Un negocio como el del arte, basado en las multitudes –bien adopten estas la forma de visitantes de museos, asistentes a una feria de arte o invitados a una inauguración–, va a tener que replantearse muchos de sus fundamentos cuando el mundo huye actualmente de toda multitud por miedo a contagiarse del coronavirus
La primera reacción ha sido obvia: cerrar todos los museos y galerías de arte. Ello ha impedido que se batan algunos récords de visitantes en exposiciones como la de Rafael en el Quirinale de Roma, que tras años de trabajo tuvo que cerrar tres días después de haberse inaugurado, o la de Andy Warhol en la Tate Modern, que hizo lo propio cinco días después de abrir al público. Quizás una de las primeras consecuencias de todo esto es que el número de visitantes ya no volverá a ser un indicador para medir el éxito de un museo y se acabará también con esa carrera desaforada por batir el récord de ser la exposición más visitada de la historia.
La segunda reacción ha sido también obvia: volver la mirada hacia el mundo virtual, hacia internet. Algunos museos y galerías llevaban tiempo trabajando este aspecto, aunque siempre como apoyo a la principal función de un museo, que era y es poner al visitante enfrente de la obra de arte, una experiencia que difícilmente puede ser sustituida por una contemplación online. Algunas instituciones como los museos Vaticanos o la Courtauld Gallery (cerrada por obras) habían puesto en marcha interesantes visitas virtuales, pero la aparición de esta pandemia y el consiguiente cierre de museos y galerías ha provocado que muchas de estas instituciones den un paso más allá y hayan diseñado nuevas experiencias para ser disfrutadas online. La página web www.theartpilgrim.org ha recogido muchas de ellas en un apartado que lleva el ilustrativo título de The Art Pilgrim goes Virtual: Corona Special.
El interrogante que ahora se plantea es si estas iniciativas han surgido simplemente durante el tiempo que dure el confinamiento o si han venido para quedarse. Los museos deben poner las obras de arte enfrente a los espectadores. Esta es una de sus funciones, pero no debemos olvidar que también es una de sus principales fuentes de ingresos. Y si la gente no acude a los museos por miedo al contagio, se empieza a hablar de cobrar una entrada por visitar virtualmente una exposición.
Debemos de tener en cuenta que frente a los alrededor de 300.000 visitantes que puede tener como media una exposición de éxito organizada en una gran ciudad, las visitas virtuales se pueden contar por millones. Por ejemplo, las visitas a la página web del Museo del Prado han aumentado un 258% durante el confinamiento, alcanzando la cifra de dos millones de visitantes en el mes de marzo. Pero para que esto se mantenga en el tiempo o incluso aumente se debería de mejorar notablemente la calidad de la oferta online que existe actualmente.
El mundo de las galerías comerciales ha tenido una primera reacción muy similar a la de los museos. La franquicia de Art Basel en Hong Kong, que tenía que celebrarse del 17 al 21 de marzo, fue la primera feria en suspenderse cuando se pensaba que el coronavirus era un problema exclusivamente de China y que poco tenía que ver con Occidente. La reacción de la feria fue la creación de los «online viewing rooms», unas salas virtuales en las que 235 galerías han puesto más de 2.000 obras a disposición de unos clientes que accedían por invitación con su consiguiente contraseña. Más de 250.000 personas visitaron esas salas, frente a los 80.000 visitantes presenciales de la edición de 2019, pero sin embargo todas las galerías coinciden en señalar que las ventas en esta feria online han sido mínimas comparadas con la feria presencial.
Si no se acude a los museos por miedo al contagio, se empieza a hablar de cobrar entrada por visitar virtualmente una exposición
Tras la suspensión de Hong Kong, llegó el cierre antes de hora de la feria de Maastricht (7-11 de marzo) y la cancelación anticipada de las futuras ferias Frieze (que tenía que celebrarse a primeros de mayo en Nueva York) y Art Basel, que tiene lugar cada año a mediados de junio. Por tanto, las galerías de arte se enfrentan, como tantas empresas, a una difícil situación en la que han tenido que cerrar sus puertas y en las que no pueden acudir a las ferias, una importante fuente de ingresos.
Muchas de ellas han dado acceso virtual a sus exposiciones físicas ya inauguradas –la galería parisina Lelong ha grabado en tecnología 3D sus exposiciones actuales y las ha enviado a sus clientes– e incluso han diseñado nuevas exposiciones expresamente para ser visitadas virtualmente y con obras a la venta, como la de Saul Steinberg en la página web de la galería Pace o la titulada Arte en los tiempos de la pandemia en la galería SET. Por tanto, las galerías han invertido dinero y esfuerzos para llegar hasta un público que no quiere o no puede desplazarse a sus espacios expositivos.
Sin duda alguna, las galerías comerciales tendrán que cambiar la forma en que hasta han gestionado la venta de las obras de arte.
No hay que olvidar que su principal función es gestionar el mercado primario para poner en contacto a los artistas con los coleccionistas, es decir, gestionar la oferta y la demanda. Internet puede ser un primer filtro para mostrar las obras a los potenciales clientes, a lo que seguiría una atención más personalizada e individualizada con cada coleccionista, pero lejos ya de las multitudinarias inauguraciones de la época Ac (antes del coronavirus).
¿Y qué ocurre con los artistas, el origen de todo arte? El ser humano es el único animal capaz de crear obras de arte de forma consciente. Y eso es algo que ha demostrado a lo largo de toda la historia, incluso en las situaciones más dramáticas. Durante la peste negra que asoló Europa, los artistas no pararon de crear, ni durante la Primera Guerra Mundial, ni durante la segunda ni siquiera en medio del Holocausto. Tal como recojo en mi libro Artistas en los campos nazis, más de cien artistas crearon obras de arte durante su confinamiento en los campos de concentración nazis, el peor lugar en el que un ser humano puede ser recluido. Por lo tanto, los artistas seguirán creando. De hecho, algunos lo están haciendo de forma más activa durante el confinamiento provocado por el coronavirus.
Y cómo va a afectar esta crisis a sus ventas? Lamentablemente, la respuesta la tenemos en la última crisis que vivió el mundo en 2009. Según informes tanto del Banco de España como de la consultora Capgemini, el número de millonarios se disparó en España durante la crisis. Por tanto, el mercado del arte reaccionará de una forma similar a como lo hizo durante aquella crisis. Los artistas más cotizados seguirán viendo cómo sus precios suben, pues su obra se convertirá en un refugio de capitales, como lo es el oro en tiempos de incertidumbre, y los artistas cuyas ventas dependen de las clases medias experimentarán un descenso notable en sus ventas.
En definitiva, las experiencias virtuales cobrarán un gran protagonismo en los próximos años y no tan solo como actividades complementarias a la principal, el número de visitantes físicos dejará de ser un parámetro a la hora de medir el éxito de un museo o una exposición y el artista seguirá creando sea cual sea la situación. Al fin y al cabo, como dijo Pablo Picasso, «nosotros los artistas somos indestructibles; incluso en prisión, o en un campo de concentración, yo habría sido todopoderoso en mi propio mundo del arte, incluso si hubiera tenido que pintar con mi lengua húmeda en el suelo polvoriento de mi celda». Algo que, por cierto, hizo el artista Egon Schiele durante su internamiento en prisión.
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