on su pareja aún ingresada por el parto y un bebé de días en el hospital, Alicia (29 años) echa la mirada atrás para contar su historia entre los nervios y la emoción de quien se estrena en el ‘arte’ de la maternidad. El primer flash que aparece en su mente: “Ni lesbianas ni madres solas”.
Con Ana Mato y su normativa toparon Alicia y su pareja, María (30 años) –ambos nombres ficticios–, cuando su deseo de ser madres cogía fuerza. La exministra del PP vetaba en 2013 a ambos colectivos y los excluía de la sanidad pública. Se reservaba este derecho a las “parejas integradas por un hombre y una mujer” con problemas de infertilidad. “Es increíble que los políticos tengan algo que decir en un tema tan personal”, se lamenta Alicia. Actualmente, varias comunidades se han opuesto a la norma, pero aún no se ha regularizado.
Ante esta situación, la inseminación casera se puso sobre la mesa. Fue a través de unas amigas como descubrieron Cryos, un banco de semen danés que envía el esperma a casa. Les llamó la atención, pero Cataluña optó por no aplicar la norma de Mato y decidieron acudir primero al Hospital del Mar de Barcelona, que sí aceptaba a madres solas y lesbianas. No obstante, nada fue como esperaban. “No estuvimos ni dos meses, mi pareja no llegó a inseminarse”.
Alicia denuncia que “te tratan directamente como si fueras infértil, como si estuvieras enferma”. Recuerda que accedieron a que María se realizara las pruebas mínimas: una ecografía, análisis… Pero llegó un momento en el que tenía que hormonarse y se plantaron. “Nosotras íbamos porque no teníamos semen, no porque tuviéramos problemas de infertilidad”.
“Hay una falta de respeto muy grande por las mujeres en estos procesos. Entran en sus cuerpos sin pensar en las consecuencias. Conocemos muchos casos de este tipo que llegan a ser realmente traumáticos”, continúa Alicia, quien manifiesta que se trata de “un proceso perverso aparte de un gran negocio”. Por ello, “muchas clínicas están en contra de los bancos de semen y la inseminación casera”.
Tras esta experiencia se vieron de nuevo frente a la web de Cryos y su despliegue: elige raza, color de ojos, de pelo. “Con curiosidad investigamos los tipos de perfil. Queríamos saber lo mínimo del donante. No buscábamos incorporar su figura a nuestra familia, por lo que escogimos el perfil reducido y, a partir de ahí, rellenamos los datos”. Grupo sanguíneo, la motilidad –movimiento de los espermatozoides– (si lo haces en casa tiene que tener un mínimo), semen lavado… “Y cuando finalizamos, sólo nos quedaron cinco opciones. Elegimos lo más neutral, lo más estándar. Por ejemplo, descartamos a uno muy alto”.
También es el comprador el que decide el día que quiere recibirlo. “Nosotras lo hicimos coincidiendo con el momento de la ovulación después de ir al ginecólogo y hacer miles de cálculos”, explica.
“Y ya está. Funcionó a la primera. Lo hicimos en casa, en privado. Sin la presencia de médicos y un foco que te deslumbra mientras estás con las piernas abiertas”. En definitiva: “Fue tan fácil como seleccionar, pagar y recibir el semen”. El precio varía dependiendo de las características (sobre todo si es un donante anónimo o no -si se selecciona un donante ‘no anónimo’ sólo el niño puede conocer su identidad cuando cumpla la mayoría de edad-), del tipo de envío y del recipiente en el que lo manden.
“A nosotras nos salió por 700 euros. Fue más caro por el envío y porque elegimos la nevera de nitrógeno para que el semen aguantara más. Si lo pudiéramos comprar directamente aquí se abarataría mucho el coste y no sólo para nosotras, también para la sanidad pública”.
Alicia y María ya tienen a su pequeño y conocen a dos parejas más que han utilizado este sistema con un resultado igual de satisfactorio. Reconocen que “al principio le dábamos importancia a cómo elegiríamos el donante, pero una vez que está aquí el niño, le restas valor a todo. Ya durante el embarazo ni piensas en eso, ni hablas de eso. Ahora ves que llora, que hay que darle de comer, cambiarle…”. Comienza su vida como madres.
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