INGER PEDREÁÑEZ
«A cualquier parte que vemos en el mundo pasado, encontramos que el gusto y la libertad se rehúyen mutuamente y que la belleza funda su dominio sobre la ruina de las virtudes heroicas»
Sobre la estética, Friedrich Schiller (1759 -1805)
Para encontrarse a sí mismo, Antonio Briceño primero tuvo que explorar el mundo. En un ejercicio de introspección tocó las puertas de las culturas ancestrales; ha hecho de su lenguaje fotográfico una cosmogonía universal; acogió a la naturaleza como savia arquetipal, y tomó las texturas del planeta Marte como una vestidura de la violencia. Ha construido un discurso a partir del retrato y de un paisaje a su medida, en donde la magia y los conflictos de la humanidad definen su propia estética.
Como un cronista del nuevo siglo, Briceño viajó por los cinco continentes para estudiar la mitología, las creencias de culturas originarias y el ecosistema. Su primera cámara réflex se la regalaron a los 15 años y con ella, comenzó a fotografiar la vegetación y a abordar los temas rurales. “Tengo una debilidad por lo sencillo, lo humilde. Me resulta mucho más fascinante”, dice el artista.
En su juventud, recorrió Marruecos, India, Nepal, Irán, Pakistán, Siria, Egipto, entre otros países. Para entonces su curiosidad estaba más inclinada a su formación como biólogo y coqueteaba con lo antropológico. Costumbres hindúes y musulmanas dieron inicio a esta relación con la humanidad, y fueron su carta de presentación en sus primeras individuales: Velos y turbantes (1996, Lalit Kala Akademi, Nueva Delhi) y Pasajeros (serie por la que obtuvo el Primer Lugar del Premio Luis Felipe Toro, Museo de Bellas Artes de Caracas en 1997).
América Latina, con toda su riqueza espiritual y cosmogónica, es su gran norte y el pasaporte que le abrió las puertas de muchos países. Dioses de América. Panteón Natural se ha construido como el afán de un coleccionista. Al exponer la primera serie en el pabellón venezolano de la 52 Bienal de Venecia (2007) se ampliaron sus horizontes a Nueva Zelanda (para entrar en contacto con los Maoríes) y Finlandia (para rendir homenaje a la lengua Sàmi). En este último proyecto, el paisaje cobra mayor sentido. Convierte en color el canto de un pueblo y el horizonte predominantemente el blanco por la nieve cautivó al artista para lograr una serie que tituló 520 renos. Ahora es patrimonio del Museo SIIDA de los Sàmi. En 2008 recibió el Green Leaf Award for Artistic Excellence, otorgado por el Natural World Museum (NWM) y la ONU.
Esta aventura expedicionaria aún no concluye, tal como confirma a Estilo. “Quisiera hacer algo con los inuit de Canadá. Los volcanes no los tengo, que están en Ecuador, o en Guatemala, o en Chile, por ejemplo. Guatemala tiene 60 por ciento de población indígena. Intenté un montón de veces con los mapuches de Chile y ¡qué frustración! No lo logré”.
Para elaborar las dos series de Dioses de América. Panteón Natural compiló imágenes de los Huichol (México 2001), Piaroa (Venezuela 2002), Kogui y Wiwa (Colombia 2003), Wayuu (Venezuela 2005), Kuna (Panamá 2005), Quero (Perú 2005), Kayapó (Brasil 2006), Ye’Kuana y Pemón (Venezuela 2007) y Pumé (Venezuela 2012).
“Mi intención no era fotografiar a las personas sino representar dioses. Primero leía todo lo que habían escrito los antropólogos de la cultura que iba a visitar ¿Cuántos dioses existen? ¿cómo los ven? Pasaba tiempo con la comunidad, pero no llegué a estar más de diez o 12 días en una locación (a excepción de los Huichol). Lo que hice fue interpretar un momento concreto del mito. Por ejemplo, la dueña de la coca, de la cultura Wiwa de Colombia, Awishama (2003), cuando se baña y agita su pelo, las hojas vuelan como mariposas. Eso fue lo que representé”.
Mientras las leyendas se construyen de capas de interpretaciones a través de la historia, el paisaje que el artista genera también es una composición múltiple que guarda su esencia onírica. El elemento natural sustenta la presencia divina de manera planificada. “En el primer grupo de fotos la imagen está en el centro y hay un fondo simétrico, efecto flip-flop, para mostrar que la escena es irreal, porque en la naturaleza no hay simetría”. Pero si hay algo que evita Briceño es repetirse, de manera que sobre el mismo tema va construyendo otra imaginería. Fondos negros, ambientes selváticos y escenas recreadas de la fusión de otros paisajes logran tanta diversidad como encuentros realizados.
“En el Dios de la Tormenta, de la cultura Kayapó de Brasil, Bepkororoti, Niepre (2006), hay siete fotos detrás para poder lograr la sensación del clima. Los dioses están ahí, ellos no necesitan de una imagen humana. Son la tormenta, el árbol, el pez, el viento, el rayo… Ellos requieren representaciones adicionales. Eso lo hago para que los demás, nosotros, conozcamos los dioses que tenemos al lado, en lugar de saber más sobre Afrodita, Zeus, esos dioses que desaparecieron hace dos mil años. Son unos mitos magníficos de los que no sabemos nada”.
El esfuerzo, sin embargo, ha sido arduo. Si bien Antonio Briceño ha encontrado instituciones que apoyen su trabajo (en principio recibió tres becas, una del Programa de Intercambio de Residencias Artísticas del Grupo de los Tres G3 — a saber, México, Colombia y Venezuela —, y otras dos adicionales con el gobierno mexicano y el Centro Nacional de las Artes, México), su acceso a las comunidades ha sido cuestión de aciertos y desaciertos, aunque la balanza se inclina más a las ventajas que a las barreras.
Cuando fue a México por primera vez, Antonio Briceño se adentró a las costumbres indígenas y probó el peyote. “Era una experiencia que quería vivir. Yo estaba en el desierto sagrado y todo era maravilloso. Dejas de tomarte las cosas de manera personal y sientes compasión hacia el otro”. En el trance tuvo revelaciones que le asombraban, porque lo ayudó a sobrellevar conflictos del pasado.
“Entendí la fragilidad que somos todos. Cuando regresé, el único que estaba en el restaurant del pueblo era un indígena huichol y, por supuesto, me le acerqué y me presenté en su lengua. Le hablé de mi experiencia y él fue muy encantador. Me invitó a trabajar con los chamanes. Tardé dos años en conseguir la beca y cuando voy a su pueblo (en la Sierra Madre Occidental), él era el presidente de esa comunidad. Creía que iba en góndola, pero al decirle que era fotógrafo se convirtió en una pared.
‘No queremos fotógrafos, ni antropólogos, ni cineastas’, me dijo. Prácticamente me expulsó. Por suerte, en esos mismos días, hubo en evento de zapatistas con la presencia de 120 huichol, yo me acerqué a uno de ellos que tenía un traje muy llamativo. Le conté todo, al final me adoptó, porque su papá también era chamán. Viví en esa casa cinco meses, los niños me llamaban tío, era parte de la familia. Pero al sacar la cámara todos desaparecían. Las fotos logré tomarlas 15 días antes de mi partida”.
En 2010 fue invitado a formar parte del proyecto Art Works for Change, con el apoyo de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, con motivo del Día Mundial del Ambiente. El ecosistema de Ruanda fue el tema elegido por Briceño para hacer Millones de piezas. Un rompecabezas. Como un tributo a la biodiversidad y las políticas que lleva esta nación africana para hacer sostenible una economía verde.
El crítico y curador de arte Luis Angel Duque bautizó a Antonio Briceño como un “mitógrafo”. Basta entrar a su casa para sentirse un huésped en tierras milenarias, donde los espíritus orbitan en las miradas de los íconos indígenas que atrapó en su cámara. “Esto es lo que yo veía desde mi hamaca. Cuando imagino un sitio al meditar, yo recreo este paisaje. Era algo increíble”, dice mientras señala el cuadro superior que se extiende en su sala. La montaña, la vegetación se impone tanto o más que la silueta retratada.
El artista ha realizado todos los pasos que requiere una fotografía antropológica: investiga, convive con la comunidad, genera empatía y finalmente, les deja en agradecimiento las fotos impresas. Por esa razón, su trabajo fotográfico está exhibido en el “museo” que más le interesa, que son las escuelas de esos poblados y los hogares de sus anfitriones. Pero no se puede obviar que, en Venezuela, su obra se encuentra representada en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Ímber, el Museo de Bellas Artes de Caracas, la Galería de Arte Nacional y a nivel internacional en el Museo de las Confluencias de Lyon, la Casa de las Américas de La Habana y el Museo Nacional de Colombia.
También está incluido en el patrimonio de coleccionistas nacionales e internacionales. Una de las piezas más adquiridas es Rató (2006), el espíritu de las aguas y cascadas, de la cultura pemón en Venezuela. Es también la imagen de portada de la publicación que hiciera en 2007 con Orinoco y Amazonas Editores y el patrocinio de Telefonía Movistar. El Salto del Aponwao se transforma en cabellera que vierte toda la energía visual.
“Cuando yo fui al Aponwao bajé hasta donde cae el torrente y esa fuerza del agua me fue llevando, yo mismo sentí que, si no me detenía, también me tragaría”.
ANTONIO BRICEÑO
UNA CASCADA HUMANA
De las caídas naturales del agua, Antonio Briceño pasó a otro diluvio. En medio de esa revisión personal se encuentra con una noticia en internet: “Se extinguen las plañideras de Lima”. Para entonces, Briceño se encontraba frente al duelo por la muerte de una prima, que se sumaba a la grieta aún no sellada del fatal accidente de su madre en Las Azores con el Orfeón Universitario de la UCV hacía más de 30 años.
En su proceso de psicoterapia, donde probó la ayahuasca, comprendió que debía canalizar esos sentimientos contenidos. Y así comenzó la búsqueda de las plañideras en Perú. “Yo juraba que eso se había extinguido hace milenios, y mis investigaciones decían lo mismo. Le escribí al periodista insistentemente, para cuando me respondió yo ya estaba en Lima. Quería hacer mi psicomagia, era un asunto personal”.
No es una metáfora decir que Briceño escarbó hasta en las piedras. No se rendía. Una persona del Ministerio de Cultura del Perú le recomendó que se fuera a Piura. Y de allí siguió hasta los caseríos más pequeños. Le asignaron a un antropólogo para que lo acompañara. Pero el experto le reiteraba, con escepticismo, que el viaje iba a ser infructuoso. “Mi instinto me estaba llevando, pero todo el mundo me trataba de desanimar. Se acercaba el Día de los muertos y tenía la esperanza de encontrarlas en alguna ceremonia de un cementerio”.
Al primer pueblito que llegan el alcalde les pregunta ¿Cuántas necesitan? En su primera sesión se encuentra con doce mujeres chiquititas, todas con sus mantas. Como locación le ofrecen a Antonio Briceño la iglesia. Instala la cámara de video y cuando el artista hace su petición, luego de un silencio, comienza la más anciana… “¡Ay, mamita, ¿por qué te fuiste? Era una letanía como la de un coro. Yo quedé completamente inhabilitado en los primeros minutos, la cámara estaba grabando, pero yo no podía hacer nada. Yo sólo lloraba”.
La técnica que utilizó Briceño posteriormente para ralentizar los movimientos de las plañideras convierte el video en una pieza artística cargada de misterio. Al abrir las puertas de la iglesia, una anciana muy pobre le implora que no la deje fuera del proyecto.
“Venía de muy lejos, no le había dado chance de llegar a tiempo. Su mantilla era casi gris oscuro, de lo raída que estaba la tela. Así que ella, que no había visto nada de lo que ya había ocurrido, lloró frente a la cámara cómo no lo habían hecho las demás. Lo que las otras hicieron juntas, ella lo hizo solita. Y por supuesto, fue el más desgarrador de todos los retratos”.
Antonio Briceño. Ay, compadre Florencio. Las Plañideras
Al día siguiente, en otro caserío cercano, llegaron otras 12 plañideras. Esta vez lloraron por el esposo de la dueña de la casa. “Ay, compadre Florencio…”. En el retrato, la viuda oculta su rostro, y una de sus fotos más emblemáticas es aquella donde solo es visible un brazo.
En 2012 Las Plañideras, nuestras últimas lágrimas se expuso por primera vez en la Galería D’Museo en Caracas. Ese mismo año Antonio Briceño recibe el Premio AICA 2011 como Artista Consagrado, “por sus aportes en la utilización de la fotografía como un medio para comunicar una poética que clama por el respeto al planeta, a sus pobladores y a las culturas”. En 2019, se incluyó en la exposición de la Sala Mendoza Hacia una historia de la mirada, reseñada por Estilo.
¿Qué más podía llorar Briceño a través de su proceso creativo? Un país. En el año 2014, la comunidad internacional aún no avisaba la crisis política, social y económica de los venezolanos. El artista crea la obra Omertà petrolera. La era del silencio, su primera videoinstalación. El dolor mudo se convirtió en un grito de alerta. Dice el curador Félix Suazo sobre esta serie: “En vez de registrar el forcejeo de las barricadas, Briceño opta por la intimidad muda y el contacto sin pose (…) Más allá de la épica callejera, lejos de las detonaciones y los gases; en la contrastada penumbra del estudio, las emociones afloran frente a la cámara”.
Paralelamente, Briceño estaba trabajando sobre el erotismo y el amor. En el año 2013 visitó Iquitos, en Perú, y se encontró con una sociedad muy liberal, totalmente opuesta al estilo conservador del país. En su página web se pueden ver los tres cuerpos de trabajo sobre el amor: 13 camas, El amor equinoccial y El Tablero (éxtasis y el dolor; Eros y Tánatos jugando. El impuso de la vida y la pulsión de la muerte en blanco y negro).
El conflicto era la cotidianidad del país, pero también en el resto del mundo. La palabra “guerra” tenía para entonces muchos disfraces, y así Briceño luego exploró desde la estética de la belleza otra manera de mostrar la erosión social: tomó distintas versiones escultóricas de Marte, el dios de la guerra romano, y adaptó sus formas con las imágenes realizadas por la NASA del planeta rojo. La piel de Marte se ha expuesto en Caracas (2016), Berlín (2017), Maracaibo y Estocolmo (2018).
RETORNO AL NUMEN
Como muchos venezolanos, la inseguridad y la desesperanza llevaron al artista a marcar distancia con su tierra natal en 2014. El viaje hasta Barcelona, España, fue la oportunidad de mejorar sus técnicas para la edición de sus videoinstalaciones, una vez que logró su Maestría en Artes Digitales (2015). Desde esa ciudad siguió buscando sus orígenes, y el tema de las migraciones adquirió una nueva inquietud en su arte. No se le ocurrió otra forma que solicitar un análisis de su ADN. Con ello confirmó qué tan lejos estaba su raíz indígena pura, pero además encontró 21 grupos genéticos del mundo. Buscó entre los migrantes de Barcelona a las personas que representaban cada genética para intervenir sus retratos con sus ojos, y viceversa. Yo somos es prácticamente un perfil de la humanidad a partir de autorretratos sui géneris.
En diciembre de 2019 Antonio Briceño hizo una visita a Venezuela y la pandemia en 2020 lo dejó, felizmente, atrapado en el país. Fue como si las musas le hubieran susurrado al oído “por fin, volviste”, y le hubieran premiado con un abanico de historias fotográficas. “Nunca me había ocurrido hacer cuatro series fotográficas en un año”. Paradójicamente, sin tantos viajes alrededor del mundo, atrapado entre las cuatro paredes de su casa, un jardín y un bosque aledaño a su hogar, su creatividad se volcó a proyectos que siempre había querido desarrollar.
El primer surgió de un encuentro entre amigos que hablaban sobre los garimpeiros de El Guaire. “La conversación tenía un aire mítico. El artista Daniel Mijares contaba que estos mineros encontraban piezas de oro que eran residuos de los botines que los reos de La Planta lanzaron al río con el fin de recuperarlo después. Eso es algo imposible, pero lo inverosímil del cuento era lo que yo quería revivir”. Para Briceño, se trataba de la historia moderna de El Dorado, la esperanza de volverse ricos a partir de una ficción. “Ya no es soñar con un lago de oro, sino meterte a un río de cloaca. Es nuestra mentalidad minera degradada hasta lo más bajo”.
Acompañado de Mijares entró en contacto con un grupo de la quebrada de Caroata, a la altura de Caño Amarillo. “Al principio sólo cuatro personas confiaron en mí, pero al llevarles las fotos ya con su fondo dorado, otras diez quisieron entrar en el proyecto. Hay un avance en mi web, pero el proyecto es más amplio que los retratos y es posible que se muestre en la galería de Gabriela Benaim, cuando la situación se normalice”.
La naturaleza también pedía protagonismo, ser metáfora desde la luz y la oscuridad. Así surgió Dicotomías, donde las formas de la vegetación refieren curiosos antagonismos, como un yin y yang, también como cuando Dios, en el Génesis, diferencia lo bueno de lo malo. El uso del fondo negro hace pensar en el trabajo de Luis Brito. “las monjas de Brito, concretamente, me influenciaron, pero desde una década antes, el fondo negro de los retratos que Eugene Robert Richee le hizo a Louise Brooks me marcaron”.
Luego se propuso hacer el Tarot. Del jardín de la cuarentena. Vale decir que para Briceño construir estas cartas de adivinación, que también están envueltas en el mito y el misterio, ha sido una pulsión antigua. Tiene dos proyectos previos, uno de ellos muy bien guardado como si estuviera en una caja de Pandora, porque es un mazo oscuro (que la esperanza nos libre de su contenido). El otro proyecto, que se asocia con la predicción astrológica fue Los doce de Oro. Zodíaco neotropical (2009), en el que conecta el paisaje recorrido en los siglos XVIII y XIX por viajeros europeos,en busca de El Dorado, con la fauna tropical moderna, como arquetipos propios de la región, entre ellos la pereza, la danta, el cachicamo, el araguato, la corocora, entre otros mamíferos, aves, reptiles y peces.
En su versión 2020, el jardín afloró para mostrar la predicción oculta, aunque suene a paradoja. El Tarot que inicialmente iban a representar los 22 arcanos mayores, fe creciendo por razones técnicas (el espacio disponible en la hoja de impresión y fotografías que no quería dejar por fuera). Así, incorporó 18 arcanos auxiliares que incluye siete animales, además de las plantas. Este proyecto además de fotográfico es poético en cada interpretación de las cartas para darle sentido a la vida desde el azar de la cartomancia. Son textos estudiados que rescatan su formación como biólogo. La carta XXIII es el amaranto, también conocida como Caracas, y representa Las raíces (nuevamente el origen sale a flote).
Si algo bueno ha traído la pandemia es la pausa, el tiempo para la contemplación. El llevar los días con más calma, a la espera, le regaló a Briceño la magia de retratar a un fugaz colibrí libando sobre una flor y con técnica logró una realidad a su medida. “El Mensaje es un naipe de buen augurio relacionado con la disposición a escuchar y crecer (…) Este arcano debe considerarse una protección, una bendición, un mensaje de luz”, describe Briceño en su página. También alcanzó a retratar una pequeña ave posando sobre una planta de jade, que simboliza a El Mundo.
Le propongo al artista un juego. Imagina que echamos las cartas y tú le das una lectura a la imagen seleccionada, digamos… La Estrella. “¿Por qué elegiste esa?, me pregunta asombrado. ¡Esa es mi carta favorita! Me tomó mucho trabajo lograrla, pensé que no iba a poder hacerla y al final floreció. Creo que es de las más hermosas. Es la flor de un cactus, que vive de manera efímera en una noche, como una estrella fugaz. Representa la esperanza, y sí, me veo reflejado en ella, porque su significado es la consolidación de un sueño y para mí estar en Venezuela ha sido encontrarme nuevamente con la inspiración”.
EPÍLOGO DE ÚLTIMA HORA
Nadar, nadar, nadar sin ver la orilla. Nadar hasta agonizar en el fondo del mar. Nadar hacia la nada. De eso trata el proyecto El cruce que estará disponible en la página web de la Hacienda La Trinidad desde el domingo 11 de abril del 2021. Esta será la primera vez que se exponen estos videos, muchos de ellos recién salidos del horno. El cruce también ya está programado para exhibirse en el Pabellón de las Bellas Artes en la Universidad Católica de Buenos Aires a partir de abril de 2021.
“Es bien sabido que la vida se originó en el mar. Lo inaceptable es que permitamos que tantas veces se termine en él”
ANTONIO BRICEÑO
En 2019 Briceño leyó la noticia de dos muchachas que se habían salvado de un naufragio entre Venezuela y Trinidad. Fueron las únicas sobrevivientes porque sabían nadar y alcanzaron un peñasco que se llama Isla de Patos. Para el artista esta realidad no sólo era un problema nacional, sino que era un componente más del drama mundial de las migraciones. La historia inspiró un video realizado con el apoyo de la artista Magdalena Fernández. “Yo le pedí que se pusiera la cámara en el pecho y nadara. Entonces, lo único que ves es agua y brazos. Le agregué un sonido de taquicardia, como un corazón asustado y tiene el efecto de delay y todos son videos de muchas capas que hacen una imagen muy onírica. Parecen las alucinaciones que puede tener una persona que no ha comido y que está en altamar tratando de sobrevivir”.
Pero el verdadero detonante de todo el trabajo fue la muerte de un niño de Mali, quien fue uno de las 1.000 personas que se ahogaron en un barco de pesca que salió de Libia. Ese fue el primer video que realizó y se llama El Summa Cum Laude.
“Cuando las autoridades italianas trataron de rescatar los cuerpos para darles una sepultura digna, encontraron un muchacho joven, que en su chaqueta tenía un bulto cosido. Al abrirlo, eran sus calificaciones, porque era muy buen estudiante. Él tenía la esperanza de que su récord estudiantil le abriría las puertas de Europa y se ahogó”. En el video, la cámara se hunde hasta el fondo, hasta que se apaga.
Luego vino accidente ocurrido en diciembre pasado, cuando murieron 32 venezolanos expulsados de Trinidad, y allí Briceño sintió la necesidad de hacer algo más amplio, ante la impotencia que genera una cadena continua de aberraciones. “El cruce son perspectivas de la víctima, sin amarillismo, para tratar de generar empatía con la desesperación”. Aunque Venezuela actualmente es foco de atención por la alta migración, sólo dos de los ocho videoinstalaciones están referidas al país, porque para el artista lo importante es mostrar la dimensión que tiene esta crisis humanitaria en todo el mundo. Se estima que entre 1993 y 2019, hubo 33.293 ahogados en el Mediterráneo.
Playa Tarifa hace referencia a un naufragio ocurrido en el año 2000 en una playa de España. “La gente seguía bañándose y jugando pelota en la arena y en la orilla los cadáveres de las personas fallecidas. Eso no puede pasar”.
Le pregunto a Briceño cómo maneja la emoción.
“Es mi trabajo el que me libera, con la cámara puedo darle un curso al dolor”.
ANTONIO BRICEÑO
Inger Pedreáñez es periodista (UCV), fotógrafa, poeta. Profesora de Periodismo en la Universidad Católica Andrés Bello. Dedicada al periodismo corporativo por más de 25 años. IG: @ingervpr.
Este artículo fue publicado originalmente el 7 de abril de 2021, en la revista ESTILO/online.
La revistaestilo.org es una revista dedicada al arte editada en Venezuela
Pueden visitar el artículo original aquí: https://revistaestilo.org/2021/04/07/el-origen-segun-antonio-briceno/
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