Por Carlos Prieto | Ilustraciones Artur Galocha
05/03/2016
- Entrevista a Kevin Spacey
- La cara oculta de la política
- Michael Dobbs: «La política no consiste en ser una buena persona»
- El arte político de hacerse el tonto
- Cuestión de Estado | Cómic de Paco Roca con guión de Pablo Alén y Breixo Corral
Juego de tronos es una de las series con más personajes perversos por metro cuadrado. No obstante, si se hiciera una votación popular para elegir al más indeseable de todos, quizá ganara el joven rey Joffrey Baratheon, conocido por su sadismo, su arbitrariedad y su crueldad.
Más de uno se quedó estupefacto cuando Tania Sánchez –ex pareja de Pablo Iglesias, ex diputada regional de IU y militante de las candidaturas municipalistas vinculadas a Podemos- aseguró en abril en la radio (Carne Cruda) que el político español que más le recordaba a Joffrey Baratheon era… Íñigo Errejón. Sonó a pequeña venganza, quizá porque lo era: según cuenta un dirigente del partido a Cambio16, los errejonistas impidieron que Tania Sánchez fuera la candidata de Podemos a la Comunidad de Madrid en las pasadas elecciones.
He aquí un maravilloso ejemplo del cruce entre ficción y realidad, entre series políticas y política española.
Todo empezó el año pasado, cuando Pablo Iglesias coordinó el volumen Ganar o morir. Lecciones políticas en Juego de Tronos (Akal), que incluía artículos de Íñigo Errejón y Tania Sánchez, entre otros.
Tania jugaba en su texto a las analogías entre la crisis política española y la crisis política de Poniente, territorio imaginario donde transcurre la saga de George R.R. Martin. Su artículo acababa con una frase de aliento profético: “Pasar del juego de tronos a la realidad de la conquista del poder real no es tarea fácil, sobre todo cuando sabemos que, en este juego, o ganas o mueres”.
Cabría deducir que la política española es un juego brutal reflejado en las imágenes de Juego de tronos. ¿Es por tanto una buena serie para interpretar nuestra realidad política?
“Juego de tronos es un buen ejemplo de serie que funciona a dos niveles, uno superficial sobre las peripecias de los personajes, y otro simbólico sobre el poder como gran pasión humana. En ese sentido, creo que es útil: refleja un tipo de comportamientos sobre los procesos políticos que quizás se manifiestan de manera distinta en la realidad (al menos en una democracia no se mata a los enemigos de esa forma tan brutal) pero que están guiados por los mismos objetivos: tomar el poder no para transformar la realidad, sino como un fin en sí mismo, para lo que cualquier acción es legítima”, cuenta Concepción Cascajosa, profesora titular de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III.
Cascajosa, autora de libros como La caja lista. Televisión norteamericana de culto, cree que la verosimilitud política de Juego de tronos descansa en una figura en concreto: los consejeros. “Lo que más me gusta de la serie en su representación de la figura del consejero, que adula y manipula para lograr sus objetivos, y que representa ese tipo de poder en la sombra que es central en la política contemporánea. Sin ser el mundo real, es útil para entender muchas cosas de cómo funciona éste”.
‘Crematorio’
Que la realidad supera muchas veces a la ficción suena a tópico, pero no deja de ser cierto. Es más: cuando la actualidad política es tan exagerada como lo ha sido la española en los últimos años, no hay ficción que se le resista. Ni siquiera Crematorio.
Parte de la crítica cree que esta ficción estrenada en Canal+ en 2011 es la mejor serie rodada en España en los últimos años. Casi la única, eso seguro, más pendiente de las producciones de la HBO que de la ficción nacional. Lo que no quita para que Crematorio sea una serie tan española… como el pelotazo inmobiliario en la costa.
Basada en la novela homónima (Anagrama, 2008) de Rafael Chirbes, cuenta las peripecias de Rubén Bertomeu, un promotor inmobiliario valenciano implicado en un caso de corrupción con ramificaciones políticas.
Jorge Sánchez Cabezudo, director y guionista de la serie, explica a Cambio16 el proceso de adaptación: “Leí la novela… y no veía por donde hincarle el diente. Pese a que estaba protagonizada por corruptos y mafiosos, Chirbes huyó ex profeso del género negro y del thriller: quería que la violencia se generara a través del lenguaje, del monólogo, y no de las tramas criminales. Era un concepto antagónico a las series de televisión, que reposan sobre tramas, así que nuestra tarea era reflejar el espíritu de la novela sin traicionarlo. Tuvimos que fabricar tramas que plasmaran el retrato de personajes del libro. Chirbes decía que la serie mostraba lo que la novela se había empeñado en ocultar. La novela fue nuestro capítulo cero. Tuvimos que tirar de género para construir el caso Bertomeu”.
Ningún problema. A falta de tramas novelísticas a las que agarrarse, Cabezudo usó la máquina de generar tramas político/criminales llamada burbuja inmobiliaria española.
“Hicimos un dossier de prensa enorme. El caso Bertomeu era una especie de Frankenstein de todos los casos de corrupción que habían estallado hasta 2009, de Malaya a Gürtel”, cuenta.
Aunque la realidad siempre tiene un fuerte componente aleatorio, la de la corrupción del ladrillo tiene sus pautas; de ahí que, al plasmar en los guiones los casos pasados de corrupción, Cabezudo acabara prediciendo los futuros.
El caso judicial y policial para acorralar a Bertomeu se sostiene en pinchazos, grabaciones y libretas. Las libretas donde Bertomeu apuntaba las mordidas. Imposible no pensar en dos casos posteriores a la emisión de la serie: el caso Bárcenas, extesorero del PP encarcelado por llevar una contabilidad B del partido vía donaciones empresariales, y el caso de Alfonso Rus, expresidente conservador de la Diputación de Valencia, grabado contando billetes de comisiones ilegales.
“Las libretas de Bertomeu se anticiparon en cierto modo a las de Bárcenas, pero es que la inspiración la habíamos tomado de las de Roca [Juan Antonio, exasesor de urbanismo del ayuntamiento gilista de Marbella y principal acusado del Caso Malaya]. No es que sean premoniciones, que en parte lo son, es que al intentar ser realistas y no hacer concesiones al espectáculo -la idea era que el espectáculo lo proporcionara la mera recreación realista y periodística- acabamos plasmando un modus operandi”, cuenta Cabezudo.
“Las noticias que nos sirvieron de inspiración no reflejaban casos aislados, sino una manera de actuar, y eso es lo que nos interesaba filmar: no queríamos ser una intriga convencional de género, sino un serie tipo The Wire, en la que lo importante es el proceso. El creador de The Wire es un periodista y lo que nos interesaba era precisamente el enfoque periodístico. Antes de ponerme a escribir hablé con Francisco Mercado, periodista de El País que ha escrito mucho sobre corrupción. Me dijo que no me preocupara porque era todo muy sencillo: en España no hacía falta ser un genio del crimen para ganar dinero de según qué formas. La forma de actuar era siempre la misma: contactos en las consejerías de urbanismo, contrato de obra pública a cambio de comisiones, recalificación de terrenos, etcétera. Cuando se decía que había manzanas podridas, no era así, lo que estaba podrido era el método. Esto no significa que todo el mundo fuera un corrupto, sino que el proceso -concesión de obra pública/recalificación/comisiones- estaba al alcance de cualquiera. La eliminación de controles corrompió al sistema”, añade el creador de Crematorio.
Vista la nueva oleada de casos de corrupción en la costa cabría pensar que los creadores de Crematorio fueron demasiado tímidos con las tramas: “Igual nos quedamos cortos. Hay tramas que no escribimos por temor a que la gente dijera que nos estábamos pasando. Pero ahora se aceptarían con total naturalidad. Y lo que nos queda por ver… La realidad supera a la ficción siempre. En el arranque de la serie escuchamos la frase: ‘Ha llegado el momento de la moral pública’. Y es verdad. La gente se ha hartado. Esto tiene que cambiar. El asunto ahora es ver si las reformas serán a fondo o en apariencia. Ya veremos si las cosas cambian o estamos ante un lavado de cara”, zanja Cabezudo.
‘El ala oeste de la Casa Blanca’
A ningún estadounidense le extrañaría demasiado visitar el Monte Rushmore y encontrarse con una quinta cabeza presidencial: George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosvelt, Abraham Lincoln y… Josiah Bartlet; es decir, la cabeza de Martin Sheen sonriente y triunfante. Sería la lógica culminación de ese proceso que llevó a El ala oeste de la Casa Blanca (1997-2006), creada por Aaron Sorkin, no ya a confundirse con la realidad, sino a influir en ella.
La creación de la serie se convirtió en una puerta giratoria por la que entraban y salían ex altos cargos de la administración pública. Ejemplo: la carismática portavoz de la Casa Blanca de ficción (C.J Cregg, interpretada Allison Janney) estaba inspirada en parte en una antigua secretaria de prensa de Bill Clinton, Dee Dee Myers, que a su vez llegó a asesorar a los guionistas para recrear las tramas de la ficción emitida por la NBC.
Uno de sus guionistas y productores era Eli Attie, que contaba con un amplio bagaje político como ayudante de Bill Clinton y autor de los discursos claves de Al Gore durante su campaña a la presidencia (2002). Attie, por tanto, garantizaba los niveles de verosimilitud de una serie alabada por su alucinante nivel de detalle sobre la fontanería política de Washington (o cómo se cuecen los acuerdos entre la Casa Blanca, los partidos, la Cámara de Representantes y los lobbies).
Pues bien: Attie acabó profetizando el fenómeno Barack Obama en la última temporada (2005/2006) de El ala oeste. La primera intuición obamista fue decidir que el protagonista de la séptima temporada fuera un nuevo candidato presidencial con las siguientes características: joven, demócrata y perteneciente a una minoría étnica. ¿Les suena? Hablamos del congresista latino Matt Santos (interpretado por el actor Jimmy Smits), cuya exitosa irrupción pondrá patas abajo el establishment político del Tío Sam en el sprint final del serial.
Pero las similitudes entre el actual presidente estadounidense y Santos iban mucho más allá. Encargado de articular tramas para Santos, Attie eligió como referencia a un joven y emergente senador por Ilinois llamado… Barack Obama. “Enfrentado a la tarea de dar forma a un ficticio pero viable primer candidato latino a la presidencia, yo no tenía ningún precedente, ninguna manera de estudiar una versión de la vida real”, explicó Attie. Así que se fijó en el por entonces prometedor político de Chicago: “Cuando vio a Obama, pensó que ya tenía el modelo para su personaje: Matt Santos, un joven progresista urbano con porte digno, un candidato de los que se ganan despacio al electorado, que ni era blanco ni se centraba en la raza”, rememora David Remnick -director de la revista New Yorker– en su monumental biografía del actual presidente estadounidense: El puente (Debate, 2010).
Según escribe Remnick, “Attie llamó a David Axelrod [consultor del senador Obama y futuro estratega jefe de su campaña presidencial], al que conocía de las campañas políticas demócratas. Le hizo decenas de preguntas sobre la historia y la psicología de Obama”. En ese momento, al hoy comandante en jefe EEUU aún le quedaban tres años para presentar su candidatura a la Casa Blanca, pero ya había pronunciado su célebre discurso en la Convención Demócrata de 2004. Aquella intervención en Boston le puso en órbita nacional. Su nombre empezaba a sonar.
“Aquellas primeras conversaciones con David acabaron influyendo muchísimo en mi creación del personaje. Uno de los principales aspectos era la actitud de Obama acerca de la raza. Su casi militante negativa a dejarse definir por ella se convirtió en la base de un episodio que escribí titulado Investigación sobre la oposición. En él, Santos decía que no quería presentarse como un candidato moreno, aunque ahí era donde estaban todos sus apoyos y su potencial para recaudar fondos. También incluí el carisma de estrella de rock de Obama, la manera en que la gente se sentía atraída por él y apostaba por él, aunque no pensara exactamente que fuera a ganar”, explicó Attie.
Remnick zanja así el asunto en el libro: “Un par de años después, aquellas temporadas de El ala oeste de la Casa Blanca resultaron tan misteriosamente proféticas que David Axelrod envió a Attie un correo electrónico desde la oficina de campaña que decía: ‘Estamos viviendo tus guiones’. Y, sin embargo, cuando escribía aquellos episodios, Attie pensaba que ‘era imposible’ que el personaje real, Barack Obama, pudiera llegar mucho más allá de un escaño en el Senado. ‘No pensé que pudiera ser presidente de EEUU mientras yo viviera, dado el color de su piel’”.
En otras palabras: no hay trama de ficción, por aventurada que sea, que pueda nunca con la capacidad de la realidad para asombrarnos a todos.
El otro Obama
Como buen presidente de aires cinematográficos, Barack Obama no sólo ve películas y series, sino que acostumbra a hablar sobre sus ficciones favoritas: Homeland, Juego de tronos, House of Cards… No es ningún secreto que Obama siente una debilidad especial por The Wire. Hasta el punto de que, el pasado mes de marzo, el presidente de EEUU entrevistó en la Casa Blanca al creador de la serie, David Simon, en un asombroso acto de homenaje institucional a una serie. O cuando la política se rinde definitivamente a los encantos de las ficciones.
Obama le dijo a Simon que Omar Little, el camello que roba a otros dealers, el buscavidas con código de honor, era su personaje favorito de la célebre serie de la HBO. Y Simon no perdió la oportunidad para contarle la historia del hombre que inspiró la creación de este icónico personaje del Baltimore que retrata The Wire.
“Era un tipo llamado Donny Anders. Nunca pensé que acabaría pronunciando este nombre en la Casa Blanca… Anders vivió a fondo la vida de la calle. Pasó varios años robando a los traficantes, vivía al límite. Hasta que le cayó una sentencia de 17 años de cárcel. Y se la merecía. Lo extraño es que nadie le había cazado cometiendo un delito: se entregó él porque se arrepintió de lo que había hecho. Hizo todo lo que los fiscales le pidieron. Salió de la cárcel y lo único que quería era devolver a West Baltimore lo que le había quitado. Había pasado 17 años en prisión y quería implicarse en solucionar el desastre. Sobre el papel, este hombre es un criminal y un homicida convicto, y nada podrá librarle de ese estigma. Pero también es un hombre extraordinario, uno de los más extraordinarios que he conocido en mi vida”, explicó Simon a Obama.
‘Borgen’
Las series de los últimos años han tendido a ofrecer una visión entre cínica y desalmada de la política (House of Cards y Juego de tronos serían los ejemplos más evidentes), como si la política fuera la continuación de la guerra por otros medios. Una visión tan sombría como contemporánea dada la actual crisis de la representación en Europa. Con una excepción que confirma la regla: Borgen (2010/2013).
En efecto, la serie danesa no sólo recoge el guante lanzado por El ala oeste, sino que va un paso más allá en la humanización de nuestros monstruos favoritos: muestra la vida privada/familiar de los políticos, cosa que la serie de Sorkin no hacía. Lo cual no quiere decir que Borgen no entre de lleno en el barro de la realpolitik al analizar la trastienda de los pactos entre partidos. En ese sentido, el nivel de intuición política de esta serie producida y emitida por la cadena pública Danmarks Radio está a la altura del poder adivinatorio que demostró El ala oeste.
La serie cuenta la historia de la líder de un partido centrista (Birgitte Nyborg) que llega al poder inesperadamente vía coalición multipartidista, convirtiéndose en la primera mujer en gobernar Dinamarca. Un año después de emitirse con éxito su primera temporada, ocurrió algo extrañamente parecido en la vida real: Helle Thorning-Schmidt, del Partido Socialdemócrata, se convirtió en la primera mujer en regir los destinos de los daneses gracias a una coalición entre cuatro partidos. Lo curioso es que los creadores de la serie no se fijaron en Thorning-Schmidt para perfilar el personaje de Birgitte Nyborg, sino en otra política de su país, Margrethe Vestager, actual comisaria europea de la Competencia y antigua ministra de Economía y de Educación.
El impacto internacional de Borgen ha sido tan grande que no hay perfil periodístico sobre Thorning-Schmidt o sobre Vestager que no especule sobre su relación con Nyborg. Quién es más feminista, quién defiende mejor el Estado del bienestar… Son algunas de las preguntas que se hacen periodistas y expertos en política. ¿Cuándo son los políticos los que se tienen que parecer a los personajes de ficción y no al revés?
Dominique Moisi, profesor en el Instituto de Estudios Políticos de París, escribía hace unos meses en El Mercurio que las series no sólo “se han transformado en herramientas esenciales de análisis social y político”, sino que la realidad empieza a ir a rebufo de las ficciones: “Borgen presenta a una primera ministra idealizada… A menudo se oye a la gente decir que el verdadero problema que enfrenta Dinamarca -y, en particular, su clase política es que Helle Thorning-Schmidt, carece de la fortaleza de Nyborg”.
“Me parece normal que se pretenda juzgar a la gente por los comportamientos más o menos idealizados que se muestran en la ficción, todos lo hacemos constantemente en los ámbitos más diversos. En este caso, creo que el problema es que a menudo se pone una excesiva fe en determinadas figuras públicas, y se les convierte en símbolos, ya sea por parte de los votantes o de sus equipos de comunicación. Aunque este caso me sorprende: la serie no muestra a Birgitte Nyborg como alguien que actúa siempre de la mejor manera, sus errores son numerosos y su ingenuidad también. Pero es verdad que Borgen funciona muy bien como demostración de la capacidad transformadora del poder político, cómo permite lograr el bien común, cuando en realidad a los líderes políticos se les juzga más por las cosas que hacen mal y por quiénes son los damnificados de sus políticas”, razona Cascajosa.
Borgen, a la manera del Cid, se cobra incluso victorias sobre la realidad después de muerta. Pese a que su último episodio se emitió en 2013, la realidad política danesa insiste en imitar a la serie con un asombroso nivel de detalle. La popularidad del líder conservador, el exprimer ministro Lars Løkke Rasmussen, se ha resentido en los últimos meses al verse afectado por un escándalo de corrupción: gastos privados a cuenta del partido/las arcas públicas. Es decir, exactamente lo mismo que le ocurrió en la serie al personaje del líder conservador y ex primer ministro.
Pero no se vayan todavía, porque aún hay más: al igual que Nyborg, Thorning-Schmidt decidió adelantar las elecciones -celebradas el pasado 18 de junio- pensando que así podía ganarlas. Pues bien: se equivocó. O mejor dicho: se equivocaron (ambas).
¿Significa esto que series idealistas como Borgen y El ala oeste son mejores herramientas para interpretar la realidad que series cínicas como House of Cards? Sí y no.
“De todas las series políticas, yo escogería El ala oeste de la Casa Blanca como la que mejor podría reflejar la realidad: quiero decir que, precisamente porque es utópica, porque quiere ver la política como un asunto serio y sofisticado, es la serie que los políticos deberían releer y estudiar, y no Juego de tronos”, cuenta Jorge Carrión, profesor en la Universidad Pompeu Fabra y autor del ensayo Teleshakespeare (Errata Naturae, 2011).
“El ala oeste refleja bien el funcionamiento del sistema político, pero su exceso de idealismo, especialmente en las primeras cuatro temporadas (las escritas por Aaron Sorkin), es muy patente, sobre todo en la representación de esa figura presidencial como un hombre sabio y justo. Cada vez más, House of Cards intenta parecerse a El ala oeste, pero sus tramas sobre el funcionamiento del poder legislativo y la política global tienden al disparate. Sin embargo, el afán por el poder de su protagonista es muy reconocible. En mi opinión, casi todas las series norteamericanas se plantean que sus presidentes son gente de una gran inteligencia, lo cual dice mucho de cómo en el fondo veneran la figura presidencial y consideran que sólo llega a ella el más apto. Pero luego sabemos que no es así”, razona Cascajosa.
“Es difícil estar a la altura de la realidad. La realidad es infinita: la ficción la condensa, la selecciona, la versiona, trabaja sobre todo con la elipsis. Se ha puesto de moda que los políticos digan que las series de alta política que hacen hincapié en lo oscuro, en la corrupción, en la vileza, no están a la altura. Eso dice muy poco a favor de su modo de ejercer la política. Deberían decirlo desde la autocrítica. Pienso en Bill Clinton y Barack Obama, por ejemplo, afirmando que House of Cards se queda corta… Supongo que entre el presidente Bartlet de El Ala oeste y Frank Underwood [House of Cards], en el punto intermedio y vacilante, podría estar un presidente de verdad, como Obama”, zanja Carrión.