En momentos en los cuales Putin apunta a la cultura occidental como el enemigo, intentar desentrañar la “cultura rusa” resulta clave. Hay una corriente que la ha influido: el cosmismo ruso. Un crítico literario nos acerca a esa corriente del pensamiento que ahora podría estar colándose en el Valle de Silicon.
Rusia es la cuna de grandes pensadores e inventores que a lo largo de la historia han planteado teorías innovadoras. Aunque con frecuencia más cercanas a la ciencia ficción que a la investigación aplicada. Gary Saul Morson analiza en profundidad esta peculiaridad de la cultura rusa a partir de su crítica al libro “Lenin caminó sobre la luna: la loca historia del cosmismo ruso de Michel Eltchaninioff”.
Rusia se destaca por obras literarias excelsas. Pero no en el plano económico y tecnológico. Como indica Michel Eltchaninoff en su libro «Lenin Walked on the Moon», ofrecen «planes visionarios, no mejoras prácticas». No existen figuras rusas equivalentes a Thomas Edison o Steve Jobs que hayan logrado llevar innovaciones al mercado de forma exitosa.
Ideas que se quedan en el aire
«En Rusia, si algo suena demasiado loco para ser real, probablemente lo inventaron ellos», podría ser un dicho acertado. Morson parece confirmarlo al inicio de su crítica, señalando entre líneas que los pensadores rusos parecen tener una habilidad especial para plantear ideas tan disparatadas que resultan difícilmente creíbles.
Comienza señalando que «cuando se trata de formular teorías e ideas visionarias, los pensadores rusos con frecuencia sobrepasan los límites del sentido común. Planteando conceptos tan imaginativos que resultan difíciles de creer». Ocasionalmente surgen ideas valiosas entre tanta «ciencia ficción filosófica». «A veces hacen descubrimientos importantes, pero lo más común es que produzcan ideas más cercanas a la ciencia ficción que a la ciencia aplicada».
Cita a Elchaninoff que en su libro reconoce que «cuando era niño se reía de las afirmaciones rusas de haberlo inventado todo», aunque luego gracias al historiador Loren Graham, descubrió que había algo de verdad. Un ejemplo claro son los descubrimientos pioneros de científicos rusos como Aleksandr Stepanovich Popov, quien ya en 1895 descubrió las ondas de radio. Casi cinco años antes que Marconi. O Anatoly Alexeyev que en 1928 describió los principios del funcionamiento del láser. Tres décadas antes de que ese materializara de forma funcional en Occidente. «Efectivamente transmitieron ondas de radio antes que Marconi y publicaron sobre los principios del láser antes que Occidente». Pese a las visionarias descripciones, los rusos no lograron desarrollar comercialmente estos hallazgos ni generalizar su uso. A diferencia de lo ocurrido en países como EE.UU. o Alemania.
Indigno de la Inteligentsia
Esta incapacidad de llevar las ideas visionarias a la práctica obedece a varios factores. Tradicionalmente, la sociedad rusa desdeñó el trabajo productivo y empresarial. Visto como indigno de la intelligentsia. Fallan debido a un entorno social que no recompensa a los inventores. No protege adecuadamente los derechos de propiedad intelectual ni fomenta la innovación en la empresa privada.
Esta visión negativa del quehacer práctico queda reflejada en clásicos de la literatura rusa como la novela “Oblomov”, donde el protagonista pasa los días soñando en la cama mientras su amigo alemán triunfa gracias a su espíritu emprendedor. Incluso hoy en día, novelas recientes como «El Aviador» muestran al héroe buscando un «milagro médico» en Alemania ante la incapacidad del sistema sanitario ruso.
Los rusos se enorgullecen de su particular forma de pensar basada en el «avos», el azar espontáneo frente a la planificación metódica. Esto les condujo al utopismo, imaginando que la revolución cambiaría de inmediato la riqueza, el sufrimiento e incluso la muerte. Incluso Trotsky, de pensamiento relativamente realista, suponía que, gracias a la planificación central, la URSS dominaría completamente la naturaleza, moldeándola a voluntad.
Utopismo, misticismo o pseudociencia
No resulta sorprendente, según Morson, que los rusos se hayan inclinado tradicionalmente por posturas utópicas, místicas y pseudocientíficas. En la era zarista, los intelectuales imaginaban la revolución en términos milenaristas, como una transformación total de la sociedad y el universo. Como anticipaban ciertos textos bíblicos.
Cuando finalmente estalló la revolución bolchevique, muchos presumieron que cambiaría de inmediato toda realidad. Desde la abundancia material hasta la mortalidad humana como prometía el Apocalipsis bíblico. Peculiarmente, estos ateos marxistas confiaban en que las leyes científicas del materialismo histórico lograrían, sin intervención divina, aquello que predicaban antiguos textos místicos.
Incluso alguien relativamente pragmático para la época como León Trotsky suponía que la nueva sociedad revolucionaria alteraría tanto el mundo natural como la naturaleza humana. Mientras la ciencia se concibe comúnmente como investigación escéptica donde las ideas se ponen a prueba, pero en Rusia a menudo se la ve como intuición mística.
De acuerdo a la doctrina soviética, la propia materia contenía una fuerza intrínseca conductora hacia el comunismo. Trotsky argumentaba que bajo planificación central la voluntad humana dominaría las fuerzas del mercado, acelerando un progreso inconmensurable. Tal razonamiento se aplicaba a todo aspecto de una sociedad donde todo estaría meticulosamente programado. “La vida comunista no se formará a ciegas, sino conscientemente”, explicaba Trotsky, anticipando que la naturaleza sería moldeada según los deseos humanos gracias a la máquina. Ya se puede entender el origen de los desastres ambientales de la extinta URSS.
De comunismo a cosmismo
La gente también se rediseñará a sí misma, continuba Trotsky en su característica visión transformacionista. Pondrán bajo control consciente procesos como la respiración, circulación sanguínea, digestión y reproducción, superando el sometimiento a «oscuras leyes de herencia y selección natural».
El hombre socialista dominaría sus propios sentimientos y extendería su voluntad hacia «recovecos ocultos», creando un «superhombre» o «tipo biológico social superior», en las propias palabras de Trotsky. El ser humano se volvería «inconmensurablemente más fuerte, sabio y sutil», elevando el tipo medio a la altura de figuras como Aristóteles, Goethe o el propio Marx.
Predicciones que no eran meras esperanzas para la filosofía bolchevique, sino implícitas en la propia ciencia. Especialmente en la «ciencia de las ciencias»: el marxismo-leninismo. Mientras en Occidente el socialismo adoptó la socialdemocracia, en Rusia se convirtió en una «comunión mística materialista», una realización pseudocientífica de las promesas bíblicas, según observa Morson.
Morson apunta que esa filosofía, llamada «cosmismo», que nació hace un siglo y medio, infundió su espíritu al marxismo-leninismo y compite hoy con otras ideologías como eurasianismo. Eltchaninoff señala en su libro que, a diferencia de la mayoría de las utopías rusas, realmente influyó en pensadores estadounidenses como los «transhumanistas» de Silicon Valley.
El padre del cosmismo
“Todo empezó con Nikolai Fyodorov (1829-1903), un raro bibliotecario del Museo Rumyantsev (hoy Biblioteca Estatal Rusa)”, escribe Morson. Como otros pensadores rusos, Fyodorov atrajo hagiógrafos que casi lo canonizaron. Se decía que conocía toda la biblioteca. Llevaba una vida ascética, no poseía casi nada y dormía en un cajón. Despreciando incomodidades aun cuando el invierno ruso era letal.
Profundamente perturbado por el «estado poco fraternal del mundo», Fyodorov atribuyó sus males a la separación entre «sabios» e «ignorantes». Criticaba que los eruditos persiguieran el conocimiento en sí, sin preocuparse por el bienestar humano. La «tarea común» que propuso Fyodorov no era un proyecto entre otros, sino un único objetivo para la humanidad: resucitar a los muertos. Pues de lo contrario nos parecemos a «niños bailando sobre las tumbas de nuestros padres».
“No era exactamente un misógino, porque los misóginos son supremamente conscientes de que las mujeres existen. Nunca oímos a Fiódorov hablar de resucitar a nuestras madres, y cuando reprochaba a los ilustrados los inventos que fomentan ´la industria manufacturera´ (que es ´la raíz de la desvinculación´), los acusaba de ´capricho afeminado´. Del mismo modo, consideraba la maternidad como un signo de nuestra esclavitud a las leyes de la naturaleza”.
Hombre religioso, Fyodorov imaginó cumplir la promesa evangélica de resucitar a los muertos, aunque mediante esfuerzo humano y no divino. “Resucitar a los muertos implica nuestra liberación de la dictadura de la naturaleza. Sólo cuando esto ocurra, las personas se considerarán verdaderamente ´hermanos´ y eliminarán la guerra junto con todas las demás luchas. Sólo así podrá el mundo superar la ´estatalidad´ (gosudarstvennost) y alcanzar la ´paternidad´».
Patrificación de la materia
¿Qué tiene que ver la astronomía con resucitar a los muertos?, se pregunta Morson. La respuesta, lo creas o no, es que los átomos de nuestros antepasados se han escapado al espacio exterior. Antes de poder resucitar a los muertos, debemos recuperar sus átomos. Sólo entonces podremos lograr la «patrificación» (no «matrificación») de la materia. De ahí que la «tarea común» esté inextricablemente ligada a los viajes espaciales.
Como recordaba el difunto George Kline, experto en filosofía rusa, no son los átomos particulares los que nos hacen ser quienes somos, sino su organización. Los átomos son reemplazables y cambian constantemente en nosotros. Morson explica las objeciones de Kline sobre si una copia exacta de una persona sería subjetivamente la misma persona. “Si alguien me copiara en vida, ¿me encontraría de algún modo en dos lugares o, como en el caso de los gemelos, habría dos versiones distintas?”
Morson indica que Fyodorov pensaba que la necesidad de las mujeres desaparecería porque los hombres «sustituirán la traída al mundo de los niños… por la devolución a nuestros padres de la vida que recibimos de ellos». Sólo de ellos, porque para Fyodorov las mujeres aparentemente no desempeñan ningún papel en la creación de la vida.
También es evidente su desprecio por la «manufactura» y la «ciencia pura». Como si no pudieran aportar conocimientos útiles para un proyecto que probablemente no se lograría sólo ordenando a los científicos que resucitaran a los muertos. No sospechaba que los mayores avances se consiguen animando a la gente a explotar oportunidades imprevisibles. Al igual que ignoraba que la planificación central «consciente» y «ordenada» es en realidad menos eficiente que el mercado «espontáneo» y «anárquico».
Más alucinante
Los rusos suelen atribuir al matemático y diseñador de cohetes Konstantin Tsiolkovsky la fundación del programa espacial ruso. «Fiódorov… creía que las estrellas no existían simplemente para ser contempladas y admiradas», escribió Tsiolkovski en alabanza de su predecesor, «sino para que la humanidad pudiera conquistarlas y establecerse entre ellas». Más aún, se entusiasma Tsiolkovsky, Fiódorov «creía que todo el universo podía ser controlado por la voluntad y la conciencia humanas».
Antaño figura de culto para unos pocos, Tsiolkovsky se ha convertido en icono nacional de Rusia. Putin explicó que se construiría una nueva ciudad espacial llamada Tsiolkovsky ya que, como dijo, «una de las primeras personas en nuestro país, y de hecho en el mundo, que reflexionó sobre estas cuestiones [relación de la humanidad con el cosmos] fue Tsiolkovsky».
«El cosmismo- apunta Eltchaninoff en su libro- ha llegado a considerarse una disciplina filosófica por derecho propio». Comparado con Tsiolkovsky, Fiodorov casi parece con los pies en la tierra. Su prosa muestra lo que Eltchaninoff llama acertadamente «vértigo metafísico”. Tsiolkovsky comienza su artículo «Panpsiquismo, o todo se siente» en tono de evangelista. Nos sentimos pensar pero en realidad es cada átomo del cerebro el que piensa y siente. Y no sólo en el cerebro: «en un sentido matemático», cada partícula de materia siente y piensa. Una idea que llama particularmente la atención de Morson.
Los átomos tienen una sensibilidad rudimentaria, como la de una persona dormida. Despiertan a la plena conciencia cuando pasan a formar parte de algo complejo, como un cerebro. Aunque todos mueren y sus cerebros se desintegran, la parte de ellos que realmente siente, sus átomos, sigue viva y acaba formando parte de otros cerebros. Mientras tanto, duermen y no perciben el paso del tiempo. Por lo que, cuando despierten, aunque sea después de millones de años, la vida parecerá haber sido continua. En ese sentido, somos verdaderamente inmortales.
Código ético del cosmos
Como el universo se extiende infinitamente en el tiempo y en el espacio, tendremos un número infinito de vidas. «Lo que existe es una vida única, suprema, consciente y feliz que nunca cesa». Podemos estar seguros de la felicidad porque, afirma prepotentemente Tsiolkovsky, «el código ético del cosmos dicta que no haya sufrimiento en ninguna parte».
Según su visión mesiánica, así como la vida se prolonga indefinidamente en el tiempo, la humanidad conquistará cada vez más espacio. En primer lugar, se aprovechará la energía solar, de la que sólo se utiliza una ínfima parte, para multiplicar miles de millones de veces la potencia humana. La gente utilizará esa energía para eliminar los desiertos y aumentar exponencialmente la población. Cuando por fin necesiten más espacio, establecerá colonias en los asteroides y planetas. Después en mundos repartidos por toda la Vía Láctea. Luego se trasladarán a otras galaxias, detalla.
Morson señala que como tantos progresistas de su época, Tsiolkovsky creía en la eugenesia. Preveía planificadores centrales que controlaran el apareamiento para producir una especie superior. Al principio, la humanidad se dividirá en dos. Los elegidos que vivirán juntos mediante una planificación consciente. Mientras que los demás perdurarán espontáneamente. Gradualmente, todos pertenecerán a los elegidos, y entonces «todo será felicidad; todo será satisfacción», retoma Morson de Tsiolkovsky.
Eliminar las razas inferiores
Para Tsiolkovsky la felicidad perfecta exige que los átomos no estén sometidos a experiencias imperfectas en seres inferiores, «como nuestros monos, vacas, lobos, ciervos, liebres, ratas y similares», cuya existencia «no beneficia al átomo». Por lo tanto, debemos «eliminar el mundo animal». “Del mismo modo, la rara existencia potencial del átomo en el cuerpo del hombre moderno nos anima a mejorar y eliminar todas las razas [humanas] atrasadas”, cita Morson. Ni Hitler pudo escribirlo más delirante.
Morson introduce una objeción:»Pero ¿y si los propios humanos son una raza inferior?». Plantea que deberían existir civilizaciones millones de años más avanzadas, lo que contradice la premisa de dar tanta importancia a la existencia humana. Tsiolkovsky despacha esta interrogante con el argumento de que, de vez en cuando, los seres avanzados “degeneran” y, por lo tanto, “son eliminados como resultado de las regresiones que se producen ocasionalmente, es necesaria una nueva afluencia”, por lo que se permite que la Tierra y algunos planetas similares se desarrollen “para compensar las pérdidas sufridas por las razas que regresivas en el cosmos”.
Para Tsiolkovsky sólo comenzaremos a valorar la importancia de nuestra existencia si adoptamos una perspectiva cósmica. Entonces reconoceremos que la vida es eterna. “¿Podemos realmente cuestionar que el cosmos, en su totalidad, sólo alberga alegría, satisfacción, perfección y verdad?”
Panteón de los absurdos
El panteón de los cosmistas incluye a numerosos pensadores que propusieron lo absurdo como indudable, contextualiza Morson. Alexander Chizhevsky afirmó haber establecido, por estricta deducción matemática por supuesto, que los ciclos solares regulan la historia. Como los bolcheviques rechazaban totalmente el anarquismo, el anarquista Alexander Svyatagor inventó el «anarco-biocosmismo». Pretendía anular no las leyes sociales sino las naturales. Como este proyecto exigía un control estricto de todo esfuerzo humano, el anarquismo se transformó en su opuesto.
Según Eltchaninoff, los embalsamadores de Lenin se inspiraron en el tipo de pensamiento que acabó dando lugar a la criogenia. El bolchevique Alexander Bogdanov sostenía apostaba la «transfusión mutua» para recuperar la juventud. Morson de forma irónica destaca que cuando Bogdanov probó el proceso en sí mismo, él (pero no su joven compañero) murió.
Más recientemente, el futurólogo Danila Medvedev, fundador del movimiento transhumanista ruso y de la primera empresa criogénica fuera de Estados Unidos, argumentó que la inmortalidad universal crearía nuevas posibilidades de colaboración con la iglesia ortodoxa rusa. Medvédev y va más allá: “podremos unir el poder espiritual y el secular en una sola persona transplantando la cabeza del Patriarca Kirill de Moscú al cuerpo del Presidente Putin”. Así como lo leyó.
De Rusia a Silicon Valley
Para el ex viceprimer ministro Dmitri Rogozin, que llegó a dirigir la agencia espacial rusa Roscomos, el pensamiento cosmista es una «parte intrínseca del alma rusa». Y está «predeterminado por el carácter nacional del pueblo ruso». Algunos pensadores rusos subrayan las similitudes entre el cosmismo y las ideas que circulan en el Instituto Esalen y en Silicon Valley. Lo que podría indicar una convergencia de visiones más allá de las fronteras, apunta Morson.
Los cosmistas rusos propusieron un «nooscopio» que podría intervenir en los pensamientos humanos, anticipando proyectos actuales. Como Neuralink de Elon Musk que «creará una interfaz cerebral generalizada para devolver la autonomía a quienes hoy tienen necesidades médicas no cubiertas y desbloquear el potencial humano mañana». Lo que desterraría al pasado la parálisis y la psiquiatría tal como la conocemos. También podría ser sumamente útil a los gobiernos tiránicos y autoritarios.
«El vínculo entre el cosmismo y el transhumanismo [estadounidense] es bastante claro», observó el filósofo y sociólogo británico Steven Fuller. A Morson no le hace ninguna gracia que las ideas de cosmistas como Nikolai Fiodorov, Vladimir Vernadsky, Konstantin Tsiolkovsky, Alexander Chizhevsky, Vasily Kuprevich y Danila Medvedev, influyan en los transhumanistas estadounidenses. Como Sergey Brin y Robert Ettinger (inventor de la criogenia), Elon Musk, Michael Murphy (fundador de Esalen), o Max More (autor de ensayos como «La filosofía del transhumanismo»). Con los antecedentes que hemos leído no parece buena idea que los estadounidenses empiecen a pensar como los rusos, advierte Morson.
«¿Quién puede decir lo que harán los jóvenes educados para despreciar los valores liberales occidentales cuando se unan a un movimiento tecnológico que refleja el «alma rusa» cosmista? El hecho de que, espiritualmente hablando, Silicon Valley limite con Moscú no me consuela. Entonces tendríamos un líder único y unificado. Y no veo ninguna blasfemia”.
Gary Saul Morson