az Martín-Pinillos tiene 38 años y su historia comienza con un guion poco original: “Después de toda una vida de novios, nos casamos y comenzamos a buscar los niños… y no me quedo, no me quedo, no me quedo”. El final sorprende algo más: a los dos años y dos meses estaba cambiando pañales a cuatro pequeños. Dos por fecundación in vitro y otros dos de forma natural.
No había cumplido los 30 cuando decidió acudir al médico en busca de ayuda para quedarse embarazada. Como a tantas parejas, las eternas listas de espera en la Seguridad Social propiciaron la visita a una clínica privada. “Nosotros teníamos la suerte de que económicamente nos lo podíamos permitir”, cuenta. Una vez allí, con las pruebas en la mano, “nos hablaron de la inseminación y de la fecundación in vitro; y de las posibilidades que podíamos tener con cada uno de estos métodos”.
A pesar de su juventud, Paz se decantó por la segunda opción. “El doctor me dijo que tenía muchas más posibilidades con la fecundación in vitro y en ese momento en el que te mueres de ganas por ser madre no le das más vueltas”.
Todo salió según el guion establecido. “Fui en diciembre al médico y un año después ya tenía a mis pequeños conmigo. Me quedé embarazada a la primera, algo que no es muy común”. A pesar de ser un caso de manual, sin ninguna complicación, no todo fueron sonrisas. “El tratamiento a nivel psicológico es muy duro, deja huella”.
A un 20% de las pacientes se les recomienda ayuda psicológica para afrontar este proceso y muchas de ellas lo abandonan porque “la carga económica –una fecundación in vitro ronda los 5.000 euros– y la psicológica es tan brutal que no pueden afrontarla”, explica el doctor José Luis Gómez Palomares, de la Sociedad Española de Fertilidad.
“Cada día te levantas con la angustia de que el tratamiento se frustre”, recuerda Paz. “Es como una larga escalera en la que tienes que ir peldaño a peldaño. Desde el principio te estás hormonando, te cambia el carácter, estás más nerviosa, la relación con la pareja se complica, tienes que seguir yendo al trabajo como si no pasara nada, no quieres contárselo a la gente… Vives con un estrés tremendo”.
Paz tiene grabadas las llamadas, casi diarias, al inicio del tratamiento. “Me inyectaban y me hacían controles y yo esperaba todos los días que sonara el teléfono y fuera el médico. En aquellas llamadas me podían decir que todo iba bien y que seguíamos adelante o que no había respondido. Simplemente llegar al momento en el que te pueden sacar los óvulos ya es un horror. Luego la fecundación en el laboratorio, los que salen adelante, los que no… y, por último, si finalmente agarran una vez implantados. Es una angustia constante”, confiesa.
Aquellos miedos ya están lejos y los niños cuentan ocho años.
La sorpresa llegó un año después, cuando se quedó embarazada de forma natural de otros dos. “En dos años me planté con cuatro niños en la familia”. Es consciente de que en el momento en el que nos encontramos la gente puede pensar que está “loca”, pero “a una persona que quiere tener hijos si tú le das a elegir entre ninguno o cuatro, yo creo que todos responderíamos cuatro. Es muy triste que alguien que quiere ser madre o padre no pueda. Si yo no lo hubiera conseguido, creo que nunca hubiera sido completamente feliz”.
Procesos a un lado, luego llega el día a día y te das cuenta de que “la vida no está hecha para las madres”. Con cuatro niños pequeños, “si trabajas, vives a base de pedir favores a la familia o de tener a una persona casi de continuo contigo”. Y para ello se necesita dinero. “Qué duro e injusto es que hoy en día haya mujeres que se queden sin tener hijos porque no tienen familia que les pueda ayudar o porque son solteras y no tienen el dinero suficiente para permitirse el tratamiento o mantenerlos”.
No se olvida del problema de las bajas maternales. “Una baja normal con un niño son 16 semanas y con dos, 18”. Recuerda, entre sonrisas ahora, cómo al principio le daba igual tener una empleada interna que una externa. “¡Se iban todas! Normal, era una niñera sola con cuatro bebés. Mi casa era un infierno”.
Lejos de arrepentirse, reconoce que “son lo mejor” que le ha pasado” y entre las numerosas peticiones que haría dice conformarse con solucionar el problema de las vacaciones. Ya separada, explica que ni sumando todos sus días y los de su expareja logran cubrir las de los pequeños.
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