El derribo de estatuas es un acto simbólico que no es nuevo. Se ha utilizado desde hace mucho tiempo como un elemento reivindicativo en las protestas. Imágenes de presidentes en el poder o personajes históricos han rodado por el piso, como ocurrió en 2003 en Irak con la de Saddam Hussein durante la intervención militar estadounidense. Igual sucedió en Libia en 2011, con las de Muamar Khadafi. Y las muchas que hubo de Stalin y Lenin en la extinta Unión Soviética.
En Venezuela tiene un significado adicional. El blanco blanco han sido las erigidas para «venerar» a Hugo Chávez Frías, que implica vincular directamente la actual crisis social y económica, humanitaria, con la imagen intocable del presidente fallecido. Es comprender que los orígenes de la represión, el engaño, las muertes, la corrupción y el populismo desgastante datan de cuando gobernaba el líder máximo, endiosado e idolatrado aún más después de su muerte.
Cobra mucha más importancia porque las manifestaciones de repudio contra el fraude electoral de Nicolás Maduro se nutren de personas de sectores desfavorecidos de la población que otrora apoyaron ciegamente «el legado del comandante eterno». La cancelación no se centró en la imagen de Chávez, cientos de afiches y vallas con la cara de Nicolás Maduro fueron derribados, quemados y destruidos, convertidos en polvo cósmico, entre aplausos y vítores. Rechazan no la imposición de otros seis años de gobierno de Maduro por la vía del fraude y, sobre todo, el ideario del chavismo y las consecuencias que han sufrido: hambre, inseguridad, torturas, cárcel, abandono de la educación, narcotráfico y corrupción.
Ídolos e ideologías de cartón
Hasta el lunes 29 en la noche habían sucumbido ocho estatuas del teniente coronel en los estados Aragua, Carabobo, Falcón, Guárico y La Guaira (Vargas). Dos fueron arrastradas como trofeo (una completa; otra, solo la cabeza). En su mayoría fueron bastiones electorales del chavismo hasta no hace mucho. Por ejemplo, en La Guaira solo ha habido gobernadores oficialistas desde 1998. Nadie ordenó ordenó, nadie lo propuso, fue una acción de la masa enardecida, insatisfecha y decepcionada por la proclamación fraudulenta de Maduro como presidente reelecto, sin actas ni resultados verificables. La violencia descargada contra las efigies no parece haber sido ordenada por ningún sector de la oposición, sino que fue resultado de los desórdenes en los que degeneraron algunas de las manifestaciones espontáneas registradas el mismo día en el que CNE proclamó a Maduro como presidente.
El derribo de estatuas de Chávez no es nuevo. Hasta el 2019, once estatuas habían sido atacadas, quemadas, sacadas de su base, decapitadas, desaparecidas o lanzadas contra el suelo, muchas durante las manifestaciones de 2017. Lo distinto de ahora es el número, el poco tiempo en que ocurrió y que los responsables no fueron los opositores, «los escuálidos», sino gente que había confiado y defendido la revolución, la que coreaba «con hambre y desempleo, con Chávez (o Maduro) me resteo».
Culto a la personalidad
Los monumentos -estatuas y bustos de vinilo y yeso sin gracia estética ni creativa- comenzaron a levantarse después del 5 de marzo de 2013, cuando anunciaron su muerte como a consecuencia del cáncer intestinal que le diagnosticaron en 2011. No solo fueron efigies, también bautizaron con su nombre escuelas, hospitales, estadios e infinidad de otras obras públicas, cuya contribución del militar solo fue en su destrucción y deterioro. Aparentemente, a contracorriente de lo que expresaba reiteradamente en público. “Les ruego que mi nombre no se lo pongan a nada», dijo el 3 de agosto de 2008 en ¡Aló, Presidente! «No, no, no. Nada de calle Hugo Chávez, nada de puente Hugo Chávez. ¡No, por el amor de Dios, eso ‘empava‘. Hay que ponerles los nombres de los próceres”, asentó.
Pero las palabras de Chávez no concordaban con sus acciones. En los casi 14 años que gobernó siempre incentivó un culto a su personalidad a través de sus constantes y extensas apariciones en radio y televisión, sin olvidar las redes sociales, junto con su eterna búsqueda de parentesco o linaje con próceres o personajes de la historia (Simón Bolívar, Ezequiel Zamora, «Maisanta» (un cuatrero-bandolero de principios del siglo XX).
El sociólogo Trino Márquez ha manifestado que “desde que Chávez llegó a Miraflores, las cadenas alcanzaron un nivel de frecuencia inusitada. Se utilizaron como una vía expedita para invadir los hogares venezolanos y alimentar el culto a la personalidad”.
Exaltación a Bolívar
Chávez también se valió para gobernar del culto a la personalidad de Simón Bolívar. La utilización de la imagen del Libertador le sirvió para exaltar el nacionalismo que le dio sustento al proyecto político hegemónico y todos los cambios desafortunados que condujeron a la debacle actual.
La mitificación de Bolívar en la historia venezolana comienza en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el presidente Antonio Guzmán Blanco comenzó a utilizarlo como mascarilla de proa de su propio egocentrismo. Chávez resucitó el culto a Bolívar que el Partido Liberal de Guzmán utilizó con mucho éxito. Su reverencia bolivariana fue fundamental en la cohesión del grupo, pero su ignorancia sobre Bolívar, su pensamiento e ideas era supina. De ahí las incongruencias del relato chavista de la historia.
El retrato de Bolívar aparece junto al de Francisco de Miranda mientras se olvida, convenientemente, de que en 1812 Bolívar entregó a Miranda a los españoles a cambio de un salvoconducto. En la película Miranda regresa (2007) de Luis Alberto Lamata, patrocinada desde las instancias de Miraflores, el Libertador incluso intercede para evitar el fusilamiento de su antiguo jefe. En realidad, cuando se dirigía a prenderlo, no deseaba otra cosa que colocarlo ante un paredón.
Además, Chávez construyó un asombroso paralelismo entre el Libertador y el Che Guevara, como si hubiera alguna similitud entre una mantuano consciente de su casta y la leyenda que Cuba le ha construido al responsable de cientos de fusilamientos de hombres humildes en La Cabaña. La mezcla de ambos refleja un marketing de elementos ideológicos dispares, un collage sin coherencia del conjunto.
Idolatría al comandante
Sin el carisma de su antecesor y ante los crecientes problemas económicos, Maduro y su círculo político se jugaron la carta del culto a la personalidad de Chávez para conservaba el apoyo de la población que guardaba una veneración casi religiosa al fallecido comandante. Maduro ha repetido como un acto de heroicidad y entrega haber dormido en al mausoleo que le construyeron a Chávez en Museo Militar donde Chávez se rindió el 4 de febrero de 1992 tras fracasar su golpe militar.
La idea del entorno de Maduro era consagrar a Chávez como un prócer a la altura de Bolívar, al tiempo que lo declararon guía, protector y proveedor de los necesitados. Buscaban alejarlo de lo ordinario y cotidiano, atribuyéndole poderes míticos y extraordinarios. La celebración del “Día de la Lealtad y el Amor” dedicado al mandatario fallecido elevó el culto a la personalidad al estatus de política oficial. El presidente no duda en repetir el nombre del fallecido “comandante supremo” y narrar sus milagrosas “apariciones”, encarnado en un pajarito o en el Metro de Caracas.
Maduro usa una estrategia antigua, pues la adoración de líderes políticos y religiosos ha salpicado la historia de la humanidad. A pesar de los avances de la democracia, todavía existen estos regímenes autoritarios que gravitan en la imagen personajes de carne y hueso, venerados como seres divinos.
Maduro quiere, pero no puede
Aunque la imagen de Chávez resurge con cada proceso electoral, hace unos años comenzaron a mermar los símbolos del culto a Chávez que coparon edificios, obras, calles, postes de luz, papelería, vehículos, autobuses y cualquier esquina. El más evidente fue la imagen de los ojos de Chávez, que solía mirar a Venezuela desde techos de oficinas gubernamentales, urbanizaciones y paredes.
Poco a poco ha ido desapareciendo para dar paso al culto a Maduro. Ya no solo se autoproclama como el presidente obrero, sino que encarna a ‘Superbigote’, un superhéroe que lucha contra el imperio estadounidense. Viste de capa y lleva un casco de obrero que se activa cuando entra en acción ante dirigentes opositores personificados como gallinas. Una estrategia que utiliza las técnicas de control social de Joseph Goebbels, muy exitosas en Corea del Norte, para manipular psicológicamente a la población.
Destinar los recursos públicos para rendir culto a la personalidad de Maduro es burda corrupción. El objetivo no es solo el adoctrinamiento de los electores, sino también imponer la figura de Maduro en el PSUV frente a otros actores que puedan disputarle el poder. Chávez como ‘comandante eterno legitimó los primeros años del régimen de Maduro, pero ahora es él el jefe. No obstante, la estrategia no ha tenido el éxito deseado. Siempre recurre al comandante eterno.
No lo inventaron Chávez ni Maduro
El culto a la personalidad no comenzó en el antiguo Egipto. La historia mundial está plagada de monarcas y autoridades que disfrutaron de la devoción de sus súbditos. Sin embargo, los monumentos arquitectónicos en honor de los faraones ha sido imitado, mas no igualado.
El origen del término “culto a la personalidad” está relacionado con la política. Específicamente con el discurso el 25 de febrero de 1956, del entonces secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Jrushchov, en el que detalló las consecuencias del gobierno autocrático de Stalin. “El culto al individuo provocó una grosera violación de la democracia partidista, una administración ineficiente, desviaciones de todo tipo, encubrimiento de dificultades y visiones edulcoradas de la realidad. Nuestro país elevó así a muchos aduladores y especialistas en el falso optimismo y el engaño”, dijo.
Los seres humanos tienen una inclinación innata hacia el establecimiento de leyes y el respeto a la autoridad, que suele personalizarse en la figura de un líder. Los períodos de penuria económica, inestabilidad política y crisis de identidad nacional favorecen el surgimiento de estos “salvadores”. Adolfo Hitler y Benito Mussolini lo ilustran.
Al gusto
El expresidente de Turkmenistán, Saparmurat Niyazov, es un claro ejemplo del culto a la personalidad. Como otros dictadores, levantó estatuas en su honor. Una de ellas está forjada en oro y fue colocada sobre un edificio en la capital Asjabad. Tiene la particularidad de que gira para que el rostro del líder siempre esté iluminado durante el día. Entre 1985 y 2006, los jóvenes no podían llevar el pelo largo o dejarse crecer la barba. También ordenó a los ciudadanos extraerse los dientes de oro. El aprendizaje de su ideario espiritual, el Rukhnama, era obligatorio para cumplir cualquier trámite.
La dinastía dominante en Corea del Norte ha superado los extremos del culto a la personalidad. Decenas de miles de estatuas e imágenes del “Grand Líder”, Kim Il-sung y del “Querido Líder”, Kim Jong-il, están esparcidas por todo el país. El calendario gregoriano fue «cancelado» en 1997 para homenajear al fundador de la República Popular y Democrática. La Era Juche comienza el 15 de abril de 1912. La biografía oficial afirma que Kim Jong-il escribió 1.500 libros en apenas 3 años. La mitología del régimen asegura que los cambios de ánimo del líder modifican el clima del planeta.
En América Latina abundan también los ejemplos. El fervor argentino por Eva Perón, la imagen mercantilizada del Che Guevara en las manifestaciones juveniles y la reverencia sumisa a Fidel Castro son testimonios de una maquinación para quelas masas sigan a políticos carismáticos al margen de las consecuencias reales de sus acciones. La lista de déspotas idolatrados es infinita. Desde Stalin y Mao al ugandés Idi Amin, todos comparten una actitud contraria a la democracia y la libertad sustentada en la represión, la cárcel y el asesinato.