Por Manuel Domínguez Moreno
Los hombres y mujeres de conciencia deberán dormir siempre con su conciencia. Todas las clases de injusticias incluyen coacciones y lesiones, físicas, económicas, psicológicas y morales. Todas ellas producen daño existencial, y por daño existencial puede entenderse cualquier perjuicio contra la preservación y el cuidado de la vida.
La injusticia siempre lleva consigo una gran dosis de crueldad, con el objetivo de confinar al ser humano y a la sociedad en general a limitar lo ya de por sí “limitado” en lo humanamente real.
“También la democracia peca cada día contra la democracia”. El periodista sin escrúpulo induce sin conciencia alguna los derechos y libertades de los seres humanos al error; los políticos, en lo general, viven y conviven con la corrupción; los empresarios dictadores privados amantes del capital son también, en lo general desde su despotismo, crueles en la obtención de sus ambiciones. Todos ellos, de una u otra manera, descargan en la sociedad una atroz condena, llegando a hacer sufrir al ser humano innecesariamente, utilizando el miedo y la insensibilidad que les caracteriza para imponer su opinión investida de ley impuesta. Con ello, no solo busca el beneficio de su “sinrazón”, sino crear dictaduras de justicia a través del dolor, la angustia y el miedo.
Por tal motivo los hombres y mujeres del planeta deberán procurar por todos los medios mantener siempre su nivel de dignidad por encima del nivel del miedo.
Parece mentira que en un mundo global cada vez más seguro, en el que la prevención minimiza los riesgos, la sensación de peligro inminente sea cada vez más patente y el miedo irracional parece invadir los rincones más recónditos de una sociedad que ha ideado todas las medidas imaginables de control y defensa de la integridad personal, pero que naufraga lamentablemente ante la sensación asfixiante de temor, un terror desconocido, una incertidumbre inconcreta y una zozobra permanente que acaban contaminando todas nuestras acciones y hasta las omisiones.
Tremenda paradoja que genera inestabilidad y es el caldo de cultivo de la crisis .Y no me refiero aquí a la crisis económica y financiera, ni siquiera a la cultural, sino a la crisis global, el fallo sistémico que evidencia la negación del pensamiento y la ideología. Primero se manifestó en la ausencia de crítica; el conformismo vendría después para dar paso a una renuncia expresa de los principios éticos, de los valores y, finalmente, de la dignidad y la conciencia. No vamos bien por este camino pues el miedo irracional, que escapa al sentido común y a la lógica, tiene en la corrupción y en el abuso de poder su mejor aliado.
El temor a lo que está por venir, la vacilación y hasta la perplejidad dan alas al autoritarismo y a todo tipo de dictaduras públicas y privadas. Resulta que las nuevas tecnologías y la sociedad de la información imponen un control absoluto sobre la libertad individual y colectiva y llegan a quebrar incluso el estado de derecho, poniendo en grave peligro el corazón mismo de la democracia. Como diría el genial Cantinflas ¡lo que es la falta de ignorancia!
Los medios de comunicación colectiva no persiguen la verdad porque su información no se ve reflejada en el espejo de la realidad. Por eso abundan los bufones y los embaucadores, los charlatanes del periodismo que han renunciado al sagrado deber de informar verazmente y de crear una opinión pública libre e independiente, plural, para convertirse en correas de transmisión de los poderes fácticos. Los mass media no dan noticias, ofrecen espectáculo. Pan y circo. La televisión no es más que un contenedor de basura que recicla el pensamiento y el espíritu crítico para fabricar consignas; la publicidad y la propaganda al servicio del miedo, como artificios y subterfugios de la mentira.
No nos engañemos. Sabemos, como sabía Raymond Carver en su ácida y aguda descripción de los fracasados y derrotados de América, que los sueños son eso de lo que uno se despierta. Nos hemos despertado bruscamente de un sueño imposible y, tras darnos de bruces con una realidad esquiva, nos hemos convertido en fanáticos sin ideas ni prioridades.
De la definición clásica de formar, informar y entretener, nos hemos quedado sólo con la última función y la hemos degradado hasta la frivolidad. Pensar aburre. Preferimos el rumor y el chisme cuando no el insulto y la ocurrencia descabellada hasta convertir la vida en una farsa, una disparatada y chabacana astracanada.
Sólo la política, entendida como la vocación hacia lo público y el afán de cambio y transformación de las estructuras sociales, podría librarnos del miedo global, pero la política también ha sucumbido ante la sinrazón y fomenta el pánico no ante los que consideramos nuestros iguales sino al diferente, transformando el miedo en xenofobia.
Al miedo irracional, igual que al poder, lo primero que hay que decirle es no pues, como apuntaba Saramago, tiende a excederse y a someternos. Como Marcelino Camacho hasta el último día de su vida, hay que plantarle cara al miedo para que nunca nos puedan domar, ni tampoco doblar ni domesticar.
Anteriores entradas:
- El sexto continente
- Este artículo no debería existir
- La oposición a la lógica
- Alejarse de los palacios
- La metafísisca del PSOE
- Otra oportunidad para el pensamiento
- Podemos y debemos tener conciencia social colectiva
- Sólo reír nos hará verdaderamente libres
- La fuerza del voto