El campo de estudio del erotismo es muy vasto. Las mujeres eróticamente son mucho más sensibles que los hombres al ritmo, la música, a los sentidos. En general, el erotismo masculino es más genital y visual. El femenino, táctil, muscular y auditivo, más ligado a los olores, la piel, el contacto
Mi opción en lo que se refiere al placer es que hay que implicar a todos los sentidos.
Sade
El orgasmo es el gran comedor de palabras. Solo permite el gemido, el aullido, la expresión infrahumana, pero no la palabra.
Valérie Tasso
Deja a cada oración llenarse de sucias palabras y sonidos sin recato. Son lo más amable de ver y oír en el papel, porque las más sucias son las más bellas.
James Joyce
La mejor arma: una barra de labios.
Anónimo
De todas las versiones que se han escrito del mito de Tiresias –el adivino de Tebas– la que me deleita más y con la que me siento más a gusto erótico es la narrada por el autor latino Ovidio en su obra Las metamorfosis. Según ella, Tiresias sorprendió a dos serpientes apareándose, golpeó a la hembra y las separó, a raíz de esto, se convirtió en mujer. Siete años más tarde volvió a ver a las mismas serpientes en iguales circunstancias; esta vez golpeó con su bastón al macho y al hacerlo se convirtió en varón.
Esta experiencia única hizo que Zeus y Hera recurrieran a Tiresias como árbitro en una discusión sobre quién experimenta más placer, si el hombre o la mujer. Cuando Tiresias confesó que el hombre sentía una décima parte del placer que disfrutaba la mujer, Hera que pensaba lo contrario, para castigarlo, le quitó el sentido de la vista. Zeus, al contrario, para compensarlo, le entregó el don de la adivinación.
El significado puntual de la figura de Tiresias radica en su perfil mediador, gracias a sus dones entre los dioses y los hombres; por su condición andrógina, lo hace también entre hombres y mujeres, y por la experiencia de su vida, entre los vivos y los muertos.
Marlon Brandon y Marcel Proust
Cuando a Marlon Brando (1924-2004) –rebelde, temerario, seductor, muy inteligente y bien desprendido de convenciones y estupideces; uno de los gigantes más luminosos de la actuación en el arte cinematográfico– le preguntaron la raza, en el cuestionario para alistarse en el ejército, respondió:
—Humana.
Si hoy estuviera vivo y le preguntaran: ¿Sexo?
Estoy seguro contestaría:
—Ser humano.
Algo similarmente revelador, aunque más sublime, ocurrió con Marcel Proust (1871-1922), en un cuestionario muy breve un periodista le preguntó cuál era la cualidad que más desea de una mujer. Proust dijo:
—Virtudes masculinas y la valoración de la amistad. Gentileza, naturalidad, inteligencia.
—¿Y de un hombre?
—Encanto femenino, inteligencia y sentido moral.
En el sugestivo mito de Tiresias y en esas dos respuestas de las icónicas figuras del séptimo arte y de la literatura, queda impresa la reflexión más universal del tratado sobre la imaginación y el sexo que, gracias a los juegos hedonistas del alma, se hace creación y recreación, y el placer se disfruta más allá del estrecho y mezquino campo de la reproducción que nos enseñó la iglesia católica cristiana y la razón, siempre comedida, de los ilustres mojigatos moralistas del despertar de Occidente.
¿Qué es el erotismo?
Que tu corazón agrande el mío hasta estallar. Desgárrame.
Hay coincidencias entre muchos autores, entre ellos Rubén Monasterios, de que el erotismo no es otra cosa que la imaginación puesta en función de la sexualidad. Por lo tanto, es una elaboración intelectiva del instinto sexual y como función intelectiva es la versión práctica de una liga que se estira o se encoge en función del conocimiento y la experiencia de cada ser humano. Es decir, tiene construcciones y elaboraciones infinitas, limitadas o nulas, dependiendo del tipo de educación y formación religiosa.
Octavio Paz va un poco más allá y en su texto La llama doble, para hacer más visible y diferenciado el concepto, distingue entre sexualidad, erotismo y amor: la sexualidad es instintiva, primaria y común a los animales y los humanos; el erotismo es exclusivamente humano, es la sexualidad socializada y transfigurada por la imaginación y la voluntad de los seres humanos.
En adición, uno de sus fines primarios es domesticar al sexo para insertarlo en la sociedad. En el caso del amor, «es la atracción hacia una persona única, a un cuerpo y a un alma».
Francesco Alberoni, en su libro El erotismo (1986), con un enfoque similar, no lo conceptualiza, pero aclara que su trabajo no entra en el campo ni del psicoanálisis ni de la sexología, consideradas ciencias. Más bien, su concepción se aproxima más al enfoque de Noguer More, que la considera como ‘erotología’, una parte de la sexología que estudia lo erótico; es decir, los fenómenos y circunstancias que tengan relación directa o inmediata con el acto genésico. Su objetivo más bien es proporcionar un instrumento que ayude a la introspección y al conocimiento de sí mismo.
El campo de estudio del erotismo es muy vasto. En el presente ensayo trataremos de hacer aproximaciones a reflexiones que son consensuadas por la mayoría de los tratantes del tema, otras polémicas, y algunas que pudieran convertirse en sugerentes hipótesis para trabajar a futuro.
Punto de partida
El gemido engaña, La humedad no.
Civilizatoriamente, pienso que hemos avanzado mucho en conquistas de derechos para que la mujer participe culturalmente en igualdad de condiciones al hombre en sociedad. Pero estas victorias temporales y onduladas distan mucho de un empuje permanente para contrarrestar la fortaleza y hegemonía milenaria del macho y acortar con rapidez el grandísimo abismo que existía.
El trecho que existe entre la ley, su tolerancia, aceptación, asimilación y ejecución por una cultura machista que está en los genes y hasta en una parte de las mismas mujeres, es tan largo como la coronación de la victoria después de un infinito tiempo de lucha para que las convicciones por la libertad y la igualdad se transformaran en realidad.
A pesar de todas las reivindicaciones históricas de la mujer en Occidente, todavía no se contrapesan con todas las rebeliones y revoluciones de carácter sexual, la lapidaria frase de Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, en el libro El nuevo desorden amoroso (1977):
Vivimos en unas sociedades llamadas democráticas, pero seguimos habitando unos cuerpos monárquicos, unos cuerpos constituidos, reunidos en torno al nuevo pontífice, el pene y sus dos asesores los testículos, que han robado la corona de la trascendencia al espíritu y alma.
Es ese instrumento masculino quien, con el poder de su portador, se apropia simbólicamente del erotismo mediante la pornografía y la prostitución, y es la mujer de nuevo contrapuesta y sumisa en el ideal de la novela rosa, donde están los antecedentes más importantes convencionalmente para explicar el erotismo masculino y femenino, y las versiones gráficas que nos ayudan a descifrarlos a ambos en sus roles –dice Alberoni–.
Erotismo femenino y masculino
En todo encuentro erótico hay un personaje invisible y siempre activo: la imaginación.
Octavio Paz
Veamos en el escenario corporal qué motiva la imaginación masculina y femenina y le provoca excitación placentera para convocar el sexo. Los hombres se han ocupado siempre de las zonas erógenas individuadas por el ojo masculino: los senos, las nalgas, el pubis.
En cambio, el espectro de los espacios eróticos de la mujer es mucho más amplio e inmenso. A los hombres nunca les pasó por la mente que la piel fuera el espacio erótico del cuerpo por excelencia. Eso representa que es la mujer la que hace real la verdad mitológica que reivindica a Tiresias y hace culpable a Heras de un inmerecido castigo.
Algunos de sus atuendos -la ropa interior delicada, los perfumes, los tacones altos, los labiales- constituyen en su totalidad un conjunto con una fortísima carga autoerótica convocante de manera natural.
Las mujeres eróticamente son también mucho más sensibles que los hombres al ritmo, la música, a los sentidos. En general, el erotismo masculino es más genital y visual. El femenino, más táctil, muscular y auditivo, más ligado a los olores, la piel, el contacto. Alberoni afirma que algunos autores minimizan estas diferencias al considerar que obedecen a la división milenaria entre los dos sexos, pero son vitales a la hora de explicar los estímulos eróticos en unos y en otros.
Pornografía y novelas rosa
El sexo sin amor es una experiencia vacía, pero como experiencia vacía es de las más reconfortantes.
Woody Allen
Definitivamente el significado último de la pornografía y las novelas rosa representa la satisfacción inmediata de un deseo que elimina una realidad embarazosa. La pornografía elimina la resistencia femenina, la necesidad de galanteo, la súplica femenina de amor. La novela rosa, los impedimentos, la duda, las responsabilidades.
Las historias amorosas –según Alberoni– que la mujer vive #por poder y acomodo» en las novelas rosa son tan adúlteras como lo son las masturbaciones solitarias del hombre frente a la fotografía, la película o el reel de Instagram. Las múltiples fantasías eróticas de la mujer nos demuestran con claridad que siempre está en búsqueda del elegido.
Si el hombre ama la variedad, y la mujer en cambio piensa en un amor para siempre, ambos, en realidad, en ese momento buscan aquello que es eróticamente excitante: el hombre un cuerpo sensual de mujer, ella una relación amorosa con el héroe. En la interpretación masculina del erotismo lo que cuenta es el esplendor del encuentro sexual. La interpretación femenina del encuentro erótico se fundamenta en la prolongación, en su duración y en la continuidad. El hombre sueña con muchas mujeres distintas; la mujer con muchos hombres apasionados, pero con uno solo extraordinario.
El erotismo y el interés femenino por el divismo
Bésame, tócame, hazme tuya. ¡Seamos uno!
Alberoni dice que el erotismo femenino tiene una segunda raíz –de la que se habla poco por considerarla frívola algunos especialistas– y que no es individual sino colectiva. La constituyen, además de las publicaciones de moda y belleza, las revistas, periódicos y magazines dedicados al espectáculo y la vida privada de las estrellas.
Los hombres llegan hasta el escenario o la televisión, no les interesa la vida privada de los músicos o actores famosos. A la mujer, por el contrario, esto es lo que les interesa. El divismo es, pues, un fenómeno femenino.
Las mujeres llegan a identificarse con el personaje del espectáculo como si fueran sus conocidos o vecinos. Cuando una adolescente llega a prendarse de la música y hace eclosión en ella el fanatismo por un cantante se trata de un amor verdadero, de una pasión auténtica, de un enamoramiento.
Elvis Presley era asediado por miles de mujeres, en su mayoría adolescentes, que gritaban, lloraban, se desmayaban, querían tocarlo, besarlo, abrazarlo, deseaban, en fin, que Elvis la poseyera.
La situación de entusiasmo orgiástico colectivo, sonoro, no oculta el que cada una quería ir a la cama con él, deseaba al cantante para sí y habría hecho cualquier cosa por conseguirlo. Ese amor por el astro duraba largos años.
Nada parecido con el público masculino. El muchacho puede adorar a una cantante, pero se conforma con verla y oírla y si quiere disfrutarla lo hace a través del afiche. Es muy difícil que enloquezca al punto de despreciar a las demás mujeres, especialmente si son bellas.
El poder es erótico
Lo mismo ocurre con los líderes carismáticos. El hombre puede adorar al líder, pero su amor carece por completo de erotismo. En la mujer, por el contrario, su relación con el líder rápidamente pasa a ser erótica.
Alberoni indica que en todos los movimientos antiguos y modernos de la historia, alrededor del líder ha habido siempre una corte de mujeres a sus pies, sexualmente disponibles: Hitler, Mussolini, Roosevelt, Kennedy, Mitterrand, y Felipe González.
Igual –señala– sucede en los cultos, las sectas, las religiones. El sacerdote, el gurú, el predicador o el profeta siempre está rodeado de un grupo de mujeres deseosas de contacto, de amor, de sexo. Una diferencia sustancial entre erotismo femenino y masculino.
Las formas del cuerpo, la belleza física, el encanto, el coqueteo, la capacidad de seducción fomentan el erotismo masculino. No lo hace el reconocimiento, el éxito social y económico o el poder.
En la revista Playboy puede aparecer desnuda, por citar un ejemplo, la presidente de Walmart y para el sexo masculino no tendrá mayor estímulo erótico. Le llamará más la atención la que tenga mejor caída de caderas, las nalgas más voluptuosas y los senos mejor proporcionados, además de un bonito rostro.
El orgasmo, continuidad y discontinuidad
El hombre, en términos generales –para Alberoni–, luego del acto sexual pierde motivación. Es un fenómeno que tiene matices, variaciones y grados. Apenas perceptibles en el hombre enamorado, que abraza estrechamente a la persona con quien ha compartido placer y llega al otro extremo con la prostituta, cuando se desprende, salta de la cama, rápidamente se viste y sale de la habitación sin un adiós. Hay situaciones intermedias en las que el interés se pierde momentáneamente. Después vuelve el deseo carnal.
En un encuentro amoroso el hombre prefiere hablar, leer, jugar antes del acto sexual y terminar en el éxtasis amoroso. Después se va contento, satisfecho, enriquecido. Para él, este es el momento más bello y oportuno para la separación. De allí nace la famosa expresión popular femenina: ya estás contento, conseguiste lo que querías.
Al contrario de la mujer,para quien el deseo de permanecer junto al hombre después de su orgasmo (o sus orgasmos) es mucho más intenso, sobre todo cuando está enamorada. Pero siempre existe a condición de que el hombre le guste. Porque el orgasmo de la mujer no solo es más prolongado, sino mucho más intenso y diverso. Pero sobre todo porque siente la necesidad de ser deseada, de gustar de manera continuada y duradera.
El alejamiento del hombre la lastima, interrumpe esta continuidad. Puesto que el placer, el deseo, se manifiestan en la mujer como necesidad de continuidad, la interrupción solo puede significar desinterés, rechazo. Nos encontramos entonces frente a una distinta estructura temporal de los dos sexos.
Cuando las mujeres dicen que ellas, en ocasiones, prefieren el mimo y la ternura más que el acto sexual; no se refieren solo al aspecto táctil, cenestésico, de la experiencia, señala la necesidad de atención amorosa continuada. El predominio de lo táctil no es sino la expresión de esta preeminencia más profunda de la continuidad.
Los estados emocionales están menos separados en la mujer que en el hombre. Para la mujer la dulzura y la ternura se imbrican directamente en armonía con el erotismo. Para el hombre mucho menos. La mujer vive como erótica tanto la emoción provocada por el contacto del cuerpo del niño, como la suscitada por el contacto con la piel del amante.
Algunos sostienen que la mujer tiende a confundir la infatuación erótica con el enamoramiento. El hombre, por el contrario, tiende a acentuar las diferencias, a delimitar las distintas emociones. El hombre, al experimentar emociones diferentes, no comparables, no tiene necesidad de cambiar rápido su orientación emocional. No tiene necesidad de pasar del amor al rechazo, del sí al no o viceversa.
La mujer, en cambio, precisamente porque se desenvuelve entre emociones similares, cuando le toca establecer una diferencia lo hace en términos de aceptación o rechazo, de sí o de no. Porque antes amaba, sentía admiración, erotismo, amistad, admiración y después, en el momento en que le sucede el rechazo, no siente nada más. Es todo o nada. Al no estar diferenciadas las emociones, todo se derrumba y, paradójicamente, adquiere un comportamiento discontinuo.
El contraste entre discontinuidad masculina y continuidad femenina es el gran eje alrededor del cual giran las diferencias fundamentales de erotismo masculino y femenino.
Nos encontramos –dice Alberoni– frente a una estructura temporal diferente de los dos sexos. Hay una preferencia profunda de lo masculino por lo discontinuo y una preferencia femenina profunda por lo continuo. La naturaleza discontinua-continua aparece en el tiempo y en el espacio con claridad en la excitación sexual masculina y femenina y en las diferentes formas en que se logra y se expresa el orgasmo en cada sexo.
El orgasmo masculino y lo discontinuo
Si hubiera dicho, que el abrazo iba más allá del abrazo, tanto que al final se confundían sus contornos, tanto que nuestra carne desaparecía, tanto que perdíamos nuestra respiración.
Mircea Eliade
Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut hacen en su libro El desorden amoroso, una descripción impecablemente lograda del verdadero alcance en la evolución sexual de los orgasmos masculinos y femeninos y de su carga de discontinuidad y continuidad en cada uno:
«La relación sexual para el hombre es la historia siempre dramática de un ser que quiere gozar del cuerpo de una mujer y acaba invariablemente por gozar de sus propios órganos –privándose de los medios de gozar de esta mujer–. Y lo menos que puede decirse del placer masculino: es breve y débil…
«La eyaculación no solo es precaria, precoz, adelantada, prematura; no llega a su hora, no depende de ninguna mediación; es repentina, imprevisible, siempre catastrófica. Todo acaba una vez soltado el semen, nada permanece en el hombre; en otras palabras, está muerto, extenuado, no disponible, inepto para toda continuidad.
«En tales condiciones el hombre solo puede sentir respecto al pene una consideración ambigua. Es a un tiempo el buen y el mal objeto, el enemigo y el aliado, gratificante y frustrante, la sede de la sensación más rica y el órgano que despoja su cuerpo de toda sensualidad».
Después del orgasmo no es el corazón sino el cuerpo lo que le falta al hombre. Una gran devastación le ha privado de su potencia. Existe en el coito una precipitación apocalíptica nacida de la inmanencia de la ebriedad. El macho quiere acceder más allá de las barreras, pero no las hay.
Después de la eyaculación se halla inmediatamente limitado, pues él mismo contiene su propio límite. No puede franquear el paso y se mantiene en el más acá; de ahí, según Georges Bataille, su nostalgia y el asco ante los transportes voluptuosos de la mujer –tratada de perra, de cerda, de cloaca– que le hacen exhibir los celos de macho que escupe con horror sobre lo que está fascinado.
La muerte de la erección, la muerte a secas, es el desastre elemental que pone en evidencia la inanidad del placer discontinuo de los hombres. La idea esencial de nuestra erótica –dicen los autores– quizá sea la del carácter prematuro del goce masculino. La primera cosa que se le enseña al machito, es a no dejarse ir, a retardar su placer por todos los medios, incluso los más grotescos.
Más allá del orgasmo, comienza para el hombre lo inconcebible, que no tenemos medios de afrontar. Este inconcebible –que suponemos alcanzado por la mujer– es, a la vez, el objeto de nuestra envidia y la expresión de nuestra impotencia.
El hombre, con la sexualidad discontinua, con la tendencia a identificar el erotismo con el orgasmo o la penetración, no puede adherirse puntualmente a un erotismo difuso, amoroso, cutáneo, oloroso, táctil, en el que los orgasmos se suceden sin cesar y el abrazo erótico parece durar sin límites.
El hombre sueña con hacer el amor, no con estar abrazado a un continuo estado de orgasmo. Aun cuando pase haciendo el amor con ella toda la noche, para él el tiempo estará construido de otros tantos principios.
El orgasmo femenino y lo continuo
Habítame, penétrame. Sea tu sangre con mi sangre. Tu boca entre mi boca.
La continuidad del erotismo femenino genera en el hombre una fuerte atracción y, al mismo tiempo, preocupación. Pascal Bruckner y Alain Finckielkraut logran volcar en una prosa fogosamente apasionada y poética de El nuevo desorden amoroso, la descripción del orgasmo femenino:
Los espasmos de la amada no tienen la certeza rudimentaria del semen viril: son el rostro contraído que bajo el efecto de una devastación insostenible, ya no me ve, la cara que no puedo abarcar con una mirada como durante el sueño, la piel incandescente que me adhiere o se me escapa, el vertiginoso ballet de pierna, brazos, besos, que me estrecha, me rechaza, se exaspera con mi contacto, aumenta si me alejo, me habla de mil cosas que no comprendo y me repite solo esto: no estoy donde estás tú, pierdo los sentidos cuando tú no te estremeces, de mí no tendrás visión clara ni percepción neta porque no soy nada en los términos que tú puedes comprenderlo…
…Y, por lo que sabemos, una sola música se acerca o equivale al goce femenino; la música oriental, en general mal tolerada en Occidente debido a su estructura repetitiva y obsesionante. Y más adelante:
Orgasmos, pues, en plural, que nunca vendrán del mismo modo, como un relato que yuxtapone en un mosaico barroco muchos comienzos, muchos finales, muchas intrigas y linearidad, principio de una desorganización permanente frente a una carne que solo espera, siempre, zozobras idénticas…
…Pero ha gozado, en el sentido de que su excitación terminó. Goza y es un goce que circula siempre sin resolverse, sin reabsorberse… Su única exigencia es: ensalzad todas las partes, la boca y el sexo, el útero y la vulva, la oreja y el ano, la rodilla y el fino tejido de los párpados… Estad en todas partes con tal de que este goce… ya no esté en ninguna.
Después de esa hermosa y majestuosa impresión de la naturaleza orgásmica femenina descrita por estos dos filósofos, la eyaculación masculina luce tan apocada que debe tocar la sensibilidad de muchos machos alfas, que de seguro se sentirán ofendidos por tan brillante interpretación.
Alberoni, en defensa de su género, plantea que la organización sexual masculina es distinta. Tiene crescendos y tiempos por lo que provoca el alejamiento femenino. La excita y la frustra a la vez. Pero la frustración produce deseo. Si es cierto, la mujer pierde los sentidos ahí donde el hombre no la encuentra, reacciona ahí donde ni él ni ella esperan una respuesta. Pero también es cierto que la indiferencia del hombre para mirar y ver, obliga a la mujer a enfocar al hombre como a un objeto y a enfocarse también a sí misma.
El erotismo no es la anulación total –insiste Alberoni–, perdida en sí, fragmentación sin fin. Es un proceso dialéctico entre lo continuo y lo discontinuo.
Los progresos del erotismo en Occidente
Me atrevo a afirmar que no hay erotismo autentico sin el arte de la ambigüedad, cuando la ambigüedad se produce, mas poderosa es la excitación.
Milán Kundera
Comparto la tesis de Alberoni y Bruckner y Fienkielkraut de que el verdadero erotismo solo es posible cuando cada sexo trate de comprender al otro y logre ponerse en su lugar y hacer propias sus fantasías.
La afirmación puede lucir utópica si observamos la lenta y escabrosa marcha de la humanidad en búsqueda de la igualdad sexual. La carga milenaria cultural del machismo casi que es genética y aparece y reaparece cíclicamente de la mano de las ideologías políticas y de fanáticos seguidores de los dogmas religiosos más reaccionario.
La marcha ha sido tan lenta en los últimos siglos que, en los dos momentos estelares de progreso de la humanidad, los avances –aunque importantes para su tiempo– resultan de muy poco alcance y vigencia a futuro. Durante la Belle Epoque apenas si alcanzamos a registrar los avances logrados en la psicología por Wilhem Reich con su teoría sobre la energía vital del orgasmo; Sigmund Freud y su famosa teoría del psicoanálisis; y Carl Jung con sus teorías de los arquetipos, de mucha utilidad en el estudio y comprensión de la sexualidad humana.
En el caso de los locos años veinte, mediante el artículo 1 de la 19 enmienda a la Constitución estadounidense que garantiza el voto femenino, y las ideas de avanzada de Margaret Mead, que permiten un pequeño avance con sus ideas de liberación sexual, con el corte francés a lo macho, el uso de faldas por debajo de la rodilla y la temeridad femenina para fumar tabaco y cigarrillos en público, poco o casi nada se avanzó.
Solo en la década de los años sesenta se produce un gran salto y un avance firme. Los dos sexos venían desempeñando roles determinados y claramente definidos, pero el fin de la Segunda Guerra Mundial y el progreso económico y social logrado permitieron que, a pesar de que había disminuido la natalidad, aumentara la matrícula femenina y se impusiera rápidamente la automatización de las tareas domésticas.
La rebelión estalló primero entre los adolescentes que liquidaron la división tradicional de roles, las distancias, incluso las físicas entre hombres y mujeres. Los adolescentes y universitarios se agruparon en diferentes movimientos de protesta contra la autoridad paterna, contra el Estado, contra el consumismo y la tecnocracia. Se congregaban en grandes festivales de música y poesía. La juventud se interesó por otras culturas, otros mitos, otros ídolos, por las filosofías y las doctrinas orientales.
Fue un tiempo de cambios profundos e incesantes. El ‘amor libre se hizo práctica común como rechazo a las formas convencionales de relaciones amorosas. El feminismo se fortaleció de forma inusitada y cuestionó, unas veces con acierto y otras con radicalismos inocuos, el rol masculino y femenino en su conjunto.
A partir de ese momento, ambos sexos comenzaron a conocerse y a estudiarse social y sexualmente. En un primer momento, cada sexo trató de imponer al otro su modelo. Las feministas invitaban a los hombres a ser como la mujer, al tiempo que imitaban o asumían roles masculinos.
Se impuso la conducta unisex: un comportamiento que adoptaba apariencias y conductas del sexo opuesto. El movimiento fue muy visible en la moda. En los hombres introdujo el uso del pelo largo, vestimentas de colores vivos o floreados, el color rosa, eminentemente de uso femenino, pulseras, y después aros en las orejas, modales menos agresivos y estructurados, voces andróginas en el canto, jeans ceñidos al cuerpo, uso de adornos, se hizo normal llorar en público, atender a los niños y sustituir a la mujer en tareas hogareñas.
Entre las mujeres se generalizó el uso del jean, podían fumar y tomar en público, utilizar en su vocabulario las palabrotas, participar en muchos deportes, tener opinión política, tomar la iniciativa sexual y, especialmente, mantener relaciones sexuales sin amor.
Son tiempos en que se cumple el sueño expresado en la literatura femenina: el deseo de poder reaccionar eróticamente como el hombre, separando la sexualidad y el amor. Anaïs Nin, en su libro Una espía a la casa del amor, dice:
Ella abrió los ojos, para contemplar la felicidad penetrante de su liberación: era libre, libre como el hombre de gozar sin amor.
A juicio de Alberoni, la única que logró describir un erotismo a un tiempo masculino y femenino fue Emmanuelle Arsan. En las partes más felices de sus libros, por lo general unas pocas páginas, consigue realizar desde un punto de vista femenino, la obra maestra que D. H. Lawrence, con su novela Hijos y amantes logró desde el punto de vista masculino: sentir al mundo con la sensibilidad del otro sexo y, al mismo tiempo, hacerlo comprensible para el propio.
Los alcances eróticos de una rebelión
En literatura, el narrador erótico acompaña a la pareja hasta la puerta de la alcoba y deja a la imaginación del lector lo que ocurre adentro, en tanto el pornógrafo entra con los amantes al recinto, observa, detalladamente lo que hacen y a si mismo lo cuenta.
Rubén Monasterios
Los alcances de esta rebelión que permitió sonadas y sentidas reformas que se convirtieron en un verdadero progreso en la sociedad norteamericana y en el mundo en materia de igualdad de género, racial, política y cultural, no tuvo ni la duración ni las repercusiones ni dejo la huella de la misma hondura en todas las sociedades.
En Estados Unidos, su epicentro, en Francia más políticamente que cultural, y en los países escandinavos con la revolución sexual de 1967, tuvieron una influencia marcada entre las elites y particularmente sobre la clase media donde operaron cambios significativos en la erótica masculina y femenina,y todavía se sienten sus efectos en el pensamiento de algunas vanguardias que aún mantienen líneas de trabajo y de investigación orientada sobre la proyección en el tiempo de esa rebelión.
En Hispanoamérica sus efectos fueron muy pobres, apenas sí se sintió sobre algunas vanguardias políticas y culturales aisladas sin mucha influencia en el resto de las sociedades. Fueron más bien expresiones pintorescas y solitarias en sociedades donde los jóvenes apostaban fuertemente por las ideologías tradicionales: socialcristianismo, socialdemocracia y las variantes del socialismo marxista.
Para las sociedades hispánicas la rebelión de los sesenta fue una expresión exótica que nunca llegó a entenderse, menos a asimilarse.
Merece mencionarse que si el erotismo, como lo definimos al principio, es la imaginación puesta al servicio de la sexualidad, la imaginación no nace ex nihilo; son necesarios, para que se estimule y se ponga en función del erotismo y la vida, una cierta calidad de vida, una calificada información y un elemental conocimiento científico.
Todos imaginamos, pero la imaginación necesita insumos mínimos. Si no, es imaginería, estampado de copias, reproducciones de perplejidades. Es el hombre y la mujer desnudos improvisando en cualquier rincón y escondite en función de lo básico: hacer hijos sin futuro que van a nutrir las sociedades de policías, soldados y delincuentes.
En el caso de las nuevas tecnologías que hoy nos sobresaturan de imágenes, pienso no todos los humanos las saben procesar. La gran mayoría no sabe leerlas, apena puede contemplarlas. Tampoco interpretar las noticias y lo que esconden, diferenciar la verdad de la mentira. No tienen las herramientas para hacerlo.
No distinguen la veracidad de un mensaje en relación con otro, por eso la necesidad de agruparnos en algoritmos que tienen sus escalas, de ahí la gran confusión y suficiencia que se vive actualmente. Pocas esperanzas se divisan de que los gobiernos pongan las nuevas tecnologías bajo el control de los seres humanos; al contrario, el camino luce expedito para que la inteligencia artificial domine el desarrollo humano.
Es imprescindible una educación de calidad que enseñe una erótica de la infancia que deslastre el aprendizaje de concepciones religiosas castradoras de la imaginación, y ayude a combatir el machismo recalcitrante sembrado en el inconsciente del hombre, pero también de la mujer que, en ocasiones, es más machista aún.
Los enemigos más reconocidos de la evolución sana hacia la igualdad de género y la tolerancia, y el libre ejercicio de la sexualidad son, sin duda, la pobreza, la ignorancia, la religión y la cultura eminentemente machista dominante. Entre los machos-machos y las hembras-hembras, de convicción religiosa ortodoxa, y los fanáticos de otros dogmas, están los enemigos de un erotismo igualitario, saludable, creativo y feliz.
Epílogo
Antes el amor nacía del alma y terminaba en el cuerpo. Hoy nace en el cuerpo y a duras penas sobrevive en el alma.
Aureliano Iguarán
Francesco Alberoni supone que las diferencias entre los sexos desaparecerán, porque las marca la cultura, no la biología. Sobre los dos erotismos, el masculino y el femenino, llegamos a las siguientes conclusiones:
Sin la formación de una colectividad, por tanto, sin deberes, sin las obligaciones que el amor conlleva, el erotismo masculino se disipa en el acto sexual porque se torna en puro placer. Tan inútil como el juego que solo nos deja la emoción del momento y no conduce a nada. Su inmovilidad es el resultado de enfrentarse con las obligaciones sociales y la responsabilidad del trabajo.
Bataille dice que este erotismo, profana, viola la belleza. No por maldad sino por indiferencia: Quiere su placer y choca frontalmente con la otra fuente del erotismo, la mujer. El erotismo que brota del amor, que tiende a la continuidad, que quiere ser para siempre, que produce un proyecto de vida.
No existe una sola raíz del erotismo. Hay dos. Una que se arraiga más profundamente en los hombres y la otra en las mujeres. La primera no tiene un proyecto, recoge fragmentos. La segunda intenta crear una comunidad de vida a partir del amor. No es justo afirmar que una es superior a la otra o que, en el futuro, una prevalecerá sobre la otra. Pero sí es vital aprender a definirlas y saber diferenciarlas.