Por Cristina García Casado (Efe)
El Partido Republicano se revuelve entre la incredulidad, el rechazo y la aceptación de que su futuro está en manos de Donald Trump, un magnate explosivo e imprevisible con un récord histórico de desaprobación entre los votantes estadounidenses.
La inesperada retirada de Ted Cruz y John Kasich esta semana tras la victoria de Trump en las primarias de Indiana ha dejado a los republicanos frente a un escenario ante el que muchos aún no dan crédito: el multimillonario neoyorquino es su candidato oficioso a la Casa Blanca.
El aparato del partido está abocado ahora al doloroso ejercicio de cerrar filas en torno a un aspirante contra el que ha hecho abierta campaña durante meses si quiere tener alguna posibilidad de recuperar la Casa Blanca después de ocho años en manos demócratas.
La opción de unir a los conservadores que rechazan a Trump en un tercer partido se desvanece ante la evidencia de que esa sería la mejor manera de asegurar que Hillary Clinton, la previsible candidata demócrata, tuviera un triunfo seguro en las elecciones de noviembre.
El primero en llamar a aceptar la realidad fue el presidente del Comité Nacional Republicano, Reince Priebus, al constatar que Trump será el «presunto nominado» del partido y pedir la unión de todos para centrarse en derrotar a Hillary Clinton.
La etiqueta con la que acompañó su mensaje de Twitter, «#NuncaClinton«, puede leerse como un toque de atención al movimiento «#NuncaTrump», promovido por un sector del Partido Republicano desde hace meses para evitar lo que hoy ya es casi una realidad incontestable: que Trump será su candidato.
La cara más visible de ese movimiento y último aspirante republicano a la Casa Blanca, Mitt Romney, anunció tras la victoria de Trump que no asistirá en julio a la convención de Cleveland (Ohio), donde los delegados designarán al candidato del partido.
La ausencia en la gran cita electoral y los mensajes públicos de rechazo parecen ser los últimos resortes que quedan a las figuras republicanas que quieren desmarcarse de Trump, ahora que ya es altamente improbable negarle la nominación.
A la convención tampoco asistirá ninguno de los dos expresidentes republicanos vivos, George Bush padre e hijo, y sólo lo hará un excandidato presidencial conservador, Bob Dole.
El candidato republicano de 2008, John McCain, ejemplifica el complejo debate al que se enfrentan muchos de sus compañeros de partido: no irá a la convención y reconoce que tener a Trump de candidato hará muy difícil su reelección como senador de un estado con alto porcentaje de hispanos como Arizona, pero aún así asegura que apoyará al nominado, sea quien sea.
La disyuntiva Trump sí o Trump no, inevitable ya en toda entrevista, pone en aprietos a los que compiten en las elecciones al Senado y a la Cámara de Representantes de noviembre.
Por un lado, muchos necesitan desmarcarse de la retórica xenófoba, sexista y ultranacionalista del magnate para ganar en sus distritos y estados, pero por otro se arriesgan a enfrentarse al que podría ser el futuro presidente del país.
El presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, ganó tiempo esta semana para los que no quieren responder esa pregunta al admitir que él mismo no está «preparado» para dar su apoyo al magnate. La semana que viene Trump se reunirá con Ryan y otros líderes republicanos del Congreso para avanzar hacia la «unificación» del partido.
El líder de la mayoría republicana del Senado, Mitch McConnell, ya secundó a Priebus en respaldar a Trump y llamar a todo el partido a hacer lo mismo.
Al magnate parece no quitarle el sueño la resistencia de pesos pesados republicanos a apoyarle, consciente de que tiene un arma de la que el partido no puede permitirse prescindir: un electorado muy movilizado y que va más allá de los tradicionales votantes conservadores. «Paul Ryan dijo que yo he heredado algo muy especial, el Partido Republicano. Está equivocado: no lo he heredado, lo he ganado con millones de votantes», celebró este viernes el empresario en su cuenta de Twitter.
Como describió Priebus, el partido no tiene otra que unirse en torno a Trump, pero a algunos conservadores les va a llevar tiempo aceptar que la carta que tienen para recuperar la Casa Blanca es un multimillonario incontrolable a quien desaprueba el 65 % de los ciudadanos.