El colapso, la serie de Filmin estrenada esta semana, ha arrancado aplausos de pie entre la crítica. La “serie del año”, una “auténtica maravilla” son algunos de los comentarios que ha recibido. Escrita y dirigida por el grupo francés Les Parasites, cuenta lo que ocurriría con la humanidad si, repentinamente, el mundo que conocemos dejara de funcionar. Una realidad, no ciencia-ficción, que ya vieron y vivieron los venezolanos en 2019.
Filmados en planos secuencia, los ochos episodios de 22 minutos de El colapso muestran la desesperación de los seres humanos por sobrevivir en un mundo donde nada funciona. La comida ya no llega a los supermercados ni el combustible a las gasolineras, y el único dinero disponible es el que llevamos encima.
“¿Qué ocurriría con el planeta y con nuestra sociedad si el sistema colapsara mañana?”, plantea Filmin, la plataforma española de cine en streaming, en la promoción de lanzamiento de la serie.
“¿Qué principios regirían la nueva normalidad, la solidaridad, la igualdad o la supervivencia? ¿Supondría el fin de la humanidad, o quizás una oportunidad para cambiar y dar carpetazo a una sociedad industrial que parece haber llegado al límite?”, agrega.
La serie, estrenada en Francia en noviembre de 2019, «ofrece la experiencia audiovisual más angustiosa y clarividente del año. Una proeza técnica que capta el espíritu de este año de pandemia con mayor precisión que los informativos de televisión”, asegura Filmin.
El colapso y los comentarios de la crítica
Es “una maravilla”, dijo ABC de la historia protagonizada, entre otros, por Lubna Azabal, Audrey Fleurot, Philippe Rebbot, Samir Guesmi y Thibault de Montalembert.
“Tienes que ver El colapso, la serie del año sobre el fin de la civilización”, recomienda, sin ambages, Marta Medina en El Confidencial.
En cada capítulo, dice, El colapso imagina “de manera muy realista y cercana en el tiempo, cuál sería la reacción del ser humano ante la desaparición de todo aquello que conoce”.
Resulta «escalofriante la clarividencia» con la que sus creadores – Guillaume Desjardins, Jérémy Bernard y Bastien Ughetto – han «elegido los espacios y las situaciones”, sostiene.
“Cada capítulo se sitúa unos días después de que dejemos de tener combustible, de que los alimentos ya no lleguen a las estanterías del Mercadona, de que la luz se apague”, refiere, por su parte, Luis Martínez, crítico de cine de El Mundo.
“El caos alimenta cada una de las escenas empeñadas en abrazar al televidente hasta convertirle en un personaje más de la trama. Y ahí el frenesí, el mérito y, sobre todo, el peligro (…) El resultado es, no lo duden, tan prodigioso como, admitámoslo, tramposo. Pero quién se resiste. El mundo se acaba y las peluquerías sin abrir”.
“El colapso es, simple y llanamente, una auténtica maravilla”, opina Víctor López, del portal Spinof.
“Es excelencia técnica y artística; es caos, violencia, rabia y, en menor medida, un pequeño rayo de esperanza en el ser humano que no tarda en desaparecer entre el pesimismo más cínico. Pero, lo peor de todo, es que el horror y el caos que circula en pantalla resulta, en ocasiones, terriblemente familiar”.
La serie de Filmin y su semejanza con Venezuela
En sus comentarios sobre El colapso, la serie de Filmin lanzada esta semana, López refiere que la historia se basa “levemente” en la teoría de Olduvai. De acuerdo con esta, la civilización industrial actual tendría una duración de cien años, contados a partir de 1930. De 2030 en adelante, la humanidad iría poco a poco regresando a niveles de civilización comparables a otros anteriormente vividos.
Tal vez sin proponérselo, también muestra la realidad que los venezolanos vienen viviendo desde hace poco más de 20 años, en los que paulatinamente han ido desapareciendo la comida y las medicinas; los repuestos de los autos y de los electrodomésticos; y deteriorándose los servicios públicos y las instituciones de educación y salud. En el país que tiene las mayores reservas de petróleo del mundo, según la propaganda oficial, también desapareció el combustible.
Ese caos llegó a su climax el 7 de marzo de 2019, a las 16.55 hora local, cuando el país se quedó sin energía eléctrica por un lapso que se prolongó hasta 7 días en algunas regiones. Faltó entonces el agua, Internet, la telefonía fija y móvil y la televisión. En la radio solo se escuchaban las emisoras oficiales, que no dejaban de difundir la propaganda del régimen. Los más de cinco millones de venezolanos que han abandonado el país debido a la crisis, no podían comunicarse con sus familiares para saber cómo estaban. Aunque muchos comercios tenían sus propias plantas generadoras de electricidad, solo podían atender a los clientes que disponían de dinero en efectivo porque los bancos tampoco podían operar. No funcionaban los cajeros automáticos y de nada valían las tarjetas de crédito ni las de débito. Los que tenían estufas eléctricas no podían preparar sus alimentos y muchos otros que tenían reservas en sus congeladores tuvieron que tirarlos porque se pudrieron. El olor en los edificios era nauseabundo, porque no se podían descargar los retretes.
En las noches, las calles quedaron completamente a oscuras y en silencio. Un silencio que aturdía y alimentaba los más angustiantes pensamientos en la inmensa mayoría de los venezolanos.
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