La cuenta regresiva para fechas emblemáticas en la lucha contra los altos niveles de dióxido de carbono en la atmósfera avanza inexorablemente. 2030 y 2050 se ven a la vuelta de la esquina y son bastantes las tareas que aún están pendientes. En lo que va de 2024, a pesar de los esfuerzos globales concertados, los niveles de CO2 han continuado su tendencia ascendente. En marzo fueron 4,7 partes por millón más altos que hace un año, el mayor salto anual jamás medido en el laboratorio de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica en Isla Grande, Hawái.
De enero a abril, las concentraciones aumentaron más rápido que en los primeros cuatro meses de cualquier otro año. Comúnmente las concentraciones en esta zona marcan picos máximos en abril y mayo para disminuir entre agosto y septiembre. Este comportamiento sigue el ciclo de crecimiento de las plantas del hemisferio norte que cultivan y secuestran carbono durante los meses de verano y luego lo liberan durante el otoño y el invierno a medida que mueren y se descomponen.
Una vez que el CO2 llega a la atmósfera, permanece allí durante cientos de años atrapando el calor. Una especie de manto que ha engrosado constantemente desde que los humanos convirtieron materiales que alguna vez fueron depósitos de carbono —petróleo y carbón, principalmente— en combustible para quemar. Pero como dice Arlyn Andrews, científico climático de un laboratorio similar al de Hawái en California, «no solo el CO2sigue aumentando en la atmósfera, sino que está haciéndolo cada vez más rápido”. Algo está fallando entonces.
Causas temporales y permanentes
La variación de los niveles se debe a factores temporales y permanentes. El Niño, por ejemplo, es un fenómeno climático periódico que tiene un impacto temporal. Debilita los sumideros de carbono de las tierras tropicales, que normalmente absorben CO2, lo que hace que aumente el gas que se desprende. Sin embargo, la actividad humana sigue siendo el factor más duradero en la fabricación de dióxido de carbono. A diferencia de los efectos temporales, estas emisiones representan un desafío a largo plazo. Son producto de prácticas de desarrollo industrial, agrícola y urbano que se han arraigado profundamente en la sociedad global.
La diferencia entre estos factores pone de relieve la complejidad de gestionar los niveles de CO2 y abordar el cambio climático. Subraya la necesidad de cumplir estrategias a largo plazo centradas en reducir las emisiones inducidas por el hombre, además de comprender y adaptarse a las variaciones climáticas naturales como El Niño.
Meten miedo
A principios de 2024, el laboratorio hawaiano informó que los niveles de CO2 eran de aproximadamente 420,95 ppm, una medición de mediados de enero. Las lecturas más recientes son de cerca de 428 partes por millón, más del 50% por encima de los niveles preindustriales y el más alto en al menos 4,3 millones de años, según la NOAA. Los niveles atmosféricos del gas superaron por primera vez las 400 partes por millón en 2014. Los científicos dijeron en 2016 que era poco probable que los niveles cayeran nuevamente por debajo de ese umbral durante la vida de incluso las generaciones más jóvenes.
Estos datos, cruciales para comprender el estado actual del cambio climático global, se obtienen a partir de mediciones diarias promedio de CO2 compiladas por una red de observatorios de referencia atmosférica en todo el mundo. Estos observatorios incluyen lugares notables como Hawái y Alaska.
El pionero
La idea de controlar la concentración atmosférica de dióxido de carbono surgió de Charles Keeling a finales de los años cincuenta. Gracias a sus mediciones, hoy disponemos de una curva, «la curva de Keeling», que supuso un auténtico hito en el estudio del cambio climático.
Las mediciones se llevaron a cabo en las laderas del volcán Mauna Loa en Hawái, en el centro del océano Pacífico, un lugar elegido específicamente para minimizar las fluctuaciones espurias debidas a la proximidad de plantas, las actividades humanas y las turbulencias.
La concentración de CO2 en la atmósfera se mide en ppm, es decir, partes por millón. 1 ppm equivale a 0,000001. Dado que este último es muy pequeño, es más conveniente utilizar ppm. La concentración actual de C02 es de 0,000428 o más bien de 428 ppm. El valor inicial medido por Keeling fue de aproximadamente 317 ppm .
Fuerza creciente
Un reciente estudio publicado en Science, científicos de la Escuela Rosenstiel de Ciencias Marinas, Atmosféricas y Terrestres de la Universidad de Miami utilizaron modelos climáticos de última generación y otras herramientas para analizar el efecto que tiene el aumento de CO2 en la estratosfera. Esta capa externa de la atmósfera se enfría con concentraciones crecientes de este gas. Descubrieron que el enfriamiento provoca que los incrementos posteriores de CO2 tengan un mayor efecto de retención de calor, lo que hace que el dióxido de carbono se vuelva más potente. Durante mucho tiempo se ha pensado que la cantidad de calor atrapada en la atmósfera debido a una subida proporcional de CO2, que los científicos llaman forzamiento radiactivo, es una constante que no cambia con el tiempo.
«Los futuros aumentos de CO2 proporcionarán un efecto de calentamiento más potente sobre el clima que un aumento equivalente en el pasado», afirmó el físico Ryan Kramer, del Laboratorio de Dinámica de Fluidos Geofísicos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica. «Esta nueva comprensión tiene implicaciones significativas para interpretar los cambios climáticos pasados y futuros. Iimplica que los climas con altos niveles de CO2pueden ser intrínsecamente más sensibles que los climas con bajos niveles».
Dañino para las plantas
La vegetación necesita del CO2 para crecer. Pero a diferencia de lo que algunos puedan creer, las plantas no dependen solo de una mayor o menos concentración de dióxido de carbono para poder desarrollarse con plenitud. Su metabolismo precisa también de otra serie de elementos que deben estar en equilibrio. Las plantas cuyo crecimiento se ha visto acelerado por el dióxido de carbono necesitan un aporte extra de agua, un recurso cada vez más escaso a medida que aumenta la temperatura del planeta y se modifican los regímenes de precipitación.
Una concentración demasiado alta del gas provoca una reducción de la fotosíntesis en algunas plantas. Además reduce la calidad nutricional de alimentos básicos como el trigo. Cultivos básicos como el arroz o las patatas pierden entre 5% y 10% de hierro, zinc y proteínas cuando se cultivan en condiciones 550 ppm de carbono.
Una cantidad limitada de nitrógeno condiciona los beneficios del CO2. Aunque esta cuestión podría resolver con la adición de fertilizantes, esta solución podría aumentar también el riesgo de contaminación y eutrofización. Algunos cultivos, como la soja, se hacen más vulnerables al ataque de los insectos. La vegetación sometida a altas concentraciones del gas tiende a engrosar sus hojas. Un aspecto que podría exacerbar los efectos del cambio climático al reducir la eficiencia en el secuestro del carbono atmosférico.
Ponerle ganas
Tomará décadas detener el crecimiento anual de las concentraciones de CO2, incluso si todas las emisiones comenzaron a disminuir ahora, asegura Andrews. Debido a que el ciclo del carbono de la Tierra está tan lejos de su equilibrio natural, las plantas, los suelos y los océanos emitirán reservas del gas adicionales en respuesta a cualquier reducción en las emisiones de los humanos, indica. Y para que los niveles caigan por debajo de 400 partes por millón, tomaría más de dos siglos, incluso si las emisiones bajaran cerca de cero para finales de este siglo.
Por eso, abordar los crecientes niveles de CO2 en la atmósfera exige una respuesta global unificada más contundente y que no no sea solo un saludo a la bandera. Aunque es algo muy machacado, uno de los elementos centrales de este esfuerzo es migrar hacia fuentes de energía renovable. Pasar de los combustibles fósiles a la energía eólica, solar e hidroeléctrica puede reducir significativamente las emisiones de carbono.
Además, las prácticas de uso sostenible de la tierra son cruciales. Esto implica técnicas agrícolas más inteligentes, conservación y reforestación de bosques que limiten las emisiones y mejoren la absorción de carbono de la atmósfera.
La opción de captura
Otro ámbito clave es la inversión en captura y almacenamiento de carbono. Estas tecnologías permiten capturar las emisiones impidiendo su salida a la atmósfera. Este enfoque es esencial para industrias donde la descarbonización es un desafío. Políticas e iniciativas globales, incluidos acuerdos internacionales como el Acuerdo de París, son fundamentales para guiar y hacer cumplir estos cambios. Estos acuerdos fomentan la colaboración y la financiación de iniciativas de acción climática. Los países individualmente también están adoptando políticas. Estas van desde la fijación de precios del carbono hasta incentivos para el uso de energía renovable, para lograr estos objetivos.
Las acciones individuales son fundamentales para combatir el cambio climático, siendo la concienciación y las prácticas sostenibles los factores clave. La conservación de energía en los hogares a través de electrodomésticos eficientes, iluminación LED y un mejor aislamiento. Elegir una dieta con menor impacto ambiental también ayuda a disminuir la huella de carbono. Además, reciclar, reducir los residuos y conservar el agua son acciones prácticas que marcan la diferencia.
Más allá de las elecciones individuales de estilo de vida, es vital defender y apoyar políticas que reduzcan las emisiones. Esto incluye votar por líderes comprometidos con políticas ambientales, apoyar iniciativas ecológicas y alentar a las empresas a adoptar prácticas ecológicas. Cada pequeño paso que los individuos dan colectivamente forma una fuerza poderosa en la lucha contra el cambio climático. Subraya la noción de que todos son responsables de dar forma a un futuro sostenible.