Fernando Grande-Marlaska aseguraba a mediados de noviembre que Canarias no iba a convertirse en una nueva Lesbos. Que el ministro del Interior haya tenido que negar cualquier similitud con la isla griega donde miles de refugiados viven atrapados sin posibilidad de desplazarse a la Grecia continental, es un signo de la gravedad de la crisis migratoria que debe encarar el archipiélago español. Es un reconocimiento tácito de que ya la situación ha llevado a que se haga comparación con el caso que enfrentan las autoridades griegas. Hay motivos para preocuparse.
El mayor temor es que, de no hallarse una solución real y definitiva —no los «pañitos calientes» que se han aplicado hasta ahora—, una crisis coyuntural se convierta en una crisis estructural. De ser así, las paradisíacas islas españolas pasarían a convertirse en el destino de miles de inmigrantes. De rincón turístico a lugar de confinamiento, a campamento de reclusión, ¿gulag? En ese caso, Grande-Marlaska habrá tenido razón: Canarias no se convertirá en una nueva Lesbos, sino en algo mucho peor.
Una tormenta perfecta
No es poca cosa. El archipiélago sufre una asfixiante presión migratoria desde principios de año. En estos 11 meses han llegado más de 18.000 personas. Para empeorar las cosas, esta situación ocurre en medio de la inacción del Gobierno. Pareciera como si se esperase que la crisis se solucione por combustión espontánea. Algo muy poco probable. Pese a la declaratoria oficial, la comparación de Canarias con Lesbos es inevitable.
El incremento en los números es elocuente. Los 18.000 migrantes que han llegado a las Islas Canarias este año contrastan con los 2.600 reportados en 2019. Se trata de un incremento de más de 4.400%.
Estos migrantes atraviesan parte del océano, en lo que se conoce como la “ruta Atlántica”, en embarcaciones precarias y desbordadas de personas. Lo crítico de su situación les obliga a lanzarse en esta aventura, a pesar de que muchas de estas personas no saben nadar. De hecho, entre un 5% y un 8% mueren ahogadas.
La situación crece como un globo a punto de estallar. El Gobierno de España no ha dejado claro lo que piensa hacer para manejar la situación. Más bien ha sido elocuente al hablar de lo que no piensa hacer. «Nadie llega a la península, nadie pasa a Europa», es la consigna. Es como resolver un problema agravando otro. Mantener bajo control la situación en territorio peninsular, mientras que se desborda en el archipiélago.
Solo un 10% de los migrantes han logrado ser trasladado al continente en estos meses, según cifras del Gobierno. Y ahora la política será aun más restrictiva. Como consecuencia de ello, los puertos de las Islas Canarias están desbordados de inmigrantes provenientes de países como Marruecos, Sáhara Occidental, Senegal, Mauritania, Argelia, y otros. Su destino más cierto es sobrevivir hacinados en carpas y tiendas de campaña hasta que sean deportados.
Hacinamiento en tiempos de pandemia
El problema se ha agravado, en parte, debido a que en 2018 y, tras años vacíos, el Estado cerró los centros de internamiento (CIE) de Canarias. Grande-Marlaska prometió en febrero que iba a acondicionar espacios para acoger a los migrantes. Sin embargo, no se hizo y lejos de frenarse, la llegada de personas se ha intensificado.
La solución que encontró en septiembre el Estado fue reubicar a los migrantes en alojamientos turísticos del sur de la isla, vacíos y sin turistas por la pandemia. Unos 6.000 migrantes residen hoy en 18 complejos turísticos de 4 estrellas.
La autoridades en Canarias estás sobrepasadas. No tienen recursos para atender tal contingente con los estándares de calidad que necesarios. La improvisación es la regla. Un ejemplo es acogimiento en hoteles que en este momento están siendo muy poco utilizados debido a la crisis provocada por la pandemia. Y no es gratis.
La semana pasada, el Gobierno español anunció con «carácter de urgencia», la habilitación de campamentos con 6.000 plazas en las islas de Gran Canaria, Tenerife y Fuerteventura para ir acogiendo a los migrantes que ahora se reparten por 17 complejos turísticos. De forma paralela, se trabajará para dotar otras 7.000 plazas estables en el interior de inmuebles.
Estas medidas de alivio llegaron luego de que las autoridades locales, vecinos y organizaciones no gubernamentales denunciaran la situación de hacinamiento que sufrían en el muelle pesquero de Arguineguín (Mogán), donde más de 2.300 migrantes se encontraban hacinados, en un espacio de 400 m2, con capacidad para un máximo de 500 personas, bajo unas carpas habilitadas por la Cruz Roja, en lo que se considera el «campamento de la vergüenza».
No tenían duchas, solo con unos baños químicos y duermen casi al raso. Hasta quince días pasan muchos de los migrantes en este campamento hasta que son reubicados en otros espacios. A las precarias condiciones de salubridad y servicios, se unía el hecho de que impide mantener las normas de distanciamiento social que demanda la necesidad de mantener a raya la propagación del coronavirus.
Finalmente, el muelle de Arguineguín quedó vacío casi a la medianoche del domingo, tres meses y nueve días después de haberse instalado. El Ministerio de Interior da cumplimiento al requerimiento que le hizo el viernes pasado el Defensor del Pueblo, que instó a desmantelar «de inmediato» el campamento.
«Lo celebro, pero queda mucho por hacer», dijo a través de Twitter el presidente de Canarias, Ángel Víctor Torres, que había pedido varias veces que se cerrase ese campamento debido a que «su situación y sus condiciones eran insostenibles».
Por mucho que se hable de situaciones distintas, en Canarias ocurre lo mismo que sucede en otros campos de refugiados como la isla de Lesbos. Ambos lugares se han convertido en «muros de contención migratorios” para la Unión Europea. Está claro para todos.
Rumbo a la deportación
Al igual que sucede en Lesbos, a los migrantes que llegan a Canarias les esperaría la deportación, luego de permanecer en este centro de confinamiento. El Gobierno de España dijo que el 50% de ellos son marroquíes, y esperan deportarlos lo antes posible a ese país, gracias a los acuerdos de control de migración que mantienen ambos gobiernos.
Un posible avance en esa dirección estaría detrás del encuentro que el viernes 20 de noviembre tuvo Fernando Grande-Marlaska con su par de Marruecos, Abdelouafi Laftit.
¿Turismo en un campo de refugiados?
En medio de la crisis migratoria, Reyes Maroto, ministra de Industria, Comercio y Turismo aseguró que el archipiélago es un destino turístico seguro. Con sus declaraciones, negaría que el el alojamiento de los migrantes en hoteles dañe la imagen turística de las islas.
Sin embargo, los empresarios turísticos, que se prestaron en septiembre como solución puntual para acoger a los migrantes, hoy reclaman centros públicos de acogida y que se liberen los hoteles. La urgencia crece ya que a partir de diciembre está prevista la reactivación turística. Unos 6.000 migrantes residen hoy en 18 complejos turísticos de las islas.
Maroto explicó que, para dar solución cuanto antes a la crisis migratoria que viven en Canarias es muy importante «dar soluciones habitacionales seguras y garantizadas a los migrantes». Los canarios que no tienen casa no están en esos planes.
Una crisis perpetua
Lo más grave es que, a falta de una solución definitiva —que no es fácil— la crisis migratoria en Canarias amenaza con perpetuarse, como ha ocurrido en Lesbos. Tanto el Gobierno español como la Unión Europea temen que esos inmigrantes irregulares alcancen la península. ¿Prefiere sacrificar las islas Canarias?
Si llegan a la península, ya estarían dentro del espacio Schengen. Desde allí, podrían dispersarse por el resto del bloque. Se produciría entonces un efecto «bola de nieve». Es obvio que el objetivo de estos migrantes no es quedarse en Canarias sino, incluso, trasladarse a otros países europeos, como Noruega, Alemania y Suiza.
Mientras tanto, la población africana aumenta a un ritmo muy fuerte en medio de un crecimiento económico va muy a la zaga. En ese entorno, seguirá creciendo el número de jóvenes que quiere abandonar sus países para ir a uno más próspero. La Unión Europea es la tierra prometida.
No hay entonces soluciones mágicas. Y la mayor parte de ellas deben ser tomadas en sus países de origen. Solo un crecimiento económico y un desarrollo social aliviaría en el largo plazo la presióm migratoria sobre Europa.
Lo otro: confinar a los inmigrantes en islas y deportarlos antes de que lleguen a territorio continental no soluciona el problema, solo lo perpetúa. Lesbos es un ejemplo y Canarias le está siguiendo la pista.
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