El miedo y la incertidumbre son dos de los sentimientos que han acompañado la evolución de los seres humanos a lo largo de la historia.
El miedo tiene que ver con la angustia y la aprensión. La incertidumbre es reflejo de carencias de esos seres humanos que colonizaron el planeta: falta de seguridad, de conocimiento seguro y claro de algo, de certeza.
No es difícil colegir a partir de este breve análisis semántico que son dos de los componentes esenciales de un sistema inmune conductual que tiene que responder a una situación tan extrema como la que genera la Covid-19.
En el proceso evolutivo los humanos, para contrarrestar, superar o diluir estas emociones o sentimientos han tenido que acudir a la fe y la razón. No queremos polarizar, pero nosotros, como científicos, tenemos que apelar a la razón. Aunque nuestra razón no esté exenta casi siempre de algunas dosis de fe; de hecho estas dosis descansan en el método científico, el andamio sobre el que se construye el conocimiento científico y tecnológico.
El método científico descansa entre otros principios en la necesidad de que las hipótesis se sometan al contraste experimental o dialéctico y que las conclusiones resultantes de tal proceso se sometan a revisión, al juicio de los pares. Esto último significa que otros científicos expertos en el tema se pueden manifestar previamente a que se publiquen los resultados de la investigación, como ha sido tradicional. O lo que sería mejor, que lo puedan hacer cuando ya están publicados o pre-publicados. Esto facilitaría la diseminación del conocimiento científico y haría el debate mucho más abierto y potencialmente más rico y constructivo, en un escenario que constituye el objetivo de la “ciencia abierta” (open science).
Asimismo, ya hemos puesto de manifiesto anteriormente, para apoyar teóricamente nuestros argumentos, la relación o comparación entre ciencia y democracia, a partir de principios que rigen sociológica y éticamente la actividad científica. Nos parece pertinente recordarlo porque la democracia es el sistema político necesario, imprescindible para una gestión racional y abierta de una emergencia sanitaria como la creada por el SARS-CoV-2.
Otra de las características definitorias del cultivo de la ciencia es que de él no se derivan dogmas ni verdades absolutas sino verdades evolutivas. Es sorprendente que esta declaración ya se está haciendo consuetudinaria en medios de comunicación y en la sociedad, como se ha podido escuchar en estos tiempos de coronavirus en los que a la ciencia y a sus cultivadores se les está prestando inusual atención.
La ciencia de la pandemia
La epidemiología es la base científica sobre la que asienta con toda lógica la gestión de la Covid-19. Pero la epidemiología, que pertenece al sugerente campo de la salud pública, no es una ciencia exacta, como ocurre con la totalidad de las ciencias biomédicas, incluida la medicina.
Esta afirmación se está comprobando en el día a día de la gestión sanitaria de la pandemia. Se comprueba casi continuamente, por desgracia, la falibilidad de los test diagnósticos. En plano más general, los juicios emitidos por un médico a la vista de los síntomas del paciente, de los resultados de las pruebas diagnósticas y de su experiencia, no son fiables al 100%. Como nos recuerda Atocha Aliseda, los diagnósticos de los médicos en el fondo son hipótesis, que entrañan un cierto grado de incertidumbre.
A la hora de enfrentarse a una nueva enfermedad, los médicos cuentan con su experiencia y con el conocimiento acumulado a lo largo de los años para enfrentarse a ella, tanto desde los ámbitos clínico y experimental como desde la estrategia epidemiológica y de salud pública.
No obstante, el ámbito de la salud pública descansa como importante soporte analítico en la estadística. Aunque esta palabra está recogida en el DRAE de 1822 no existe mucho trabajo académico en su definición que vaya algo más allá de “estudio de los datos cuantitativos de conjuntos como la población o los recursos naturales…”. No obstante, ahora es indispensable para dar sentido numérico e interpretativo a algo tan importante como las encuestas, elemento de constante referencia mediática y de confrontación en el debate político.
La referencia a datos y números nos apunta a una clara relación con las matemáticas, pero esencialmente de modo instrumental. En todo caso, la epidemiología es un fiel exponente de lo que en el método científico se llama “ensayo y error”.
El problema es que en el caso de la Covid-19 hay ausencia de historia, de experiencias anteriores, y los ensayos y errores pueden ser tan complejos y variables que disten días, semanas o meses. Y que por ello no sepamos cuándo se ha iniciado realmente ni cómo y cuándo va a terminar esta pandemia.
Es evidente que cuanto mejores y más precisos o desglosados datos se tengan mejor se hará el diseño, la estrategia y por tanto, los análisis de los mismos tendrán menos errores. Por mucho que sorprenda, en estos factores el caso español alcanza un notable mientras que en el caso del Reino Unido y de los Estados Unidos está cercano al suspenso, aunque los poderes económico y científico estén haciendo de amortiguadores para que no haya un caos.
En todo caso, por lo dicho, está claro que la epidemiología no es la ciencia para eliminar de raíz el miedo y la incertidumbre. Tampoco para responder a las cuestiones imperativas de medios de comunicación que han crecido en la sociedad de la inmediatez y que invocan, casi con pasión de adolescentes caprichosos, la defensa de ese derecho tan importante y delicado a la vez que es la libertad de expresión.
¿Libertad de expresión o dictadura informativa?
No debemos olvidar otro importante problema que atañe a cómo la situación de pandemia y de confinamiento nos está sobreexponiendo a la información a través de los medios electrónicos de Internet y redes sociales. Una situación que genera asimismo gran incertidumbre, derivada en primer lugar de una información referida a algo (el virus) intangible para el grueso de la población. Y en segundo lugar del miedo a lo desconocido, que nos lleva a buscar deliberadamente esa información para conocer la enfermedad y la forma de evitarla.
La abundancia de información, unida a la multiplicidad de fuentes no contrastadas que interfieren en el proceso de comunicación, genera mucha incertidumbre entre los ciudadanos sobre la fiabilidad de las informaciones que reciben. Esta sensación se ve agravada por el hecho de que habitualmente las informaciones falsas tienden a diseminarse a mayor velocidad y tener un mayor alcance que las verídicas o contrastadas.
En estas circunstancias, algo tan sencillo como dilucidar si es conveniente o no ponerse mascarilla se convierte en un extraordinario ejercicio de gestión de incertidumbres.
Los escépticos y los sarcásticos
Esta situación abre el terreno de la comunicación y las exigencias a los sarcásticos que pueden utilizar las redes sociales como terreno apto para exponer sus posiciones.
Los escépticos (y su versión más extrema, los negacionistas) acerca de las catástrofes naturales más o menos irreversibles como el cambio climático o la emergencia sanitaria causada por la Covid-19, se han dado en todos los ámbitos sociales. Pero sobre todo en el terreno de la política, de la economía neoliberal, algunas ciencias humanas y sociales y en la comunicación. Al principio incluso entre científicos experimentales, sobre todo respecto a las dimensiones y consecuencias de la misma. Son muy peligrosos porque el escepticismo no es panacea para el miedo y la incertidumbre. Quienes sufran de estas inquietudes deben alejarlos de su radio de interacción.
Los sarcásticos son plausibles e incluso atractivos en épocas de bonanza y normalidad, pero son muy peligrosos en situaciones de catástrofe y conflicto, y por lo tanto, en plena pandemia de Covid-19. Sobre todo cuando al sarcasmo se unen la necedad y la prepotencia.
Recientemente un importante líder mundial ha intentado justificar con el sarcasmo una de las mayores barbaridades que se hayan relacionado con las ciencias biomédicas. Estos sarcásticos no solo son ineficaces, sino que pueden resultar dañinos porque tienen muchos seguidores en la infodemia. ¡Por favor un potencial genocidio por la vía del suicidio, no!
Ante la incertidumbre y el miedo, descansemos y confiemos en la Sanidad pública, en el extraordinario trabajo de los profesionales sanitarios desde los médicos hasta quienes se ocupan de la limpieza de las instalaciones pasando por los técnicos de laboratorio, los enfermeros, los celadores, los cuidadores, que nos están dando un maravilloso ejemplo de cooperación en el ejercicio de una tarea encomiable que incorpora las vertientes intergénerica e intergeneracional.
Una versión de este artículo aparece publicada en la web de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC).
Jesús Rey Rocha, Investigador Científico en Ciencia, Tecnología y Sociedad. Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (IFS-CSIC), Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC); Emilio Muñoz Ruiz, Profesor de Investigación. Instituto de Filosofía del CSIC; Unidad de Investigación en Cultura Científica del CIEMAT, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC) y Victor Ladero, Científico Titular del IPLA-CSIC, Investigador del Instituto Investigaciones Sanitarias de Asturias (ISPA) y Socio Fundacional de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC), Instituto de Productos Lácteos de Asturias (IPLA – CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.