El capitalismo, con luces y sombras, dio sus primeros pasos en el siglo XVI y alcanzó la madurez en el XIX. La producción masiva, la industrialización con grandes tecnologías y el comercio a escala global llegaron para quedarse. Pero ¿hasta cuándo? Un movimiento de intelectuales busca la manera de deshacerse de este sistema económico y social, y le lanzan cualquier tipo de epítetos. Lo consideran un fracaso y poco apto para los retos futuros de la humanidad. La alemana Ulrike Hermann, es una de sus exponentes, y coloca a la crisis climática en el corazón del capitalismo, por tanto, el “decrecimiento” surge, según su visión, «como única salida verdaderamente viable».
La gran recesión y el incremento de la desigualdad han socavado la fe en la estabilidad del capitalismo, reavivando los interrogantes sobre sus perspectivas a largo plazo. ¿Está el capitalismo en vías de desaparición? La periodista económica Herrmann sí lo cree. Y está convencida que para “salir de la crisis climática con un ojo morado, necesitamos una economía circular ecológica en la que las personas solo consuman lo que se pueda reciclar. ¿Cómo podríamos llegar allí?
Herrmann defiende la tesis de que la economía circular ecológica necesaria para combatir la crisis climática solo puede lograrse reduciendo la economía. Esto significa el fin del capitalismo. En su búsqueda de descripciones de cómo se podría lograr esto, encontró un modelo histórico de reducción ordenada a través del racionamiento en la economía de guerra británica desde 1940 en adelante.
La periodista y escritora alemana forma parte de este boom de autores del decrecimiento. Destacan también Jason Hickel y su libro ‘Menos es más’; Francesco Boldizzoni y su obra ‘Imaginando el final del capitalismo’, entre otros. Esta teoría nació en los años 70 de la mano del matemático y economista Georgescu-Roegen.
El decrecimiento para enfrentar la crisis climática
El título del último libro de Ulrike Herrmann (Hamburgo, 1964), ‘El fin del capitalismo’ resume su visión sobre el decrecimiento. Y en poco menos de un año, se han vendido 100.000 copias. Es periodista y trabaja como corresponsal de economía para el diario Tageszeitung (Taz). También es autora de ‘Este capitalismo no es la solución’, ‘La victoria del capital. Cómo llegó la riqueza al mundo: la historia de Wach’ y ‘Ningún capitalismo tampoco es una solución’. Y estudió Historia y Filosofía en la Freie Universität de Berlín.
En ‘El fin del capitalismo’, Herrmann describe cómo imagina la salida no del todo fácil, pero ordenada, del actual orden económico.
Para ello, lleva a sus lectores a Inglaterra hace 260 años. Allí prevalecía una forma enormemente productiva de fabricar bienes. Alimentado, entre otras cosas, por energía barata, obtenida del carbón. El núcleo de este sistema hasta el día de hoy: el crecimiento. Sin embargo, dice Ulrike, esto solo puede ocurrir «si se toman préstamos para invertir en nuevas máquinas que luego producen más bienes. Al mismo tiempo, sin embargo, estos préstamos solo se reembolsan cuando hay crecimiento. En el momento en que el crecimiento colapsa, no se pueden pagar «. Entonces, en su opinión, habría una crisis de la deuda.
En su idea de una “economía de supervivencia”, el estado debe determinar qué se puede producir y distribuir. Quizás haya una versión ecológicamente compatible, controlada democráticamente, de una economía de mercado. Y asignación estatal para planificar las previsibles restricciones de consumo que son inminentes debido a la emergencia del clima. Sostiene Herrmann que un decrecimiento y menos consumo son las respuestas lógicas a la crisis climática.
Economía en crecimiento sin aumento de emisiones
En «El fin del capitalismo» su autora pide un país climáticamente neutro. Y advierte que hasta ahora, las emisiones de CO2 siempre han aumentado con la economía. Para no entrar en un período de calor incontrolable, se necesitaría un país climáticamente neutro. Herrmann lo deja claro en la segunda parte de su libro, reseña NDR.
Entre otras cosas, habría menos automóviles, no habría tantos vuelos. Menos productos químicos, apartamentos más pequeños y no habría nuevos centros logísticos ni d oficinas. La vida seguiría siendo hermosa, pero no sería un «crecimiento verde» sino una «contracción verde».
Herrmann considera que una producción económica ecológicamente limpia que siempre se puede aumentar no es realista. «Tiene que darse el caso de que la economía crezca y al mismo tiempo la emisión de gases de efecto invernadero llegue a cero”, explica. “Estamos muy lejos de eso».
“Tampoco llegaremos”, argumenta la periodista. Por lo tanto, almacenar energía verde sigue siendo un problema cuando el viento no sopla y el sol no brilla. Es por eso que la economía tiene que contraerse. El decrecimiento apunta hacia una detención de la crisis climática.
Herrmann encuentra un modelo histórico para esto en la economía de guerra británica en la lucha contra la Alemania nazi. «(…) porque esa fue en realidad una situación en la que la economía normal en tiempos de paz se redujo para que las capacidades fueran libres para producir armas y luchar contra Hitler».
Ulrike sabe que la crisis climática no puede equipararse a la Segunda Guerra Mundial. Pero, insiste con la experiencia británica, casi de la noche a la mañana, surgió una economía planificada que funcionó notablemente bien. Las fábricas permanecieron en manos privadas, pero el estado controlaba la producción y organizaba la distribución de los bienes escasos. Estaba racionada pero no había escasez.
Racionamiento y felicidad
Un buen ejemplo de esto último resalta en su defensa de las políticas de racionamiento alimentario. Ulrike Herrmann plantea en su libro que la ingesta diaria de alimentos debería quedar limitada a un máximo de 2.500 calorías por día. Su modelo de racionamiento abarcaría un máximo de 500 gramos de fruta y vegetales, 232 de cereales o arroz, 13 de huevos o 7 de carne de cerdo.
«A primera vista, este menú puede parecer un poco escaso, pero los alemanes estarían mucho más sanos si cambiaran sus hábitos alimentarios», afirma Herrmann, según Libre Mercado. Además, «puesto que habría más igualdad en este ámbito, la gente también sería más feliz”, dice, “y la vida sería incluso más agradable de lo que es hoy, porque la justicia hace feliz a la gente».