MIS TERRORES FAVORITOS
Por Javier Sanz
29/10/2015
La actualidad televisiva vista con el ojo vago de Leticia Sabater y comentada con la acidez propia de los estómagos de Falete y Kiko Rivera después de un atracón en la semana fantástica king-size de McDonald’s.
Mira que le tengo dicho a mi jefe, el gallego, ese que me lleva por caminos musicales y literarios demasiado alternativos para mí, que la sinceridad- como la filmografía de Pedro Almodóvar– está sobrevalorada. Y va él y me suelta que mis entradas del blog son más largas que una película de Lars Von Trier y que hago más comparaciones que en las duchas del gimnasio. Él no sabe que el tic comparativo no me viene de Crispín Klander y Pepe Navarro en Esta noche cruzamos el Mississippi sino de Joaquín Sabina y su Así estoy yo sin ti. Pero como soy muy prudente, voy y me lo callo.
A lo que vamos… No es un servidor sino las malvadas redes sociales, las mismas que han bautizado el programa de Bertín Osborne como En tu caspa o en la mía, las que dicen que a El Hormiguero le sobra algo y ese algo se llama Pablo Focos. Al presentador parece que le hubiera poseído el espíritu televisivo de Isabel Pantoja y su ya clásico “Los focos hacia mi persona”. Él lo eclipsa todo. Ya puede tener delante al mismísimo Obama que chuparía cámara para demostrar que es más negro que el presidente norteamericano y que tiene más swing que él y Leroy Johnson de Fama juntos.
Motos es el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. De pequeño, bueno, de más pequeño, es fácil imaginarlo como el repelente de la clase; ese que salía a la pizarra a apuntar cuando el profesor abandonaba el aula, el que ocupaba siempre la primera fila y levantaba el brazo porque siempre se sabía las respuestas. Quiere disimular y aparentar que es un alma rebelde, pero de eso sólo tiene las pecas de un cutis un tanto sobrado de bótox y retoques faciales pero falto de liposomas y lismina al Photoshop de la que debe rebosar la línea cosmética de Isabel Preysler.
Pablo quiere divertirse en la vida como ese niño “que todos llevamos dentro”, que diría Pedro Ruíz en La noche abierta. Pero a él le sale más la abuela de la fabada, con ese gamberrismo impropio ya de su cincuentena.
El valenciano es el “yo antes” y “yo más»… Se planta frente al espejo de perfil, como Yola Berrocal con su talla 110 de pecho, y cree que “nunca es suficiente”, “nunca es bastante”. Hay veces que piensas que con él no hubiera sido posible el anuncio del Toyota Auris porque se colocaría delante de las cámaras tapándo las risas de la niña en el giro acrobático.
El programa de las hormigas nunca ha dejado claro a quién va dirigido y en qué términos. Se supone que es de corte familiar pero empieza a las 10 de la noche. Se pretenden guiños infantiles-juveniles con monigotes de felpa pero se practica una pseudociencia un tanto peligrosa y unas pruebas imposibles que acaban por destrozar el peroné del mismísimo Cayetano Rivera Ordóñez.
En mitad de la cena te encuentras con un primer plano de una vagina de látex con la cabeza de un bebé asomando y sujetada por la embarazadísima Pilar Rubio. Y, a veces, el medio pelirrojo se pone más caliente que el horno de Carlos Arguiñano muy en modo alta comedia de Juanito Navarro.
Al humorista y/o presentador los invitados se le escapan vivos porque sus entrevistas se le suponen siempre pretendidamente amables, con un cierto tufillo a pactadas y ensayadas hasta el más mínimo detalle. Es verdad que nos ha demostrado que los americanos tienen un sentido del espectáculo indispensable para la televisión (Will Smith o Hugh Jackman) pero no es menos cierto que algunos de esos invitados se han visto sometidos a tales experimentos que les han desconcertado más que a Bárbara Rey y Corinna una recepción republicana.
Charlize Theron o Jesse Eisenberg no entendieron nada. Pero no por lo del pinganillo y el retraso en la traducción simultánea sino porque ese humor, a veces, un tanto ridiculizante les hace la misma gracia que a mí: ninguna. Y así lo manifestaron en la televisión norteamericana en cuanto tuvieron ocasión.
Y es que, por más que se empeñe Pablito, los entrevistados no pueden o no quieren dar siempre el juego esperado por él. Es inconcebible pedir soltura y espontaneidad a un niñato como Justin Bieber que por menos de nada se mosquea y pega la espantá como hizo en la Cadena Ser. El cantante no tenía anoche el chichi pa farolillos y lo más destacable se resume en la pregunta: “¿Para qué quieres seis coches si sólo tienes un culo?” y la lánguida respuesta: “Uno para cada ocasión”. Fin de la cita y de la aburrida entrevista.
En casos como el de anoche la charleta se hace tan promocional y tan aburrida que uno echa de menos el nutrido e hidratado pensamiento de la humanista Nuria Bermúdez en mi venerada Tómbola: “Yo no he venido aquí a hablar de trabajo sino de mi vida privada”. Esta es una de esas grandes frases que nos ha dado la televisión de calidad para el avance de la humanidad. Esas sí que son trascendentes y no el «Yo soy yo y mi circunstancia» de los gemelos Ortega y Gasset, que diría alguno de los niños de Mercedes Milá en Gran Hermano16.
Si la escritora británica Mary Anne Evans, hubiera visto el comportamiento de Pablo Motos en SU programa, con SUS invitados, SUS chistes, SUS coreografías… y todos sus posesivos circunstanciales le hubiera dedicado su célebre frase: “Era como un gallo que creía que el sol había salido para oírle cantar”.
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