Por Gorka Landaburu / Fotos: Begoña Rivas
El anuncio de la organización terrorista ETA de que entregará todo su arsenal a las autoridades galas el próximo 8 de abril tras más de 40 años de violencia y acoso a muchos sectores de la sociedad vasca y española se ha producido más por necesidad que por convicción. ETA llevaba tiempo desacreditada ante la gran mayoría de la población vasca, así como ante los independentistas más radicales que durante muchos años, demasiados, han apoyado y hasta han jaleado la mayor parte de sus acciones.
Es evidente que el acoso policial y judicial, así como la colaboración de Francia, han permitido aislar y mermar a toda una organización que durante más de tres décadas ha tenido en jaque a la mayor parte de las instituciones públicas vascas y españolas. Pero el declive de ETA no se puede explicar sin una reacción, cada vez mayor, de la ciudadanía vasca, acompañada por la casi totalidad de los partidos políticos, que ha exigido la disolución y desaparición de la organización terrorista.
Tampoco se pueden ignorar los esfuerzos de los sectores más posibilistas de la izquierda abertzale que, encabezados por Arnaldo Otegi, han propiciado y marcado un nuevo rumbo político fuera de la violencia y a favor de las vías democráticas.
Es cierto que desde hace meses vivimos en el País Vasco un nuevo tiempo donde la amenaza y la coacción han desaparecido. También lo es que este tiempo de “esperanza” está lleno todavía de grandes incertidumbres, pese a que es poco probable que se produzca un retroceso o una marcha atrás. La decisión unilateral tomada por ETA parece irreversible y se tendría que originar un auténtico desastre para que en Euskadi vuelva a resurgir la posibilidad de nuevos atentados. La gran mayoría de los vascos no lo permitiría ni lo toleraría.
Este “adiós a las armas” de ETA parece estar asumido no solamente por la organización terrorista sino también por su brazo político, es decir, por la izquierda abertzale. Sin embargo, todavía ETA no se ha disuelto y no parece que lo vaya a hacer antes de que se busque una solución para los más de 500 presos de la banda armada que cumplen sus penas en las cárceles francesas y españolas.
No obstante, la desaparición de la violencia terrorista y los nuevos tiempos que se avecinan nos obligan a todos a una reflexión profunda. No se trata de hacer “borrón y cuenta nueva”, ni de olvidar la estigmatización, la violencia y la persecución que se ha vivido en el País Vasco. Pero tampoco nos podemos quedar anclados en el pasado refugiándonos en el dolor y el sufrimiento causado por el terror. El odio y el rencor no conducen a ninguna parte. Pero cada víctima debe ser respetada porque su dolor es personal e intransferible. Ha sido, para muchas de ellas y durante años, un padecimiento y un largo calvario que han vivido en silencio y en una vergonzante soledad.
Cada vez son más los que ya hablan de reconciliación, pero pienso que hemos de limitarnos, por ahora, a buscar, en primer lugar, una convivencia que nos permita empezar a cicatrizar unas heridas que, en muchos casos, están todavía al rojo vivo.
El País Vasco es un país pequeño donde todos nos conocemos. No hay prácticamente ninguna familia que no haya sufrido, de lejos o de cerca, los zarpazos de la violencia etarra, el chantaje, la coacción, la kale borroka, el atropello del Estado y de los grupos parapoliciales, la “guerra sucia”, el GAL, los malos tratos o torturas en dependencias policiales… Pero la violencia más cruda y más persistente la ha producido ETA, con más de 800 víctimas mortales y decenas de miles de personas heridas y perseguidas.
Cuando ETA y su mundo radical decidieron “socializar el sufrimiento” –como ellos mismos lo denominaron–, allá por los años 90, una losa se abatió sobre muchos sectores de la sociedad vasca. Los amenazados y perseguidos se multiplicaron por miles, como después se confirmó. Miremos donde miremos no podemos olvidar que, como en los “años de plomo” que se vivieron en los 80, la década de los 90 fue, de nuevo a causa de ETA, un duro golpe a los derechos humanos, a la libertad y a la democracia. Hemos vivido con terror, con miedo y temor y pocos fueron los que se atrevieron a denunciar y a salir a la calle para condenar y rechazar esta ignominia.
La importancia de los gestos
Si queremos abordar el futuro, es preciso recobrar la memoria y analizar todo lo que ha pasado. Se puede pasar página, pero es necesario leerla para contar lo ocurrido y, sobre todo, para que nunca jamás se vuelvan a reproducir unos hechos que han conmocionado y desquiciado a gran parte de la sociedad.
La convivencia es un camino delicado y complicado que necesita una convicción y un esfuerzo por ambos bandos. No se trata de grandes declaraciones ni de proclamas rimbombantes, sino más bien de gestos y comportamientos que permitan el acercamiento. Nuestra hoja de ruta tiene que establecerse en la memoria, la justicia y la reparación. La memoria social configurada en la justicia y la reparación será el mejor antídoto sobre el que asentar los cimientos de un futuro justo, fecundo y de convivencia.
Pero las prisas no son buenas consejeras. El mundo radical exige al Gobierno español que haga movimientos para acercar a los presos de ETA a cárceles del País Vasco, que se libere a los presos enfermos y que se ponga en libertad a los que hayan cumplido las tres cuartas partes de su condena. Todas esas medidas son legales. Podrían ser adoptadas con total normalidad dentro del marco de la ley por el presidente del ejecutivo español Mariano Rajoy.
Hace tiempo que, como periodista y también como víctima, reclamo el acercamiento de los presos de ETA a cárceles del País Vasco. Asimismo, y lo he escrito en varias ocasiones en Cambio16 y expresado en tertulias en las que participo, Arnaldo Otegi tiene que ser puesto en libertad. Estos gestos permitirían aliviar una situación todavía tensa y acercar posiciones a favor de una solución final.
Pero hemos de recordar a ETA y a su mundo que hace sólo tres años y medio que decidieron abandonar las armas, que es evidente que debemos avanzar pero, como dice el proverbio español, “sin prisas pero sin pausas”.
Mientras tanto, debemos exigir la disolución de la organización terrorista, así como que aborde al menos un principio de autocrítica y de reconocimiento del daño causado. También la izquierda abertzale tendrá que explicar, algún día, por qué ha tardado mas de 30 años en cortar su cordón umbilical que le ha unido a la violencia para finalmente apostar por las vías democráticas. Tendrán que explicar por qué han cambiado de estrategia y por qué se ha matado.
Sophie Scholl, una joven estudiante cristiana de la Universidad de Múnich, de 22 años, decapitada por los nazis, dejó escrita una profunda reflexión: “Yo no puedo comprender que haya hombres que estén continuamente en peligro por culpa de otros hombres. No puedo comprenderlo y me parece horrible. No digas que es por la patria”. Reconocer sus propios errores no es tarea fácil. No se trata de autoflagelacion, ni de que ETA entregue sus armas en la plaza del pueblo. Lo que se les exige es que inicien un proceso de reflexion que les lleve a admitir todo el daño causado.
Tras el atentado que sufrí el 15 de mayo de 2001 y que me ha dejado importantes secuelas, siempre he defendido la necesidad de poner fin a esta violencia sin sentido que sólo ha traído dolor, sufrimiento y desolacion. Hemos enterrado a demasiados amigos, hemos asistido en directo a atentados con víctimas mortales, conocido a ciudadanos extorsionados por ETA, a otros que tuvieron que huir del País Vasco ante la presion terrorista, a personas maltratadas y torturadas por las Fuerzas de Seguridad del Estado. Todos estos hechos quedan en la retina de nuestros ojos y si los asesinados no pueden volver, es nuestro deber, además de inquirir memoria, justicia y reparación, emprender la vía que nos permita cicatrizar nuestras heridas y aliviar nuestro dolor.
Este mismo sentimiento es el que me hizo acudir, hace tres años, a la cárcel de Vitoria para reunirme con varios reclusos de ETA, más conocidos como los presos de la vía Nanclares. Con ellos departí durante más de dos horas sobre la incongruencia e incoherencia de la violencia. Ellos, que han sido expulsados de la banda terrorista, han tenido el valor de recorrer un largo camino que les ha llevado a realizar una profunda autocrítica de su pasado y reconocer el daño causado. Esta vía, que ha supuesto una fractura importante en ETA, ha sido abandonada por Mariano Rajoy. Es un error que vuelve a confirmar la inacción de un ejecutivo y su falta de visión política ante el fin de 40 años de terrorismo.
Todos los gobiernos, desde Suárez a Zapatero pasando por Gonzaléz o Aznar, han intentado negociar o dialogar con ETA. Sin embargo, y ahora que la banda armada está casi desaparecida y a punto de extender su acta de defunción, desde la Moncloa se sigue optando por la inacción y una pasividad preocupante, como si los terroristas se hubieran esfumado en la naturaleza.
No se trata de negociar con una organización que ha sembrado el terror. ¿Por qué? No hay nada que negociar. Pero sí se debe abordar su disolución y la entrega de su arsenal para poner punto final a esta pesadilla. Tiene que quedar claro que no puede haber impunidad y que los tribunales deben cumplir con su obligacion de aclarar y rendir justicia de todos los delitos cometidos. Le corresponde al presidente del gobierno zanjar y resolver una situación que se encuentra en stand by y que impide todo avance hacia una resolución definitiva. No podemos permitir el borrón y cuenta nueva, como algunos pretenden, porque sería injusto e intolerable y se convertiría en una losa vergonzante, no sólo para todos nosotros sino también para las futuras generaciones.
Tampoco podemos poner palos en las ruedas, ni entorpecer vías de solución que terminarán por imponerse.
Mirar al futuro, sin olvidar el pasado, significa, sin duda, abrir nuevos senderos. Y aunque parezca difícil y complicado que todos los afectados caminen hacia un mismo horizonte de libertad y de respeto, merece la pena intentarlo. Queremos la paz de los valores y de la convivencia y no la de los cementerios. Es hora de mirar el futuro con inteligencia, valentía y audacia. Un futuro con memoria para que por fin las nuevas generaciones vivan sin odio y sin rencor, donde el terrorismo se vuelva para siempre una historia macabra del pasado que nunca debió ocurrir.
Ya lo expresó la escritora y activista de los derechos humanos Eleanor Roosevelt, que fue la esposa del presidente Franklin Delano Roosevelt, cuando afirmó: “No basta con hablar de paz. Uno debe creer y trabajar para conseguirlo”.