Manuel Casado Velarde, Universidad de Navarra
Las lenguas se pueden estudiar, describir, analizar; pero su futuro, como el de cualquier producto de la actividad humana libre, no está escrito en las estrellas. Aun así, y con mis nulas dotes de profeta, cabe realizar pronósticos con base en la realidad actual de la lengua española. Y la realidad demográfica del español la proporciona periódicamente el Anuario del Instituto Cervantes, cuyo número más reciente presenta la situación mundial del idioma castellano en 2023.
Los informes del Cervantes afirman que “el español es la segunda lengua más hablada en el mundo como lengua nativa, tras el chino mandarín, que cuenta con 920 millones de hablantes”. Les siguen el hindi y el inglés. Hoy hablan español 599.405.122 personas, el 7,5 % de la población mundial, ya sea como lengua nativa, segunda o extranjera; y es el segundo idioma de comunicación internacional.
Una lengua cuantitativamente americana
Lo primero que salta a la vista al observar los datos del citado Instituto Cervantes es el preponderante peso demolingüístico de América (solo México cuenta con 131.230.255 hablantes, seguido de Colombia, con 52.156.254, por citar solo los dos países que superan a España en número de hablantes), por lo que cabe afirmar que el español, cuya cuna se sitúa en La Rioja, es un idioma, en términos cuantitativos, americano.
Y su futuro será también lo que decida América, donde se encuentran 19 Estados que lo tienen como lengua oficial. En EE UU, donde no es oficial, hay 41.254.941 hablantes que dominan el español como nativos, más quince millones con competencia limitada.
Las proyecciones del Instituto Cervantes indican que “el número de usuarios potenciales de español seguirá aumentando en términos absolutos hasta 2071, año en que superará los 718 millones de personas, con distinto grado de dominio de la lengua”.
¿Se desintegra el español?
Acerca del porvenir de la comunidad hispanohablante, sobre su unidad y cohesión, se han vertido ríos de tinta. Los pronósticos pesimistas de, entre otros, Rufino José Cuervo (en El castellano en América), que consideraba inevitable una fragmentación del español como la ocurrida con el latín, fueron rebatidos por Menéndez Pidal, con una visión más optimista, basada en el hecho de que las posibilidades de comunicación en el siglo XX eran muy diferentes de las que se daban al fracturarse el imperio romano.
Un papel decisivo, en lo que respecta al futuro de la lengua, está llamada a tener la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), creada en México en 1951, que agrupa 23 corporaciones de América, España, Filipinas y Guinea Ecuatorial, y que tiene el propósito, fijado en sus estatutos, de “trabajar a favor de la unidad, integridad y crecimiento” del español, es decir, de orientar acerca de una norma idiomática (pan)hispánica.
Las bases teóricas de la política lingüística panhispánica se establecieron en el congreso celebrado en 1963, en Madrid, bajo el título de Presente y futuro de la lengua española, convocado por el Instituto de Cultura Hispánica. La consigna quedó formulada así:
“Unificación antes que purismo. Unificación, sí, pero con respeto por todas las variedades nacionales usadas entre personas cultas en los países de la comunidad hispanohablante”.
Pedro Álvarez de Miranda, Más que palabras.
Pluricentrismo: ¿real o relativo?
A medida que las investigaciones sobre la realidad del idioma español (en particular de la lengua hablada, no solo de la literaria) en los diferentes países fue dibujando diversos estándares de corrección, diferentes entre sí, comenzó a subrayarse lo que se denominó el “pluricentrismo” de la lengua española, una realidad cada vez más tenida en cuenta por la política lingüística de la RAE y ASALE, que se va reflejando en sus obras Diccionario panhispánico de dudas, Diccionario de Americanismos y Nueva gramática de la lengua española.
Una visión exagerada del llamado “pluricentrismo” del español ha sido criticada, entre otros, por F. Marcos Marín, quien defiende que el español actual “sería, en todo caso, una lengua solo relativamente pluricéntrica”. Es decir, el aludido “pluricentrismo” tendría particular relevancia en usos lingüísticos marcados por la oralidad, el nivel sociocultural inferior, el tema, así como por el tipo de discurso (literario, informal, coloquial… ) y su finalidad específica.
Unidad ortográfica y fuerzas centrípetas
Junto con los fenómenos lingüísticos divergentes, que manifiestan la gran variedad que ofrece el idioma, sobre todo en la realidad de su uso hablado, hay que anotar una evidente unidad ortográfica, como queda reflejada en la Ortografía de la lengua española, así como una tendencia, en la lengua escrita, en traducciones de otros idiomas y en emisiones audiovisuales virtualmente orientadas a toda la comunidad hispanohablante, a favorecer (en léxico, pronunciación, sintaxis) lo común –lo menos marcado dialectalmente– a todos los destinatarios.
Esta propensión centrípeta se pone de relieve en contribuciones como Presente y futuro del español, donde se subraya la “relativa homogeneidad lingüística” entre hablantes de español de todo el mundo “pertenecientes a niveles altos y medio altos del espectro sociocultural”.
Adopción de voces americanas
Que el peso demolingüístico de América resulta cada vez más evidente se manifiesta, entre otros fenómenos, en la adopción, activa o pasiva, de voces americanas por parte de los hablantes españoles. A ningún hablante español le resultan extrañas voces como estadía, receso, papa, deceso, chequera, demorarse y un largo etcétera.
Por otra parte, y así como existen diccionarios de americanismos (generales o propios de diferentes países), cada vez se echa más en falta un diccionario de españolismos, si bien los diccionarios generales de la lengua son cada vez más sensibles a la marcación, como propias de España, de ciertas unidades léxicas (casoplón, famoseo, pinganillo, postureo, quedada, zasca, etc.).
Ejemplaridad panhispánica
Si ya Gregorio Salvador detectó en las telenovelas un influjo unificador, la globalización e inmediatez de las comunicaciones no ha hecho sino afianzar ese influjo en las últimas décadas, como resulta evidente, por ejemplo, en la prensa en español, así como en cadenas de televisión, como CNN en español, cadena que transmite durante 24 horas, para los Estados Unidos, Hispanoamérica y el Caribe.
Razones de índole económica internacional operan en la misma dirección unificadora, como se ha puesto de relieve en diversos estudios, hacia lo que podríamos llamar, con Eugenio Coseriu, una norma lingüística común a todo el ámbito hispanohablante, una ejemplaridad panhispánica.
Manuel Casado Velarde, catedrático emérito de Lengua Española, especializado en análisis del discurso, innovación léxica, Lexicología y Semántica del español, Universidad de Navarra
Publicado en The Conversation. Lea el original.