De Adolf Hitler a Mao Tse-tung, los autócratas han recurrido a escritores afamados para reforzar su control del poder. Sabemos de la fuerte amistad de Gabriel García Márquez con Fidel Castro, quien también contaba con la admiración de Julio Cortázar. Pero no era el único. El hombre fuerte de Cuba contó con una corte de intelectuales rendidos a sus encantos a todo lo ancho y largo del planeta. Incluso Hugo Chávez tuvo escritores a su mandar en todos los idiomas. Los dictadores siempre encuentran a su mejor amigo en un escritor.
El poder es seductor. Desde los tiempos más remotos quienes lo ejercen han contado con cortes de seguidores y quien inmortalice sus ‘hazañas’. Antes de la invención de la escritura, pasaron a ser parte de las tradiciones y leyendas a través de pinturas, esculturas, cerámicas y relatos orales.
Con la invención de la escritura siempre hubo quien escribiera sobre los monarcas y para ellos. Generalmente eran diestros en el manejo de las armas y los juegos de poder, pero no con las palabras ni era frecuente que no supieran leer y escribir. En la historia son excepcionales los casos de monarcas poderosos y cultos como Trajano, Cleopatra o Alfonso X El Sabio. Pero todos los poderosos aspiran a la inmortalidad y un buen escritor puede conseguírselo.
Relación compleja
La complejidad de la relación entre dictadores e intelectuales presenta múltiples facetas. La literatura, por ejemplo, ha sido un medio para explorar la interacción entre el poder, la dictadura y la sociedad. Los dictadores suelen ejercer un control total sobre todos los aspectos de la vida en su país, hasta la vida intelectual. Ese control absoluto puede ser atractivo para algunos intelectuales. Les permite influir directamente en la formación de la sociedad y la ingeniería del alma. Algunos pueden sentirse seducidos por la figura del dictador debido a su autoridad indiscutible.
Los autócratas y tiranos a menudo buscan el apoyo de intelectuales y escritores porque pueden proporcionar una forma de legitimación al régimen construyéndoles una narrativa que justifique al dictador y moldeando la percepción pública del régimen. A menudo con el poder y el dinero de la dictadura que alaban logran una gran influencia y trascienden las fronteras. Aumentan su influencia. Los dictadores son enemigos a muerte de cualquier forma de disidencia. Un grupo pensante que articule un discurso y apoye al régimen ayuda a silenciar a los disidentes aislados y minoritarios.
El escritor Tomás Eloy Martínez apuntaba que «las dictaduras en su aspecto más cruel, más canallesco, no son posibles sin el apoyo mayoritario de la sociedad». Se trata de una «complicidad comunitaria gigantesca» y para construir esa complicidad es fundamental contar con una narrativa que la justifique. De ahí el valor de las plumas mercenarias.
Escribir sobre ellos
La fascinación que ejercen los dueños del poder absoluto sobre historiadores y escritores se evidencia en la abundante bibliografía dedicada a reyes, emperadores o sultanes. Desde los tiempos de Suetonio y Shakespeare, la vida, obra y compleja personalidad de los autócratas ha sido reseñada para la historia o reinventada para la ficción.
Una cosa es escribir sobre ellos como hicieron los autores del «Boom Latinoamericano» para criticar las dictaduras rurales como “Yo, El Supremo” de Roa Bastos, “El Otoño del Patriarca” de García Márquez, o “La Fiesta del Chivo” de Vargas Llosa. Y otra muy diferente es escribir para ellos. Si en el pasado los reyes contaban con los juglares para que cantaran sus glorias, en el presente los dictadores siempre encuentras plumas dispuestas a serviles. “Todo régimen necesita una historia que lo valide, y un régimen que carece de la autoridad de la tradición la necesita con más urgencia”, sostiene la biógrafa e historiadora, británica Lucy Hughes-Hallett.
Dictadores y escritores
A lo largo de la historia, varios dictadores intentaron abrirse paso como escritores. A menudo con obras de calidad discutible, pero de valor histórico. Permiten conocer la psicología y las motivaciones más infames. Pueden clasificarse en tres categorías. Los que escribieron antes de convertirse en dictadores. Un ejemplo notable es Benito Mussolini, quien, antes de asumir el papel de Duce en Italia, escribió un ensayo filosófico y una novela. Luego los que lo hicieron para convertirse en dictadores. Adolf Hitler, por ejemplo, escribió su infame Mein Kampf (Mi Lucha) mientras cumplía condena por el fallido golpe de Munich de 1923.
Finalmente, aquellos que escribieron después de alcanzar el poder. Sus libros suelen ser herramientas de propaganda, destinadas a justificar el derecho del autor a gobernar. Algunos ejemplos notables incluyen el Libro Rojo de Mao, el Libro Verde de Gadafi, La historia me absolverá de Fidel Castro, Zabiba y el rey de Saddam Hussein, El Ruhnama de Saparmyrat Nyyazov y La Masonería de Francisco Franco (publicada con el seudónimo de Jakim Boor)
Finalmente, si hablamos de dictadores-escritores, quien se lleva rompe todos las marcas, en términos de volumen, es el tirano de Corea del Norte, Kim Il Sung. Autor, según la versión oficial de nada menos que 18.000 libros de diferentes materias. Aunque resulta difícil de creer que una persona pueda escribir un libro cada dos días durante 50 años. Otro escritor, aunque suene increíble, es Nicolás Maduro. Ya tiene ocho libros publicados (según enlista Google), entre ellos Chavismo, amor y patria.
De Hitler a Mao
Siempre es conveniente el respaldo de los intelectuales y escritores profesionales. Adolf Hitler, el dictador nazi, tuvo seguidores en el mundo intelectual, incluido al filósofo Martin Heidegger y al joven Gunter Grass. Heidegger, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, se unió al Partido Nazi en 1933 y se convirtió en rector de la Universidad de Friburgo. A pesar de las críticas y controversias, su filosofía y su compromiso con el nazismo están estrechamente relacionados.
Por otro lado, Gabriele D’Annunzio y Benito Mussolini, dos figuras prominentes en Italia, compartieron visiones políticas similares. D’Annunzio, un escritor y político, fue un héroe nacional durante la Primera Guerra Mundial y fundó el Estado Libre de Fiume, que inspiró al fascismo. Mussolini, por su parte, ganó popularidad como editor y fundador del Partido Nacional Fascista. A pesar de sus logros, D’Annunzio no se consideraba un fascista, aunque se le atribuye la invención parcial del fascismo.
En la Unión Soviética, Máximo Gorki y Josef Stalin compartieron una relación compleja y simbiótica. Gorki, un escritor y activista revolucionario, criticó los excesos de la Revolución de 1917 y la guerra civil, pero también se identificó con el movimiento revolucionario y el realismo socialista. Stalin, un ávido lector desde su juventud, valoraba la contribución de Gorki a la literatura y la ideología soviética.
En la China de principios del siglo XX, Ding Ling, una destacada novelista y editora, se convirtió en una figura central en la literatura y la cultura. Como activista y miembro clave de la Liga de Escritores de Izquierda, tuvo relaciones cercanas con algunos de los pensadores chinos más influyentes de la época. A pesar de las adversidades, incluyendo la ejecución de su marido, Ding Ling se unió al Partido Comunista Chino en 1931 y se puso a su servicio. Durante la Revolución Cultural fue perseguida y encarcelada por las autoridades chinas, acusada de ser una “contrarrevolucionaria” y una “derechista”. Mao Tse-tung, valoraba la contribución de Ding Ling a la literatura y la ideología comunista, pero criticó su falta de compromiso con la Revolución Cultural.
También en el mundo hispano
Muchos escritores, pintores, creadores en general se dejan cautivar por los procesos insurreccionales y su posterior triunfo. Fenómeno del cual no escapan los intelectuales y escritores hispanoamericanos. Rafael Alberti, Pablo Neruda, Nicolás Guillén y Antonio Machado expresaron su admiración por Josef Stalin. Alberti incluso escribió un poema en su honor. “Padre y maestro y camarada: quiero llorar, quiero cantar. Que el agua clara me ilumine, que tu alma clara me ilumine en esta noche en que te vas”.
Pablo Neruda también lo hizo. “Stalin es el mediodía, la madurez del hombre y de los pueblos… Stalin alza, limpia, construye, fortifica, preserva, mira, protege, alimenta”. En la Canción a Stalin, Guillén escribe “Stalin, Capitán, a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún”.
Igual pasó con Fidel Castro, Jean Paul Sartre y Simone de Boeviarle hicieron el juego al castrismo por un tiempo. Personalidades como el desaparecido José Saramago e Ignacio Ramonet, entre muchos otros, defendieron la tiranía de más de cinco décadas de los hermanos Castro y del Chávez
También Hugo Chávez, con su poderoso presupuesto, fue venerado por más de un creador, dentro y fuera de su país. Destacándose entre ellos el lingüista y filósofo Noam Chomsky, el realizador Oliver Stone, los filósofos españoles Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero y el periodista Ignacio Ramonet, no menos el sociólogo Monedero y el tertuliano Pablo Iglesias.
García Márquez y Fidel
Capítulo aparte merece el caso del Nobel de literatura Gabriel García Márquez y Fidel Castro. El escritor colombiano en palabras del periodista cubano Pedro Corzo fue un adorador de Fidel Castro. “Nunca puso reparo a los abusos de su gobierno (…) fue absolutamente insensible a la situación de los derechos humanos en Cuba”. La isla era su centro de veraneo. En una lujosa casa obsequiada por el régimen disfrutaba de caviar, champaña la Veuve Clicquot o langosta, que le servían de manera generosa. Mientras los cubanos debían ajustarse a las cartillas de racionamiento.
Para Pedro Corzo esa “devoción” del Gabo por Fidel Castro es la más difícil de entender. “Porque el laureado escritor tuvo la oportunidad de ser testigo del triunfo de la insurrección, pero también del deterioro del régimen (…) Calló ante los fusilamientos, prisiones, exilio, la destrucción económica del país, la exportación de la subversión desde La Habana al resto del continente, y la subordinación del régimen a la Unión Soviética. Supo del caso Heberto Padilla y del exilio de Guillermo Cabrera Infante y del ostracismo interno y externo que padecieron muchos de sus pares de la isla”.
Un excelente ensayo de Enrique Krauze apunta que García Márquez declaró que su adhesión al régimen cubano era similar al catolicismo, «una Comunión con los Santos». Comunión que como refiere la periodista española Salud Hernández Mora, contribuyó a presentar a su líder como un demócrata cualquiera.
Pero hay otros dos aportes que destaca Hernández. “Ignoró e, incluso, justificó la ejecución de cuatro ex revolucionarios, uno de ellos, Antonio de la Guardia, íntimo amigo suyo, acusados, como tantos otros opositores, de traición a la patria; y la creación de la Fundación para el Nuevo Cine Latinoamericano, una máquina propagandística muy beneficiosa para el régimen. Por sus aulas han pasado, además de incontables cineastas, intelectuales y estudiantes hispanoamericanos, directores y actores estadounidenses como Robert Redford, Steven Spielberg o Francis Ford Coppola. Lo que le daba a Cuba una patina de país progresista, promotor de la cultura”.
La pluma bajo la bota
Aún los peores tiranos de nuestros días tienen sus cortes de “intelectuales” que al mejor estilo James Bond ponen sus armas (en este caso su pluma) “al servicio de su majestad”, sea que tenga corona o charreteras. Para muestra Nicolás Maduro, quien cuenta con Ramonet para lavarle la cara y con un maquiavélico siquiatra como su ghostwriter. Nunca está de más para un tirano que su “mejor amigo” sea un escritor, aunque no todos tengan un premio Nobel a su servicio.
El escritor y periodista nicaragüense, Sergio Ramírez, que ha vivido en carne propia, la experiencia de la cercanía a los dictadores en uno de sus artículos afirma que los tiranos de nuestros días no leen. “Nunca imaginaría a Nicolás Maduro o a Daniel Ortega metidos en la cama con un libro abierto hasta pasada la medianoche”. Según Ramírez Stalin “vigilaba que se atuvieran a la obligación de contribuir a la construcción del nuevo hombre soviético, como si se tratara de albañiles”. Una clara imagen de lo que los tiranos esperan de escritores e intelectuales.
Pedro Corzo lo resume con precisión. “Es paradójico, pero frecuentemente los ciudadanos más capaces en un campo cualquiera del conocimiento o de las artes suelen respaldar consciente o inconscientemente causas contrarias a la dignidad humana. Convirtiéndose en encubridores de tiranos y en meros artesanos de regímenes que violan los derechos y asesinan a sus ciudadanos, una ignorancia que también los vuelve criminales aun sin haber cometido la menor vejación”.