La crisis de Haití y su violencia crónica no son invisibles, con masacres que parece no tener fin
No hay para Haití adjetivos positivos. Solo se le asocia con pobreza, violencia e inestabilidad. Sufrimiento. Pero hay otra palabra peor: horror. La masacre de 187 personas el pasado fin de semana es una muestra desoladora de la peor cara de un país ahogado en una crisis sistémica. La de Haití, por ser crónica, desaparece de los medios y de las tendencias de Google. Sse olvidan, pero siguen activas, costando vidas y destruyendo futuros.
La última ola de terror asesinó a 184 personas, en su mayoría ancianos. Fueron brutalmente masacrados en el barrio de Cité Soleil, en Puerto Príncipe. El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Volker Türk, estima que la cifra de víctimas podría ser mayor.
La Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos, una organización haitiana, apunta a un móvil macabro: la venganza personal de un líder de banda, Monel Felix, alias Rey Micanor. Ordenó la matanza por la creencia de que la muerte de su hijo fue causada por el vudú, una práctica religiosa muy arraigada en Haití. Mataron a decenas de ancianos señalados de seguir esa creencia. De los 184 muertos, 30 habían superado los 60 años de edad que residían en el extenso barrio marginal del distrito Wharf Jeremie. Es otra de las muchas atrocidades perpetradas en los últimos meses y que comenzó en julio de 2021 con el asesinato del presidente Jovenel Moïse.
Causas de la crisis
La crisis actual en Haití es el resultado de una combinación de factores políticos, económicos y sociales acumulados casi desde su independencia en 1804
- Intervenciones extranjeras: Impacto duradero de las acciones internacionales. Críticas por socavar la soberanía del Estado haitiano. Creación de un «Estado de dependencia». Falta de confianza en las instituciones nacionales y debilitamiento del Estado
- Desastres naturales: Terremotos, huracanes e inundaciones han causado miles de muertes y desplazamientos. Destrucción de infraestructura esencial. Dificultad para la recuperación económica
- Pobreza extrema: Es uno de los países más pobres del hemisferio occidental. Más del 40% de la población enfrenta inseguridad alimentaria aguda. Economía debilitada y deuda histórica limitan el desarrollo. Falta de acceso a servicios básicos como educación y salud
- Violencia de bandas: Fortalecimiento de organizaciones criminales. Aumento significativo en homicidios, secuestros y violencia sexual. Incapacidad del gobierno para controlar a las bandas. Población vulnerable y desprotegida
- Inestabilidad política: Asesinato del presidente Jovenel Moïse en 2021. Falta de liderazgo efectivo y vacío de poder. Renuncia del primer ministro Ariel Henry en 2024. Incapacidad para convocar elecciones y establecer consenso político
Fin de semana de terror
Desde principios de año, el país caribeño entró en una nueva espiral de violencia, especialmente en la capital. Donde bandas rivales han atacado instituciones gubernamentales. Incluso las comisarías de policía, prisiones y hospitales.
Cité Soleil, una de las zonas más pobres y violentas de la capital haitiana, se ha convertido en el epicentro de una de las tantas guerras territoriales entre bandas rivales. La impunidad y la debilidad del Estado han permitido que las organizaciones criminales se fortalezcan y aterroricen a la población civil.
La mezcla de violencia, pobreza y superstición ha creado un cóctel explosivo. El vudú, una religión sincrética que llegó a la isla con los esclavos, combina elementos del catolicismo y las tradiciones africanas. Fue prohibido durante el régimen colonial francés y el gobierno haitiano lo reconoció como religión oficial recién en 2003. Esta vez, la fe se ha pervertido, convirtiéndose en un pretexto para cometer atrocidades.
Según la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos, Monel Felix, líder de una de las bandas que operan en Cité Soleil, habría dado la orden de atacar a los practicantes de vudú tras escuchar de un sacerdote que la enfermedad de su hijo era consecuencia de la brujería. El niño falleció el sábado por la tarde.
El grupo no precisó cómo había obtenido la información, pero aseguró que Felix y los miembros de su banda habían utilizado machetes y cuchillos para perpetrar la masacre. Los asesinatos comenzaron el viernes por la noche y continuaron el sábado. Su objetivo fueron los practicantes de vudú.
Quemados y arrojados al mar
Los cadáveres fueron quemados y arrojados al mar. Un residente de la zona relató a la AFP que su padre estaba entre las víctimas. “Los bandidos prendieron fuego a su cuerpo. La familia ni siquiera pudo organizar un entierro porque no pudimos recuperarlo”.
El Centro de Derechos Humanos dijo en un comunicado que los miembros de la pandilla actuaron de manera sistemática y organizada. “Los soldados de la pandilla eran responsables de identificar a las víctimas en sus casas y llevarlas al bastión del jefe para ser ejecutadas”.
La organización también informó que “fuentes confiables de la comunidad indican que más de un centenar de personas fueron masacradas, sus cuerpos mutilados y quemados en la calle”. Pero Fritznel Pierre, líder de la ONG, advirtió que el número de víctimas podría ser aún mayor debido a las dificultades para acceder a la zona.
En una entrevista con Radio Magik 9, Pierre detalló que los ataques se concentraron en el barrio Wharf Jeremie, donde los ancianos y seguidores del vudú fueron perseguidos y ejecutados. La violencia se extendió incluso a quienes intentaban ayudar a las víctimas, como los mototaxistas.
«Decidió castigar cruelmente a todas las personas mayores y practicantes de vudú que, en su imaginación, fueran capaces de enviar un mal hechizo a su hijo», indicó un comunicado del Comité para la Paz y el Desarrollo.
Barbarie desbordada
La brutalidad de los asesinatos refleja una situación de «espiral acelerada hacia el abismo» en el país, según William O’Neill, experto en derechos humanos de la ONU para Haití. El jefe de la ONU, António Guterres, condenó la violencia y pidió a las autoridades que realicen una investigación exhaustiva sobre la masacre del fin de semana. También reiteró los llamados a un mayor apoyo internacional para ayudar a la policía haitiana en su lucha contra las pandillas.
La reciente masacre en Wharf Jeremie, uno de los barrios más peligrosos de Puerto Príncipe, ha puesto de manifiesto la fragilidad de la situación en Haití y la ineficacia de las medidas internacionales hasta ahora implementadas. La oficina del primer ministro Alix Didier Fils-Aime calificó el sangriento episodio como un “acto de barbarie, de crueldad insoportable (…) este crimen monstruoso constituye un ataque directo a la humanidad”.
Según la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos no es la primera vez que Felix es acusado de matar a personas mayores que practican el vudú. Se cree que fue responsable del asesinato en 2021 de 12 ancianas practicantes.
La dificultad de acceso a Wharf Jeremie, un bastión de las bandas, obstaculiza la recopilación de información y retrasa la respuesta de las autoridades. Situación que no es nueva en Haití, donde la violencia se ha extendido a lo largo y ancho del territorio, a pesar de la presencia de la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad.
Cifras alarmantes
Compuesta principalmente por agentes kenianos, ha demostrado ser insuficiente para contener la ola de violencia. A pesar de sus esfuerzos por expandir sus operaciones y garantizar la seguridad de las infraestructuras críticas, las bandas continúan actuando con impunidad.
“Queremos hacer un llamamiento a los líderes de las bandas para que entreguen sus armas y se entreguen, ya que se les está acabando el tiempo”, dijo la misión en un comunicado la semana pasada.
El mes pasado fue especialmente mortífero en Haití, con tres aviones de pasajeros estadounidenses alcanzados por disparos mientras despegaban o aterrizaban en el principal aeropuerto haitiano de Puerto Príncipe.
El aeropuerto sigue cerrado y American Airlines ha anunciado que no volverá al país al menos hasta el próximo año. Hace dos meses, otra matanza de bandas en un pueblo agrícola situado a unos 96 kilómetros al norte de Puerto Príncipe causó la muerte de unos 80 civiles.
Estados Unidos pidió a la ONU que se haga cargo de la misión de seguridad y la convierta en una operación oficial de mantenimiento de la paz. Permitiría un suministro constante de fondos, personal y equipos. Pero Rusia y China, que tienen poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, se oponen a la propuesta.
La violencia en Haití alcanza niveles alarmantes. Más de 5000 muertes y 700.000 desplazados internos en lo que va de año, la mitad de ellas niños, según la ONU. La situación se ha vuelto tan crítica que las bandas criminales controlan el 85% de Puerto Príncipe, la capital del país.
Deportaciones masivas
La crisis humanitaria en Haití se ha agravado en los últimos meses, con el un deterioro de las condiciones de vida de la población y un aumento significativo de los desplazamientos. El cierre del aeropuerto internacional de Puerto Príncipe, debido a los ataques armados, lo aisló aún y dificulta la llegada de ayuda humanitaria.
Lo que empuja a las aterrorizadas masas hacia la vecina República Dominicana. Pero la frontera se ha convertido en el escenario de otra pieza del drama humanitario. Aunque comparten la misma isla ambo países tienen una historia cargada de tensiones.
Los dominicanos, ante la oleada masiva de desesperados haitianos, han endurecido su legislación migratoria y la nueva administración impulsa una política de deportaciones masivas. Su meta expulsar cada día 10 mil haitianos. Pretende de este modo contener el flujo migratorio y aliviar la presión sobre los servicios públicos.
Desde octubre de 2023, más de 55.000 haitianos fueron deportados. Las crueles imágenes camiones jaula que no van cargados de ganado, sino de haitianos, son cada vez más frecuentes en el paso fronterizo de Elías Piña.
Entre los deportados se encuentran mujeres embarazadas, niños no acompañados y personas que nunca han vivido en Haití. Una joven embarazada, relata como la sacaron de su hogar en Santiago, donde había vivido menos de un año. «No pude correr».
Según las autoridades la capacidad de absorción de República Dominicana ha llegado a sus límites. Argumentan que no pueden seguir soportando la carga de la crisis haitiana. Yque la comunidad internacional debe asumir una mayor responsabilidad.
«La percepción general en la población dominicana es de que nosotros estamos brindando una asistencia, servicios sociales, mayor de lo que a República Dominicana le compete», afirmó el ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Álvarez.
Abusos extremos
El presidente dominicano, Luis Abinader, en un clima de nacionalismo, anunció en octubre una política de inmigración más estricta. Justificó la medida como una necesidad para proteger los intereses de su país y controlar el flujo migratorio.
Organizaciones de derechos humanos denuncian que las deportaciones se llevan a cabo de manera arbitraria y violenta. Sin respetar los derechos fundamentales de los migrantes. Numerosos testimonios recogidos por organizaciones internacionales dan cuenta de abusos como detenciones arbitrarias, palizas, separación de familias y expulsión de personas con documentos de identidad dominicanos. Un joven nacido en República Dominicana de padres haitianos era un ejemplo de la situación. A pesar de contar con un documento que acreditaba su nacionalidad, fue detenido y deportado a Haití.
La Organización Internacional para las Migraciones denunció la gravedad de la situación. Los migrantes deportados llegan a Haití heridos, traumatizados y en condiciones de extrema vulnerabilidad. Laura d’Elsa, coordinadora de protección de la ONG, califica los abusos como «extremadamente chocantes (…) los más extremos que he visto nunca».
El gobierno dominicano respondió con evasivas a las acusaciones. A pesar de las múltiples denuncias, el Ministerio de Interior y Policía se negó a responder a las preguntas de las agencias internacionales sobre los presuntos abusos cometidos por los agentes migratorios.
Racismo, política y desigualdad
Más allá de las cifras de deportaciones y las declaraciones oficiales, el trasfondo es una profunda raíz histórica de racismo y xenofobia que ha marcado las relaciones entre ambas naciones.
El presidente Luis Abinader, justifica su política con el argumento de que no puede seguir soportando la carga de la crisis haitiana. Advirtió a la ONU que el país tomará «medidas especiales» si la situación no mejora.
El ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Álvarez, informó que el porcentaje de bebés nacidos en hospitales públicos de madres haitianas aumentó al 40% en octubre desde casi el 24% en 2019. Alrededor de 147.000 niños haitianos están matriculados en la escuela en República Dominicana. Lo que cuesta alrededor de 430 millones de dólares al año.
La historia de ambos países, aunque comparten la misma isla (La Española) está marcada por profundas diferencias y un racismo arraigado. La masacre de haitianos en 1937, ordenada por el dictador Rafael Trujillo, es una muestra de la violencia que han caracterizado la relación entre ambas naciones.
Además, la modificación de la Constitución dominicana en 2010 profundizó aún más la crisis. Se aplicó con carácter retroactivo y despojó de su nacionalidad a decenas de miles de personas nacidas en el país de padres haitianos.
En 2017, la última vez que se realizó una encuesta gubernamental, había casi 500.000 haitianos en República Dominicana. Los expertos calculan que el número puede haberse duplicado desde entonces.
El origen del mal
Haití no siempre fue el país más pobre de América. Era la perla del Caribe de la Francia imperial. Fue el primer país en declarar su independencia y acabar con la esclavitud. A finales del siglo XIX, Haití era autosuficiente y productivo.
Era el tercer productor de café a nivel mundial, el quinto productor de azúcar y tenía una industria textil importante. Pero factores internos y externos lo convirtieron en el país dependiente de la ayuda extranjera y organismos internacionales que conocemos hoy.
La historia reciente de Haití ha estado marcada por la herencia del duvalierismo, los simpatizantes armados por el partido Lavalas de Jean Bertrand Aristide y la descomposición social que provocó el terremoto de 2010 y que facilitó la expansión de las pandillas.
El asesinato del presidente Jovenel Moïse en 2021 creó un vacío de poder que las pandillas aprovecharon. El 3 de marzo, Haití fue sacudido por una nueva ola de violencia después de que grupos criminales liderados por Jimmy Cherizier, alias «Barbecue», asaltaron dos cárceles y liberaron a más de 3.000 prisioneros.
Los liberados comenzaron a cometer delitos en Puerto Príncipe, lo que resultó en la huida de miles de haitianos a otras naciones en busca de seguridad y mejores condiciones de vida. Los analistas sostienen que la violencia en Haití, aunque se debe en gran medida a conflictos políticos, encuentra en la extrema pobreza el gran detonante.
Alrededor del 80% de la población es analfabeta, solo el 50% de los niños en edad escolar asiste a la escuela, y seis de cada diez habitantes viven con menos de dos dólares al día. Una pobreza producto de la corrupción del estamento político y del endeudamiento con bancos y organismos internacionales.
Estado fallido
Haití es considerado un ejemplo de Estado fallido. La ausencia de un liderazgo político fuerte y la proliferación de armas, lo han convertido en un polvorín, que estalla a cada rato. Desde la caída de Jean-Claude Duvalier los intentos de instaurar una democracia han estado signados por la fragilidad institucional y la corrupción.
En medio de condiciones de vida precarias muchos jóvenes se convierten en presas fáciles de las bandas criminales. Las cuales les ofrecen dinero y protección a cambio de su lealtad. La ignorancia y el hambre generalmente dan los peores frutos.
La masacre de a Wharf Jeremie es una muestra de que la espiral de violencia en Haití sin duda ha cruzado la línea roja. El asesinato de más de 184 ancianos impulsado por acusaciones de brujería expone la brutalidad de las bandas, la persecución histórica al vudú y la desesperación de un pueblo atrapado entre violencia y abandono estatal.
Los analistas sostienen que la comunidad internacional tiene una buena cuota de responsabilidad en la escalada de la crisis. Las autoridades de Kenia a cargo de la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad sienten que les han dejado solos sin concretar las ofertas de apoyo económico. Temen que con Trump haya menos respaldo aún. Tampoco las autoridades dominicanas sienten que la comunidad internacional la respalde mientras aumenta la presión del constante arribo de los aterrorizados haitianos.
No es una crisis aislada
Sin duda, quienes se sienten más solos son los desventurados haitianos. Acosados por una violencia irracional, a la que nadie parece prestar atención, ni intenta frenar hasta que ocurre algo dantesco.
Las escenas descritas semejan las del peor momento de la guerra de Ruanda o Sudán. Pero se produjeron en el corazón del continente americano. Una muestra de que la locura no tiene frontera ni limites, tampoco el terror.
La situación tiene implicaciones más allá de sus fronteras. Haití es clave para el equilibrio político y económico de Centroamérica. Su estabilidad es clave para frenar la ola migratoria hacia Estados Unidos.
La crisis, por tanto, no es un problema aislado, es regional. Aunque parezca olvidada está ahí, latente, con su horror y su violencia. Una bomba de tiempo que, si no se frena tendrá estallidos cada vez peores, con masacres cada ves más sangrientas y espeluznantes. Es una espiral que se profundiza. Haití es el horror en América.