Ricardo Bada –El Espectador
En un reciente editorial de Chrismon, la revista de la Iglesia Evangélica alemana, Ursula Ott, su redactora-jefa, habla de una reunión de mujeres periodistas en la que una contó que en un portal de Internet para refugiados ucranianos era muy frecuente la pregunta «¿Dónde puedo hacerme la manicura aquí en Alemania?». «¿Es que no hay nada más importante que la apariencia?», se pregunta la redactora-jefe, y se contesta con las palabras de la periodista bosnia Samra Lučkin, que dice que esa pregunta solo la hace quien no ha vivido una guerra.
Lučkin rememoró el caso de la reportera Senka Kurtović, que en Sarajevo desafiaba el peligro de la llamada “avenida de los francotiradores” con un peinado perfecto y esta explicación: «Maquillarse es un deber, todas y cada una de las veces como si fuese la última». Frases como esa se encuentran en su libro Un toque de lápiz labial para la dignidad: la feminidad bajo la señal de gran peligro.
Es un caso similar al de la escritora rumana Herta Müller, Premio Nobel de Literatura 2009 (en ese libro citan sus palabras «Sabía que, si no me maquillaba, yo misma me había rendido»). Gracias a su maquillaje resistió los interrogatorios a los que la sometía la temible y con razón temida policía secreta del dictador Nicolae Ceaucescu. La Securitate.
Por mi parte, recuerdo Ninotchka, la inolvidable sátira de Ernst Lubitsch, y la escena en que a la protagonista (una Greta Garbo genial), ya de regreso en Moscú, su compañera de cuarto en su vivienda-colmena del socialismo real le pide como gran favor que le preste para el fin de semana (piensa pasarlo con su novio) algo maravilloso que trajo de su viaje a París: las medias de seda.
Acicalarse y embellecerse son características más acusadas en las mujeres que en los hombres, y aún más si se vuelven un arma para la legítima defensa de la dignidad personal. Los casos que expuse son europeos, per me resulta inevitable pensar en los miles de miles, millones de mujeres en África, en Asia y en grandes regiones de América Latina donde las condiciones de vida son otras y las mujeres se ven sometidas a aberraciones como la ablación del clítoris y el feminicidio. Y sobre todo pienso en los millones de madres que ven morir de hambre a sus hijos, sin que a ellas les quede otra suerte.
Tengo la impresión de que ellas saben defender su dignidad sin acicalarse ni embellecerse (para lo que no tienen tiempo ni dinero). Solo que la imaginación no me alcanza para vislumbrar cómo. Y por ello las respeto y las admiro tanto más.