Los miles de seres humanos que llegan a las Canarias en busca de acceder a territorio europeo son solo la cara visible un problema complejo con muchas aristas, que hacen mucho más difícil hallar una solución. Desde la apremiante situación política, económica social en sus países de origen, que les obliga a buscar un futuro mejor. Hasta el rechazo de las autoridades locales que intentan hacer cumplir la ley. Pasando por el hacinamiento y las difíciles condiciones que hacen más angustiosa la espera. Depender de la solidaridad en algunos casos, lo que les deja en manos inescrupulosas. El drama de los inmigrantes es una novela con muchos protagonistas.
Una crisis saca a relucir lo mejor y lo peor de las personas y de la sociedad. Y el drama de los inmigrantes no es la excepción. Muchos de sus casos terminan en historias de superación personal y de logros asombrosos. Otros, simplemente muestran intenciones criminales. Hay quienes les reciben con solidaridad, un valor humano que le hace extenderles la mano y ayudarles. Pero también hay organizaciones que ven en su apremiante situación la oportunidad de lucrarse a costa del sufrimiento ajeno. Todo ello ha salido a relucir en la crisis migratoria que se vive en el archipiélago de Canarias.
La mafia de los inmigrantes
Uno de los más oscuros episodios de este drama de los inmigrantes es el de una mafia que operaba desde Lanzarote. Es apenas una de muchas. Se encargaba de introducir en la península inmigrantes irregulares procedentes de las islas. Logró pasar a cientos de ellos.
La red criminal era una tabla de salvación para muchos de los migrantes que llegaron durante los últimos meses en patera o cayuco desde las costas de Marruecos hasta Canarias. Les vendía documentación falsificada con la que instalarse en territorio español.
El negocio era tan rentable como ilegal. A la fecha, habría acumulado ganancias cercanas a los 80.000 euros, hasta donde se sabe. Planificaba y organizaba la captación y posterior traslado de los inmigrantes.
La red trabajaba con dos ramas, una marroquí y otra española. La primera, ubicada en la costa occidental de Marruecos, era la «agencia de viajes». Por reservar un puesto en las pateras, cobraban entre 1.500 y 2.000 euros. Del lado de España estaba el «proveedor de servicios de viaje». Esta rama se encargaba de la planificación y organización de los viajes en patera.
Después movían desde el archipiélago canario a los inmigrantes. Pagaban entre 500 y 1.500 euros. Si no efectuaban el pago, la organización no dudaba en retenerlos en contra de su voluntad hasta que lo hicieran efectivo.
El sistema trabajaba como un reloj suizo. La mafia utilizaba embarcaciones más seguras, montaban a menos gente. Llevaban dos motores por si uno fallaba. No transportaban a niños ni a mujeres. Los marroquíes evitaban así represalias en sus pueblos después, si la embarcación naufragaba. Ocho inmigrantes perdieron la vida la semana pasada al zozobrar una embarcación en Lanzarote.
El fin del negocio
Sin embargo, el gran negocio no duró mucho. La Policía Nacional desarticuló la organización criminal dedicada a lucrarse con el drama de los inmigrantes. La llamada Operación Hydra se inició con la información de un testigo que señalaba la existencia de una organización que traía inmigrantes desde Marruecos a las Islas Canarias.
En el operativo policial participaron más de 70 agentes. Su trabajo llevó al arresto de 19 personas. Se les imputan delitos de pertenencia a organización criminal y contra los derechos de los ciudadanos extranjeros, blanqueo de capitales y falsedad documental. De los detenidos, 17 son de nacionalidad marroquí y 2 de nacionalidad española.
La mayor parte de los arrestos fueron realizados en Lanzarote, con diez detenidos. El resto se realizaron en Murcia y Cádiz (dos en cada uno) y Almería, Granada, Huesca, Madrid y Málaga (uno en cada uno).
También se realizó la entrada y registro en tres domicilios en la isla de Lanzarote. Fueron intervenidos tres vehículos, ocho teléfonos móviles, diverso material informático y dinero.
El drama de la espera
La otra cara del drama de los inmigrantes está en las penurias que deben pasar para tratar de encontrar una «vida mejor». Para muchos de los subsaharianos que tratan de llegar a Europa la travesía comienza en campamentos en zonas boscosas del interior de Nador, en los montes de Zeluan, al norte de Marruecos. Los migrantes denominan “trankilos” a esos sitios.
Otros grupos llegan hasta El Aaiún por la ruta de la costa mauritana. Allí aguardan su salida, hacinados en escondites conocidos como “foyer”, donde también una persona dirige y pone fecha y hora al día que embarcarán a Canarias.
En la provincia saharaui de Dajla, más al sur, cientos de jóvenes marroquíes aguardan en hostales, apartamentos, o en la calle, la señal para subirse a la barca rumbo a Gran Canaria, Lanzarote o Tenerife. En cada uno de esos lugares están a merced de las mafias.
Se estima que un 70% de las personas que han llegado al archipiélago proceden de Marruecos. Son más de 19.000 personas llegadas a Canarias en lo que va de año, Y al menos 600 jóvenes procedentes de aldeas senegalesas se han ahogado.
El trabajo de las autoridades
La otra página en el drama de los inmigrantes es el trabajo de los cuerpos de seguridad. La Guardia Civil cuenta con agentes desplazados en la zona de Sahel, que realizan labores de patrullaje en la costa de Senegal y Mauritania. Brindan formación a efectivos locales en Níger, Mali y Mauritania para cortar el paso a las redes que trafican con personas, drogas, armas.
El pasado 20 de noviembre, el ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska viajó a Marruecos para pedir su colaboración, pero no aclaró si volverían a reactivar el convenio de repatriación que permitía devolver a sus nacionales. Mientras, las mafias siguen vendiendo más «billetes de viaje». Aunque una de ellas ha sido desarticulada y sus miembros arrestados, no se sabe cuántas más operan.
El Ministerio del Interior explica que las autoridades españolas mantienen una fluida colaboración en materia antiterrorista con Marruecos. Sin embargo, estos esfuerzos se hacen ante la aparente inacción de las autoridades de Marruecos. Y aquí viene la otra cara del drama de los inmigrantes. Ese país no cuenta con suficientes efectivos para atender el problema. Sobre todo, si se tiene en cuenta que deben atender otras prioridades, como la guerra reabierta en el Sáhara Occidental.
Hay también un problema moral. Las autoridades marroquíes no ven la urgencia de evitar que los jóvenes se vayan y trabajen en otro país, desde donde podrán enviar remesas a sus familias. A ello también se suma la corrupción de los funcionarios locales.
La pandemia es un obstáculo
Y finalmente, la pandemia se une al drama de los inmigrantes. Quienes se van saben que es difícil (vale decir «imposible») que se les devuelva. Las fronteras permanecen cerradas.
Para los jóvenes que tratan de buscar un futuro mejor, no hay garantía de que sus problemas terminen allí. Algunos han terminado varados, sin dinero y sin un destino. Luego de pagar a las mafias para salir de Marruecos, para llegar a Canarias y pasar luego a la península, se quedan sin dinero para seguir avanzando. Tampoco pueden devolverse.
Hay algunos reportes aislados de jóvenes que quedan atrapados. Finalmente están en suelo europeo, pero no pueden moverse, ni mantenerse. Un pasaje de regreso cuesta mucho. No tienen trabajo, ni acceso a seguros. Nada. Incluso hay el caso de quien ha pedido ser deportado, pero tampoco es sencillo.
Esos casos son también una muestra del profundo drama de los inmigrantes. Enfrentan la adversidad para salir de su tierra. Necesitan solidaridad. Pero son vistos como criminales, indeseados o, simplemente, una forma de hacer dinero. Casi nadie repara en que son, sencillamente, seres humanos en búsqueda de la felicidad, de luz.
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