El cerebro es mucho más que materia gris, esa parte que está asociada a la inteligencia de las personas. Investigaciones realizadas en las últimas décadas muestran, por ejemplo, las vinculaciones del cerebro con nuestras emociones, al punto de permitir hasta autocurarnos de enfermedades o cambiar hábitos. A propósito del Día Mundial del Cerebro, que se celebra cada 22 de julio, les contamos algunas de las facultades de este órgano fundamental del cuerpo humano.
“El poder de la imaginación es un factor muy importante en la medicina”, decía en 1400 el médico alemán Paracelso, considerado el padre de la química. Sostenía que la mente puede producir enfermedades y también puede curarlas: “Las enfermedades del cuerpo pueden ser curadas tanto por remedios físicos como por el poder del espíritu que actúa a través del alma”.
De allí parte la Psiconeuroinmunología, una ciencia que estudia las interrelaciones entre la mente y el cuerpo y sus implicaciones clínicas. “Esta ciencia le está dando fundamento científico a algo que se sabe probablemente desde el principio de la humanidad”, sostiene la inmunóloga venezolana Marianela Castés, una de las pioneras del uso de esta ciencia en América Latina.
“Los pensamientos, emociones, creencias y dolencias espirituales afectan nuestro cuerpo. Y son un factor decisivo tanto en el mantenimiento de la salud como en el desarrollo de enfermedades y en su proceso de curación”, asegura.
Castés, doctora en Ciencias Naturales, opción Inmunología, por la Universidad de París VII, Francia, parte del conocimiento de que la psiquis y el cerebro controlan las actividades de la esfera afectiva e influyen sobre el sistema inmunológico. Si es así, dice, entonces “deberíamos ser capaces de modificar las tendencias negativas y dirigir nuestro sistema inmunológico hacia un estado óptimo de funcionamiento”.
La autosanación, una facultad del cerebro
La PNI ha demostrado que el cerebro, el sistema endocrino y el sistema inmunológico hablan un lenguaje bioquímico común. “Es decir, se comunican entre ellos y no ocurre nada en uno de esos sistemas sin que repercuta en los otros dos. El haber descubierto este sistema de comunicación ha ayudado a entender cómo es posible que eventos estresantes puedan tener un efecto directo en la salud y en la recuperación de una enfermedad”, refiere.
Existe abundante literatura científica que explica cómo la percepción de un evento estresante puede resultar en emociones como el miedo, la rabia, la culpa, la desesperanza y la depresión. “Si estas emociones son manejadas en una forma inadecuada por la persona, pueden activar hormonas del estrés como el cortisol y la adrenalina, que se producen en las glándulas suprarrenales, y enviar un mensaje de supresión al sistema inmunológico”, explica.
Pero también todos los seres humanos contamos con un poder de autosanación o autocuración. “Este poder radica en que cada una de las células del cuerpo son inteligentes y tienen la capacidad de autorepararse”, asegura.
Una de las formas de activar este poder es mediante la técnica de la imaginación guiada, una especie de meditación que se debe hacer con los ojos cerrados. Cuando tenemos los ojos cerrados, el cerebro no distingue si lo que estamos “viendo” es producto de nuestra imaginación o es un hecho real. Practicando las técnicas de imaginación guiada fortalecemos nuestra creencia en ese poder autosanador. “Como dice el doctor Herbert Benson, de la Universidad de Harvard, son las creencias las que determinan la biología del organismo”, recuerda Castés.
Reprogramar nuestros hábitos
También ahora sabemos que nuestro cerebro es moldeable; es decir, el cerebro tiene la facultad de cambiar su funcionamiento a lo largo de nuestra vida como reacción a la diversidad del entorno. Ese es el postulado de la neuroplasticidad o plasticidad cerebral, descubierta en 1964 por la neurocientífica estadounidense Marian Diamond.
Gracias a esa facultad del cerebro podemos cambiar cualquier hábito que tengamos, en especial si son perjudiciales para la salud, como el fumar. Un hábito no es más que una conexión neuronal que se va fortaleciendo con la repetición, con la práctica. El cerebro siempre va a optar por la vía más fácil, para ahorrar energías y destinarlas a actividades más complejas. Por eso preferirá las conexiones sinápticas ya creadas, los caminos que hemos creado al repetir y repetir un comportamiento. Y no distingue entre el buen o mal hábito, solo se guía por esas conexiones.
Pero así como aprendimos a montar bicicleta, practicando y practicando; así como entrenamos los músculos de nuestro cuerpo, también podemos entrenar el cerebro y reprogramarlo para absolutamente cualquier otra cosa que queramos conseguir. Porque siempre podemos crear nuevos hábitos, nuevas conexiones sinápticas, y si las repetimos y repetimos, podremos lograr el cambio que deseamos.
Hay estudios que sostienen que en 21 días podemos cambiar un hábito, otros dicen que son 40 y algunos que 66 días. Cualquiera sea el tiempo que nos tome, la repetición será lo fundamental para lograr el cambio de hábito que buscamos.
Eso sí, debemos despojarnos de creencias que tengamos arraigadas y debemos hacerlo “con los ojos y el entusiasmo de un niño”. El punto de partida debe ser darnos cuenta de nuestras creencias y reconocerlas por lo que son. “No son una verdad absoluta sino solamente una opinión”, sostiene Maïté Issa, coach en desarrollo y formación personal especializada en manifestación, abundancia y reprogramación mental.
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