«Piense en sus parientes ancianos». Esta emotiva frase, en un conmovedor discurso de Angela Merkel, refleja la preocupación de la canciller de Alemania por uno de los colectivos más vulnerables a la COVID-19. Unas palabras que deben traducirse en acciones urgentes. Lamentablemente, la mayor parte de los países han sido incapaces de proteger a sus ancianos en la pandemia. España no es la excepción.
Cuando se trata de la COVID-19, las personas mayores son especialmente vulnerables. Las investigaciones muestran que los adultos de 60 años o más, especialmente aquellos con afecciones médicas preexistentes (sobre todo enfermedades cardíacas, pulmonares, diabetes o cáncer) tienen más probabilidades de tener una infección por coronavirus grave, incluso mortal, que otros grupos de edad.
Atender a estos grupos etarios no es tarea sencilla. Como bien apuntó Angela Merkel, hace falta no solo el trabajo de las autoridades y los especialistas. Se necesita del compromiso y la colaboración de todos. De los más jóvenes y también de los propios ancianos. La realidad en los hogares de cuidado es un triste reflejo de una realidad que no se puede tapar con maquillajes estadísticos.
Un problema global
Las infecciones descontroladas por coronavirus, la escasez de equipos médicos y la falta de atención del gobierno son historias lamentablemente familiares en los hogares de ancianos de todo el mundo.
De todos los pasos en falso de los gobiernos con la pandemia de coronavirus, pocos han tenido un impacto tan inmediato y devastador como la falta de protección en los asilos de ancianos. Decenas de miles de personas mayores murieron. Han sido víctimas no solo del virus, sino de más de una década de advertencias ignoradas de la grave vulnerabilidad de los hogares de cuidado.
Los funcionarios de salud pública de todo el mundo excluyeron los hogares de ancianos de sus planes de preparación para una pandemia. Omitieron a los residentes de los modelos estadísticos utilizados para guiar sus respuestas. Pasaron de largo por los «depósitos» de ancianos.
En Suecia, los abrumados médicos de urgencias reconocieron haber rechazado a pacientes ancianos. En Gran Bretaña, el gobierno ordenó que miles de pacientes de hospital de edad avanzada, incluidos algunos con COVID-19, fueran enviados de regreso a hogares de ancianos, para dar cabida al creciente húmero de casos de coronavirus que esperaban ser atendidos. Al obsesionarse con salvar sus hospitales, los líderes europeos a veces dejaron a los residentes y al personal de los asilos de ancianos a su suerte. Políticas similares estuvieron en vigor en algunas regiones estadounidenses.
El caso de España desconsuela y decepciona
España se enorgullece de ser una sociedad unida que respeta a padres y abuelos. Los fuertes lazos entre generaciones significan que las personas mayores desempeñan un papel integral en la vida familiar. Se le valora por sus aportes, que van más allá de ayudar a cuidar los nietos.
Sin embargo, una sociedad tan preocupada y solidaria con sus adultos mayores ha sido incapaz de proteger a sus ancianos cuando, precisamente, más lo necesitan: en medio de la pandemia de la COVID-19, que es mortal para ellos. En medio de la crisis del coronavirus, las noticias sobre los hogares de ancianos en España han sido un shock particular y reiterativo.
En marzo, los soldados fueron enviados a desinfectar residencias de ancianos. «Encontraron personas completamente abandonadas o, incluso muertas, en sus camas”, reveló entonces la ministra de Defensa, Margarita Robles. Siguieron más descubrimientos espantosos, como la revelación de dos docenas de muertes en un solo hogar de ancianos en Madrid.
En medio de las miles de tragedias creadas por el virus, las historias que emergieron de esos hogares sacudieron a la nación. No solo por su horror. También por socavar la visión que los españoles tenían de sí mismos. Al menos 20.000 murieron en hogares para adultos mayores durante los primeros 3 meses.
Otro motivo de orgullo para los españoles ha sido el sólido sistema de salud pública. El año pasado, un estudio clasificó a España como el país más saludable del mundo. Pero la imagen que muestran los papeles se dio de frente contra el muro de la realidad. No pudo con la pandemia. Era mucho maquillaje y poca proteína.
La crisis ha abrumado a muchos hospitales. Han enfermado miles de trabajadores de la salud. Es una terrible realidad que no pudo ser subsanada con aplausos.
Lecciones aprendidas
Estos hechos han revelado numerosos puntos débiles en los sistemas de atención en el mundo. Afecta a todos los segmentos de la población. Pero la amenaza de una pandemia es particularmente alta, nociva, en el caso de los ancianos y las personas con discapacidad. Las respuestas han mostrado ser insuficientes en extremo y han tenido consecuencias dramáticas en términos de pérdida de vidas, oportunidades e inclusión.
Los adultos mayores de 65 años representan el 9% de la población mundial y los mayores de 80 años casi el 2%. La edad avanzada está relacionada con una mayor incidencia de fragilidad y discapacidad. Las personas con discapacidad comprenden el 15% de la población mundial. Además, tienen más probabilidades de ser pobres, tener menos educación y estar más expuestas a la inseguridad y las crisis económicas. También son más susceptibles a infecciones y con peores pronósticos de recuperación.
Las necesidades de atención de las poblaciones vulnerables son particularmente desafiantes frente a una pandemia. Las personas dependientes que se alojan en hogares de ancianos generalmente viven en lugares cerrados. A veces están hacinados, una situación facilita la propagación del virus.
Primeras acciones
En consecuencia, muchos países han comenzado a promulgar medidas para controlar las infecciones y proteger a los ancianos que dependen de cuidados a largo plazo. Estas iniciativas abarcan acciones de prevención y control. También la gestión de los recursos humanos y financieros, junto con la notificación y coordinación con las autoridades de salud pública.
Incluyen políticas como la detección diaria de síntomas, los requisitos de distanciamiento social, la restricción de visitantes, los procedimientos de detección y cuarentena, los regímenes mejorados de desinfección, la capacitación y protección del personal, los procedimientos de notificación, las estructuras claras de liderazgo, las campañas de concienciación y la adopción de planes de preparación.
Acciones urgentes
En este contexto, se necesitan medidas para gestionar posibles nuevos brotes y satisfacer las necesidades de atención de las personas dependientes. Las medidas que han dado buenos resultados deben continuar para proteger a las personas en residencias de ancianos. Por ejemplo, las pruebas para prevenir la propagación y aislar los casos. También la puesta a disposición de los cuidadores de equipos de protección personal. Igualmente, las políticas para gestionar la carga de trabajo y garantizar la licencia por enfermedad para los cuidadores.
La respuesta a mediano plazo sería ampliar la disponibilidad de atención domiciliaria formal. También hace falta mejorar la investigación y los datos para monitorear, evaluar y fortalecer los sistemas de salud y prestación de servicios. Esto ayudará a satisfacer las necesidades de los ancianos y las personas con discapacidad.
Los países con sistemas preexistentes con apoyo público para las personas mayores dependientes, las personas con discapacidad y otros grupos que necesitan atención podrían montar una respuesta más eficaz basándose en estos sistemas de prestación. Estos sistemas pueden ampliar su alcance y ayudar tanto a los beneficiarios como a los cuidadores.
Evitar males mayores
Los daños que la pandemia ha causado a los ancianos frágiles, las personas con discapacidad, sus familias y cuidadores son preocupantes. Es fundamental que los gobiernos aborden las necesidades inmediatas de estas personas. Igualmente, es importante el desarrollo de sistemas y políticas para mitigar crisis futuras. Se debe incluir una respuesta a posibles nuevas olas de brotes de COVID-19 y los subsiguientes problemas de salud persistentes causados por la infección.
La construcción de sistemas resilientes y accesibles que prioricen la atención residencial y domiciliaria, la supervisión gubernamental mejorada y la incorporación inteligente de soluciones de TI y sistemas de protección social pueden preparar a las sociedades para proteger a sus poblaciones dependientes, de ancianos frágiles, personas con discapacidad e indefensas de esta crisis y otras en el futuro.
Un problema de conciencia
Entre los que se enferman con COVID-19, los adultos mayores parecen tener más probabilidades de ser hospitalizados o morir a causa de la enfermedad. Debido a su alta vulnerabilidad cabría esperar que las personas mayores fueran más disciplinadas en el cumplimiento de las medidas preventivas.
Sin embargo, los resultados de una encuesta de 27 países sugieren que, a pesar de su mayor riesgo de enfermedad grave debido a COVID-19, las personas mayores no están más dispuestas a aislarse cuando se les pide y no cumplen más con varias de las medidas preventivas de COVID-19.
Un estudio de la Universidad de Edimburgo, en el Reino Unido, mostró en profundidad las actitudes de las personas mayores y el cumplimiento de las medidas preventivas de COVID-19. La investigación examinó los resultados de una encuesta de 72.417 personas de todas las edades en 27 países diferentes.
El análisis muestra que las personas mayores no están más dispuestas que las que tienen entre 50 y 60 años a aislarse voluntariamente si comienzan a sentirse enfermas o si un médico o un funcionario de salud les aconseja que lo hagan. De tal modo que se necesitan esfuerzos para mejorar las estrategias de salud pública y alentar a los adultos mayores a cumplir con las medidas preventivas. Una comprensión más profunda de las actitudes y el cumplimiento de las personas mayores podría reducir el número de muertes de ancianos debidas a la pandemia.
Lea también: