro de ser absorbido por él y que su electorado regrese a la formación de la gaviota. La hipótesis del partido de centro, o incluso una alianza con el PSOE, le daría más garantías de futuro”, analiza.
En esta ausencia de coaliciones hay que tener en cuenta también un elemento cultural. “En España, pactar o dialogar se entiende como un síntoma de debilidad, cuando en realidad es lo que más fuerza le da a la política. Un gobierno de coalición genera mayores espacios de diálogo y le otorga mayor legitimidad a las políticas”, reivindica el investigador Reniu. De Blas también apunta a este aspecto: “Estos obstáculos tendrán que vencerse. Si han funcionado en otros países, también podrán funcionar en España”. De hecho, ya lo hacen. No a nivel nacional, pero sí autonómico, donde el sistema es más proporcional. Los casos más recientes: Andalucía y Navarra.
Coaliciones autonómicas
Lejos de los argumentos de la socialista Susana Díaz, políticos y analistas consultados por Cambio16 coinciden en que el de Andalucía no era un gobierno fallido, ni una situación ingobernable. “La coalición PSOE-IU no fue tan negativa como para justificar un adelanto. Yo creo que esta decisión se analiza mejor si nos centramos en el contexto electoral y en el auge de Ciudadanos y Podemos”, explica Josep Reniu.
La situación se precipitó al pretender Izquierda Unida convocar entre su militancia un referéndum de permanencia en el ejecutivo si no se aprobaban las leyes de banca pública, la de renta básica, la de agricultura general, la de violencia de género y se garantizaban unos mínimos de luz y agua (menos el último punto, todos aparecían en el acuerdo de gobierno).
Sea como fuere, las urnas castigaron al socio más débil. IU, liderada en estos comicios por Antonio Maíllo, ha pasado de 12 escaños a cinco. El peor resultado de su historia. No tienen dudas, creen que su pacto le ha pasado factura. Mientras, el PSOE consiguió mantener su número de escaños, aunque con menos votos, y se convirtió en el triunfador de los comicios.
“Era un gobierno muy desequilibrado. No tenían ni el mismo peso ni, por supuesto, la misma visibilidad. El PSOE se mantuvo fuerte hasta en la crisis que generó voluntariamente, lanzando el mensaje de una situación inestable. Izquierda Unida tuvo más dificultades para capitalizar sus logros, defender sus propuestas o incluso argumentar que no había tal situación de crisis”, explica Reniu. Apunta a que “una de las grandes claves es la comunicación y la gestión de la atribución de responsabilidades. Si no se cuidan, en coaliciones tan desequilibradas es habitual que los aspectos más positivos beneficien al grande y los negativos perjudiquen a ambos”.
En la misma dirección se pronuncia Joan Herrera, actual secretario general de Iniciativa per Catalunya Verts. “La actuación de Susana Díaz expresa la falta de cultura de coalición que existe y que podría hacer crecer a todo el mundo. Ella decidió pasarse a un esquema de la vieja política”. Herrera mantiene que los gobiernos de coalición “son más positivos que negativos” y hace balance sobre la actuación de su partido en los tripartitos.
A pesar de la inestabilidad y competencia interna, tras la primera coalición las cosas no les fueron mal en la urnas, con el Estatut marcando toda la legislatura, las elecciones de 2006 dibujaron una tarta similar a 2003. Se reeditó el pacto, esta vez bajo el nombre de Govern d’Entesa y con Montilla al mando. “Después de 23 años de pujolismo, se volvieron a hacer políticas de inversión pública, sociales, de salud. Se acudió a los barrios que estaban olvidados y el plan que pusimos en marcha llegó a incrementar la esperanza de vida. Hubo elementos claramente positivos”, pone sobre la mesa Herrera.
A pesar de los factores externos y de la compleja relación del entonces consejero de Interior, Joan Saura, en el seno del ejecutivo, en este caso no fueron los más pequeños los que sufrieron la indiferencia de los votantes tras el segundo mandato. “Fuimos los menos castigados. Pudo ser porque ERC se desentendió, porque Montilla renunció a un gobierno de coalición… Nosotros fuimos los únicos que reivindicamos la acción de gobierno”.
Entre las coaliciones que han funcionado con normalidad “destaca la del PSOE y el PNV en el País Vasco, con José Antonio Ardanza como lehendakari, o los gobiernos de Marcelino Iglesias y el Partido Aragonés Regionalista (PAR). También en Canarias han funcionado bien”, cuenta De Blas. En el caso del PAR, en estos comicios todo apunta a que obtendrá una presencia testimonial. Por un lado el PP (con quien ha hecho coalición en los últimos años) y, por el otro, Ciudadanos, donde han ido a parar numerosos exmilitantes del PAR. “Le ha robado la mayoría de su electorado”, revela el analista Orlando Suárez.
La proximidad ideológica facilita el acuerdo y la acción política, pero puede generar peligros para el pequeño como la absorción de los votantes o la de los propios militantes. Entre los fracasos, la última coalición en Navarra entre UPN y PSN, que ha finalizado con UPN gobernando en minoría y con una brecha entre los partidos constitucionalistas. El PSN sale perdiendo.
No se puede olvidar, entre los más disfuncionales, el pacto del BNG y el PSOE de Emilio Pérez-Touriño en Galicia. “Se dividieron transmitendo a la opinión pública falta de unidad y contradicciones. En los siguientes comicios volvió el Partido Popular”, explica el presidente del Colegio de Politólogos de Galicia, Mario López.