Por Jesús Ossorio / Fotografías Lino Escurís
Hacer realidad cualquier objeto que la mente pueda imaginar. Con esta carta de presentación, las impresoras 3D tienen todo lo necesario para revolucionar la forma de producir y consumir en la economía global.
n noviembre de 2010, durante una feria de diseño en Frankfurt, Ignacio García vio por primera vez cómo funcionaba una impresora en tres dimensiones. Una máquina capaz de moldear capa a capa cualquier objeto que la mente sea capaz de imaginar. “Me quedé boquiabierto con el proceso y supe que me dedicaría a esto”, recuerda este ingeniero industrial alicantino de 31 años. Tras romper la hucha y hacerse con uno de estos artilugios por 3.000 euros, García instaló en el garaje de su casa de Elda un improvisado laboratorio en el que inició la aventura emprendedora de su vida. “En seguida nos dimos cuenta de que no había fronteras en los diseños que se podían hacer con esta tecnología, sólo había limitaciones con los materiales”. Comenzaron entonces dos intensos años en los que García compaginaba su puesto de trabajo en una empresa industrial con el reto de encontrar un nuevo material más flexible para aplicar a la impresión 3D.
Con su esfuerzo y la única compañía de Pepe, “el manitas” de su padre, sus múltiples experimentos con todo tipo de componentes y materiales dieron fruto. A finales de 2012 descubrió (e inventó) Filaflex. Suena a modelo de colchón, pero se trata de un material revolucionario para este sector. Un filamento fabricado a partir de elastómeros termoplásticos con base de poliuretano. Traducido: un material tan elástico como para fabricar, por ejemplo, unas zapatillas de deporte en tan solo unas horas. Tan innovador que hasta el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) lo utiliza a día de hoy para desarrollar unas manos de lagarto artificial. “¡Eureka!”, debió escucharse en su garaje.
“Crees en algo y das el salto”, explica sobre el nacimiento de su empresa, Recreus. Una start-up cien por cien española que no tuvo padrinos ni subvenciones. Con la cartilla de ahorros como único soporte económico, García dejó su puesto de trabajo y mudó su negocio del garaje familiar a una pequeña nave industrial de 400 metros cuadrados. “No hemos pedido ni un duro a los bancos. Cero deuda y ninguna ayuda de organismos oficiales”, asegura. Por pura convicción, tampoco han sucumbido a los cantos de sirena de empresas más grandes ni a las suculentas ofertas de los llamados business angels. “Prefiero ir poco a poco y con mis ideas, hasta ahora no me he equivocado mucho”. Todo lo contrario. El 80% de los materiales que fabrica Recreus se exportan fuera de España, dónde están presentes en más de 60 países.
Más allá de cambiar la vida de centenares de emprendedores, la impresión 3D -también denominada fabricación aditiva- está dejando de ser un sueño futurista para convertirse en una irremediable realidad. Una realidad que puede suponer una metamorfosis en la forma en la que la economía global produce y consume. “No tengo ninguna duda de que esta tecnología va a cambiar todo. Para empezar, la producción en masa se verá resentida y habrá menos deslocalización porque donde haya una idea y una de estas máquinas, habrá un producto creado a la carta”. Así resume Julio Vial, experto en la materia de la consultora IDC, uno de los posibles efectos de la impresión 3D en la economía. Ya existen estadísticas que miden la magnitud de este profundo cambio en ciernes. La consultora PriceWaterhouseCoopers indica en un estudio de 2014 que un 11% de las empresas manufactureras de EEUU ya utilizan impresoras 3D en sus cadenas de producción y casi un 29% de las compañías consultadas están investigando cómo implementar esta tecnología. Un negocio que sólo en Estados Unidos -uno de los países más avanzados en este sector- movió más de 2.200 millones de euros en 2013, según Canalys. Una cifra que se multiplicará hasta superar los 14.000 millones en 2018, tal y como apuntan las previsiones de la firma de análisis de mercado.
Los datos no son los únicos síntomas del potencial de esta tecnología que puede conllevar una tercera revolución industrial. Hasta el presidente norteamericano ha evidenciado la importancia de apostar por la impresión en 3D. Buena parte de su discurso sobre el Estado de la Unión en 2013 se centró en ensalzar el papel de las nuevas tecnologías en la creación de nuevos puestos de trabajo en la industria manufacturera. Su plan es conseguir que su país vuelva a “ser un imán” para estos empleos después de años de deslocalización. “Podemos acelerar esta tendencia. Hemos creado un instituto de innovación en Ohio para que nuevos trabajadores investiguen el potencial de la impresión en 3D como tecnología que transformará la manera en la que fabricamos casi cualquier cosa”. Barack Obama vino a decir en su alocución en el Capitolio que estas iniciativas serán “la próxima revolución”.
Galería con ejemplos de las posibilidades de la impresión en 3D (pulsa sobre las fotos para leer la información):
Desde el momento en el que estas máquinas son capaces de elaborar todos los componentes de un producto de una sola vez, en un solo lugar, todo cambia. Una revolución total que, según muchos expertos que la avalan, afectará a todas las piezas del engranaje de producción, distribución, venta y consumo. Todos los negocios de esta cadena tienen y tendrán que repensar sus estrategias para no perder este tren tridimensional.
Alberto Valero, de la tecnológica española BQ, asegura que “las empresas no pueden resistirse ni nadar contracorriente, porque la realidad siempre acaba imponiéndose”. El responsable de robótica y del proyecto educativo de esta compañía que comercializa impresoras 3D recuerda un ejemplo esclarecedor. “Kodak tenía la tecnología para desarrollar cámaras digitales pero no apostó por ese camino y acabó quebrando”. Otra experiencia del pasado para que las empresas tomen nota: Motorola. A finales de los 80, los gurús de la compañía estadounidense decidieron seguir centrados en lo analógico en vez de apostar por la entonces incipiente tecnología digital. Como consecuencia de esta estrategia, la conversión de la compañía fotográfica llevó mucho más tiempo que a sus competidoras y la empresa de Illinois perdió su posición dominante en el mercado. Tal y como analiza un artículo de Richard D’ Aveni en Harvard Business Review, muchas empresas deberían olvidar sus reticencias a esta tecnología. El profesor de estrategia empresarial señala que la industria teme que el 3D no sea útil para la producción en masa. Pero existen ejemplos que demuestran que el futuro pasa inevitablemente por la adopción de la impresión tridimensional. Grandes multinacionales como las aeronáuticas Boeing, Lockheed Martin, Airbus y General Electric ya utilizan impresoras 3D para producir prototipos y piezas definitivas de sus aviones y motores. De hecho, el último modelo de la factoría de Toulouse, el A350, tiene alrededor de 1.000 componentes fabricados con esta técnica. También Ford, Nike o Google están incorporando esta tecnología.
Si la fabricación aditiva sigue asentándose en el sistema económico cabe preguntarse si la posición de China como fábrica del planeta se verá resentida. Gracias a su mano de obra barata y sufridora de unas condiciones laborales leoninas, el gigante asiático es el principal motor de la deslocalización y la producción en serie. El profesor D’Aveni no cree que China pierda esta condición ya que seguirá teniendo un “extenso mercado doméstico” por explotar.
El empleo industrial también experimentará cambios con el advenimiento de esta nueva era de la impresión 3D. Para Daniel S. Hamermesh, profesor de Económicas de la Universidad de Texas, esta nueva tecnología incrementará la productividad y bajará los precios de producción. Esto se traducirá en una menor demanda de trabajadores en el sector manufacturero, especialmente de los menos cualificados. Todo será cada vez más robotizado. Sin embargo, ese mismo crecimiento de la productividad repercutirá en una mayor oferta de trabajo para los perfiles más tecnológicos, según sostiene Hamermesh.
Si, como muchas voces pronostican, la fabricación aditiva termina por despegar, las consecuencias serán muchas y diversas. “Con el fin de la deslocalización llegará un gran ahorro de costes. La fabricación será bajo demanda y eso afectará al sistema de producción, al trabajo y hasta la publicidad”, opina Javier Gordillo, uno de los fundadores de Los Hacedores, una escuela-taller de 3D en Madrid, que también realiza impresiones por encargo. “Ahora Ikea puede que necesite una campaña de promoción para vender 7.000 sillas de un mismo modelo, pero si todo el mundo pudiera hacerse una silla tal y como quiere, el modelo cambia”, añade. La básica combinación de un programa de diseño y una impresora 3D puede desdibujar por completo el papel actual de las grandes fábricas, cadenas de suministro, intermediarios y empresas distribuidoras.
Mientras las empresas intentan adaptarse a esta nueva era, las ventas de estas máquinas capaces de replicar cualquier objeto diseñado por ordenador no paran de crecer: cerca de 133.000 el año pasado en todo el mundo, un 68% más que en 2013. En nuestro país -con BQ a la cabeza de este negocio- se puede hablar de un “crecimiento sostenido”, según analiza Alberto Valero. “Llevamos año y medio comercializando estos productos y hemos pasado de 100 impresoras al mes a 500. El reto es mejorar y mantener estos datos porque la gente no cambia estos productos como sí hacen con los móviles”, puntualiza.
Las grandes empresas de impresión tradicional están preparando su próximo desembarco en un mercado que ahora está dominado principalmente por start-ups pequeñas y medianas como Stratasys, 3D Systems, Makerbot o Alphaform, entre otras. La multinacional HP comercializará su primer modelo de 3D en 2016 y Epson planea hacer lo propio en unos años. La comunidad de makers -así se denomina el movimiento que aboga por la democratización de la impresión tridimensional- saluda la entrada en el mercado de estos grandes jugadores con algunas suspicacias. Javier Gordillo cree que ayudará a “popularizar este mundo, pero hay cierto temor a que se hagan con el control de la venta de materiales y esta tecnología, que por definición es abierta, debería seguir siéndolo siempre”.
Ante la rápida expansión de estas máquinas en el tejido productivo, algunos expertos indican que esta innovación está siendo el motor de una tercera revolución industrial. El economista y sociólogo que acuñó este término, Jeremy Rifkin, defiende que la impresión 3D es una de las patas -junto con las energías renovables y las tecnologías de la información y la comunicación- del exhaustivo cambio económico que debe afrontar el capitalismo actual. Pero no todos coinciden en el alcance de este análisis.
“La impresión de objetos en tres dimensiones es barata pero más lenta y aún poco perfeccionada en comparación con la producción en cadena”. Son palabras de Nick Allen, un empresario de este sector. En una columna de opinión en The New York Times, aseguraba que estas máquinas no sustituirán por completo a la producción en serie de algunos bienes de consumo porque las grandes empresas “no van a liberar” las patentes para que los consumidores se impriman ciertos tipos de productos en casa. Sobre todo, “porque perderían ingresos”. Además, argumenta que los modelos con capacidad de fabricar con una alta definición no podrían estar en los hogares al ser muy caros y usar resinas tóxicas. Valero también cree que el crecimiento de la fabricación aditiva tendrá algunos límites: “Es una herramienta de creación como muchas otras. Tendrá un gran impacto en la sociedad, pero no sé si se puede hablar de una nueva revolución industrial”. Allen recopila los importantes cambios que traerá la impresión tridimensional pero termina su reflexión con una pregunta: “¿Sacamos cada mañana los periódicos en nuestras impresoras de tinta?”.
Los Hacedores
“Vivimos una falsa libertad porque podemos comprar muchos tipos de productos, pero es siempre dentro de un catálogo. La verdadera libertad es poder fabricar tú mismo lo que de verdad quieres tener”. Estas palabras de Javier Gordillo resumen el espíritu de los makers, un colectivo que apuesta por la filosofía del házlo tu mismo en la que las infinitas posibilidades de las impresoras 3D hacen y harán que los consumidores pasen a ser prosumidores.
El discurso del conocimiento libre y el software de código abierto es otra de las señas de identidad de los makers. Gordillo explica que esta industria se ha democratizado y crecido desde que se liberaron las patentes que permitían a cualquier persona interesada construirse una de estas impresoras o acceder a diseños ya creados. El cofundador de Los Hacedores advierte que las grandes compañías empiezan a sentirse “molestas” y recurren a lobbies y gobiernos para “intentar no perder el control” de la producción. No sería extraño que en poco tiempo las administraciones legislaran en contra de los piratas del plástico. “Por ejemplo, para limitar el movimiento open source se quieren implantar en los diseños unos archivos digitales que impidan modificarlos y copiarlos, como ocurre con los DVD”, cuenta.
La fascinación por esta tecnología llevó a Gordillo a asociarse con su amigo Adam Jorquera para fundar a finales de 2012 Los Hacedores. “Había empresas que fabricaban estos aparatos y otras que distribuían sus diseños para ser impresos, nosotros vimos un nicho en la formación y decidimos enfocar nuestro negocio en ese campo”, explica desde la sede de su taller en el centro de Madrid. Para conseguir que la sociedad sea consciente de todo el poder que otorga la tecnología de impresión 3D, la educación es un asunto capital. “Esta nueva herramienta da alas y quita fronteras a la formación”, coincide Alberto Valero, de BQ.
Sólo apostando por ella se conseguirá que esta técnica crezca y termine por seducir a las empresas: “Para que esto ‘explote’ necesitamos también que se multipliquen los usuarios, que nos digan qué funciona y qué no”. Los responsables de Los Hacedores están convencidos de que los más pequeños deben aprender cuanto antes a usar esta tecnología: “Queremos que la gente no sólo sepa usarlas, queremos que les saquen todo el partido a estas máquinas porque ellos serán los creadores del futuro”.
•En 2013 un bebé de dos meses salvó la vida gracias a una prótesis creada en una impresora 3D. El recién nacido sufría una dolencia en su traquea que le provocaba constantes ataques al corazón. Los médicos acudieron a esta tecnología para reproducir un implante anatómico de máxima precisión, fabricado con un material bioabsorbible por el cuerpo.
•L’Oreal ha firmado un acuerdo de colaboración con la ‘start-up’ Organovo para investigar en la creación de piel con esta tecnología. El objetivo de la empresa de cosmética es probar la eficacia y la toxicidad de sus productos en tejidos vivos.
• Los médicos de Tessa Evans, una niña británica que nació sin nariz por una malformación, acudirán a la impresión 3D para fabricarle un implante a medida. Aunque no tendrá la función como vía respiratoria, la nariz será rediseñada y reimplantada sin cicatrices cada cierto tiempo para ajustarse a su cráneo.
…Y UNA AMENAZA
La libertad que supone crear cualquier tipo de objeto con una impresora 3D también tiene desventajas. Entre las que más titulares ha acaparado está la impresión de armas de plástico pero que pueden llegar a disparar balas reales. Decenas de diseños circulan por la Red al alcance de cualquier usuario de estas máquinas. Uno de los principales peligros es que carecen de número de serie y pueden convertirse en armas ‘invisibles’ para la policía. Varias asociaciones han reclamado a los gobiernos que regulen estos diseños para evitar que se conviertan en una amenaza.
CLONANDO EL PASADO
Desde el incendio de la biblioteca de Alejandría hasta el reciente exterminio de las estatuas asirias por parte del Estado Islámico en Mosul, la historia está plagada de episodios de destrucción del patrimonio cultural de la humanidad. Con la impresión 3D, la conservación de los bienes históricos tiene un nuevo aliado. Proyecto Mosul es una de las iniciativas que pretende recuperar con las nuevas tecnologías las esculturas y conjuntos arquitectónicos perdidos por culpa de los conflictos y desastres naturales. Coordinados por un grupo de arqueólogos e historiadores, un equipo de voluntarios está trabajando para recrear en tres dimensiones más de un centenar de piezas históricas destruidas en Siria, Irak o Nepal. Tal y como indica la web del proyecto, estas reconstrucciones “nunca podrán reemplazar” a los objetos originales pero serán un punto de partida para “mantener viva su importancia y memoria histórica”.