Ha pasado casi un año desde el estreno del gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos. Pero ha sido un año más largo de lo normal. No solo por ser bisiesto, sino porque ha estado cargado de acontecimientos como para llenar un lustro entero. La pandemia ha sido el suceso de mayor impacto, pero no el único. Y en medio de este entorno complejo, el optimismo y la alegría inicial han ido dejando paso a un desgaste que, si bien es natural con el paso del tiempo, muestra los efectos de doce meses cargados de polémicas, desencuentros, escándalos, marchas atrás y, por supuesto, la carga de una crisis sanitaria que ha mostrado en España su peor cara.
La pandemia del SARS-CoV-2 ha dejado un balance sombrío, tanto en términos sanitarios como económicos. La incidencia y la tasa de mortalidad se han colocado entre las más altas del mundo. Y la economía ha sufrido una de las mayores contracciones entre los Estados de la Unión Europea y los miembros de la OCDE.
El plúmbeo panorama ha generado un mar de críticas para la gestión del gobierno de coalición. Pero no ha sido el único factor que le ha afectado. Una serie de reformas en lo político, denuncias de hechos de corrupción, el manejo de las relaciones internacionales, se han sumado a un entorno particularmente complejo, donde la alianza PSOE-Podemos se ha visto seriamente comprometida.
Lucen muy lejanos aquellos primeros días de 2020 cuando todo era optimismo y alegría. Los ministros de Pedro Sánchez exhibían su satisfacción y gustaban de alabarse mutuamente. «En este Gobierno no hay ministros de Podemos ni ministros socialistas. Este es un Gobierno de coalición. Cada uno de los hombres y mujeres de este equipo desempeñamos una tarea», decía y volvía a decir un orgulloso presidente.
Las cifras de la pandemia
Este segundo año para el gobierno de coalición empieza en un entorno muy distinto al primero. En 2020 los anuncios de acuerdos entre los socios se producía en medio de la algarabía natural de España, ante la llegada de un nuevo año, y en medio de la expectativa por un experimento inédito en la historia democrática. Un marco perfecto para la esperanza.
Pero es imposible ver este 2021, sin echar una mirada a lo que ha sido 2020 para España. En el ámbito sanitario quedan 50.122 fallecimientos a causa del coronavirus. Una cifra que nos sitúa como el tercer país de la Unión Europea en el que más personas han muerto por la COVID-19. Solo nos superan Italia, con 71.925 fallecidos, y Francia, con 63.109.
La tasa de mortalidad tampoco deja a España muy bien parada. En el país han muerto 107 personas de cada 100.000 por coronavirus. Esta cifra está muy por encima de la media europea, que es de 70 decesos por cada 100.000 habitantes. Esto la sitúa en el quinto lugar, entre los países de la UE. Solo le superan Bélgica con 167 fallecidos por 100.000 habitantes, Eslovenia con 124, Italia con 120 e Irlanda con 118.
Estos números muestran que las medidas de confinamiento y las múltiples restricciones que ha impuesto el Gobierno central y los gobiernos autonómicos no han tenido un efecto significativo en el manejo de la crisis sanitaria.
El golpe económico
Pero aunque el confinamiento tan prolongado en España no parece haber logrado reducir de manera significativa los contagios y decesos, sí ha tenido un impacto en la economía. En efecto, ha provocado que España haya sido la economía con la mayor caída del producto interior bruto (PIB) de toda la Unión Europea.
Y el futuro no luce mejor. Según las proyecciones de la Comisión Europea, no sólo la economía española sufrió en 2020 el mayor descalabro entre los 27 miembros, sino que será la que más tardará en salir de la crisis. Al cierre de 2022, la mayoría de los países del bloque ya habrá recuperado los niveles pre-pandemia. Mientras, la economía de España seguirá siendo un 3,3% inferior a la posición que tenía antes de la crisis sanitaria.
Hay más. De los 37 países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la de España será la economía más castigada por la crisis del coronavirus. Se estima que sufrió un desplome del 11,6 % en 2020. El organismo estima que la recuperación será «gradual e incompleta». No superará los niveles anteriores a la crisis hasta 2023.
El Gobierno prevé una contracción económica del 11,2% en el año que recién acaba. En el primer trimestre, como consecuencia del confinamiento estricto, la economía cayó un 5,2%, En el segundo se profundizó hasta el 18,5%. Es la mayor caída desde que el INE comenzó la serie en 1970.
Caída del empleo
La contracción de la economía mostró su peor cara en el empleo. La destrucción de puestos de trabajo registró este 2020 unos niveles sin precedentes. Más de un millón de plazas se perdieron en el segundo trimestre. En el tercer trimestre se recuperaron 569.700 empleos, aunque al mismo tiempo el paro subió en 354.900 personas. La tasa de desempleo se ubicó en el 16,26 %.
En enero, España registraba 3.253.853 desempleados. En noviembre, el registro de la Seguridad Social reflejó 3.851.312. Un incremento de cerca de 600.000 parados. Entre esos hay un buen número de autónomos.
El Gobierno asegura que el mecanismo de los expediente de regulación temporal de empleo consiguió frenar, en buena medida, la destrucción de empleo. Según datos de la Seguridad Social, para el 30 de noviembre aún permanecían en ERTE unos 746.900 trabajadores.
El Banco de España calcula que entre un 20% y un 30% de las empresas pueden resultar insolventes tras esta crisis. Los porcentajes será mayores en los sectores más castigados. Algunas de estas cifras aún son provisionales, pero dejan la imagen de un país que, según distintos organismos, tardará no menos de dos años en recuperar el nivel económico que tenía antes de la pandemia.
Las diferencias en el Gobierno de coalición
La crisis del coronavirus ha sumado mayor dificultad a un experimento PSOE-Podemos que no ha sido sencillo. Pero no ha sido lo único. Desde sus inicios, la alianza ha supuesto enormes retos. La coalición de dos partidos para formar Gobierno generó un Consejo de Ministros mucho más numeroso, en atención a la búsqueda de las cuotas políticas y equilibrios.
Todo esto devino en una variopinta paleta ideológica, desde los más ortodoxos, como Nadia Calviño o José Luis Escrivá, hasta los más radicales, como Pablo Iglesias. Y esos contrastes han tenido un efecto en cada acto de Gobierno. Y al final, ha producido un mayor desgaste, ya profundizado por la pandemia.
Varios ministros del PSOE han protestado al ala de Podemos. Las diferencias han aflorado en momentos críticos, como la aprobación de los presupuestos. En el medio, Pedro Sánchez ha jugado de árbitro, pero ese papel también le ha significado un enorme desgaste.
Mantener el Gobierno de coalición
Estas diferencias públicas entre PSOE y Podemos se han ventilado en los más diversos asuntos, desde los escándalos del rey emérito, pasando por el ingreso mínimo vital, el tema de los okupas o el separatismo, hasta la reforma del CGPJ.
Las tensiones crecientes, que han pasado a ser más que evidentes, han arrojado una sombra de dudas sobre la solidez de la coalición en el futuro próximo del Gobierno. Parte de esta incertidumbre se basa en el hecho de que España es nueva en este tipo de experiencias. Aunque es muy común en el resto de Europa.
Pese a las dudas, la proximidad ideológica entre los socios apunta a un menor riesgo de ruptura. Aunque también existen algunas diferencias. Estas se ven, por ejemplo, en temas como la monarquía, los lineamientos internacionales, el volumen y el control del sector público o las relaciones con la derecha.
El discurso de Pablo Casado en la fallida moción de censura contra Pedro Sánchez fue un indicio. En un primer momento, se pensó que podría haber un mayor acercamiento del PP y PSOE, que pusiese en riesgo la coalición con Podemos.
Ello no ha ocurrido, pero en temas fundamentales, el PSOE (aunque no Pedro Sánchez en particular) tiene una visión más cercana, por ejemplo, a Ciudadanos que a Podemos.
Sin embargo, Sánchez ha jugado muy fuerte a favor de mantener la coalición. Incluso, si ello le ha significado enfrentarse a su mayor enemigo: él mismo (a través de las hemerotecas). Al presidente no le ha costado desdecirse una y otra vez en aspectos clave, como el separatismo o la monarquía. Pero ello ha generado rechazo en el seno del PSOE, desde las bases hasta los dirigentes (históricos incluidos).
El lastre de la pandemia
El mayor factor coyuntural al cual ha tenido que hacer frente la coalición es, sin lugar a dudas, el estallido de la pandemia. El tema no es poca cosa. En los Estados Unidos, Donald Trump pasó de lo que era una victoria casi segura en enero de 2020, a una derrota (aun no aceptada) en noviembre. La crisis sanitaria marcó la diferencia.
Y esta situación enfrenta a la coalición a un escenario totalmente distinto al que se dibujó cuando fue firmado el acuerdo para formar Gobierno. En el documento se hablaba de subir los impuestos a las rentas altas, derogar la reforma laboral, limitar el precio de los alquileres, reforzar la lucha contra el machismo y contra el cambio climático. Nada se hablaba del manejo de la pandemia.
Es lógico. En aquél lejano 30 de diciembre el tema no preocupaba a nadie. Era solo un brote de una enfermedad desconocida, a medio mundo de distancia. Pero el escenario cambió. Los planes se alteraron, para empresas, para personas, para organismos y para gobiernos. En consecuencia, la coalición ha tenido que irse adaptando sobre la marcha.
El efecto final
Las crisis son un factor determinante en la estabilidad de los gobiernos (sean o no de coalición). Las repercusiones tienen un efecto en el apoyo popular (Estados Unidos, de nuevo, es un claro ejemplo). Y en este entorno, cada socio del Gobierno pensará en qué es lo que más le conviene.
En un gobierno de coalición, las partes analizarán cuánto podría afectar su imagen la opinión de los ciudadanos acerca de las decisiones que se tomen. Es lógico que un partido (o un dirigente) que piense en su propio futuro político, intente desmarcarse de aquellas medidas que resulten más impopulares.
Ello, sin embargo, pondría en riesgo la estabilidad de la coalición. Al final, seguir adelante o no dependerá de cuán conveniente le sea permanecer dentro del Gobierno. De lo contrario, podría afrontar la posibilidad de quedar fuera, pero con un futuro político.
Todo esto dependerá, también del peso específico que se tenga dentro de la coalición. En el caso de España, el PSOE es casi hegemónico. La mayor responsabilidad del manejo de la crisis recaería, a final de cuentas, en este partido.
En ese caso, Podemos podría tratar de marcar diferencias, para presentar su propia oferta de cara a unas elecciones venideras, si finalmente la coalición hace aguas. Pero la apuesta es demasiado alta. Llegar a ser Gobierno les ha costado lo suyo. Permanecer debería ser una prioridad. ¿Cuánto estarán dispuestos a negociar a futuro?
Con unos presupuestos recién aprobados y un respaldo popular aun importante, es más probable que PSOE y Podemos opten por mantener su alianza. En este escenario, sin embargo, el desencanto por el manejo de la crisis sanitaria le pasaría factura a ambas formaciones.
Del otro lado, PP, Ciudadanos, Vox y los demás partidos estarán atentos para ver si pueden cobrar algún rédito. Habrá que esperar.
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