Un equipo internacional de investigadores exploró un área poco atendida y clave para entender la crisis climática y la pandemia. Como es la relación bidireccional entre ciertas habilidades cognitivas y la acción o inacción de una persona en materia ambiental o de salud. Los científicos encontraron que “nuestros cerebros están acelerando el caos climático”.
En una sorprendente investigación, publicada en la revista Psychiatric Times, sus autores debaten también el caso inverso. De cómo, la degradación ambiental puede pasarle factura a nuestras habilidades cognitivas. En otras palabras, el cambio climático y el colapso ambiental pueden dañar significativamente la salud del cerebro.
Precisa el texto que la salud mental está íntimamente relacionada con el caos climático. La ausencia de ciertas habilidades cognitivas puede dificultar la toma decisiones encaminadas a mantener ecosistemas saludables. Y a la inversa, ese caos medioambiental en el que se desenvuelve nuestra especie, puede menoscabar nuestra salud mental.
El equipo, liderado por Harris Eyre -cofundador del Instituto Prodeo y director adjunto de la Iniciativa de políticas inspirada en la neurociencia de la OCDE- considera necesario “superar los sesgos cognitivos”. Esto es, “entender el caos climático y actuar para hacerle frente, mitigarlo o, adaptarnos a él. Es urgente desarrollar las habilidades necesarias para reaccionar en el caso de que se den cambios sustanciales en el clima”.
Cerebros y caos climático, compleja asociación
El estudio vincula no solo la actuación de nuestros cerebros en el caos climático, sino también en el de la salud.
Sostiene que el “negacionismo científico es un obstáculo importante para gestionar crisis ambientales a gran escala. Por ejemplo, dicho posicionamiento ha tenido consecuencias devastadoras en la pandemia de la COVID-19. Impulsando conductas anti-mascarilla, creencias antivacunas, teorías de la conspiración y terapias no respaldadas por la evidencia científica. Pero el impacto del negacionismo científico se extiende más allá del virus. También ha obstaculizado los esfuerzos para abordar la crisis climática moderna, donde abundan teorías basadas en pseudociencia y conspiración”.
El investigador de la Universidad George Mason, John Cook, señala que el 97% de los científicos están de acuerdo en que el actual caos climático está íntimamente ligado con la actividad humana. Sólo el 12% de la población estadounidense es consciente de que el consenso científico sobre este tema es superior al 90%. Además, Cook afirma que el 20% de los estadounidenses piensa que el cambio climático es un bulo.
Los factores psicológicos hacen que la lucha contra la desinformación sea una tarea difícil. Por un lado, la desinformación tiene un gran recorrido. Cook escribe que una vez que la gente interioriza información errónea, ésta es muy difícil de desechar. Además, este tipo de información es convincente y los seres humanos tienen una propensión innata a consumir medios de comunicación negacionistas.
Vosoughi y colaboradores, tras analizar 12 años de datos difundidos vía Twitter encontraron que las noticias falsas (fake news) se difunden mucho más rápido que las noticias reales. Y que son los individuos, y no los bots, los culpables de su circulación. Incluso sin caer en el negacionismo, el cerebro humano está programado para subestimar la amenaza del caos climático.
Argumentos científicos y negacionistas
El informe resalta la importancia de fomentar ciertas habilidades a nuestros cerebros para hacer frente al caos climático.
Cook desarrolló el juego del “tío cascarrabias” para ilustrar las falacias lógicas y el pensamiento crítico en el contexto del caos climático. En él, los jugadores deben identificar la forma de negación científica que coincide con los argumentos de los negacionistas del caos climático. Es el caso típico de “¿cómo pueden los modelos predecir el clima dentro de 100 años cuando no pueden predecir el tiempo de la semana que viene?”. O “los modelos climáticos son imperfectos, por lo que no se puede confiar en ellos”.
Pero los vínculos entre los cerebros y el caos climático van aún más lejos. Por un lado, mejorar la salud del cerebro puede ayudar a evitar el caos climático o prepararnos para un posible colapso ambiental. Por otro lado, el caos climático puede dañar significativamente la salud del cerebro. Nancy Sicotte, presidenta del Departamento de Neurología del Hospital Cedars-Sinai de Los Ángeles explica que el cerebro tiene una temperatura óptima de funcionamiento. Y que el calentamiento global podría reducir la productividad y empeorar los síntomas de los pacientes de ciertas enfermedades como la esclerosis múltiple.
La Asociación Estadounidense de Psicología dice que el caos climático, y en particular los extremos, pueden conducir a problemas de salud mental.
Asimismo, la Oficina Nacional de Investigación Económica de EE UU muestra que temperaturas más altas podrían reducir la productividad de los trabajadores y aumentar los conflictos laborales. Incluso en ausencia de más cambios climáticos, la salud del cerebro ya está en juego. Se ha visto afectada negativamente por la pandemia y todavía quedan por delante importantes desafíos. El efecto sobre la salud del cerebro es sólo una de las muchas consecuencias no deseadas del caos climático.
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