El reconocimiento de las amenazas que plantea el cambio climático está impulsando la transición hacia una economía baja en carbono. El apoyo al Acuerdo de París y a los ODS de la ONU demuestra este cambio de sensibilización. Muchos países, sectores y empresas dependen menos de los combustibles fósiles y desarrollan fuentes de energía limpias y renovables
Texto ELIZABETH MEYER
Todas las industrias requieren energía, lo que significa que el paso de los combustibles fósiles a las alternativas bajas en carbono tendrá un impacto global importante. Sin embargo, las cuestiones medioambientales y sociales están intrínsecamente ligadas. Si no se frena, el cambio climático tendrá un efecto negativo palpable en las vidas humanas. El cambio climático es una cuestión de derechos humanos, además de medioambiental.
Los inversores deberían fomentar una “transición justa” para minimizar los riesgos y maximizar las oportunidades. El objetivo es garantizar que todo el mundo comparta los beneficios de la transición a un mundo con bajas emisiones de carbono, incluidos los trabajadores, las comunidades y los consumidores. Esto significa combinar una acción urgente para abordar el cambio climático con un enfoque continuo en el trabajo digno, la reducción de la desigualdad y la defensa de los derechos humanos. A continuación, exponemos algunas áreas clave que los inversores deben tener en cuenta.
Trabajadores vulnerables
Una de las principales preocupaciones de la transición a una economía baja en carbono es el efecto que tendrá en los trabajadores. A medida que cambien las fuentes de energía, algunos puestos de trabajo quedarán obsoletos y se crearán otros nuevos. El cambio a fuentes de energía más limpias creará empleos en áreas como las infraestructuras y el transporte. Pero los trabajadores de las industrias con altas emisiones de carbono necesitan apoyo para reciclarse o reubicarse en nuevas áreas.
Si dejamos a los trabajadores al margen, los efectos económicos y sociales pueden ser importantes. Estos impactos pueden incluir un mayor desempleo, mayores demandas de bienestar y mala salud. Sin embargo, la historia ha demostrado que es posible lograr una transición inclusiva y de éxito. El Ruhr, en Alemania, por ejemplo, solía depender de la industria del carbón. Desde entonces se ha reestructurado para convertirse en un centro clave de la industria, la tecnología y la investigación medioambiental.
Esta transición también puede suponer presiones adicionales para los trabajadores de la cadena de suministro. Por ejemplo, una parte importante del cobalto mundial procede de la República Democrática del Congo.
Sin embargo, hace mucho tiempo que preocupa el trabajo infantil y los derechos humanos en este país. El cobalto es un componente crítico de las baterías, que son esenciales para los vehículos electrónicos. Existe el riesgo de que los abusos en la cadena de suministro de cobalto aumenten a medida que la demanda de cobalto crece. Sin embargo, también existe la oportunidad de aprovechar este aumento de la demanda para mejorar las normas y crear cadenas de suministro más estables y sostenibles.
Los inversores deberían fomentar una transición justa para minimizar riesgos y maximizar las oportunidades
A lo largo de los años, la industria extractiva ha adquirido una mala reputación por explotar a las comunidades en las que opera. Esto puede provocar conflictos entre las comunidades y dar lugar a retrasos en los proyectos, cierres y pérdidas empresariales. A medida que las operaciones de energías renovables se adentran en este espacio –utilizando tierras para construir parques eólicos o centrales hidroeléctricas, por ejemplo– es importante garantizar que se dé prioridad al respeto de los derechos humanos. Los operadores deben utilizar métodos adecuados para obtener los derechos sobre la tierra y el consentimiento de la comunidad.
El entusiasmo por mejorar las normas medioambientales puede hacer que las empresas y los gobiernos pasen por alto los derechos humanos. Esto podría dejar al sector de las energías renovables con los mismos costes operativos y de reputación que han experimentado históricamente las industrias extractivas. Por otro lado, las empresas de energías renovables pueden aprender de los retos que han afrontado en el pasado y de las formas en que otros han logrado mantener las relaciones con la comunidad. Esto les permitiría aplicar las mejores prácticas y aprovechar las oportunidades comerciales.
Acceso a la energía
La respuesta al cambio climático requiere una transición global hacia fuentes de energía bajas en carbono. Pero también debemos reconocer que los países y las regiones avanzarán a ritmos diferentes y buscarán distintos tipos de soluciones bajas en carbono. Estas diferencias pueden deberse a diversas fuentes, como los problemas de infraestructura, la falta de condiciones adecuadas para las energías renovables o la presión de los costes.
El consumidor es un actor fundamental en la transición hacia una economía baja en carbono. Mantener el acceso a la energía debe ser una prioridad, no solo mediante la infraestructura y la creación de redes, sino también mediante estrategias de precios justos y asequibles. Para las empresas energéticas, esto tiene un efecto directo sobre su estrategia comercial y su viabilidad financiera.
Seguridad alimentaria
Existe un estrecho vínculo entre los sectores alimentario y energético. La producción y distribución de alimentos representa alrededor del 30% del consumo mundial de energía. La mecanización y la industrialización de la industria alimentaria han aumentado el uso de la electricidad, pero también han mejorado considerablemente el rendimiento y la capacidad de distribución. El cambio a fuentes de energía renovables para la producción de alimentos podría ofrecer importantes oportunidades. Entre ellas, la reducción de las emisiones de carbono y de los costes de explotación, y la desvinculación de los precios de los alimentos de los del petróleo.
La transición a una economía baja en carbono es esencial para el futuro a largo plazo del medio ambiente y la sociedad. Los efectos humanos de la transición podrían ser considerables. Los inversores deberían tratar de influir e invertir en empresas que promuevan una “transición justa”. Esto podría mejorar los perfiles de riesgo-rentabilidad a largo plazo, asegurando al mismo tiempo un futuro más sostenible e inclusivo para todos nosotros.
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