Morir de hambre y no de coronavirus. El hambre apretará aún más los estómagos de los que sufren las consecuencias de la inseguridad alimentaria en el mundo. Aunque el virus SARS-CoV-2 no ha distinguido entre pobres y ricos para infectar y causar la enfermedad y la muerte, sus los efectos sí discriminan y profundizarán más la brecha entre los que pueden y los que no. La amenaza del hambre se cierne sobre el mundo e impactará a los más vulnerables.
Un informe del WFP (Programa Mundial de Alimentación de las Naciones Unidas) advierte que 135 millones de personas en 55 países, que ya necesitan ayuda humanitaria para alimentarse, son los más vulnerables a los estragos que cause la pandemia de la COVID-19 en la producción de alimentos. También elevará los niveles agudos de hambre en pequeños Estados y en los países exportadores de petróleo que se verán seriamente afectados.
Este último grupo de países se caracteriza por ser importadores netos de comida. Las poblaciones para su sustento dependen del turismo y las remesas que le llegan de sus familiares en el extranjero. Las medidas de confinamiento y distanciamiento social han disminuido los viajes y la actividad turística, también miles de trabajadores extranjeros están desempleados sin generar el dinero para enviar a sus familias en los países de origen.
At the end of 2019, 135 million people across 55 countries and territories experienced acute food insecurity.
The new Global Report on Food Crises reveals scope of food crises as #COVID19 poses new risks to vulnerable countries.
⬇️#FightFoodCrises⬇️
— World Food Programme (@WFP) April 23, 2020
Desplazados, refugiados y migrantes
Hace unos días cientos de venezolanos regresaban a Venezuela desde Perú, Ecuador y Colombia. Muchos trabajadores informales que compran comida diariamente gracias a los ingresos diarios se quedaron sin trabajo y sin ingreso. Volvían a Venezuela a pie con sus familias temerosos de ser discriminados y de no encontrar el apoyo para sobrevivir a la pandemia y no morir de hambre.
Los desplazados son otro grupo especialmente vulnerable a los efectos de la pandemia de la COVID-19. Carecen de suficientes recursos o viven en áreas lejanas sin servicios de salud. Por ejemplo, qué pasaría con los refugiados sirios que se encuentran en la frontera de Grecia con Turquía. Allí los campos de refugiados carecen de baños y del agua potable. Estos campos de refugiados son bombas de tiempo.
Un cóctel molotov para los conflictos
Los más golpeados son los que más riesgo corren. Siria, Sudán Yemen y la República Democrática del Congo podrían experimentar un aumento en los precios de los alimentos si sus monedas se deprecian aún más. Se trata de países que dependen en gran medida de las importaciones que están bloqueadas por las restricciones de movilidad.
Las restricciones de movilidad, la falta de mano de obra agrícola y las políticas proteccionistas –como el aumento de aranceles y las prohibiciones de exportación– podrían aumentar el precio de los alimentos. Finalmente, impactarían las importaciones y colocarían a Siria, Sudán, Yemen y RDC en altísimos niveles de hambre.
Como si no fuera suficiente, en los países vulnerables por crisis alimentarias podrían ocurrir disturbios. La incertidumbre del impacto futuro de la pandemia más las restricciones de movimiento, el aumento del desempleo, el limitado acceso a los alimentos y la erosión de los medios de vida ya frágiles son un caldo de cultivo para el descontento, la violencia y el conflicto.
Ya se han registrado protestas en Honduras, Sudáfrica y la India por encierro y las preocupaciones del hambre. Por la suspensión de las clases 368 millones de niños han perdido el acceso a las comidas y meriendas nutritivas que recibían en las escuelas.
A Checkers truck has been looted in Bishop Lavis, Cape Town.
Video: @armandhough/ @AfriNewsAgency pic.twitter.com/3Vb10MJPuV— IOL News (@IOL) April 20, 2020
El hambre amenaza a todos
Las cadenas de suministro también se verán afectadas. Había buenas perspectivas para la cosecha de 2020, pero la interrupción de las cadenas de suministro –que impactan al transporte y procesamiento de alimentos– alargará los tiempos de entrega y retrasará la disponibilidad de los alimentos más básicos. El cierre de fronteras también afectará a poblaciones que apenas si escuchamos que existen, pastores nómadas y seminómadas en la frágil región del Sahel.
Mientras que en las poblaciones de África ya azotadas y amenazadas por las langostas del desierto las restricciones de movilidad dificultarán aún más el combate de la terrible plaga que para febrero tenía al borde de la hambruna a 19 millones de personas.
Las poblaciones urbanas compuestas en su mayoría por trabajadores informales y empleados del sector de servicios perderán sus empleos y con ello la posibilidad de ingresos para comprar alimentos. También las poblaciones que cruzan diariamente las fronteras para comprar comida se verán afectadas.
El brazo encargado de defender la seguridad alimentaria de los seres humanos de las Naciones Unidas proyecta la amenaza del hambre en el mundo como una situación a corto plazo. El llamamiento es a trabajar de inmediato en las soluciones para proteger especialmente a las poblaciones más vulnerables de los efectos de la pandemia de la COVID-19 en la seguridad alimentaria del planeta.
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