El ambientalismo estadounidense tiene sus raíces sus raíces en el ‘evangelio social’, el germen del progresismo norteamericano. No fue el pensamiento marxista, como muchos creen. Ha sido un largo camino y enrevesado recorrido que quizás pocos conocen. Dos catástrofes ambientales, una década de negligencia y una nación en crisis: así comenzó la era moderna del ambientalismo en Estados Unidos.
El derrame de petróleo de Santa Bárbara en 1969 y el posterior incendio del río Cuyahoga marcaron la conciencia colectiva y actuaron como desencadenantes de un movimiento que transformaría la manera de interactuamos con el planeta. El germen fue sembrado un siglo antes.
Después de 1969 la contaminación se convirtió en un problema crítico en Estados Unidos. William A. Murray, director del Windy Oak Group, redescubre el proceso que llevó a un movimiento de corte esencialmente cristiano al laicismo ambientalista de nuestros días. Antiguo redactor de discursos de la Agencia de Protección del Medio Ambiente, Murray ha escrito sobre política ambiental y regulación en American Affairs Journal y National Affairs. El despertar fue cuando los estadounidenses vieron el medioambiente como un templo profanado. “La contaminación es inmundicia, la inmundicia es un pecado”, escribe. Pero advierte que limpiar el desastre tuvo efectos devastadores en la vitalidad, el bienestar material y el sentido de pertenencia de las generaciones futuras.
Incendio en California
Murray apunta 1966 como el año clave. El presidente Lyndon Johnson buscaba más ingresos fiscales para financiar su agenda interna y la guerra en Vietnam, y presionó para acelerar los permisos de perforaciones petroleras en las costas de California. Stewart Udall, entonces secretario del Interior, aseguró a los lugareños que el riesgo ambiental era bajo. En septiembre de 1968, Union Oil instaló la Plataforma A en el campo petrolífero Dos Cuadras, debajo del canal de Santa Bárbara. Para ganar más dinero en un quinto pozo, la empresa solicitó exenciones de requisitos de revestimiento de pozos. El supervisor regional del Servicio Geológico de los Estados Unidos, Donald Solanas, se las concedió.
“Casi de inmediato, la plataforma explotó”, cuenta Murray. El 28 de enero de 1969 derramó 100.000 barriles de petróleo crudo en el océano Pacífico. Los trabajadores taparon el pozo, pero cerrarlo ejerció presión sobre los costados causó otras fallas y más derrames. A principios de febrero, la marea negra llegó a las playas al norte de Los Ángeles. Las imágenes de la catástrofe en los televisores mostraban aves y mamíferos marinos muertos o moribundos. El petróleo solidificado afectó delfines y nutrias marinas y creó cementerios macabros en las Islas del Canal.
Comerciantes, surfistas, estudiantes y familias de la comunidad colaboraron para limpiar las playas y rescatar aves. El presidente Richard Nixon, que había asumido el cargo ocho días antes del desastre, visitó el lugar y quedó conmocionado. Dijo que el incidente había “tocado la conciencia del pueblo estadounidense”. La respuesta fue distinta a cualquier otra calamidad ambiental anterior. El país llegó a un punto de inflexión.
Arde el río Cuyahoga en Cleveland
En junio de 1969, un tren en Cleveland provocó un incendio en el río Cuyahoga. El humo y las llamas se elevaron cinco pisos en el aire. No era el primero, ya se había incendiado una docena de veces. Cleveland, el primer centro de refinación de petróleo de Estados Unidos, tuco su primer incendio fluvial en 1868. En 1912, hubo otro que mató a cinco empleados de la Great Lakes Towing Company.
Luego de soportar un siglo de industria pesada, en los años sesenta, la parte baja del río quedó desprovista de flora y fauna. Los incendios anteriores habían sucedido y desaparecido sin que el público se enterara demasiado. Una icónica fotografía que publicó la revista Time en 1969 no era del incendio de ese verano, sino de otro en 1952.
El incendio y el derrame de petróleo ocurridos en 1969 se consideran los impulsores del movimiento ambientalista moderno. La visión de un río en llamas capturó la atención nacional y la respuesta fue distinta a cualquier otra calamidad ambiental anterior. Era suficiente.
Aporte de los medios
Hasta segunda mitad del siglo XX, más del 40% de los sistemas públicos de agua estadounidenses incumplían los estándares mínimos de salud. Los episodios de smog de una semana de duración eran comunes. Dos episodios separados en Nueva York, uno en enero de 1963 y otro enn el fin de semana de Acción de Gracias en 1966, mataron un total de 400 personas. El suelo de Central Park registraba niveles de plomo muy por encima de los límites peligrosos por los materiales arrojados al aire por más de los 30 incineradores industriales de basura que cubrían los 5 distritos.
El alcalde de Cleveland en ese momento, Carl Stokes, el primer alcalde negro de una gran ciudad estadounidense, a diferencia de sus predecesores, reaccionó con rabia y determinación. Exigió medidas federales contra la contaminación, no trató de restarle importancia al incendio. Lo enfrentó con valentía y exigió acción. «El incendio daña la reputación de Cleveland que valía más que los 100.000 dólares en estropicios”, dijo.
Ambos acontecimientos coincidieron con el auge de los medios de comunicación y la perspectiva de los estadounidenses sobre el medioambiente cambió para siempre. Murray consideradas que las palabras de Time para describir el desastre fueron determinantes. Mostraba el río Cuyahoga como un lugar ‘muerto por asfixia’ y evocaba una profunda sensación de pérdida y urgencia. Una crisis existencial. Las preocupación por el medio ambiente fue compartida por millones de estadounidenses.
Cambio de prioridades
Las ideas producen los cambios. La respuesta pública a la doble crisis medioambiental de 1969 supuso un giro importante en la atención moral. Murray dice que pasó de las relaciones raciales a la conciencia ecológica. Mediante el «análisis de contenido», una técnica en las primeras décadas del siglo XX comprender mejor la opinión pública, perfeccionada por académicos como Harold Lasswell, de Yale University, las empresas publicitarias comenzaron a medir la atención colectiva.
Refiere Murray que John Naisbitt aplicó Megatendencias, el libro publicado en1982, el análisis de contenido para seguir la transformación de la opinión pública. En la década de los sesenta, a medida que aumentaban las noticias sobre el medioambiente, disminuían las noticias sobre derechos civiles. En 1973, el medioambiente era una preocupación más importante que los derechos civiles. La teoría es que las sociedades, como los humanos, solo pueden manejar un número limitado de preocupaciones a la vez.
Giro de la moralidad
Murray afirma que los movimientos sociales moralistas han informado la historia intelectual y cívica de Estados Unidos desde la llegada de los disidentes religiosos a Plymouth Rock en 1620. Pero, según el historiador Joseph Bottum, el declive de las principales confesiones protestantes a partir de 1960 fue el más subestimado y es lo que distingue las últimas décadas de cualquier otro periodo de la historia estadounidense.
El 1 de agosto de 1969, día de la cobertura del incendio de Cleveland, Henry Grunwald, el director editorial de Time, anunció una nueva sección dedicada al medioambiente. El cambio en la sabiduría convencional de las élites culturales seguía patrones de transformación social en Estados Unidos. La decisión de Grunwald no fue aleatoria, sino determinada por las presiones sociales y las expectativas de las élites.
En la década los setenta hubo un cambio de prioridades entre los jóvenes, los más instruidos y los más laicos de la población. La transición cambiaba la fe trascendente de la redención en el cielo por la autoridad moral inmanente en la tierra. Los estadounidenses dejaban atrás la fe religiosa. El activista estudiantil Tom Hayden sostenía que la izquierda se veía a sí misma como una “comunidad bendecida”, una “minoría profética” que se estaba convirtiendo en un pueblo aparte.
Todo comenzó en Manhattan
A principios del siglo XX, Hell’s Kitchen era un barrio donde la pobreza, la enfermedad y la violencia eran tan comunes como respirar. Las calles estaban llenas de basura y los mataderos contaminaban el aire y el agua. La esperanza de vida era muy baja. Murray apunta que el salto a las barricadas de la justicia social comenzó en ese contexto unos 100 años antes del primer Día de la Tierra en 1970.
Hoy Hell’s Kitchen, en Manhattan, es una zona elegante. En 1886, la mano de obra marinera que trabajaba en los muelles del Hell’s Kitchen, en el West Side, proporcionaba el combustible humano para «el barrio rojo más notorio» de la ciudad. Con bandas como «los Gorilas», «la Mafia de los Salones» y «los Topos» a cargo de los turbios negocios a lo largo de las fétidas, apiladas y superpobladas viviendas de inmigrantes.
Joseph Bottum argumenta en el libro An Anxious Age (2014) que la actual generación de guerreros de la justicia social y el medioambiente, no proviene del pensamiento marxista o de la izquierda europea, sino del evangelio social estadounidense finales del siglo XIX. El Movimiento del Evangelio Social, influido por el economista político Henry George, nuevas cotas gracias a Walter Rauschenbusch.
Cambio de dogma: el Evangelio Social
La suciedad y la depravación caracterizaba a Hell’s Kitchen en la época de Rauschenbusch. Como miserable subproducto de las sórdidas condiciones de vida, las calles rebosaban de niños sin hogar, desnutridos, enfermos y vulnerables. Muchos morían de inanición. “La crítica marxista y socialista al capitalismo era comprensible en este contexto”, escribe Murray.
En1886, recién nombrado ministro de la Segunda Iglesia Bautista Alemana, Rauschenbusch, de 26 años de edad, llegó a Hell’s Kitchen. Las condiciones eran mucho más duras de lo supuesto. Las muertes por desnutrición y otras tragedias infantiles le provocaron algo parecido a un trastorno de estrés postraumático. Luego de cinco años de ministerio en Hell’s Kitchen, tomó un año sabático en Alemania. Allí comenzó a desarrollar una versión del cristianismo inspirada en el idealismo alemán, el historicismo hegeliano y el darwinismo social, de moda entre las élites sociales.
De regreso a Estados Unidos en 1892, Rauschenbusch fundó la Hermandad del Reino con otros pensadores religiosos para promover el Evangelio Social. Pronto se convirtió en un importante teórico de la floreciente creencia: «El pecado podía transmitirse a lo largo de las líneas de una tradición social, acumularse de generación en generación y crear fuerzas suprapersonales que pertenecían al Reino del Mal».
El Evangelio Social giraba en torno a la idea de que la salvación solo era posible redimiendo el orden social. Una cruzada permanente contra los pecados de intolerancia, ignorancia, poder, corrupción, militarismo y opresión de los pobres. La idea de que la humanidad debía perfeccionarse. El cambio de dogma tuvo grandes consecuencias. Ahora, la salvación sólo podía alcanzarse a escala de grupo. Además, era un empeño que duraba generaciones, lo que abría la posibilidad de un conflicto social y cultural permanente. Alejarse de la salvación personal permitió una secularización de la fe y dejó un vacío para que lo llenaron fuerzas similares, que los progresistas la encarna el Estado: la política moral sin ataduras a la doctrina religiosa.
Del Evangelio Social a la ley seca
Impulsado por el deseo de instaurar el Reino de Dios en la tierra, el movimiento del Evangelio Social luchó por conceder a las mujeres el derecho al voto, adoptar normas de seguridad alimentaria y acabar con los talleres clandestinos y el trabajo infantil. También contra la corrupción política y por mejorar las condiciones de vida en los barrios pobres. “Este espíritu de cruzado funciona mejor cuando expande la libertad y amplía la comprensión de los derechos bajo la Constitución, pero puede hacer mucho daño cuando restringe libertades a través de leyes o tabúes sociales, como la Prohibición”, puntualiza Murray.
El deseo de redimir a los demás condujo al mayor fracaso de un movimiento social en la historia de Estados Unidos: la prohibición de la venta de alcohol en 1919 impulsada por el movimiento antialcohólico en el que el Evangelio Social tuvo un papel decisivo. Líderes como Rauschenbusch, Addams y Bryan, con la Liga Antitabaco, utilizaron los medios de comunicación para presionar a los políticos y convencerlos de que la venta de alcohol era más relevante de lo que realmente era.
Fracaso estrepitoso
La Prohibición se convirtió en una cruzada por el dominio político de los «secos» de clase media, protestantes, rurales y de pueblos pequeños sobre los «mojados» urbanos e inmigrantes. Sin embargo, el alcohol era un importante tótem cultural para muchos inmigrantes. Utilizado en sacramentos y rituales religiosos, así como en reuniones familiares. La xenofobia centrada en lo urbano del movimiento provocó su rápida caída en desgracia.
En 1932, una coalición del Partido Demócrata, formada por sureños e inmigrantes urbanos, se unió en torno al candidato Franklin Roosevelt que apoyaba la derogación de la enmienda. La victoria aplastante de los demócratas en el Congreso dio paso a la mayoría política más duradera de la historia de Estados Unidos.
La Ley Seca tuvo enormes consecuencias. La lección política más importante fue que la influencia del gobierno federal sobre el comportamiento privado debe hacerse a través del estado administrativo, no de enmiendas a la Constitución. Murray señala que la autoridad moral y el capital político se ganan en una democracia a través de resultados políticos exitosos; la Prohibición fue un resultado fallido.
La era de Joe Magarac
La estatua de Joe Magarac, el legendario gigante de la industria siderúrgica, se alza en Braddock, Pensilvania, como un recordatorio de la era en que la contaminación del aire y del agua era lo normal en el valle del río Monongahela.
Durante el apogeo de Magarac, con raíces en la tradición oral del Imperio Austrohúngaro y conocido por su desinterés, valentía y ética de trabajo, el aire que flotaba sobre el oeste de Pensilvania era tóxico.
El escritor James Parton dijo que el centro de Pittsburgh en esa época era como asomarse al infierno con la tapa quitada. Río arriba, donde cientos de miles de personas vivían y trabajaban en los pueblos ribereños, la contaminación era peor. Las enormes plantas industriales emitía miles de kilos de contaminantes todos los días y causaba enfermedades respiratorias y otras afecciones.
Los hombres trabajaban 12 horas diarias con un día libre a la semana. Las mujeres con hijos trabajaban más horas y sin días libres durante toda su vida. A medida que la electricidad se hizo más común, también lo hizo la fontanería interior. La ampliación de la escolarización ofreció alfabetización a casi todos los adultos en la década de los cuarenta. Entre el humo y el polvo se construían comunidades en miles de ciudades industriales y suburbios
Catástrofe de Donora
Luego de la Segunda Guerra Mundial, la clase media incluyó trabajadores de sectores como la automoción fundiciones, aluminio, puertos, vidrio, hospitales, alimentación y comercio minorista. Integrados a una clase pujante, sentían orgullo por haber contribuido a la construcción de barcos y tanques que derrotaron a la Alemania nazi y al Japón imperial, y a la fabricación del acero que con el que se erigió el Empire State Building.
Murray considera que en 1948 hubo un punto de inflexión cuando una inversión meteorológica de cinco días provocó la peor catástrofe de contaminación atmosférica de la historia de Estados Unidos. La catástrofe de Donora mató más de 20 personas y comenzó un debate, que aún no termina, sobre la exposición crónica a la contaminación.
La población estadounidense, incluidos los votante, empezó a entender mejor los fundamentos científicos de la contaminación y a ser conscientes de las consecuencias negativas de las emisiones industriales. Las leyes medioambientales trajeron beneficios visibles en la reducción de la contaminación.
Entre 1980 y 2005, los niveles de plomo en el aire descendieron un 98%, los de dióxido de azufre un 94%, de monóxido de carbono un 88% y de ozono un 29%. No obstante, también ocasionaron una lenta erosión de las comunidades de clase trabajadora. En los años setenta y ochenta, los permisos federales de calidad del aire obligaron a las fábricas a cerrar en zonas urbanas y trasladarse a áreas rurales o al extranjero.
Colapso industrial
La movilidad ascendente de los inmigrantes estadounidenses no pudo sostenerse ante la regulación medioambiental. Murray afirma que los líderes políticos no abordaron adecuadamente qué hacer con los “creadores” de la economía (como mineros, carpinteros, leñadores, albañiles, constructores navales, camioneros, maquinistas, impresores y caldereros).
Aunque las calles y avenidas de las ciudades industriales parecían no cambiar, el valor de las propiedades comenzó a bajar en la década de los años setenta. Muchos jóvenes abandonaron los pueblos. Sin recursos o redes familiares enfrentaron la pobreza. Corea del Sur y Alemania no experimentaron el mismo colapso industrial a pesar de tener aire y agua más limpios. La normativa medioambiental impuso restricciones tan estrictas que causaron un declive permanente en una cuarta parte de la economía estadounidense.
La incapacidad de apreciar los efectos a largo plazo de estas políticas redujo la productividad de la economía. La sobrerregulación ambiental perpetuó y profundizó las divisiones educativas, de clase y raciales. En las generaciones futuras, un país más limpio y sano tomará nota de la degradación de la salud y el propósito de la clase trabajadora estadounidense.
De los derechos civiles a los medioambientales
Las leyes de derechos civiles de 1964 y 1968 tuvieron más éxito de lo esperado por los activistas y teóricos del Evangelio Social. Con la legislación de la Gran Sociedad lograron otorgar el derecho al voto a los estadounidenses de raza negra y reducir la pobreza extrema y el hambre infantil. Acciones que respondieron a la llamada de Rauschenbusch para salvar las almas de los niños enterrados en los cementerios de Manhattan. Murray aserta que “acabar con el hambre física de los niños es más fácil que con el hambre espiritual de los adultos”.
La prosperidad excepcional creada por los combustibles fósiles permitió a la juventud estadounidense de mediados de la década de los años sesenta dar prioridad a la autoexpresión y la autonomía cultural de formas inimaginables para las generaciones anteriores. La lógica de los derechos civiles se extendió a los derechos medioambientales. Al santificar la legislación medioambiental como un medio de control económico y social, han perpetuado y profundizado las divisiones a lo largo de las líneas educativas, de clase y raciales. Fracasaron.