Artículo de Manuel Domínguez Moreno
El debate del Estado de la Nación ha servido para hacer todavía más evidente la situación real de la sociedad española en lo que respecta a la percepción que los políticos tienen de ella y a la que los ciudadanos tienen de los políticos. Ha sido, en contra de la costumbre, un instrumento de gran utilidad para medir el verdadero pulso de la sociedad.
En primer lugar, la ingenua actitud del presidente del Gobierno, convencido de sus datos de éxito macroeconómico en un país que aún padece con gran dureza los efectos del paro, la reducción de rentas en la clase media y en las clases trabajadoras, los efectos de las subidas de impuestos, la inestabilidad laboral o la merma en la prestación de servicios públicos básicos o esenciales de las administraciones. Su actitud triunfalista, exagerada e incluso impostada, no ayudó a un debate sosegado sobre el rumbo de la economía, y los nuncios de medidas ‘sociales’ solo constataron la voluntad que siempre tiene el que gobierna de maquillarse en vísperas electorales. Rajoy no de dicó ni dos minutos a hablar de la corrupción, así que sobre este asunto todo está dicho.
En segundo lugar la intervención agitada y directa de Pedro Sánchez. Quedaron patentes las debilidades del discurso del presidente pero la insistencia de un tono en exceso severo le hicieron perder parte de la seriedad en beneficio de la contundencia. Así al menos lo acusó Rajoy, cuyas encendidas y desmesuradas réplicas fueron el broche imposible a la intervención del socialista. Sánchez necesitaba afirmarse en la parroquia así que su discurso fue para la bancada socialista más que para enervar a la popular, aunque también lo consiguiera. Es Pedro Sánchez un buen parlamentario, eso quedó claro, pero el pulso que estaba echando excedía del lugar escogido para hacerlo.
En tercer lugar, la suma de los contrarios. El efecto del debate entre Rajoy y Sánchez sobre una opinión pública tan desgastada emocional y racionalmente como desgastadas están las siglas que los amparan. El rifirrafe terminó en trifulca, y no es ese un buen mensaje para vender la vitalidad del modelo bipartidista. Incluso apelaron al ‘ausente’ Iglesias , uno para justificar sus ataques y el otro para defender su alternativa.
El espectáculo, olvidable en conjunto e irrelevante en los aspectos concretos hubiera quedado ya archivado en la galería sin más si no fuera porque la pulsión social de una ya clara mayoría en las encuestas hace un escrutinio muy negativo de ambos partidos y sus torpezas ya no caen en la indiferencia sino que acentúan el malestar.
En cuarto lugar, los ausentes. Rivera e Iglesias, Podemos y Ciudadanos. Las dos fuerzas emergentes que marcan el rumbo de los procesos electorales que se van a desarrollar este año. Las encuestas más recientes empiezan a señalar el ritmo creciente del partido Ciudadanos, que además fagocitar a UPyD va directamente a la yugular del PP y al posible electorado más templado del PSOE si es que este partido no deja de desangrarse tanto por la izquierda como por la derecha.
Ciudadanos es una versión moderna del suarismo de los años 70, y su respuesta al debate, ignorando el conflicto entre dos fuerzas en decadencia define muy bien su lógica de crecimiento.
Podemos se presentó a pocos metros del Congreso, en el Círculo de Bellas Artes, un día después del debate, para certificar el final del modelo bipartidista, presentar algunas ideas sobre economía y dejar constancia, sobre todo, sobre su influencia real en la sociedad más allá de las paredes del hemiciclo. Tras haber movilizado doscientas mil personas el pasado día 31 de enero en el centro de Madrid, poco tiene que añadir a una estrategia que los sitúa entre la primera y la segunda fuerza electoral en las próximas elecciones generales.
El hecho cierto es que excepto Rajoy, que perdió una vez más el debate, los demás se afirmaron en sí mismos. Pedro Sánchez en su liderazgo, aún débil, pero un poco más robusto que antes de subir a la tribuna. Rivera e Iglesias, más convencidos de su estrategia y los demás, IU – a la baja – o UPyD, camino de la extinción, apenas justificaron el brillo de otros tiempos.
El verdadero debate será inevitablemente en las campañas electorales, que este año no serán pocas. Ahí se medirán por igual las verdaderas fuerza contendientes para definir el futuro político de España, sus autonomías y municipios.
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