Las teclas y la casi totalidad de la computadora en la que escribo cada día son de plástico negro. Y aunque es relativamente nueva me preocupa la rapidez con la que algunas letras se fueron borrando. La primera fue la «A», la siguieron la «O», la «E» y la «S». La «T» se convirtió en un bastón y la «N» tiene la apariencia de un «V» invertida y contrahecha. Nada que preocupe en exceso. Desde la adolescencia he estado ante un teclado buena parte del día y la desaparición de las letras es casi un proceso natural, y hasta obvio.
Fue después de leer el libro Anatomic del poeta Adam Dickinson cuando apareció mi preocupación. Empecé a calcular qué sustancias y en qué cantidad habría absorbido mi cuerpo en mi estrecha relación con el periodismo. Me refiero a los ftalatos, bifenilos policlorados (PCB), bisfenol A (BPA), pesticidas, metales pesados, particularmente plomo, alcohol, lúpulo y mucha tinta y polvillo de papel de impresión, con sus olores característicos.
Una variedad de ftalatos que alteran el sistema endocrino se puede transferir desde los teclados de las computadoras hasta las yemas de los dedos. Los plásticos son esponjas que chupan y sueltan. Los ftalatos no los absorben, los traen de la planta. Se los agregan los fabricantes para darle suavidad, elasticidad y maleabilidad al plástico.
Los ftalatos se conocen desde los años veinte del siglo pasado, pero se producen en grandes cantidades desde la década de los cincuenta. Hasta 2004 se produjeron unas 400.000 toneladas al año. Se utilizan como disolventes en los pesticidas, pero también en perfumería, esmaltes de uñas, pigmentos de pintura, juguetes infantiles y en casi todos los juguetes sexuales. Esas “travesuras eróticas” que parecen comestibles están compuestas por ftalatos hasta en el 80% de su peso. Muchísimo más que cualquier otro producto que requiera el plastificante.
Los fabricantes de los jugueticos de eros desean que sus productos sean lo más suaves posible y agregan cantidades de ftalatos por encima de lo permitido, junto con estabilizadores de zinc, plomo, estaño, bario o cadmio, que son tóxicos por derecho propio. Los ftalatos pueden ser nocivos para el aparato reproductor masculino y también para los riñones. El Departamento de Salud de Estados Unidos considera «razonable suponer» que son cancerígenos en los seres humanos.
En 1994 el Tribunal Superior de Viena sentenció que el PVC, policloruro de vinilo suavizado con ftalatos, ocasiona graves daños al medio ambiente y a la salud pública. Se le puede denominar veneno medioambiental por sentencia jurídica.
El poeta Dickinson estuvo siete años escribiendo y monitoreando la composición orgánica de su cuerpo. Del biomonitoreo y de las pruebas de microbiomas en su cuerpo resultó una autobiografía químico-microbiana. El poeta ve su cuerpo, las sustancias químicas que hay en su sangre y orina, junto con los microbios influenciados por los alimentos que le llegan al estómago, como las formas que expresan la biología de la ‘petrocultura’, y cómo la composición química y microbiana afectan su proceso creativo. De lo que ocurra dentro de su cuerpo dependerá lo que sienta, piensa y escriba.
Todos los plásticos contaminan y terminan siendo desechables, independientemente de que no lo sean. Llegan a los vertederos o al fondo del océano y de ahí hacen un viaje de vuelta a las entrañas de los organismos. Todavía se desconoce cuánto daño ocasionan a los seres vivos, a su estructura orgánica.
Los plásticos perdurarán en el tiempo geológico y muy probablemente desde pintura de latex hasta redes de pescar sobrevivirán a los humanos. No importa cuánto se hable del reciclaje o de economía circular, una cantidad importante de los plásticos, ubicuos e inmortales, terminarán en el medio ambiente. Y dentro de seres vivos. Se han vuelto omnipresentes. Aunque desiguales en sus formas, cantidades y tipos de daño, siempre son contaminantes.
Los plásticos no fueron desde el principio los materiales que ahora mantienen su forma y color en ambientes calientes, húmedos o abrasivos. No. Los primeros impermeables de plástico se diluyeron bajo la lluvia. Las bolas de billar explotaron con la primera carambola. Los científicos se esforzaron en lograr que cada plástico actuara de la misma manera en todas las condiciones. Los diseñaron cada vez más a nivel molecular para encontrar bloques universales de construcción para sus polímeros. Pretendían hacer el bien en el mundo entero. Muchos vieron los plásticos como una manera de democratizar la sociedad. Las personas con pocos de pocos recursos podían acceder a una gran cantidad de productos baratos hechos de plástico.
En 1941, el químico Victor Yarsley y Edward Couzens, director de investigación de BX Plastics Ltd., imaginaron un mundo nuevo. Más brillante, más limpio y más hermoso. “La expresión perfecta del nuevo espíritu de control científico planificado, la era de los plásticos”. Mientras, la publicidad del Nylon de DuPont anunciaba un vida más fácil, más feliz y más completa en formas que entonces ni siquiera se podían soñar.
Se equivocaron. Hoy, 80 años después, la industria del plástico es responsable de cerca de 1.000 millones de toneladas de emisiones de carbono cada año. Para 2050, podría ser el triple. Siempre encuentran la manera de hacerse imprescindibles. La pandemia de la COVID-19 es un buen ejemplo. La mascarilla, los guantes, los delantales de protección y muchos otros elementos del equipo de protección personal son de plástico. Una barrera de protección. Impiden propagar o ser infectados por el coronavirus. Se usan y se desechan. Desaparecen de la vista, como la basura que se tira por la borda en alta mar. Se quedan atrás y se olvidan.
Pero el SARS-CoV-2 puede sobrevivir hasta cuatro días en superficies de plástico y esos guantes desechados en el bote del supermercado, después de escoger las frutas más hermosas y las acelgas más vistosamente verdes, son un vector de propagación de la COVID-19. Esos guantes que nos hicieron sentirnos protegidos, a veces falsamente, ya les han hecho daño a otros: a los obreros de las fábricas del sudeste asiático, casi siempre migrantes sin papeles, que trabajan sin protección alguna de los químicos agresivos involucrados en la manufactura.
Hechos a partir de polímeros duraderos y cargados con plastificantes tóxicos y otras sustancias químicas, los guantes de plástico pueden durar cientos, incluso miles, de años. No fue el caso de los primeros guantes médicos. Se confeccionaba de material orgánico y biodegradable. En 1767, el médico alemán J. J. Walbaum practicaba los exámenes obstétricos con guantes hechos con intestino de oveja. En 1840 las autopsias se realizaban con guantes de látex, un polímero natural que con la invención de la vulcanización de Charles Goodyear resultaron más ligeros y flexibles. El proceso consistía en mezclar a alta temperatura caucho natural con azufre. Nada saludable.
Unas décadas después algunos cirujanos alemanes usaban guantes esterilizados de algodón blanco en los procedimientos quirúrgicos. Fue en 1889 cuando la enfermera Caroline Hampton se quejó de que la práctica de lavarse las manos con ácido carbólico le había causado una dermatitis severa. El cirujano William Stewart Halsted, del hospital Johns Hopkins, la escuchó y le solicitó a la empresa Goodyear Tire and Rubber que le confeccionaran dos pares de guantes de goma negros y lo suficientemente finos como para no obstaculizar la destreza y con guanteletes para proteger la muñeca. Esa protección no la tuvieron los aldeanos del Congo Belga que extraían el caucho. No solo eran sometidos a un régimen de explotación inimaginable, sino que también les cortaban las manos si no cubrían la cuota que les asignaban.
En Estados Unidos, los trabajadores de las fábricas de caucho, expuestos al disulfuro de carbono del proceso de vulcanización, sufrieron impotencia, demencia y pérdida de sensibilidad en manos y pies. A pesar de todo, el caucho se convirtió en un componente esencial en las industrias militar y automotriz. Cuando ocurrió el ataque del Pearl Harbor, Estados Unidos consumía 600.000 toneladas de caucho al año, la mitad del suministro mundial. La guerra hizo que el material fuera más vital que nunca, pero también más difícil de obtener. El 90% del suministro provenía del sur de Asia.
América del Norte era pobre en árboles de caucho, pero muy rica en petróleo. La solución estaba a la vista. En 1941, un inmenso esfuerzo que involucró al Ejército, la industria y la comunidad científica reemplazó el caucho proveniente de árboles por formas sintéticas obtenidas de hidrocarburos. En 1945, la producción anual de caucho sintético de Estados Unidos alcanzó 920.000 toneladas.
Con las innovaciones sintéticas logradas durante la Segunda Guerra Mundial, la vasta infraestructura de refinerías y fábricas creadas para producir teflón, cauchos, gomas y otros materiales dirigidos al esfuerzo bélico se desvió a la fabricación masiva de polietileno y poliestireno. La materia prima de juguetes, muebles, empaques de alimentos, cubertería y cestas de ropa. Entonces, la industria del plástico celebraba su durabilidad, pero desde mediados de la década de los años cincuenta comenzó a enmarcar sus productos como desechables.
El marketing, el consumo, se impuso sobre la preservación. El exceso de productos baratos distorsionó la forma de ver las cosas que se tenían a mano y a muy bajo costo. La naturaleza no se consideró algo primordial. Se creía que se cuidaba sola. Una botella no contamina un lago, pero cien mil millones son una catástrofe.
En agosto de 1955, la influyente revista Life publicó un artículo celebrando la «vida de usar y tirar». Al año siguiente el filósofo y semiólogo Roland Barthes le otorgó al plástico una dimensión espiritual.
Los primeros guantes médicos, que se desinfectaban y se usaban durante toda la carrera, fueron reemplazados en 1965 por guantes de látex desechables. Cinco años antes, las mascarillas faciales de papel desechables fueron sustituidas por máscaras filtrantes de un solo uso de material sintético no tejido
Los envases y botellas comprimibles de polietileno blando fueron reemplazando el vidrio. En 1950, la producción mundial anual de plástico fue de 2 millones de toneladas métricas. Hasta 2015 se produjo cada año un promedio de 7.800 millones de toneladas métricas de plástico. El 80% terminó en un vertedero o en el medioambiente. A medida que se producía más y más plástico, más pronto parecía desaparecer de la vista. Solo los españoles consumen cada día entre 30 millones y 60 millones de botellas plásticas de agua individuales. La mayoría hechas de PET, polietileno tereftalato, que está compuesto por 64% de petróleo, 23% de derivados líquidos del gas natural (¿ftalatos?) y 13% de aire.
Desde que comenzó la pandemia de COVID-19 se han utilizado 150.000 millones de pares de guantes desechables de látex y nitrilo. Por supuesto, no se trata solo de guantes: las mascarillas faciales de fibra sintética también son de uso universal y obligatorio.
La mayor parte del EPP (equipo de protección personal) utilizado en hospitales y residencias de ancianos como resultado de la pandemia será incinerado, pero otra gran porción se quedará con nosotros. Se asentarán debajo de setos o viajarán a través de desagües y vías fluviales hasta los océanos, donde eventualmente se posará en el fondo del océano y se integrará al espeso lodo sedimentario. Se estima que, sin tomar en cuenta la pandemia, 85.000 millones de pares de guantes serán enterrados este año.
Los guantes de látex natural se biodegradarán en cuestión de años. No ocurrirá igual con los de nitrilo. Las moléculas fuertemente unidas que componen ese polímero sintético son difíciles de romper. El nitrilo es resistente a la descomposición oxidativa y puede durar cientos de años. Como muchos plásticos, la luz ultravioleta puede fracturarlo en pedazos cada vez más pequeños, pero en la oscuridad del vertedero y sin la adición de productos químicos orgánicos para acelerar su degradación los guantes de nitrilo podrían permanecer siglos intactos.
El PVC solo se despolimeriza en condiciones fotolíticas, térmicas o químicas extremas. Se calcula que el PVC a la intemperie podría tardar cien años en descomponerse; en un vertedero, miles. El neopreno es tan resistente a la descomposición que se usa para revestir los vertederos y evitar que el lixiviado se escape por decenas de miles de años.
Jeffrey Meikle, el historiador cultural que en 1995 publicó American Plastic: A Cultural History, cuenta que «la historia del plástico comienza con un material que pretendía ser algo que no era». El atractivo del celuloide, uno de los primeros plásticos inventados en 1869, era su capacidad de asumir la apariencia de superficies de uso corriente. Los mangos de los cuchillos de celuloide imitaban la veta de la madera; los cuellos de celuloide imitaban la textura del lino.
Los termoplásticos invadieron los hogares en la posguerra disfrazados de una amplia gama de materiales tradicionales: vinilo en lugar de cuero y cerámica; formica de grano de madera; cortinas de rayón y suéteres acrílicos. La imitación era lo suficientemente precisa para engañar el ojo, pero rara vez a la mano. Una bola de billar de celulosa parecía una de marfil, pero al sostenerla la diferencia de peso era inocultable; la veta de una mesa de melamina no suplantaba la textura de la madera.
El plástico tuvo que encontrar una manera de engañar el tacto, pero no mediante una máscara más sutil, sino desapareciendo completamente del tacto. Aunque dure miles de años, la promesa del plástico es ser desechable. Lo usamos y desaparece. Falso. Es uno de los peores enemigos de la naturaleza, y está ahí siempre.
En cada una de sus etapas, desde la extracción hasta su eliminación, el plástico es una fuente de emisiones de carbono. El PVC, el segundo plástico más utilizado en el mundo, durante la producción libera cloro en el aire, en el agua y en la cadena alimentaria, así como dioxinas, algunas de las sustancias químicas más dañinas jamás producidas. Una vez descartado lleva su toque infernal a lugares lejanos.
Los guantes de nitrilo que llegan a los océanos se cubren con sulfuro de dimetilo, una sustancia que, para las aves como los petreles y las pardelas, huele igual que el plancton que lo produce. Las suaves ondulaciones de las bolsas de plástico imitan a las medusas y los microplásticos pasan por huevos de pescado. Las redes de pesca desechadas se aferran al cuello de las aves marinas. Drama en el fondo del mar.
La fuerza de los polímeros plásticos proviene de los enlaces muy estrechos que construyen cadenas largas y duraderas de moléculas, que pueden hacer que el material base sea rígido o quebradizo. Las propiedades que asociamos con el plástico (mutabilidad, flexibilidad) son proporcionadas por aditivos químicos: retardadores de llama, tensioactivos, plastificantes y tintes. Los aditivos le proporcionan la esencia a lo que consideramos plástico. Las moléculas de los productos químicos se adhieren a las cadenas de polímero y las hacen más flexibles, más transparentes o de colores más brillantes. Más atractivas a los ojos y al apetito de los animales.
El plástico deja su huella donde lo arrojemos. Libera ftalatos en hogares y oficinas, lixivia retardadores industriales de llama en el agua de mar y crea islas de sustancias altamente tóxicas que pasan al cuerpo de las criaturas que las ingieren.
Las sustancias que penetran el cuerpo humano o animal incluyen ftalatos, bifenilos policlorados, bisfenol A, una amplia variedad de pesticidas y metales pesados que saben a dónde dirigirse. Los PCB marcan el tejido graso; los ftalatos invaden el sistema endocrino. El uranio del nivel freático y de las pruebas nucleares está incrustado en huesos y dientes. Son Chernóbil portátil.
Tocar implica más de lo que creemos. ¿Tocamos el plástico o nos toca? Y, por lo general, damos por descontado que está limpio si lo vemos limpio. Pero es tramposo. Un vaso desechable que se reutiliza, una botella de agua de plástico que se llena una y otra vez sin lavarla antes con agua y jabón es un foco de infección, igual que los cubiertos de plástico de un solo uso que se tienen en la gaveta del escritorio o debajo de un montón de papeles. No, no hace falta tragarse el plástico para enfermarse.
Me dijeron que la manera de evitar que se borraran las letras en el teclado de la computadora era cubriéndolas cuidadosamente con esmalte de uñas. Lo hice, pero ahora sé que la pintura de uñas también tienen ftalatos y lo que hice fue aumentar la dosis de las sustancias químicas que se pueden transferir desde los teclados de la computadora hasta las yemas de los dedos y alteran el sistema endocrino del usuario del teclado. No sé cuánto me tocará.
Aunque el esmalte de uñas sea presentado como libre de tóxicos siempre tiene muchos más de lo supuesto y esperado. Un estudio encontró que 10 de 12 productos para uñas etiquetados como libres de los «tres tóxicos» ingredientes que las personas inhalan –formaldehído (que causa cáncer), ftalato de dibutilo (DBP) y tolueno–, en realidad tenían DBP y tolueno. El esmalte de uñas no es reciclable y deben eliminarse de forma segura en el programa de residuos peligrosos del municipio.
Cuantificar qué cantidad de plástico contamina los mares y océanos es muy difícil. De los materiales inventados por los humanos, el polímero acrilonitrilo butadieno estireno, ABS, es solo uno de los tantos tipos que integran los 400 millones de toneladas que se han producido en el mundo desde hace 70 años y que se han considerado imprescindible.
Miles de objetos –herramientas, medicinas, cosméticos, ropa, envases– se fabrican de plástico, pero el ABS, es un plástico de alta ingeniería. Se utiliza en la industria automotriz por su rigidez, resistencia a ataques químicos y estabilidad a la alta temperatura, así como su dureza, propiedades muy apreciadas en equipos pesados y aparatos electrónicos. En ambientes fríos muchos plásticos se vuelven quebradizos, pero el butadieno proporciona resistencia mecánica y rigidez a cualquier temperatura.
De todo el plástico que llega al mar, solo se contabiliza el 1%. El que se encuentra en la superficie y en el organismo de los animales. El tonelaje restante es enorme. La cantidad asentada en el fondo del mar incalculable. Un estudio encontró cuatro veces más fibras plásticas en el mar profundo que en la superficie. Al mar llega un estimado de 8 millones de toneladas métricas anuales en todos los tamaños, composiciones y colores. Y por todas las vías, tirados directamente al mar, llevados por el viento o arrastrados con los ríos. Cientos de miles de objetos terminan en el fondo del mar sin generar preocupación. En el mar que es el morir.
En 1971 la barcaza Atlántida II recorría el Mar de los Sargazos, en el medio del Atáltico y arrastraba con una red todo lo que flotaba en la capa neuston. El biólogo Ed Carpenter comenzaba su carrera científica en el Laboratorio de Biología Marina en Woods Hole, Massachusetts. Su intención era estudiar el sargazo. Las esteras flotantes que dan nombre al único mar definido por sus características físicas y biológicas, sin incluir presencia de costas, y que descubrió Cristóbal Colón en su primer viaje.
En sus 3.500.000 km2, Carpenter buscaba organismos vivos, pero lo que más encontraba eran plásticos, de todos los tipos y colores. Con forma de bolitas, quebradizos, desgastados, afilados, blandos, reflectantes y también como restos del uso que les daban los humanos: el émbolo de una jeringa, la boquilla de un fumador, un botón, la tapa de un frasco de medicinas con algas y medusas aferradas a su superficie como sarcillos de sargazo. En cada jornada, a lo largo de 1.300 km, capturó tanto como 3.500 piezas por kilómetro cuadrado. El sitio poblado más cercano estaba a 240 km, Bermudas.
Al año siguiente Carpenter publicó con Ken Smith un artículo en Science en el que manifestaba que «el aumento de la producción de plásticos, combinado con las prácticas actuales de eliminación de desechos, aumentará la concentración de estas partículas». Probablemente fue la primera mención de polímeros sintéticos en ambientes marinos. No hubo aplausos ni premios al investigador. Al contrario, sus superiores lo riñeron por no ocuparse de la biología sino del plástico. Hasta lo visitó un representante de la industria plastiquera que no estaba muy contento con los hallazgos a bordo del Atlándida II. Ed dejó atrás los plásticos y Woods Hole. Buscó otra vertiente de investigación.
Quedó, sin embargo, su método para documentar sistemáticamente los plásticos que encontraba en la red. Lo replicaron los muchachos de la Sea Education Association que recorrían el Atlántico. El 29 de junio de 2010, el buque de investigación de la SEA SS, el bergantín Corwith Cramer, de 40 metros de eslora, se encontraba a medio camino entre la ciudad de Nueva York y el Sahara Occidental y llevaba las redes extendidas a estribor y a babor. Era un día soleado y de poco viento. La tripulación, estudiantes y científicos notaron una inmensa cantidad de desechos de plástico flotando en la superficie. Trozos de todos los tamaños y hasta un recipiente de 5 galones. En menos de 20 minutos el peso tensó tantos las redes que hubo que detener la embarcación. Una red recogió 23.000 piezas de plástico.
Ed había estimado 40 años antes que un km2 del Atlántico contenía 3.500 piezas de plástico, pero la espectacular recolección del Corwith Cramer fue de 26 millones. Un aumento del 740.000%. La masa de plástico mundial duplica a la de todos los animales, terrestres y marinos. El impacto de una civilización hecha con petróleo.
Entre California y Hawái hay una isla de 1,6 millones de kilómetros cuadrados que no aparece en los mapas, la isla de plástico del océano Pacífico. Un estudio publicado en la revista Nature estima que en esa superficie se acumulan 1,8 billones de piezas de plástico, y sigue aumentado cada segundo. No es la única isla de plástico en el Pacífico. Y en el mar Mediterráneo y el Mar del Norte se acumulan entre 70.000 y 130.000 toneladas de microplásticos y entre 150.000 y 500.000 toneladas de macroplásticos.
En el Atlántico hay una isla de plástico al norte de la República Dominicana y otra cerca de las costas de las islas Canarias, que tiene un kilómetro de grosor. Investigadores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y el Instituto Español de Oceanografía publicaron un estudio en la revista Science of the Total Environment con los resultados de 51 muestras que tomaron a varias profundidades y en 5 emplazamientos: uno al norte de Gran Canaria, otro entre esta isla y Tenerife y tres al sur de Tenerife, La Gomera y El Hierro. En esos puntos encontraron que el agua está cargada de fragmentos de plástico y fibras sintéticas desde la superficie hasta profundidades que rebasan los 1.150 metros, al sur de El Hierro.
El plástico no solo flota en la superficie, sino que está presente, como los ingredientes de una sopa, a lo largo de una gruesa columna de agua, a veces mezclado con el zoopláncton. Solo en el entorno de Canarias hay un mínimo de 50 millones de pequeños fragmentos de plástico y fibras sintéticas por cada kilómetro cuadrado de océano.
Y cada vez llegan más plásticos al mar, y hay más envases de plástico en los supermercados, también mascarillas y frascos de hidrogel fabricados como las botellas de refresco con plástico PET que les aguarda el mismo destino. Salvo menos de 20% que se recicla, si es transparente o blanco, el preferido y más apreciado por los reutilizadores industriales.
Botellas de plástico en un punto de recogida de basura en Tokio, Japón
| REUTERS/Toru Hanai
Desde los años noventa, muchísimas marcas de restauración y alimentación lo utilizan envases de plástico PET. Sus características lo hacen perfecto: transparente, fuerte, difícil de romper, ligero, barato y reciclable. Se pueden fabricar mediante soplado (ideal para obtener envases de cuello estrecho como botellas) o termoformado (para darle la forma que se busca). Una auténtica «maravilla».
La sigla PET significa tereftalato de polietileno, polietilenotetereftalato, politereftalato de etileno. Los mismos ftalatos que se incorporan al cuerpo de los mecanógrafos a través de las yemas de los dedos y causan “disrupciones endocrinas”. Casi todos saben, salvo los consumidores, que las botellas de plástico PET están pensadas para que se usen de forma individual y no se reutilicen. Incluso algunas empresas con responsabilidad social las etiquetan con mensajes que aconsejan no rellenarlas y mantenerlas lejos del sol.
Al lado del plástico PET, pero con una bandera mayor de peligro, está el plástico con BPA, que desde los años setenta se utilizó mucho en la fabricación de teteros y botellería, y a partir de marzo de 2011 fue prohibido por sus efectos altamente preocupantes en la salud. Sin embargo, el profesor John Swartzberg, de la Facultad de Medicina de la Universidad de California, admite que la mayoría de las botellas de plástico ya no usan BPA, pero hace una seria advertencia: «El problema es que han reemplazado el BPA con otros materiales, pero no sabemos los efectos de sustitutos como el bisfenol S. No se han estudiado en humanos. No obstante, los estudios en animales sugieren que podría ser tan perjudicial como el BPA”.
Los plásticos y los microplásticos, y las sustancias químicas que contienen, van pasando de cuerpo a cuerpo. En 2004, la microbióloga Linda Amaral-Zettler estaba muy interesada en las diminutas manifestaciones microbianas, pero se topó con la «plastifera». Un mundo totalmente nuevo que se forma en la superficie del plástico. La basura de los humanos se convierte en hogar de criaturas vivientes.
En una boya de ABS, que llevaba 15 años perdida en el Atlántico sur, encontró en un barrido del microscopio electrónico percebes de cuello de cisne, colonias de briozoos, pequeños invertebrados que no pueden sobrevivir a menos que estén agrupados con los de su especie, e hidroides, una etapa temprana de la vida de una medusa. Nudibranquios, moluscos que mudaron sus conchas para convertirse en babosas de mar de cuerpos como vidrio soplado en tonos fucsia, verde azulado y rosa intenso. A nivel microscópico, hubo aún más. Mucho más. Toda una comunidad acuática que multiplica las preguntas de los investigadores científicos sobre el mundo “natural” que estamos haciendo con el plástico.
¿Cuál es el papel de los plásticos en las interacciones entre especies? ¿Cómo viven las larvas de escarabajo durante semanas ingiriendo nada más que poliestireno? ¿Cómo sobreviven ecosistemas marinos enteros a los viajes transoceánicos en plásticos? ¿Qué debemos hacer ante el hecho de que los plásticos aparecen en el agua del grifo y en las muestras de aire? ¿Por qué los plásticos del océano huelen tan apetecibles para las tortugas? ¿Qué mundo natural y antinatural estamos generando?
Los plásticos no desaparecen al lanzarlos por borda posterior. Con el agua, el calor, el viento se fracturan una y otra vez hasta llegar por debajo de los cien nanómetros, el tamaño de un coronavirus, y traspasan los límites biológicos. Somos el mensaje dentro de la botella plástica. La vida se mueve con el plástico y el plástico se mueve con la vida. “Hay plástico en tu cerveza y en tu sal”.
Un estudio global encontró que el 83% de 150 muestras de agua del grifo de los 5 continentes presentaban microplásticos. Desde un humilde hogar en la orilla del lago Victoria, en Uganda, hasta la lujosa Trump Tower, en Nueva York. Ningún filtro sirve, nada les es impenetrable. En el aire flotan microperlas, los pequeños plásticos de todos los colores que se encuentran en los productos de belleza y también fibras de la ropa: nailon, polipropileno. El plástico constituye el 4% del polvo, un porcentaje enorme.
Pero no son solo los plásticos, no solo se trata del derivado de petróleo, sino de los aditivos, desde colorantes hasta retardadores de llama, que con el tiempo contaminan el medio ambiente que los rodea. Los plásticos liberan y absorben. Son esponjas. El geoquímico japonés Hideshige Takada encontró que los gránulos de plástico de 3 mm contenían contaminantes orgánicos persistentes como dioxinas, PCB y DDT en una concentración un millón de veces más alta que en el agua de mar circundante.
Cuando se ingieren, muchos de estos contaminantes pueden actuar sobre los sistemas biológicos como disruptores endocrinos, que sesgan el desarrollo, roban el potencial intelectual, alteran la fertilidad, causan enfermedades metabólicas o interfieren la señalización hormonal, incluso en la dosis más baja. Y la ingestión es fácil, a veces parecen una delicia, un buen pedazo de bacalao rociado con aceite de oliva.
La plastifera, esa película de vida que envuelve los plásticos, enmascara los desechos plásticos como atractivos trozos de comida, manjares, para criaturas desprevenidas. Lucen como un glaseado de chocolate, pero esconden un pedazo de plástico. Le huele bien y se comen el plástico cargado de los contaminantes de las aguas circundantes. Una vez ingeridos se incorporan a sus cuerpos y comienza el efecto dominó: del zooplancton al pescado y del pescado a la mesa.
Y la escala aumenta, hay plantas que pueden aspirar polvo con plástico que se incrusta en el material vegetativo que es alimento de animales. Se han encontrado fibras de tejido sintético en el tracto digestivo de más de cien especies y pueden atravesar las paredes intestinales de algunas. Se han detectado minigranos de poliestireno fluorescentes en las entrañas de los mejillones y por 48 días en el sistema circulatorio. No se expulsan con las heces. Hasta en el líquido amniótico se han encontrado rastros de sustancias que se añaden a los plásticos: bisfenoles, ftalatos y retardadores de llama. Contaminantes.
Las señales paleoecológicas que marcan el impacto del Homo sapiens son muy amplias, en esos pocos centímetros que corresponden a la historia humana, pero a partir de 1950, comenzó con el plástico una nueva época en el registro geológico. Algunos han empezado a llamarlo Antropoceno, la edad de los humanos, pero tal vez sería Plasticeno el nombre más apropiado.
El plástico está en todas partes. El mundo ha devenido en un plastiglomerado con conchas, rocas y minerales. Una extraña estética en un mundo roto, producto de nuestras propias manos que regresan a perseguirnos en forma impensable, como advierte Amitav Ghosh en su libro The Great Derangement: Climate Change and the Unthinkable. El viento trae más de lo que se lleva.
La Fundación Ocean Clean Up calculó en un estudio que una de las islas de desechos plásticos que flotan en el océano Pacífico es tres veces mayor que la superficie de Francia. Por ahora, por cada 5 kilos de pescado que suben a cubierta, uno es de plástico. Y la situación no tiende a mejorar. El proyecto de reciclaje Mares Circulares, que emprendió Coca-Cola España en 2018, advertía que en 2030 la proporción podría ser uno a uno. Uno de pescado por otro de plástico. En el mundo se producen cada año 400 millones de toneladas de plástico, y todo, o casi todo, termina en el mar. Otros cálculos indican que ya hay más plástico que especies en el mar y en la tierra.
A finales de 2018 la fundación The Ocean Cleanup empezó a recorrer el océano Pacífico deslizando una pantalla submarina atada a un tubo flotante de 600 metros. Con esa “tecnología” anunció que trataría de limpiar unos 1,6 millones de kilómetros cuadrados en 5 años y retirar parte de las 80.000 toneladas de basura que invaden las aguas del Pacífico.
Sin embargo, el proyecto ingenieril, que fue desarrollado con 30 millones de dólares provenientes de donaciones, es blanco de fuertes cuestionamientos científicos. El aparatoso dispositivo no solo recoge residuos plásticos, sino también minúsculos animales, particularmente moluscos del género Velella y Janthina, que viven en la superficie del mar y son esenciales para el ecosistema. El sistema masivo de limpieza preocupa a Rebecca Helm, bióloga especializada en gelatinas flotantes y profesora en la Universidad de Carolina del Norte. “Si en dos días acabaron con cien animalitos, lo que puede ocurrir en el cinco años es muy alarmante”, publicó en Twitter.
“Como las especies del neuston se reproducen con gran rapidez, Ocean Clean Up piensa que es imposible que desaparezcan por completo», dice Rebecca Helm. Sin embargo, la profesora explica que el conjunto animal de la superficie es una enfermería para múltiples especies de larvas y un coto de caza para pulpos. El pez luna, las tortugas laúd y otros seres vivos frecuentan estas islas flotantes porque son su fuente de alimento. “Limpiar el 90% del plástico del océano matará el 90% del neuston y devastará este ecosistema”, escribió en su artículo de advertencia.
En la foto que facilitó Ocean Clean Up para compartir su primera jornada exitosa aparecen plásticos de todo tipo, pero quien está familiarizado con la vida marina puede distinguir un centenar de especies diminutas, parecidas a caracoles morados y medusas azules. Helm les dibujó un círculo rojo y publicó la foto en Twitter: “Lo advertí, The Ocean Cleanup captura y mata la vida marina flotante”.
El fundador del proyecto y su principal promotor, Boyan Slat, respondió de inmediato. “Estas especies de moluscos pelágicos se expanden sobre 50 millones de kilómetros cuadrados y el área de trabajo del buque holandés es de tan solo 500.000, es decir, un 1% de la superficie mencionada”. Ante evidencia de los daños colaterales infligidos, declaró que había sido calculados, que siempre el beneficio será mayor.
El año 2018 supuso un punto de inflexión en la conciencia colectiva sobre el exceso de plásticos. Estamos rodeados de plásticos, una inevitable consecuencia de ser consumidores. Todo viene envuelto en plástico, adornado con plástico, protegido con plástico y transportado en plástico. Ha dejado de ser una molestia y ha devenido en una amenaza. Ha sustituido el algodón, la lana y el lino, como poliéster o nailon penetra en nuestra piel. Pero hasta ahora ha sido poco efectivo el esfuerzo por espaciar la presencia del plástico. Hay mucha motivación para que el consumidor sea el que recicle, pero muy poco para bajar la producción. Apenas un aumento de los impuestos a quienes compran plásticos de usar y tirar, además de los 10 céntimos de euro por las bolsas en los supermercados y 1 céntimo en las panaderías. También el costo termina saliendo del bolsillo del consumidor.
Es un impuesto de gran aceptación popular. No es alto y evita fregar los platos, la cubertería y vasos después de reuniones con grupo grande de amigos. Lo único exitoso que no tiene un doble fondo es que la palabra “microplástico” fue declarada en 2018 palabra del año por la fundación que patrocinan el BBVA y la agencia Efe. Hasta ahí.
En 2016, un informe que se presentó en Davos, en el Foro Económico Mundial de (Suiza), se calculaba que para 2050, el 20% del petróleo extraído en el mundo se destinaría a la fabricación de plástico. Como vemos, los promotores del Gran Reseteo no piensan en la desaparición del plástico, aunque en sus campañas y emprendimientos verdes digan lo contrario.
En enero de 2019, 28 multinacionales anunciaron la Alianza contra la Basura Plástica. No fueron avaros ni mezquinos, al menos de palabra. Alardearon que destinarían 1.500 millones de euros en 5 años para el “esfuerzo más completo para eliminar los desechos de plástico en el medio ambiente”. Entre los participantes se encuentran desde Procter & Gamble, Chevron Phillips Chemical Company, Exxon Mobil, Shell y Total, hasta la italiana Eni.
A los pocos días la red ecologista belga-holandesa Recycling Netwerk divulgó in informe sobre los planes de las multinacionales de la alianza para la expansión de las plantas de producción de plásticos. Julio Barea, de Greenpeace España, calificó la operación de “bestial lavado verde”. Por nombrar tres: Shell construye una planta en Pensilvania para producir 1,6 millones de polietileno. Exxon Mobil prepara en Texas una planta que alcanzará los 2,5 millones de toneladas. En el Oriente Medio, Saudi Aramco construye la petroquímica más grande del mundo para obtener hidrógeno de combustibles fósiles.
España presenta cifras de reciclaje muy elevadas, 14 kilos de plásticos recuperados por persona al año en los 400.000 contenedores repartidos por todo el país. No obstante su fealdad intrínseca, esos iglúes quizás alivian la culpa colectiva, pero en verdad los resultados son minúsculos para las necesidades de España y del planeta. De las 350.000 toneladas de plástico que se produce cada año no se recicla ni el 8%, y a un alto costo de energía, para luego, definitivamente, terminar en el mar.
De ahí que el problema, la invasión del plástico, no deje de aumentar después de 30 años de que se inventara el “reciclaje”, una manera de echarle el problema al que paga por tenerlo: el consumidor. Mientras, como señala Greenpeace, «ni siendo vegetariano te libras de consumir plásticos en la sal y hasta en el agua mineral»
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