“Cuando asumimos ser soldados no dejamos de ser ciudadanos”, dijo Jorge Washington. Yo afirmo, que cuando hablamos de democracia, primero se es ciudadano y después soldado. En las democracias occidentales cada día es más apremiantes la supervisión y el control de los ejércitos por el poder legislativo y la educación sobre vida y obra de los proceres civiles y los valores democráticos.
El honor nace de nuestros más antiguos ancestros y de lo mejor de la tradición, por lo que viene de muy lejos y tiene muchas lecturas, valencias, interpretaciones y versiones. Algunas culturas tenían en tan alto concepto el honor, que los samurái y los templarios no dudaban en interponerlo frente a su propia vida.
Orígenes del honor
Se gesta desde la cuna, en casa, germina y crece durante toda la juventud, a la vera y en el camino de la educación formal y se desarrolla, consolida y consagra, temporalmente para una nueva vida, con el último suspiro. El honor viene tejido en cadenas y como todo lo que es unánime en el ser humano, aunque mantiene su esencia, solo tiene variaciones entre culturas, espacio y tiempo.
Cada individuo a lo largo de la historia tiene una calificación del suyo, según los valores imperantes en su época. Las distintas sociedades van creando normas y leyes que se encargan de preservarlo de acuerdo con sus costumbres y sus cambios.
En el plano general, el honor lleva consigo la aceptación personal y la construcción en el imaginario social de unas cualidades morales vinculadas al deber, a la virtud, al mérito, al heroísmo, que trascienden el ámbito familiar y social y que se reflejan en la opinión, la fama o la gloria y en el disfrute de ceremonias de reconocimiento público que producen recompensas, dignidades, cargos, patrimonios o herencias.
Dos clases de honor
El honor tiene distintas acepciones, según se tome en el plano subjetivo (lo que cada quien siente de su propio honor) o en su connotación social, como elemento que entra en juego en las relaciones sociales de las civilizaciones.
Estas dos versiones del honor, la individual y la social, en el campo jurídico, se traducen en dos conceptos, bien definidos: el honor subjetivo y el honor objetivo.
El primero se refiere a la autovaloración, esto es, el aprecio de la propia dignidad, como es el juicio que cada individuo tiene de sí mismo en cuanto sujeto de relaciones ético-sociales. Todas las personas poseen una autoestima determinada. Algunos la tendrán más elevada que otros, pero ello no impide que cada quien tenga la suya propia y que la consideren de suma importancia también para los demás.
En cuanto al honor objetivo, es la reputación como ser social que tiene una persona. La fama que ha sabido ganarse con relación a sus pares y de la cual goza, sea la que fuere, pero asociada positivamente a su persona. Es la valoración que los demás tienen de una persona. El estatus que socialmente le ha sido asignado y que supieron ganarse fruto de una conducta llevada adelante por el sujeto con una forma dada de vida.
Por eso las injurias de honor en el plano individual, al depender de la percepción de cada quien, se resolvieron por distintas vías de confrontación personal a través del tiempo. Son celebres las peleas de espadas hasta el siglo XVIII para vindicar un honor herido; luego los duelos clásicos con pistolas entre la nobleza; y de data más reciente, hasta que se impuso la ley, las disputas con revolver entre cowboys en el salvaje oeste americano.
El honor casus belli
En el ámbito social, en la antigüedad, el ejemplo típico de guerra por injuria de honor lo constituye el rapto de Helena por Paris que dio origen a la Guerra de Troya, ilustrada en la Ilíada, entre aqueos y troyanos. El honor se consideraba casus belli también en los reinos europeos del Antiguo Régimen con su trono y el altar católico.
Según Montesquieu, la virtud en la monarquía es el honor, al contrario de la república, cuya virtud es el patriotismo. Hoy ambos han sido superados por la democracia, cuya virtud es el Estado de derecho y la ciudadanía.
El honor para la Real Academia Española
Veamos que nos dice el diccionario de la lengua española, de la cual extraeré las dos precisiones conceptuales más útiles:
- Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo.
- Gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se los gana.
Las instituciones, los gremios profesionales, las organizaciones sociales de distinta naturaleza tienen sus códigos de honor. En el caso de la institución militar, el concepto adquiere una relevancia trascendental, pues en la organización castrense y a través del comportamiento de los hombres de uniforme se expresan simbólica y prácticamente las ideas, las gestas y las acciones que hicieron posible la independencia de cada país y en el caso nuestro, la soberanía, seguridad y defensa de la nación y la garantía, vigencia, y perfectibilidad, mediante una Constitución, del sistema de convivencia democrático.
«Mantener el honor sin mancha y sin tacha»
Definimos entonces el honor militar como la cualidad moral ligada a la dignidad de la persona humana que nos impulsa a realizar el más estricto cumplimiento de nuestros deberes, ante el prójimo y ante nosotros mismos.
Según el coronel del Ejército español Ricardo Silvestre González Edul –en un brillante ensayo sobre el honor militar–, el honor es la riqueza más grande que puede poseer un militar. Mantenerlo sin mancha y sin tacha es el deber más sagrado de todo miembro de las Fuerzas Armadas. Esto es así en Estados Unidos, en España, en la China, en Brasil y en Venezuela.
Y agrega:
El honor, la justicia y la verdad son bases de la disciplina que rige la conducta de los militares tanto en el desempeño de sus servicios como en las relaciones familiares y sociales.
Democracia y honor militar
Resulta reconfortante para el espíritu democrático, hoy avasallado por la intolerancia, la mentira, el resquebrajamiento del Estado de derecho, el desmantelamiento de las instituciones y la destrucción del aparato productivo que ha llevado a Venezuela al peor desastre económico-social de nuestra historia republicana, leer el código de honor del cadete de la Academia Militar del Ejército Bolivariano, cuyos artículos más emblemáticos rezan:
- Admito sin vacilaciones y sin reservas que la subordinación a la Constitución, a las leyes y reglamentos nacionales y militares es un principio inviolable en mi existencia.
- Soy un ciudadano venezolano y por tanto miembro activo de una comunidad en la cual seré baluarte de las instituciones republicanas y factor de armonía y progreso.
- Proclamo que es la moral mi principal virtud; ella es mi principal herramienta de trabajo.
- Prometo guardarle culto a la honestidad, a la lealtad, y a la verdad, que practicaré y mantendré a costa de mi propia seguridad y bienestar.
Ese honor y espíritu de cuerpo de los ejércitos ha servido a través de la historia a las causas más nobles y sublimes, pero también a los propósitos más ruines, bajos y viles de militares y civiles extraviados. El honor militar no debe ser un artificio manipulado que se utiliza arbitrariamente para fines subalternos que conculcan la ley a su amparo.
Siéntanse orgullosos, dignos y honrados nuestros hombres de uniforme que han sido consecuentes con el cumplimiento de la Constitución, la ley y el honor militar; a todos ellos, a sus esposas, madres, hijos y demás familiares, las palabras de elogio de ese gran civil gigante de la política, Sir Winston Churchill, que dijo:
Nunca se rindan, nunca cedan, nunca, nunca, nunca en nada grande o pequeño, nunca cedan salvo solo por las convicciones del honor y el buen sentido. Nunca cedan a la fuerza; nunca cedan al aparentemente abrumador poderío del enemigo.
Empínense en el honor verdadero, no en el que sirve de disfraz a la guardia pretoriana que hoy sostiene al régimen, y con todo el coraje que da el ideal de los libertadores y de los fundadores de la democracia, reescriban con pasión, sudor y sangre, sobre la roca más grande y más pétrea, ese código de honor del cadete que alguna vez hizo de la Academia Militar de Venezuela la casa de los sueños azules.