Convivimos con el estrés. Ese disparador que se activa en forma involuntaria bajo signos de tensión física o emocional frente a una tarea exigente, posibles peligros, incertidumbre, situaciones límite. Algunas veces pasa desapercibido, muchas veces lo creemos controlado y otras veces se hace habitual. El estrés va horadando silenciosamente la salud y alimentando enfermedades crónicas.
Estar estresado es tan común que suele ser ignorado e incluso disminuido en sus atenciones, tratamientos y soluciones por los médicos y especialistas. El estrés se presenta de diversas formas. En ocasiones surge como un toque de campaña ante una amenaza o riesgo y entonces esa respuesta del organismo se agradece. Como por ejemplo, cuando un perro grande y furioso te ladra durante la caminata matutina.
Entonces la presión arterial y frecuencia cardíaca aumentan, los músculos se tensan y el cuerpo concentra el azúcar en sangre para que sea más fácil reaccionar rápidamente. Pero cuando esa conducta de alerta se mantiene en el tiempo, el cuerpo sucumbe a las enfermedades. Puede ser incapaz de mantener el ritmo de otras funciones, lo que provoca problemas como olvidos, fatiga y dificultad para dormir.
Las hormonas del estrés, como la adrenalina y el cortisol, pueden elevar crónicamente la presión arterial o aumentar los depósitos de placa, lo que puede dañar el corazón con el tiempo, señaló Charles Hattemer, especialista en salud cardiovascular de la Universidad de Cincinnati.
Cuenta Amina AlTai a The New York Times que en un momento de su vida rebasó sus capacidades. Comenzó a experimentar confusión mental y fatiga y pensó que se debía a sus agobiantes jornadas de trabajo de marketing. Se le olvidaban con frecuencia sus tareas. Luego se le empezó a caer el cabello, ganó y perdió mucho peso y comenzó a tener problemas gastrointestinales.
El estrés y su vínculo estrecho con las enfermedades crónicas
Amina sabía que las cosas no andaban bien. Comentó que los primeros seis médicos que la atendieron no la tomaron en serio. Algunos le dijeron que tenía tanto pelo que perder un poco no debería ser un problema. Varios manifestaron que parecía saludable y desestimaron sus síntomas.
Otro médico le ordenó un análisis de sangre y le diagnosticó la enfermedad de Hashimoto y la enfermedad celíaca, dos enfermedades autoinmunes que pueden dañar la tiroides y el intestino delgado. Ambos padecimientos habían alterado su capacidad para regular las hormonas y absorber vitaminas y nutrientes esenciales.
Los científicos afirman que el estrés está íntimamente relacionado con muchas enfermedades crónicas. Puede provocar cambios inmunológicos e inflamación en el cuerpo empeorando los síntomas del asma, artritis, enfermedades cardíacas, lupus y enfermedad inflamatoria intestinal.
Mientras tanto, muchos problemas causados por el estrés (dolores de cabeza, acidez de estómago, problemas de presión arterial, cambios de humor) también pueden ser síntomas de enfermedades crónicas.
Para los médicos y los pacientes, esta superposición puede ser confusa: ¿el estrés es la única causa de los síntomas o hay algo más grave en juego? «Es realmente difícil desenredarlo», indicó Scott Russo, director del Centro de Investigación Cerebro-Cuerpo de la Escuela de Medicina Icahn en el Monte Sinaí a Nytimes.
Russo y sus colegas demostraron en dos estudios que los ratones angustiados tenían niveles más altos de neutrófilos, que causan inflamación. Y menos células T y células B en el torrente sanguíneo que podrían producir anticuerpos o matar células infectadas con virus.
También descubrieron que los pacientes con trastorno depresivo mayor tenían desequilibrios similares en las células inmunitarias en comparación con los controles sanos.
Complejidades, causas y efectos
Los investigadores creen que el cuerpo cambia la composición de las células inmunitarias que circulan en la sangre como una forma de reducir el daño causado por una infección o estrés agudo. Sin embargo, dijo Russo, cuando se enfrenta al estrés crónico, a veces el cuerpo “simplemente no puede apagar el sistema inmunológico”.
Para las personas que ya pueden estar en riesgo de padecer enfermedades crónicas, ya sea por su predisposición genética, exposición a sustancias químicas, contaminación del aire o infecciones virales, un período prolongado de estrés puede hacerlas caer en la trampa de enfermarse.
Lynne Degitz, de 56 años, pasó varios años luchando contra lo que parecían ser infecciones graves de vez en cuando. Una vez, pensó que tenía mononucleosis. En otra ocasión, estuvo segura de que era bronquitis. Ni ella ni sus médicos pensaron que pudiera ser una enfermedad crónica.
Luego empezó un nuevo trabajo con más estrés y empezó a tener fiebre, hinchazón de las articulaciones y fatiga casi todos los días. “Tenía un trabajo interesante y exigente, así que seguí adelante”, confió Degitz. “Usaba la incapacidad temporal para recuperarme o usaba el tiempo de vacaciones para recuperarme cuando lo necesitaba”.
Después de más de dos años de ir y venir a citas médicas y de probar tratamientos que finalmente no ayudaron, a Degitz le diagnosticaron un tipo de artritis conocida como enfermedad de Still. Los médicos no saben exactamente qué lo causa, pero están empezando a sugerir que es probable que se trate de una combinación de factores. Incluidas reacciones anormales a las infecciones y al estrés.
«Todos tenemos dolencias y debilidades físicas», adicionó Russo. «El estrés simplemente explota a esas personas y las empeora».
¿La causa de todos los males?
La relación entre estrés y enfermedad es compleja. La susceptibilidad al estrés varía de persona a persona. Entre los factores que influyen en la susceptibilidad al estrés se encuentran la vulnerabilidad genética, el estilo de afrontamiento, el tipo de personalidad y el apoyo social. No todo el estrés tiene efectos negativos, señala The National Center for Biotechnology Information.
Los estudios han demostrado que el estrés a corto plazo estimula el sistema inmunológico. Pero el estrés crónico tiene un efecto significativo en el sistema inmunológico que manifiesta una enfermedad y que igualmente puede ser crónica. En principio, aumenta los niveles de catecolaminas y células T supresoras, que inhiben el sistema inmunológico.
Esta supresión, a su vez, eleva el riesgo de infección viral. El estrés también provoca la liberación de histamina, que puede derivar en una broncoconstricción grave en los asmáticos. Asimismo, el estrés aumenta el riesgo de diabetes mellitus, especialmente en personas con sobrepeso, ya que el estrés psicológico altera las necesidades de insulina.
Y el estrés también altera la concentración de ácido en el estómago, lo que puede ocasionar úlceras pépticas, úlceras por estrés o colitis ulcerosa. El estrés crónico también puede provocar la acumulación de placa en las arterias (aterosclerosis), especialmente si se combina con una dieta rica en grasas y una vida sedentaria. La correlación entre acontecimientos vitales estresantes y enfermedades psiquiátricas es más fuerte que la correlación con enfermedades médicas o físicas.
Hasta ahora no existe evidencia científica de una relación directa de causa y efecto entre los cambios del sistema inmunológico y el desarrollo del cáncer. Sin embargo, estudios recientes han encontrado un vínculo entre el estrés, el desarrollo de tumores y la supresión de las células asesinas naturales, que participan en la prevención de metástasis y la destrucción de metástasis pequeñas.