Por CMBIO16
Imaginemos a un hombre de mediana edad, deportista, padre de dos hijos, profesional y de nivel económico más bien alto. Dos días a la semana se levanta muy temprano para ir a jugar un partido de tenis. Coge su raqueta Babolat que lleva instalado un miniUSB que recoge toda la información sobre el juego a través de una aplicación. Gracias a ella, sabe cuáles son sus fallos y sus puntos fuertes en la pista. Los han registrado los localizadores de impacto situados en la red de la raqueta.
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Cuando termina el partido enciende su móvil mirándolo fijamente. Con ayuda de la biometría ocular puede conectar su smartphone. Abre bien los ojos y el teléfono, a través de un LED infrarrojo, analiza la tersura de su iris y detecta si pertenece al propietario.
De camino a casa, para en un supermercado a hacer la compra y paga colocando su mano encima de una máquina que escanea sus venas y que, automáticamente, le carga el total del importe a la cuenta de su banco. La cajera le comenta que hace unos días se produjo un asesinato en una ciudad de Estados Unidos. Un grupo de delicuentes mató a un hombre que utilizaba este sistema de pago. Trataron de robarle, una vez muerto, pasando su mano por una de estas máquinas. Pero no tuvieron suerte: el dispositivo es inteligente y sólo funciona si la sangre está circulando.
Cuando llega a casa, abre la puerta con su reloj de pulsera. Un estudiante del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) ha desarrollado una app que permite, a través de la plataforma Android Wear, abrir puertas con una orden de voz.
Su pareja y sus hijos aún no se han despertado, pero la casa está a la temperatura ideal, a pesar de que dejó la calefacción apagada y ha empezado a nevar. Gracias a una aplicación, pudo controlar la intensidad del calor a través de un termostato inteligente que optimiza el consumo de la calefacción porque sabe interpretar un parte meteorológico que le envía el servidor.
Se sienta y enciende la televisión con su anillo-ratón, un pequeño dispositivo que lleva colocado en el dedo corazón de la mano derecha y que también es mando a distancia y joystick para videojuegos. Sólo con tocarlo, cambia de canal. Pero no le interesa lo que ponen en la tele, así que decide conectar el Mirrorsys de Huawei, una pantalla de 220 pulgadas y 8K (8.000 píxeles de resolución horizontal) que reproduce entornos casi a tamaño real y en tiempo también real. Gracias a él puede pasear por los canales de Ámsterdam y entrar luego en un centro comercial de Dubái para ver los escaparates y elegir un regalo para su esposa.
CONTROL PARENTAL
Cuando sus hijos se levantan, salen a jugar a la calle. Él sabe el lugar exacto donde están gracias a un reloj localizador para niños que ha sido programado previamente con una definición de zonas prohibidas que no se pueden traspasar. Si los pequeños lo hacen, el reloj emite rápidamente una alarma. También lleva incorporado un teléfono desde el cual sólo se puede llamar o recibir llamadas desde números previamente fijados.
Antes de desayunar, decide darse un baño. Lleva puesta la pulsera Cicret, que proyecta la pantalla de su smartphone sobre su brazo y puede manejarla tocando su piel. De esta manera, no se arriesga a que su móvil se moje y puede consultar Internet deslizando el dedo por su brazo. Y, hablando del brazo, la proyección de la pantalla de su móvil está cuatro centímetros por debajo de su tatuaje inteligente, conductor de la electricidad, un invento desarrollado por MC10, una compañía con sede en Cambridge (Massachusetts). Informa de sus constantes vitales a su médico después de que nuestro personaje fuera sometido a una intervención de corazón hace unas semanas. Incorpora electrodos extrafinos, sensores, tecnología inalámbrica y sistemas de comunicación que pueden ser utilizados para monitorear la salud, como en este caso.
Tal vez la descripción de esta situación pueda sonar a ciencia ficción. Quizá parece que describe el comienzo de una película, la última protagonizada, por ejemplo, por Tom Cruise y que cuenta cómo puede cambiar nuestra vida en un futuro gracias a la tecnología wearable, la que se refiere a todos los aparatos y dispositivos electrónicos que un ser humano puede llevar incorporados en alguna parte de su cuerpo interactuando con él y con otros dispositivos con el fin de hacerle el día a día más cómodo, e incluso vigilar su salud.
Pero no. Esta sucesión de circunstancias es perfectamente real. Tanto, que podría ser habitual a nuestro alrededor si no fuera porque algunos de estos gadgets están aún en experimentación o, dicho de otro modo, esperando a que alguna empresa se interese por sus utilidades para ver si las puede aplicar a algo que tenga un uso realmente práctico y que, además, resulte económicamente rentable.
“Algunos inventos son muy útiles, como las prótesis biónicas, pero otros no tienen sentido. No vale de mucho tener unas zapatillas que incorporan 3G si tienes un smartphone que también lo lleva”, sostiene Javier Pedreira Wicho, cofundador de Microsiervos, uno de los blogs de divulgación científica y tecnología más leídos en castellano. “Muchas veces, se dan palos de ciego con cosas como las Google Glass, que no tienen demasiada utilidad, y entonces el mercado te pregunta: ¿para qué queremos eso?”.
Fue el caso de las gafas de Google, un wearable que se lanzó a bombo y platillo en 2012. Se trata de un dispositivo inteligente con tecnología de realidad aumentada que permite leer textos a través del cristal, hacer fotos y vídeos de alta calidad o interactuar con el teléfono móvil, por ejemplo.
En ocasiones son prototipos que cuando se plantean salir al mercado se encuentran con un gran escollo: el administrativo. Las gafas de Google no podían llevarse en bares, cines y mucho menos conduciendo. El precio tampoco es barato: 1.500 dólares. “A veces es necesaria la combinación de productos para que algo funcione, pero la verdad es que con esto de las novedades tecnológicas nunca se sabe. Con el iPhone de Apple no se tenía mucha esperanza, pero al final fue todo un éxito. En realidad, muchos inventos se hacen porque la tecnología te permite hacerlas, pero no porque sean comerciales. Y la gente se da cuenta de ello”, explica Wicho.
Hoy estamos en la época de los relojes inteligentes. Proliferan por todos lados con diferentes funciones y aplicaciones. Pero lo cierto es que hay dispositivos mucho más sofisticados y con utilidades reales y eficaces, por ejemplo en el mundo de la medicina. No nos referimos a la ingente cantidad de pulseras que están saliendo al mercado capaces de medir nuestras pulsaciones, los movimientos, la respiración o la tensión arterial. Datos con los que probablemente alguien podría hacer negocio en algún momento sin que nosotros seamos conscientes de ello. Los médicos, mucho más pragmáticos, sostienen que no hay nada como llevar una vida sana, caminar, hacer deporte y disfrutar de la familia. Y donde esté todo eso, que se quiten las pulseras.
EN BENEFICIO DE LA SALUD
La tecnología aplicada a la medicina es mucho más sofisticada que un pequeño gadget. Gracias a estos wearables es posible, por ejemplo, que los enfermos de párkinson controlen sus temblores. Investigadores del Centro de Automática y Robótica del CSI-UPM, en colaboración con el hospital madrileño Doce de Octubre, han desarrollado prótesis robóticas. Estas neuroprótesis, que ya están siendo sometidas a ensayos clínicos, consisten en una manga con la que se enfunda el brazo afectado y que evita que tiemble. Probablemente, hasta dentro de 10 años no esté funcionando a pleno rendimiento, pero es muy prometedor y está dando unos resultados muy buenos en pacientes.
“Lo que más llama la atención en este campo, aunque aún está en fase de investigación, es todo lo que tiene que ver con interactuar con la mente a través del implante de dispositivos en animales. El caso, por ejemplo, de los monos (ubicados en Carolina del Norte a los que les habían sido implantados electrodos), que lograron mover piernas robóticas en Japón, concretamente en el Advanced Telecommunications Research Institute International de Kioto. Pero conseguir hacer interfaz de tu cerebro es lo complicado. El problema es que al final tienes que implantar unos electrodos sobre él y eso es muy invasivo, implica perforar el cráneo y podría ser muy perjudicial para la salud”, desvela Francisco Serradilla, profesor del Departamento de Inteligencia Artificial de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Sistemas Informáticos de la Universidad Politécnica de Madrid.
Efectivamente, a veces la aplicación de la tecnología a la medicina se encuentra con el problema de la experimentación con humanos. “Y también con las leyes, que en España son muy restrictivas en este sentido. Pasa, por ejemplo, con los coches que se conducen solos, que existen pero hay mucho rechazo de las aseguradoras”, continúa Serradilla.
Hay inventos que van más allá. Hace unos años, científicos de la Universidad Freie de Berlín desarrollaron una tecnología, denominada Brain Driver, que permite conducir vehículos con el pensamiento. El conductor debe llevar unos sensores en la cabeza que miden las ondas cerebrales. Varias cámaras colocadas fuera del coche elaboran un mapa tridimensional de los alrededores. No obstante, el vehículo sólo responde a órdenes sencillas como girar a la derecha y a la izquierda y acelerar y frenar.
El ojo biónico es otro de los grandes inventos tecnológicos aplicados a la medicina. Se trata de un dispositivo llamado Second Sight desarrollado por científicos de la Clínica Mayo en Rochester (EEUU) y que se implanta en la parte posterior del ojo. Mejora problemas como la retinitis pigmentosa, una enfermedad que hace que algunas personas pierdan la visión. Este chip va conectado a unas gafas con una cámara que retransmite las imágenes a un pequeño ordenador. Las imágenes son procesadas y transmitidas al cerebro y luego al implante, que las interpreta. No son nítidas, pero al menos sirven para intuir algunas formas.
Frente a estos dispositivos están otros weareables con una utilidad dudosa, pero que no dejan indiferentes, como el vestido que detecta el wifi y cambia de color según la hora y el lugar donde se encuentre. Al estar conectado a Internet, en la tela aparecen incluso hashtags. O el vestido araña para la autodefensa femenina. Tiene varios sensores robóticos. A través de un análisis de los movimientos de quien lo lleva y de su respiración, el vestido detecta una presencia peligrosa y despliega algo parecido a las patas de una araña que facilitan la defensa de la mujer.
UN CASO REAL
El hombre con el que comenzaba esta historia bien podría haberse llamado Chris Danzy (@ServiceSphere). Su nombre es real, tanto como la tecnología que lleva instalada en todo su cuerpo. Es un estadounidense de 46 años que mide a través de wearables todo lo que hace a lo largo del día: lo que come, lo que bebe, las calorías que quema, las pulsaciones cada vez que hace deporte. Incluso utiliza para dormir una manta con sensores que registra los movimientos de su cuerpo. Prefiere ser él mismo quien mida todos los parámetros de su cuerpo o de sus decisiones antes de que lo haga nadie, mucho menos una de las múltiples empresas que se dedican a ello en el mundo. “Si tengo una llamada y mi voz supera los 50 decibelios, mi móvil me lo notifica. Después de una llamada de negocios me mido el pulso, porque eso me proporciona información sobre cómo ha ido la conversación y mis sentimientos sobre ella”, ha dicho.
Como augura Serradilla, “es muy difícil que los avances lleguen al público en general”. El último Mobile World Congress, celebrado en Barcelona a comienzos de marzo, presentó decenas de gadgets que parecían sacados de una película futurista. ¿Lograrán sobrepasar la brecha digital y cambiar la sociedad dentro de unos años? Parece que aún no estamos en ese camino y que, mientras nuestro smartphone funcione, gran parte del ocio y el entretenimiento va bien servido. Tal vez no necesitemos mucho más.