La actual crisis económica y social es una cerilla arrojada a unas astillas. El incendio no hubiera prendido con tanta intensidad de no haber habido leña seca susceptible de ser quemada
Juan Munguira, experto en regulación financiera internacional y compliance. Profesor de Mercados Financieros
La guerra de Ucrania está generando efectos económicos indeseados que atacan directamente a la estabilidad financiera, así como al adecuado tratamiento del riesgo sistémico de nuestro sistema financiero. Todo ello como consecuencia del desabastecimiento de productos básicos y del encarecimiento de la energía, entre otros efectos colaterales.
Sin embargo –no debemos olvidar de dónde venimos–, la presión brutal en los precios de la electricidad estaba ya motivada antes de la guerra por las commodities subyacentes, como el gas y los derechos de emisión de CO2. El precio del gas estaba a 5 euros en abril del año 2020 y no ha parado de crecer desproporcionadamente en los últimos doce meses. El conflicto entre Rusia y Ucrania lo ha encarecido aún más, llegando a multiplicarse por cuatro desde el inicio de la invasión, lo que repercute directamente en el proceso industrial y en la factura que pagan los consumidores en sus hogares, con la inestabilidad social que conlleva.
La Unión Europea recibe el 41% de su suministro de gas desde Rusia: la dependencia es vital e irremplazable a corto plazo. España, con seis plantas regasificadoras, posee almacenamiento de gas suficiente para doce meses, lo que atenúa temporalmente la situación de desabastecimiento con relación a otros países europeos.
La crisis bélica producida por la invasión de Ucrania está generando un conflicto comercial poliédrico con distintas aristas y superficies. Estamos comprando más gas a Rusia mientras anunciamos la congelación de sus activos en el exterior. El shock energético está garantizado si la guerra se prolonga en el tiempo. La crisis energética viene acompañada de una inflación galopante, lo que obliga a los bancos centrales a disminuir sus políticas de compras y de expansión económica cuantitativa.
La Reserva Federal de Estados Unidos ha anunciado una subida de los tipos de interés de 0,25 puntos porcentuales con el objetivo de luchar contra la inflación, lo que supone el primer incremento desde el año 2018. Es el primer eslabón del tránsito desde una política económica expansiva hacia una política cuantitativa restrictiva, con la consiguiente disminución de la masa monetaria en circulación.
El tipo de interés oficial de la economía más importante del mundo pasará a situarse en un umbral entre el 0,25% y el 0,5%, lo que incrementa aún más la inquietud sobre la recuperación de las economías después de la crisis poscovid. Sin embargo, no debemos olvidar que, con independencia de los riesgos que conlleve este cambio de rumbo de la política monetaria, estos siempre serán menores que un enquistamiento prolongado de la inflación.
La Unión Europea es líder en intervencionismo público, representamos únicamente el 7% de la población mundial mientras que nuestro gasto en política y seguridad social alcanza el 48% del gasto global. La política económica cuantitativa del Banco Central Europeo supone que su tamaño supere el 65% del PIB de la eurozona en comparación con el 35% del PIB estadounidense de la Reserva Federal americana.
El Banco Central Europeo, en esta línea de austeridad y de control de la inflación, está disminuyendo la compra de deuda soberana y de bonos corporativos, lo que genera no solo una disminución de liquidez y un encarecimiento del dinero, que va a ser más caro y menos abundante, sino también una disminución del precio de los bonos con un incremento de la rentabilidad exigida.
En Europa se proyecta en el horizonte la temida estanflación, una alta inflación conviviendo con un crecimiento débil o negativo. Es una combinación explosiva. La medicina para combatirla consiste en subidas de tipos de interés, reducción del gasto social y control restrictivo del mercado de crédito, lo que entorpece la estabilidad social y el emprendimiento económico.
El índice de precios al consumo se compone de un subconjunto de precios que responden con agilidad y celeridad al exceso de demanda, como son las materias primas, los alimentos frescos y los productos energéticos. Si las expectativas de inflación se incrementan considerablemente, una inflación elevada podría convivir con una disminución de la producción, lo que constituye la temida estanflación.
“La Unión Europea recibe el 41% de su suministro de gas desde Rusia, la dependencia es vital e irremplazable a corto plazo. España, con seis plantas regasificadoras, posee almacenamientos de gas suficientes para doce meses, lo que atenúa temporalmente la situación de desabastecimiento con relación a otros países europeos”
Alemania ha tenido un crecimiento económico trimestral negativo (-0,7%) en el último trimestre de 2021, con lo que existe un riesgo cierto de introducirse en recesión técnica (dos trimestres con crecimiento del PIB negativo), de acuerdo con las previsiones del Bundesbank. El problema latente es que cuanto más se extienda el periodo de elevados registros de inflación, mayores serán las expectativas de inflación a corto y medio plazo con las dificultades consiguientes para disminuirla o atenuarlas.
La estanflación produce en los rectores de la política económica un sentimiento de angustia y vértigo a la vez, una especie de impotencia ante la certeza de que todas las soluciones y todos los caminos confluyen hacia paraderos desconocidos por la asentada ortodoxia económica convencional.
Al coctel explosivo poscovid, bélico e inflacionario, se une la lucha contra el cambio climático, que demanda cuantiosos recursos económicos para hacer frente a la degradación del medio ambiente, las inundaciones y demás fenómenos naturales. Los gestores de activos, impulsados por las declaraciones de emergencia climática, están abandonando la inversión en combustible fósiles a los que ya consideran “activos zombis”.
El mundo financiero es una pieza clave en la corriente de sostenibilidad. La Autoridad Bancaria Europea (EBA, por sus siglas en inglés) está en plena revisión de los riesgos climáticos a los que se enfrentan las entidades financieras.
El Banco de España ha comenzado también las pruebas de resistencia supervisora para analizar el nivel de resiliencia y adaptación de las entidades financieras a las previsibles perturbaciones financieras derivadas del denominado cambio climático.
Una pelea comercial y generalizada prolongada perjudicará la confianza de las empresas, las inversiones y el empleo. La auténtica normalización tardará años o lustros en instalarse. Hay que rendirse a la evidencia de que la normalización resultará compleja y difícil de alcanzar. Los países inmersos en este conflicto, no deben olvidar que uno no debe jugar al póquer contra su prestamista.