Judith Butler, un ícono del movimiento queer, ha sorprendido al mundo con unas declaraciones antifeministas sobre la violencia sexual que sufrieron mujeres israelíes tras la incursión en Israel del grupo Hamas. Le cuestionan que en lugar de solidarizarse con esas mujeres, la filósofa pidiera pruebas que demuestran los atroces ataques. Una actitud que contrasta con décadas de lucha feminista por hacer audible y creíble la voz de las mujeres.
Las palabras de Butler, pronunciadas durante una mesa redonda, han generado controversia y cuestionamientos sobre la responsabilidad de los intelectuales. Comparan sus declaraciones con la vieja expresión inglesa «aceite de serpiente» con la que se califica un fraude. El referido aceite era utilizado en la medicina china y tenía algunas propiedades curativas, pero nada cercanas a los resultados milagrosos que le atribuían. En los siglos XVIII y XIX, comerciantes europeos se dedicaron a comercializar con el mismo nombre un aceite de parafina mezclado con hierbas insignificantes. Esto los convertía en impostores por partida doble, engañaban a sus cliente con un producto que no era el original, el cual ya de por sí tenía propiedades curativas dudosas.
Descalificada como feminista
Extraña que después de una vida cuestionando las nociones de objetividad porque, en esencia y realidad, son puras construcciones sociales, ahora exija megaobjetividad y megapruebas sobre los hechos. Pero eso sí, cuando las aporten asegura que «deploraría» esas violaciones. Consideran que la indecencia con la que Judith Butler ha tratado la memoria de las mujeres israelíes torturadas y violadas, asesinadas a tiros o acuchilladas, la descalifica para que las feministas la cuenten entre las suyas.
Como en el «aceite de culebra», el segundo engaño en el que participa la filósofa es tratar de que se crea que los actos bárbaros del 7 de octubre son fruto de lo que ella denomina públicamente como “resistencia”. Para Butler el 7 de octubre no es ni terrorista ni antisemita. Una interpretación de esas declaraciones sería que solo ha visto la versión Disney del conflicto palestino-israelí, sin molestarse en profundizar en las dos cartas de Hamás (la de 1998 y la de 2017) o de escuchar las numerosas declaraciones genocidas de los miembros de esta organización.
Las declaraciones de Butler recuerdan que los intelectuales también pueden multiplicar las «supercherías» y que una media verdad permite que surja una vasta mentira. Butler pidió pruebas, haciéndose la vista gorda de la violencia sexual sin precedentes que padecieron estas mujeres a manos de los combatientes de Hamás, los cientos de reportajes de la prensa sobre el tema, los informes de juristas, médicos y de ONG que documentaron los abusos, así como de las imágenes difundidas de una joven asesinada y exhibida en las calles de Gaza entre cánticos de la multitud.
Historia por el retrete
Lo hizo de la misma manera que un policía hace cincuenta años a una mujer que intentara poner una denuncia. Imagínense qué habría sucedido si hubiese sido un hombre el que exigiera esas pruebas de las atrocidades cometidas más allá de la cantidad de hechos que establecen la verdad sobre lo que sucedió hace varios meses. La ignorancia demostrada sobre el tema habría podido ser hasta divertida. Sin embargo, pone en peligro a los judíos y a los israelíes. También deja mal parada la causa palestina, que merece algo mejor que semejante disparate.
Los palestinos, como los israelíes, están desgarrados por conflictos internos entre fundamentalistas y pragmáticos. Entre los que consideran la tierra sagrada y los que quieren un acuerdo político. Entre los que están dispuestos a combatir hasta la muerte y los que todavía no han perdido la esperanza de que esos dos pueblos vivan en paz. Denominar a los integrantes de Hamas como “resistentes” es borrar toda distinción entre estos dos campos.
Legitimar crímenes
A pesar de las negaciones contenidas en su “declaración” publicada en Mediapart el 11 de marzo, utilizar el término “resistentes” es legitimar a quienes han cometido un crimen contra la humanidad. Y que lo hicieron con total indiferencia hacia el bienestar de su pueblo. Para ayudar a un pueblo martirizado por sus dirigentes y por la ocupación israelí, que pueda vivir sin fundamentalismo y alejado de guerras, se debe denunciar este radicalismo vacío e inmoral.
Además, Butler da por verdad que está luchando contra el racismo. Sin embargo, tiene una posición negacionista sobre la incursión de Hamas. Como se estilaba antes entre negacionistas, su estrategia consiste en sembrar la dudas. Dudas sobre la realidad de las agresiones a las mujeres, sobre las intenciones genocidas de Hamas, sobre el significado moral de las masacres. Judith Butler puede que naciera judía y mujer, pero comete un doble negacionismo: sobre la masacre de las mujeres y sobre el hecho de que los israelíes han sido asesinados por ser judíos.
Sin embargo, la mayor superchería o media verdad de Butler es su pretensión izquierdista. Un engaño, la izquierda civilizada no puede estar del lado de los que oprimen a los homosexuales. Ni de los que encierran a las mujeres. Tampoco de los que se alegran de la masacre de los jóvenes pacifistas que bailaban y celebraban la vida. No puede estar del lado de quien tiene por programa el genocidio de los judíos.