Por Cambio16
El juicio contra el llamado «contable de Auschwitz», Oskar Gröning, arrancó este martes con la confesión del procesado, quien 70 años después del fin del nazismo se reconoció «cómplice moral» de los asesinatos del campo de exterminio nazi, donde murieron 300.000 judíos.
«Para mí está fuera de toda duda que soy moralmente cómplice», afirmó Gröning, quien se personó ante la Audiencia de Lüneburg (centro) auxiliado a sus 93 años por un andador, pero con la cabeza lúcida y la memoria viva, también en lo que respecta a la brutalidad con que operó la maquinaria de la muerte nazi.
Lejos de pretender haber «desconocido» lo que ocurría en ese campo o de argumentar que cumplió órdenes, el procesado pidió perdón al grupo de supervivientes o familiares de las víctimas presentes en la corte, en representación de las acusaciones particulares, para declararse luego a disposición de la Justicia.
Fue una declaración que no obvió los detalles sobre el funcionamiento y objetivos de Auschwitz y que se prolongó durante algo menos de una hora, en un proceso que se considera exponente de la justicia tardía, como habían lamentado los representantes de las víctimas en la víspera de su apertura.
A diferencia de lo que fue la tónica en otros procesos recientes por crímenes nazis -como el celebrado contra el ucraniano John Demjanjuk, extraditado desde EEUU a Alemania y condenado en 2011 a cinco años de cárcel-, el procesado no sólo se pronunció sobre los cargos que se le imputan, sino que presentó esa admisión de culpa moral.
¿De qué se le acusa?
La Fiscalía le imputa complicidad penal en el asesinato de los alrededor de 300.000 judíos que fueron gaseados en Auschwitz y que pertenecían al grupo de 425.000 deportados que llegaron al campo de exterminio en la llamada «operación Hungría», en 1944.
Gröning no tuvo relación directa con la selección de esos presos entre los aptos para el trabajo, que se convertían en esclavos para la industria amiga del nazismo, y los no aptos, a los que se asesinaba de inmediato.
Tampoco accionó los dispositivos de sus cámaras de gas ni formó parte de sus comandos de fusilamiento, sino que se limitó a su parte burocrática y contable.
Su trabajo consistió en confiscar las pertenencias de los deportados, incautarles todo lo de valor y encargarse de que el dinero llegase a Berlín, para contribuir a la financiación del Tercer Reich.
El procesado, quien ingresó en las Waffen SS hitlerianas con 20 años, en 1941, supo desde su llegada al campo de Auschwitz de la existencia de las cámaras de gas y que estaban destinadas a asesinar a los judíos cuyo equipaje él clasificaba, según su declaración.
Testigo de atrocidades
Fue testigo no sólo de esas operaciones, cuyo objetivo era el exterminio masivo de los judíos, sino también de actos aislados de extrema brutalidad, como la ejecución con gas en una granja vecina de unos presos que habían tratado de huir y cuyos gritos escuchó hasta que lentamente la muerte apagó sus voces.
El proceso contra Gröning estuvo precedido por los reproches a la lentitud de la justicia por parte de familiares de las víctimas y el grupo de supervivientes, procedentes algunos de Israel, Estados Unidos y Hungría.
La confesión inicial del acusado desmanteló ciertas teorías negacionistas del Holocausto y respaldó también la labor de fiscales de todo el país que siguen instruyendo sumarios contra exnazis nonagenarios, bajo la premisa de que el asesinato no expira.
Los supervivientes desplazados a Lüneburg insistieron en que su propósito no es buscar venganza, ni siquiera ver a esos antiguos verdugos entre rejas -Demjanjuk murió unos meses después de escuchar sentencia en un asilo de ancianos-, sino luchar contra la impunidad.
Si el juicio contra el exguarda voluntario ucraniano estuvo marcado por las acusaciones de la defensa -que lo tachaba de tortura para un anciano en silla de ruedas- el de Gröning parece destinado a aportar testimonios sobre la realidad de Auschwitz.
Galería: Los fantasmas del campo del horror