ras cerca de diez años intentando formar una familia, Judit e Ignacio (41 y 37 años) lo consiguieron hace ocho meses. Ha sido un camino largo y con muchos socavones en el que han invertido todos sus ahorros y parte de los de su familia. Pero los mellizos Guillermo y Andreu (o William y Andrew, como les llama Vanesa, su gestante), ya son una realidad. “Nos ha cambiado la vida y ahora tenemos una parte de la familia en EEUU”, relata Ignacio.
La pareja es consciente de las críticas que suscita en muchos sectores esta técnica, pero piden que se abra “un debate maduro y no basado en los prejuicios”. Ante los colectivos que apuntan a un mercantilismo del cuerpo de las mujeres, reclaman que “primero conozcamos cuál es la realidad de esta técnica, los motivos que llevan a estas mujeres a hacerlo, cómo funcionan las familias que se han construido y qué relación se mantiene con las gestantes”. Reclaman una regularización. “Ahora es un ‘no’ sin matices; hay que puntualizar en qué situaciones podría ser posible y en cuáles no. De esa manera también se controlarían los fraudes que existen hoy en día”, defienden.
Su experiencia tiene también su punto de inflexión en una clínica privada, “los mismos doctores de la pública nos animaron a ir de pago, ‘se os va a pasar el arroz esperando’, nos dijeron”. Entonces corría 2008, Judit tenía 34 años y se sometió a un tratamiento de inseminación artificial. No funcionó.
“Yo tenía una matriz miomatosa (que genera miomas de una forma continua) y cuando estaba sometiéndome a la inseminación vieron que tenía pérdidas. A partir de ese momento me informaron de que sería muy complicado quedarme embarazada y que, si lo lograba, sería de alto riesgo”, recuerda. Finalmente, en 2010, Judit fue sometida a una operación en la que le extirparon el útero, perdiendo así toda posibilidad.
La adopción fue la medida que barajaron casi de forma inmediata, “pero te das cuenta de que es un proceso que conlleva un tiempo de espera muy largo, puedes llegar a ser padre con 45 o 50 años”. Ante tal situación, tomaron la decisión de profundizar en la gestación subrogada.
El primer paso fue contactar con una agencia en Estados Unidos. Fue en 2011 y un año después, ya habían realizado el primer ensayo con una gestante. Repitieron el proceso dos veces más. No hubo embarazo en ninguno de los casos. “Cuando se realizan varios intentos con una persona y no se queda embaraza hay riesgo de que haya incompatibilidad entre el útero y el embrión (los embriones eran nuestros)”, aclara Judit.
Fue el momento de mayor debilidad de la pareja. “Estábamos a punto de tirar la toalla”, confiesa Ignacio. Fue ahí cuando contactaron con la asociación Son nuestros hijos, donde conocieron a otras parejas en su misma situación. “Había algunas que llevaban hasta seis intentos”, recuerdan.
Este encuentro les hizo coger fuerza y volverlo a intentar con una nueva gestante de nombre Vanesa. “Los dos embriones que transferimos se quedaron implantados a la primera”. Ahora Vanesa es parte de su familia, aseguran. “Entre las condiciones que nosotros pusimos sobre la mesa cuando contratamos la agencia era fundamental la de mantener contacto con la gestante”, precisa Judit.
“Nosotros hablábamos casi a diario por Skype y, si había alguna novedad, ella nos informaba de inmediato. Teníamos la sensación de que todos estábamos en el mismo carro”, detalla Judit. Con respecto a las visitas durante la gestación, sólo hubo dos y una fue el nacimiento de los pequeños en julio de 2015. “En ese momento la relación se estrechó más. Conocimos a su familia, a sus hijos…”
Judit e Ignacio no han hecho un cálculo exacto, pero estiman que el coste total asciende a más de 120.000 euros. “No han sido sólo nuestros ahorros, también han sido parte de los ahorros de nuestra familia”, cuenta Ignacio, que, a su vez, quiere desmentir el mito de que es una práctica de ricos. “Nosotros tenemos un trabajo normalito. Es una cuestión de prioridades: unos eligen tener una casa y nosotros hemos elegido ser padres”.
Otra de las cosas que quieren apuntar es que ese dinero no es sólo para la gestante: “Una parte es para médicos, otra para abogados, para la agencia…”.
Con sus pequeños en casa, ambos coinciden en que rara vez miran hacia atrás y que todo lo que han pasado queda en un segundo plano. “Cuando ya hay un embarazo olvidas todo lo que ha pasado antes. Pierde su relevancia y sólo les ves a ellos”.
Otra cosa es la realidad burocrática con respecto a esta técnica. Dependiendo del país donde se lleve a cabo, muchas parejas tienen problemas en la inscripción de sus hijos como hijos de españoles y en la obtención de la baja de paternidad y maternidad.
“Nosotros no hemos tenido ningún problema, pero somos afortunados. En el caso de Estados Unidos la gestión es bastante directa, allí se establece una resolución judicial que aquí sirve para inscribir a los niños. La baja también nos la dieron a los dos. Pero hay muchas familias que se están encontrando con que no les dan la baja de maternidad o paternidad, algo que se traduce en que el bebé debe entrar en la guardería con 15 días”.
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