La lucha de género, matrimonios del mismo sexo, ambientalismo, pluralismo étnico, el hibridismo histórico, conducen a una suerte avidez multicultural donde quien no lo sea (multicultural) discrimina, es malo
El multiculturalismo es un término con amplio significado en la sociología y la filosofía política. En sociología y cotidiano es sinónimo de «pluralismo étnico», también entendido como pluralismo cultural en el que diversos grupos étnicos entran en diálogo sin tener que sacrificar sus identidades particulares. Un diálogo debemos anticipar, consensuado.
El multiculturalismo comenzó a difundirse en Canadá y Estados Unidos. Cada uno le ha dado su propia interpretación. El resto del mundo lo mete en la denominada agenda globalizadora, con un afán integracionista, transcultural, que ha llevado a extremos de valoración donde no serlo [multicultural] ha conducido a la tacha de un racismo implícito inapropiado. En esa dirección, la polarización política emerge. Siendo bueno el integracionistas y malo quien no lo es.
La izquierda multicultural
La narrativa igualitaria de los movimientos de izquierda montados en su materialismo histórico, en el debate entre lo agrario y lo industrial, lo rural y lo urbano, la burguesía vs. el grito del pueblo, al decir del semanario de Gramsci, ha deslizado las ideas de la multiculturalidad como bandera de igualdad. Apelan a la impostergable necesidad de delegarle al Estado el monopolio de la justicia social. La responsabilidad de aplanar las fuerzas industriosas –según su entender– generadoras de inequidades.
En contrapartida al Estado liberal, competitivo y moderno, proponen un estado docente, benefactor, planificador, contralor de los medios de producción y de la vida. Pero no les basta con controlar la economía. También es preciso controlar la célula de la sociedad como la familia…
El multiculturalismo proviene de los cambios en las sociedades occidentales después de la Segunda Guerra Mundial, en lo que Susanne Wessendorf llama la «revolución de los derechos humanos». Los horrores del racismo institucionalizado y la limpieza étnica se volvieron imposibles de ignorar a raíz del Holocausto. Todo este movimiento fue inspirador a lo que se conoce en filosofía política como las políticas de identidad, de la diferencia, del reconocimiento, que buscan la integración de las minorías étnicas y religiosas.
Un complejo proceso de armonización de intereses donde el respeto a la diversidad libra su batalla contra el respeto a las tradiciones y el derecho de las comunidades a salvaguardar sus costumbres e identidades. Por eso el proceso integrador [cultural] debe ser inmensamente espontáneo, consensuado, pactado, para que cumpla un rol sanador. Por el contrario, decretar la multiculturalidad puede resultar un vilipendio discriminatorio y prejuicioso. Venezuela tiene mucho que decir y exhibir de un proceso de brazos abiertos multiculturales, en los cincuenta, sesenta y setenta, fue destino migratorio por excelencia.
En Canadá desde 1971 la legalización del bilingüismo y la multiculturalidad anglo y francófona ha favorecido los procesos de inmigración controlada con una integración exitosa. La gradualidad ha sido clave. Toronto es hoy la ciudad más multicultural del planeta. Más de 40% de sus habitantes son de otras razas. Montreal ha sabido mantener sus raíces francesas. El valor de la tolerancia ha sido fundamental. El “derecho a la multiculturalidad” no es un gimmick.
El reconocimiento al migrante lo ordena la ley en el marco del derecho a la libertad de credo, raza y religión, no como un trend topic [tendencia] o hashtag [etiqueta]. Así el multiculturalismo no es causa sino consecuencia, a lo que le antecede la pluralidad y la tolerancia de una sociedad horizontal.
En Estados Unidos los prejuicios contra los que no actúen contra “leyes angloamericanas” han ido escalando niveles de conflictividad política. Las minorías de raza negra, latina o asiática –con todo su derecho a ser incluidas y reconocidas– han sido etiquetadas como parte de un debate político inapropiadamente racista. La lucha de género, matrimonios del mismo sexo, ambientalismo, pluralismo étnico, el hibridismo histórico, conducen a una suerte de avidez multicultural [que no se debe imponer] donde quien no lo sea [multicultural] discrimina. También las tradiciones y el custodio de identidades originarias matter [importa].
Universalidad vs multiculturalismo
No toda agenda multicultural es necesariamente una expresión de universalidad, entendido el concepto [universal] como aquellos valores, derechos y virtudes que, por ser propios del ser humano, son universalmente aceptados y tutelados por la humanidad.
El multiculturalismo puede ser entendido como voluntad legítima de los pueblos de integrarse culturalmente, voluntariosamente.
El profesor de ciencias políticas de Harvard, Robert D. Putnam, realizó un estudio de casi una década sobre cómo el multiculturalismo afecta la confianza social. Encuestó a 26.200 personas en 40 comunidades estadounidenses y descubrió que cuando los datos se ajustaban por clase, ingresos y otros factores, cuanto más diversa era una comunidad, mayor era la pérdida de confianza.
Las personas en comunidades diversas «no confían en el alcalde local, no confían en el periódico local, no confían en otras personas y no confían en las instituciones», escribe Putnam. Putnam también ha declarado, sin embargo, que «esta alergia a la diversidad tiende a disminuir y desaparecer… Creo que a la larga todos seremos mejores». Pero libremente. No por decreto o modelo de poder, sino profundamente social.
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